Para su sorpresa ella dijo:
– Sí, sé quién eres. Te he visto a la puerta de la garita.
Y él, que creía que nunca lo había visto, porque siempre pasaba por delante de su puesto con la cabeza gacha. Según parecía había gente que veía sin mirar.
– Mira lo que he hecho, y la lápida de Yuval Efrati también… Yo… yo… no sabía que se incendiaría -se justificó con voz ahogada-, no era mi intención que todo esto… no creí que… me pareció que solamente la piedra que había encima, la que llevaba la inscripción, ésa era la única que pensaba romper.
– Eso es lo que suele pasar con ese explosivo -dijo Boris-, me ha parecido que era C-4 -vaciló- plástico. En la casa en la que vivo… hay un chico… un soldado… él me lo ha enseñado…
– Les pedí que me lo trajeran para mi trabajo, no sabían que lo iba a emplear en esto, y por mi cuenta -se disculpó ella-. Me lo han dejado hasta mañana, que es cuando mi hijo mayor iba a venir a ayudarme con las piedras, porque creía que era para mi trabajo… Tiene un amigo en ingeniería de combate… No podía decirles lo que quería hacer.
– Pero ¿por qué? -se aventuró de pronto Boris a preguntarle.
– ¿Cómo que por qué? -le respondió ella con voz impaciente y furiosa-. ¿Que por qué reventarla? -y sin esperar respuesta empezó a hablar muy deprisa mientras seguía echando tierra en la fosa-. Pues porque no han querido escribir la verdad, porque ponía… ¿Sabes lo que ponía? Ponía «Caído en acto de servicio por la patria», pero él no murió cumpliendo con su deber, no estaba de servicio y no murió… y… -la voz se le apagó de repente pero enseguida volvió a hablar, ahora en un tono duro y frío-: Ni murió ni cayó, todo es mentira. Una gran mentira, tampoco fue un accidente, a él lo asesinaron, y eso es lo que va a poner aquí ahora, como debe ser. Quedará escrito que lo mataron sus mandos, que lo llevaron como un cordero al matadero, porque ésa es la verdad y sobre la tumba de Ofer va a aparecer escrita la verdad.
Boris se quedó callado.
– ¿Sabes cómo lo mataron?
Él siguió en silencio pero asintió con la cabeza.
– Lo mataron jugando, lo mataron con un juego, con una red, se llama «la ruleta de la red», seguro que conoces la ruleta rusa, pues es muy parecido pero aquí entra en juego una red, y luego quieren que aquí ponga «caído».
Empezó a andar muy deprisa, salió del cementerio y al momento volvió, con la respiración pesada y entrecortada y la escultura de mármol entre los brazos. La colocó en la cabecera del foso y se puso a cavar con las manos para amontonar tierra alrededor de la base y darle estabilidad. Después se sacudió las manos contra el costado del cuerpo y comenzó a apartar la tierra que sobraba de la peana de mármol rectangular. Muy despacio leyó Boris las palabras cinceladas en la piedra: «Ofer Avni, cándido y puro, que fue llevado como cordero al matadero por sus mandos».
– Lo colocaré más alto -dijo ella después de que los dos llevaran un rato mirando la figura del muchacho-. Estará en un pedestal, lo verán desde lejos, y también lo que está escrito.
Boris se acercó un poco más y vio unas vetas grises en la piedra lisa. La figura se erguía muy esbelta, rematada por una cabeza que, en comparación, era pequeña. Se paró a observar la postura de los pies.
– Muy bello -dijo de pronto-. Qué bonita es… -y con las manos describió aquellas estrechas medidas que se elevaban hacia arriba tan ligeras, como si insinuaran una vivencia espiritual, como si flotara-: Mármol, blanco.
– Sí, mármol -dijo ella pensativa-. Yo quería alabastro, que es una piedra más ligera, es la piedra con la que se hace la cal, tiene muchas texturas y es muy blanda, se trabaja muy bien con ella, además, a la luz se puede ver que tiene otros colores, casi es transparente en algunos puntos. Me hubiera gustado que aquí -y señaló los muslos del muchacho- y ahí -su mano se elevó hasta el cuello de la estatua- fuera más ligero, que en la perspectiva se notara su altura y que la cabeza fuera más pequeña en comparación con la longitud del cuerpo, que al acercarse a él resultara largo y estrecho y al alejarse resultara todavía más largo y más estrecho, como las obras de Giacometti, pero no encontré alabastro en un solo bloque tan grande como éste, porque viene en bloques más pequeños.
