– ¿Y Frederick tiene el suyo?
– Todos los agentes de plantilla lo tienen.
– Pues dile a Frederick que no le quite el ojo de encima a Burpee.
– ¿A Rommie? ¿Por qué, por el amor de Dios?
– No confío en él. Podría ser amigo de Barbara. -Aunque no era Barbara quien preocupaba a Big Jim en lo referente a Burpee. Romeo había sido amigo de Brenda, y era un tipo listo.
Randolph tenía la cara sudorosa surcada de arrugas.
– ¿Cuántos crees que son? ¿Cuántos están del lado del hijo de puta?
Big Jim meneó la cabeza.
– Es difícil de decir, Pete, pero esto es más grande de lo que creemos. Deben de haberlo estado planeando desde hace mucho tiempo. No podemos fijarnos solo en los recién llegados al pueblo y decir que tienen que ser ellos. Algunas de las personas involucradas podrían llevar aquí años. Décadas, incluso. Deben de haberse infiltrado entre nosotros.
– Cielos. Pero ¿por qué, Jim? ¿Por qué, por el amor de Dios?
– No lo sé. Para hacer pruebas, quizá, y utilizarnos como conejillos de Indias. O quizá es un plan de los de arriba. No me extrañaría que al matón de la Casa Blanca se le ocurriera algo así. Lo que importa es que vamos a tener que reforzar la seguridad y vigilar muy de cerca a los mentirosos que intenten socavar nuestros esfuerzos para mantener el orden.
– ¿Crees que ella…? -Señaló con la cabeza a Julia, que estaba viendo cómo ardía su negocio con su perro sentado a su lado jadeando a causa del calor.
– No estoy seguro, pero después de ver cómo se ha comportado esta tarde… Cómo ha entrado en la comisaría gritando qué quería verlo… ¿Qué te dice eso?
– Sí -admitió Randolph. Lanzó hacia Julia una mirada de recelo-. Y luego ha quemado su propia casa. No hay coartada mejor que esa.
Big Jim lo señaló con un dedo, como diciendo «Ahí podrías haber dado en el blanco».
– Tengo que ponerme en marcha. Debo llamar a George Frederick y decirle que vigile de cerca a Lewiston Canuck.
– De acuerdo. -Randolph cogió el walkie-talkie.
Detrás de ellos Fernald Bowie gritó:
– ¡El tejado se desploma! ¡Los de la calle, apartaos! ¡Los que estáis en los tejados de los otros edificios, atentos, atentos!
Con una mano en la puerta de su Hummer, Big Jim observó cómo se desplomaba el tejado del Democrat, que lanzó una lluvia de chispas al cielo negro. Los hombres apostados en los edificios adyacentes comprobaron que las fumigadoras de sus compañeros estuvieran bien cebadas, y permanecieron en posición de descanso, esperando a que saltaran las chispas, dispuestos a rociarlas con agua.
La expresión del rostro de Julia Shumway cuando se derrumbó el tejado del Democrat hizo más bien al corazón de Big Jim que todas las puñeteras medicinas y los marcapasos del mundo. Durante años había tenido que aguantar sus invectivas semanales, y aunque nunca habría admitido que aquella mujer le daba miedo, no cabía duda de que había logrado hacerlo enfadar.
Pero mírala ahora , pensó Big Jim. Parece como si hubiera regresado a casa y hubiera encontrado a su madre muerta en el lavabo.
– Tienes mejor aspecto -dijo Randolph-. Te ha vuelto el color a la cara.
– Me siento mejor -admitió Big Jim-. Pero aun así me voy a casa, a dormir un poco.
– Buena idea -dijo Randolph-. Te necesitamos, amigo mío. Ahora más que nunca. Y si la Cúpula no desaparece… -Movió la cabeza sin dejar de mirar a Big Jim con sus ojos de basset hound-. No sé cómo nos las arreglaríamos sin ti, digámoslo así. Quiero a Andy Sanders como si fuera un hermano, pero no tiene mucho cerebro, que digamos. Y Andrea Grinnell es poco más que un cero a la izquierda desde que se cayó y se hizo daño en la espalda. Eres el pegamento que mantiene unido a Chester's Mills.
