Cuando la camioneta de Romeo Burpee tomó el camino de entrada de la casa de los McClatchey, Claire salió corriendo. Estaba llorando.
– ¡Mamá! -gritó Joe, que bajó antes de que Rommie pudiera poner el freno de mano. Los demás saltaron en tropel-. ¿Qué pasa, mamá?
– Nada -respondió Claire entre sollozos; lo agarró y le dio unfuerte abrazo-. ¡Va a haber un día de Visita! ¡El viernes! ¡Creo que podremos ver a tu padre, Joey!
Joe dio un grito de alegría y se puso a bailar. Benny abrazó a Norrie… y Rusty vio que aprovechó la oportunidad para robarle un beso fugaz. Menudo diablillo descarado.
– Llévame al hospital, Rommie -dijo Rusty. Dijo adiós con la mano a Claire y los chicos mientras daban marcha atrás. Se alegraba de poder escapar de la señora McClatchey sin tener que hablar con ella; quizá la visión de madre también funcionaba con los auxiliares médicos-. ¿Y te importaría hacerme el favor de hablar en inglés en lugar de utilizar ese ridículo acento francés de tebeo?
– Hay gente que no tiene un patrimonio cultural al que recurrir -dijo Rommie-, y sienten celos de los que sí lo tienen.
– Sí, y tu madre lleva galochas -dijo Rusty.
– Es cierto, pero solo cuando llueve.
El móvil de Rusty sonó una vez: un mensaje de texto. Lo abrió y lo leyó: REUNIÓN A 2130 PARROQUIA CONGREGACIÓN SI NO VIENES TÚ TE LO PIERDES JW.
– Rommie -dijo, mientras cerraba el teléfono-. Si sobrevivo a los Rennie, ¿te apetecería asistir a una reunión conmigo esta noche?
En el hospital, Ginny se cruzó con él en el vestíbulo.
– Es el día de los Rennie en el Cathy Russell -exclamó, como si el hecho no la desagradara en exceso-. Thurse Marshall ya les ha echado un vistazo. Rusty, ese hombre es un regalo de Dios. Salta a la vista que Junior no le cae bien (Frankie y Junior fueron los que se metieron con él en la cabaña), pero aun así ha mantenido una actitud de lo más profesional. Ese tipo está desaprovechado en un departamento de Inglés de una universidad; debería dedicarse a esto. -Bajó un poco la voz-. Se le da mejor que a mí. Y mucho mejor que a Twitch.
– ¿Dónde está ahora?
– Ha regresado a la casa en la que se alojan para ver a esa novia jovencita y a los dos niños que tienen a su cargo. Parece que también se preocupa mucho por los críos.
– Oh, Dios mío, Ginny se ha enamorado -dijo Rusty con una sonrisa.
– No seas tonto. -Lo fulminó con la mirada.
– ¿En qué habitaciones están los Rennie?
– Junior en la siete y su padre en la diecinueve. El padre llegó acompañado de Thibodeau, pero debe de haberlo enviado a hacer recados porque estaba solo cuando fue a ver a su hijo. -Sonrió con cinismo-. Fue una visita breve. Se ha pasado gran parte del tiempo colgado del móvil. Junior simplemente permanece sentado en la habitación, aunque parece que ya rige. Cuando lo trajo Henry Morrison, no estaba en sus cabales.
– ¿Y la arritmia de Big Jim? ¿Qué me cuentas de eso?
– Thurston ha logrado estabilizarlo.
De momento , pensó Rusty, no sin cierta satisfacción. Cuando se le pasen los efectos del Valium, su corazón volverá a bailar el jitterbug.
– Ve a ver primero al chico -dijo Ginny. Estaban solos en el vestíbulo, pero le hablaba en voz muy baja-. No me gusta, nunca me ha gustado, pero me da pena. No creo que dure mucho.
– ¿Le ha contado Thurston algo a Rennie sobre el estado de Junior?
– Sí, que la cosa puede ser grave. Pero, al parecer, no tanto como todas esas llamadas que está haciendo. Alguien debe de haberle contado lo del día de Visita del viernes. Rennie está un poco cabreado.
Rusty pensó en la caja de Black Ridge, tan solo un rectángulo muy delgado con una superficie de menos de tres metros cuadrados, a pesar de lo cual no pudo levantarlo. Ni tan siquiera moverlo un poco. También pensó en los cabeza de cuero que había visto fugazmente, y en sus risas.