– Pues la verdad es que está muy bien -dijo Boris, pensando en la dimensión no tangible, espiritual, de la estatua. Lo que realmente quería era preguntarle sobre el significado de las palabras «llevado como un cordero al matadero», pero fijó la mirada en la tumba, que parecía estar recién excavada, y dijo-: Si se podía haber quitado, ¿por qué volarla?
– Porque no había otra posibilidad -le respondió sin mirarlo-. No se podía quitar y luego tirarla, porque ahí estaba escrito su nombre, la fecha, y esas cosas no se tiran de cualquier manera. ¿Cómo iba a deshacerme de una piedra que cubría una sepultura? Imposible. Y con ellos no hay manera, lo hemos intentado todo, no son más que unos mentirosos, unos embusteros. Creí que ellos y yo… Creí que conmigo ellos… Creí…
Los dos permanecieron en silencio durante un rato.
– Hay una comisión funeraria en memoria del soldado -dijo ella de repente y con amargura-, que tiene su procedimiento y reglamento propios. La lápida de un soldado tiene que tener sesenta centímetros de largo por cuarenta y uno de ancho. Exactamente. Las medidas y lo que se escribe en el mármol es absolutamente sagrado para ellos. Nombre, graduación, la fecha del calendario hebreo y «caído». Siempre me pareció que eso estaba muy bien, que era estupendo que fuera igual para todos, que así es como debía ser, si hasta… hasta me gustaba… me parecía que esa igualdad era una especie de… como la unión del pueblo… que todos somos iguales… una sola familia… no se me ocurría que pudiera ser de otro modo, pero ahora… esa mentira…
Se quedó callada y los dos prestaron oídos al ruido de un coche que se aproximaba. Enseguida aparecieron las luces de los faros en la ladera de la colina. Ella miró hacia el otro lado del seto.
– Han oído la detonación -dijo, con la voz muy tranquila-. Quizá sea mejor que te vayas para no verte metido en un lío.
Boris siguió callado y permaneció donde estaba, incluso cuando las figuras de tres hombres llegaron al portón. El primero que se acercó, y muy erguido, fue el viejo, el del bigote, Mishka se llamaba, el que había acudido a hablar con Boris durante sus primeras noches de guardia y que hacía unos meses le había hablado de su nieto en un ruso que rechinaba, porque empleaba palabras que él no había oído hacía años. Tras él entró el hombre que le había hecho los trabajos de electricidad y que el secretario había dicho que era el marido de ella, y siguiendo a ambos apareció un chico joven, de unos treinta años, que, al acercarse a la luz, Boris se dio cuenta de lo mucho que se parecía a ella, el mismo rostro largo, aunque sin rastro de abatimiento y sin los hombros encorvados, pero, por lo demás, una copia de ella en joven.
– Tú llévala a casa, que nosotros volveremos a pie dentro de un momento -le susurró el anciano al joven.
A pesar de que la entrada era ancha, se quedaron los tres uno detrás del otro. El primero en aparecer había sido el padre, que iluminó la lápida y luego a ella con su enorme linterna, para a continuación volverse hacia atrás y susurrarle algo a su hijo; después deslumbró al vigilante nocturno, que permanecía allí de pie echándose hacia atrás su abundante pelo gris que se le había revuelto. Rajela no había esperado que fuera a quedarse. Creyó que aprovecharía la ocasión para salir huyendo y librarse de toda responsabilidad. Pero ni siquiera parecía asustado, sino que permanecía ahí, clavado al suelo, con una mano por encima de los ojos a modo de visera para protegerse de la luz, mientras ella seguía con la vista a su padre, que avanzaba con precaución hacia donde ellos estaban. Los tres habían aparecido como si estuvieran al acecho, como si se pasaran las noches en estado de alerta y espiándola. La luz de la linterna la deslumbró también a ella, a pesar de lo cual pudo notar el alivio que reflejaba el rostro de su padre por el hecho de haberla encontrado sana y salva, y también por la decisión que éste había tomado de afrontar todo aquello con calma, de dominar la situación y arreglar las cosas. Mishka era muy conocido por saberse manejar en situaciones de emergencia.
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