Esas palabras conmovieron a Big Jim. Cogió a Randolph del brazo y se lo apretó.
– Daría mi vida por este pueblo. Imagínate cuánto lo quiero.
– Lo sé. Yo también. Y nadie va a robárnoslo.
– Bien dicho -sentenció Big Jim.
Puso el coche en marcha y se subió a la acera para sortear el control que habían puesto en el extremo norte de la zona comercial. El corazón volvía a latirle con normalidad (bueno, casi), pero aun así estaba preocupado. Tendría que ir a ver a Everett, y la idea no le gustaba; Rusty era otro metomentodo con ganas de causar problemas en un momento en el que el pueblo tenía que mantenerse unido. Además, no era médico. Big Jim casi se sentiría más cómodo confiándole sus problemas médicos a un veterinario, pero no había ninguno en el pueblo. Así pues, no le cabía más que esperar que si necesitaba un medicamento, algo que le regulara el ritmo cardíaco, Everett supiera cuál era el más adecuado.
Bueno, pensó, me dé lo que me dé, siempre puedo consultárselo a Andy.
Sí, pero no era ese el mayor problema que lo acuciaba. Se trataba de otra cosa que había dicho Pete: «Y si la Cúpula no desaparece…».
A Big Jim no le preocupaba eso. Sino lo contrario. Si la Cúpula desaparecía (es decir, si desaparecía demasiado pronto), estaría metido en un buen problema aunque no se descubriera el laboratorio de anfetaminas. A buen seguro habría más de un puñetero que cuestionaría sus decisiones. Una de las reglas de la vida política que había abrazado desde siempre era «Los que pueden, lo hacen; los que no pueden, cuestionan las decisiones de los que pueden». Quizá no entenderían que todo lo que había hecho u ordenado hacer, incluso el lanzamiento de piedras del supermercado esa misma mañana, había sido por el bien del pueblo. Los amigos de Barbara de fuera mostrarían cierta tendencia a buscar el malentendido, porque no querrían entender nada. El hecho de que ese Barbara tema amigos fuera, y muy poderosos, era algo que Big Jim no había cuestionado desde que había visto la carta del presidente. Pero de momento no podían hacer nada. Situación que Rennie pretendía que se alargara durante unas cuantas semanas más. Tal vez un mes o dos.
Lo cierto era que le gustaba la Cúpula.
No como algo a largo plazo, por supuesto, pero ¿hasta que hubieran redistribuido el propano de la emisora de radio? ¿Hasta que hubieran desmontado el laboratorio y hubieran reducido a cenizas el granero que lo había albergado (otro crimen que podrían imputar a los compañeros de conspiración de Barbara)? ¿Hasta que Barbara pudiera ser juzgado y ejecutado por el pelotón de fusilamiento de la policía? ¿Hasta que las culpas por el modo en que se había actuado durante la crisis pudieran repartirse entre el máximo número posible de personas, y todo el mérito recayera en una única persona, a saber, él mismo?
Hasta entonces la Cúpula estaba bien donde estaba.
Big Jim decidió que se arrodillaría y rezaría por todo ello antes de acostarse.
Sammy avanzó cojeando por el pasillo del hospital. Miraba los nombres de las puertas y echaba un vistazo en el interior de las habitaciones sin nombre para asegurarse de que no había nadie dentro. Empezaba a preocuparle que la zorra no estuviera allí, cuando llegó a la última y vio una postal que le deseaba una rápida mejoría clavada con una chincheta. El dibujo de un perro decía «Me han dicho que no te sientes muy bien».
Sammy sacó la pistola de Jack Evans de la cinturilla de los vaqueros (cinturilla que le quedaba más floja, por fin había logrado adelgazar un poco, más vale tarde que nunca) y usó la boca de la automática para abrir la postal. En el interior, el perro se estaba lamiendo las partes y decía: «¿Necesitas una limpieza de bajos?». Estaba firmada por Mel, Jim Jr., Carter y Frank, y era exactamente el tipo de mensaje de buen gusto que Sammy habría esperado de ellos.
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