– Seguro.
– Si podemos sacarlo.
– En eso andan, ¿no es cierto?
– Sí, señor, eso creo.
– Excelente. ¿Cuántos camisas pardas tiene Rennie?
– Ahora mismo, unos treinta, pero no ha parado de contratar agentes. Y los de Chester's Mills son camisas azules, pero le entiendo. No infravalore a Rennie, coronel. Tiene a gran parte del pueblo en el bolsillo. Vamos a intentar sacar a Barbie, y más le vale desearnos suerte, porque no creo que pueda enfrentarme a Big Jim a solas. Derrocar a dictadores sin ayuda del mundo exterior está muy por encima de mi rango. Y, para que lo sepa, mis días como agente de policía de Chester's Mills se han acabado. Rennie me ha echado a la calle.
– Téngame al corriente de lo que sucede siempre que pueda. Saquen a Barbara de la cárcel y cédale el mando de la operación de resistencia. Ya veremos quién acaba en la calle.
– Le gustaría estar aquí, ¿verdad, señor?
– Con todo mi corazón -respondió sin el menor atisbo de duda-. Me libraría de ese hijo de puta en doce horas.
Jackie tenía sus dudas al respecto; las cosas eran distintas bajo la Cúpula. La gente de fuera no podía entenderlo. Incluso el tiempo era distinto. Hacía tan solo cinco días, todo era normal. Sin embargo, ahora…
– Una cosa más -añadió el coronel Cox-. Encuentre un hueco en su apretada agenda para mirar la televisión. Vamos a esforzarnos al máximo para hacerle la vida un poco más difícil a Rennie.
Jackie se despidió, colgó y se acercó a Ernie, que seguía arrancando malas hierbas.
– ¿Tiene un generador? -preguntó.
– Se le acabó el combustible anoche -dijo Ernie en tono un tanto amargo.
– Bueno, pues vayamos a algún lugar donde haya un televisor que funcione. Mi amigo me ha dicho que deberíamos mirar las noticias.
Se dirigieron al Sweetbriar Rose. Por el camino, se encontraron a Julia Shumway y continuaron los tres juntos.
El Sweetbriar estaría cerrado hasta las cinco de la tarde, hora a la que Rose pensaba ofrecer una cena ligera, principalmente a base de sobras. Estaba preparando una ensalada de patata mientras miraba el televisor sobre la barra, cuando llamaron a la puerta. Eran Jackie Wettington, Ernie Calvert y Julia Shumway. Rose atravesó el restaurante vacío, secándose las manos con el delantal, y abrió la puerta. Horace el corgi siguió a su dueña con las orejas tiesas y una sonrisa amigable. Rose comprobó que el cartel de CERRADO seguía en su sitio y volvió a cerrar la puerta con llave.
– Gracias -dijo Jackie.
– De nada -contestó Rose-. De todos modos, quería verte.
– Hemos venido por eso -dijo Jackie señalando el televisor-. Estaba en casa de Ernie y hemos encontrado a Julia mientras veníamos hacia aquí. Estaba sentada en la acera de enfrente de su casa, mirando las ruinas, embobada.
– No estaba embobada -replicó Julia-. Horace y yo intentábamos decidir cómo vamos a publicar el periódico después de la asamblea. Tendrá que ser pequeño, probablemente de solo dos páginas, pero habrá periódico. Voy a poner todo mi empeño en ello.
Rose devolvió la mirada al televisor. En la pantalla aparecía una mujer joven en una conexión en directo. Bajo ella apareció IMÁGENES GRABADAS DE HOY. De repente se produjo una explosión y una bola de fuego inundó el cielo. La periodista parpadeó, gritó y se volvió. E n ese instante, el cámara dejó de enfocar a la reportera e hizo un zum de los fragmentos del avión de Air Ireland que se precipitaban hacia el suelo.
– No paran de repetir las imágenes del accidente del avión -dijo Rose-. Si no las habéis visto, ahí las tenéis. Jackie, he ido a ver a Barbie a mediodía. Le he llevado unos sándwiches y me han dejado bajar a las celdas. Aunque Melvin Searles ha hecho de carabina.
– Qué suerte -dijo Jackie.
– ¿Cómo está? -preguntó Julia-. ¿Se encuentra bien?