– Hay gente a la que no le gustan las visitas -dijo.
– ¿Qué tal te sientes, Junior?
– Bien. Mejor. -Parecía apático. Llevaba un pijama del hospital y estaba sentado junto a la ventana. La luz mostraba sin piedad su rostro demacrado. Parecía un hombre de cuarenta años que no había tenido una vida fácil.
– Cuéntame lo que ocurrió antes de que perdieras el conocimiento.
– Iba a la facultad pero me pasé por casa de Angie. Quería decirle que hiciera las paces con Frank, que últimamente solo se dedica a hacer el vago.
Rusty pensó en preguntarle si sabía que Frank y Angie estaban muertos, pero no lo hizo, ¿de qué habría servido? En lugar de eso, le preguntó:
– ¿Ibas a la facultad? ¿Y qué hay de la Cúpula?
– Ah, claro. -La misma voz inalterable, indiferente-. Se me había olvidado.
– ¿Cuántos años tienes?
– Veinti… ¿uno?
– ¿Cómo se llamaba tu madre?
Junior meditó las respuesta.
– Jason Giambi -dijo al final, y soltó una carcajada estridente sin que se le alterara el rostro apático y demacrado.
– ¿Cuándo apareció la Cúpula?
– El sábado.
– ¿Y cuánto hace de eso?
Junior frunció el entrecejo.
– ¿Una semana? -respondió al cabo de un rato. Y añadió-: ¿Dos semanas? Hace ya un poco, eso seguro. -Se volvió hacia Rusty. Los ojos le brillaban a causa del Valium que Marshall le había inyectado-. ¿Te ha dicho Baaarbie que me hagas todas estas preguntas? Él las mató, lo sabes. -Asintió-. Encontramos sus playas de indefinición. -Hizo una pausa-. Placas de identificación.
– Barbie no me ha dicho que te pregunte nada -replicó Rusty-. Está en el calabozo.
– Dentro de poco estará en el infierno -dijo Junior en un tono de lo más natural-. Lo juzgaremos y lo ejecutaremos. Lo dice mi padre. En Maine no hay pena de muerte, pero dice que la situación que vivimos es como si estuviéramos en guerra. La ensalada de huevo tiene demasiadas calorías.
– Eso es cierto -admitió Rusty. Tenía un estetoscopio, un tensiómetro y un oftalmoscopio. Le puso el brazalete en el brazo-. ¿Puedes decirme el nombre de los tres últimos presidentes, por orden?
– Claro. Bush, Push y Tush. -Soltó una carcajada sin que se le alterara el semblante.
Tenía la presión a 147 y 120. Rusty esperaba algo peor.
– ¿Recuerdas quién ha venido a verte antes de que llegara yo?
– Sí. El viejo al que Frankie y yo vimos en la cabaña antes de encontrar a los niños. Espero que estén bien. Eran muy monos.
– ¿Recuerdas cómo se llaman?
– Aidan y Alice Appleton. Fuimos a la discoteca y esa chica pelirroja me hizo una paja por debajo de la mesa. Creía que iba a parar antes de alabar. -Hizo una pausa-. Acabar.
– Ajá. -Rusty le miró los ojos con el oftalmoscopio. El derecho estaba bien. El nervio óptico del izquierdo estaba inflamado, era una afección conocida como papiledema. Se trataba de un síntoma habitual en los tumores cerebrales avanzados y las hinchazones que estos provocaban.
– ¿Ves algo verde, McQueen?
– No. -Rusty dejó el oftalmoscopio y estiró el dedo índice frente a Junior-. Quiero que me toques el dedo índice con tu dedo y que luego te toques la nariz.
Junior obedeció. Rusty empezó a mover el dedo lentamente hacia delante y hacia atrás.
– Sigue.
Junior logró tocarse la nariz una vez. Luego alcanzó el dedo de Rusty pero se tocó la mejilla. La tercera vez fue incapaz de llegar al dedo y se tocó la ceja derecha.
– Ya está. ¿Más? Podría pasarme así todo el día.
Rusty empujó la silla hacia atrás y se puso en pie.
– Le voy a decir a Ginny Tomlinson que te traiga una receta.
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