– Parece la imagen de la cólera de Dios, pero creo que sí. Me ha dicho… Quizá deberíamos mantener esta conversación en privado, Jackie.
– Sea lo que sea, creo que puedes decirlo delante de Ernie y Julia.
Rose lo meditó, pero solo un instante. Si no podía confiar en Ernie Calvert y Julia Shumway, no podía confiar en nadie.
– Me ha dicho que debía hablar contigo. Hacer las paces; como si nos hubiéramos peleado. Me ha dicho que te diga que soy buena.
Jackie se volvió hacia Ernie y Julia. A Rose le pareció oír cuchicheos, una pregunta y la consiguiente respuesta.
– Si Barbie lo dice, es que lo eres -afirmó Jackie, y Ernie asintió enérgicamente-. Cariño, vamos a celebrar una pequeña reunión esta noche. En la parroquia congregacional. Es más o menos secreta…
– Más o menos no, es secreta -la corrigió Julia-. Y dado el actual estado de cosas en el pueblo, es mejor que el secreto no se difunda.
– Si es sobre lo que creo que es, me apunto. -Acto seguido Rose bajó la voz-. Pero Anson no. Lleva uno de esos malditos brazaletes.
Justo entonces apareció en la televisión el rótulo de NOTICIA DE ÚLTIMA HORA de la CNN, acompañado por la molesta música en tono menor para desastres que la cadena empleaba para acompañar todas las noticias relacionadas con la Cúpula. Rose esperaba ver a Anderson Cooper o a su amado Wolfie -ambos se encontraban en Castle Rock-, pero apareció Barbara Starr, la corresponsal en el Pentágono. Se encontraba frente a un poblado formado por tiendas de acampada y camiones que hacía las veces de puesto de avanzada del ejército en Harlow.
– Don, Kyra: el coronel James O. Cox, el portavoz del Pentágono desde la aparición de ese monumental misterio conocido como la Cúpula el sábado pasado, está a punto de celebrar una rueda de prensa por segunda vez desde el inicio de la crisis. Acaban de comunicarnos el tema y va a movilizar a decenas de miles de estadounidenses que tienen a seres queridos en la población sitiada de Chester's Mills. Nos han dicho… -Prestó atención a algo que le decían por el auricular-. Ahí está el coronel Cox.
Los cuatro se sentaron en taburetes de la barra mientras las imágenes mostraban el interior de una gran tienda de acampada. Debía de haber unos cuarenta periodistas sentados en sillas plegables, y varios más de pie, al fondo. Cuchicheaban entre ellos. En uno de los extremos de la tienda se había montado una tarima. En ella había un atril con micrófonos flanqueado por banderas estadounidenses. Detrás había una pantalla blanca.
– Es bastante profesional para ser una operación improvisada -dijo Ernie.
– Oh, creo que esto lo han tramado con tiempo -replicó Jackie, que recordaba su conversación con Cox: «Vamos a esforzarnos al máximo para hacerle la vida un poco más difícil a Rennie».
Se abrió una entrada en el lado izquierdo de la tienda y un hombre bajito, canoso y con aspecto de estar en buena forma se encaminó con brío hacia la tarima. A nadie se le había ocurrido poner una escalerilla, o un par de cajas, lo cual no supuso, sin embargo, ningún problema para el orador, que dio un salto con naturalidad, sin perder el ritmo. Llevaba un uniforme de batalla de color caqui. Si tenía medallas, no las lucía. En la camisa, una pequeña tarjeta decía CNEL. J. COX. No llevaba notas. Los periodistas guardaron silencio de inmediato y Cox esbozó una sonrisa.
– Este tipo debería haber dado las ruedas de prensa desde el principio -dijo Julia-. Tiene buena planta.
– Cállate, Julia -le espetó Rose.
– Damas y caballeros, gracias por venir -dijo Cox-. Seré breve y luego aceptaré unas cuantas preguntas. La situación en lo que respecta a Chester's Mills y lo que ahora llamamos la Cúpula no ha variado: el pueblo sigue aislado, aún no sabemos cuál es la causa de esta situación, y aún no hemos logrado atravesar la barrera. En caso contrario ya lo sabrían, por supuesto. Los mejores científicos de Estados Unidos, los mejores de todo el mundo, están trabajando en el caso, y estamos barajando diversas opciones. No me pregunten cuáles porque ahora mismo no puedo responderles.
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