Petros Márkaris - Con el agua al cuello

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Un caluroso domingo del verano de 2010, el comisario Jaritos asiste a la boda de su hija Katerina, esta vez por la Iglesia y con fanfarria musical. Al día siguiente, poco después de llegar a Jefatura, le informan del asesinato de Nikitas Zisimópulos, antiguo director de banco, degollado con un arma cortante.
El macabro homicidio coincide con una campaña que alguien, amparándose en el anonimato, ha emprendido contra los bancos, animando a los ciudadanos a que boicoteen a las entidades financieras y no paguen sus deudas e hipotecas. Lo cierto es que Grecia, al borde de la bancarrota, pasa por un momento muy crítico, y la población no duda en salir a la calle para quejarse de los recortes en sueldos y pensiones.
Para colmo, Stazakos, el jefe de la Brigada Antiterrorista, sostiene que el asesinato de Zisimópulos podría ser obra de terroristas. Jaritos, en desacuerdo con esa hipótesis, tendrá que apañárselas con sus dos ayudantes para enfrentarse a un asesino cuyos crímenes apenas acaban de empezar.

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No veo ordenador ni impresora por ninguna parte. Si tuviera hijos, podría considerar la posibilidad de que utilizara el ordenador de uno de ellos. Pero no tiene hijos y, por lo tanto, no pudo ser él quien imprimió los carteles.

No se ha equivocado calculando el tiempo. En cinco minutos ya hemos terminado. Salgo para despedirme de él.

– Gracias por la información -le digo.

Esta vez me mira con curiosidad.

– ¿Puede decirme qué diablos estás buscando?

Pienso que no pierdo nada con decírselo. A veces las pistas aparecen donde menos te lo esperas.

– Busco al que imprimió unos carteles animando a la gente a no pagar sus deudas con los bancos. El que lo hizo tuvo que usar un ordenador y una impresora.

Se produce un nuevo estallido de risa.

– ¿Tengo pinta de tener ordenador e impresora? Además, me importa un pito si la gente paga sus deudas o no. Yo, en todo caso, ya pagué. -Se pone serio de repente y dice con cajas destempladas-: Y ahora adiós, déjenme en paz.

– Varulkos…, ese nombre me suena, pero no puedo recordar de qué -dice Vlasópulos cuando subimos al coche.

– ¿De qué te suena? ¿Algún pariente tuyo, un compañero de instituto?

– No, de otra cosa, pero no consigo recordarla. -Hace un esfuerzo más y desiste-. En fin, ya saldrá, es cuestión de tiempo.

30

Cuando algo o alguien insiste en desbaratar tus planes, significa que las cosas han escapado a tu control y siguen su propio curso. A punto estoy de dejarlo todo plantado e ir a hacer una visita a Zisis; hablar con él suele ayudarme a aclarar las ideas.

Pero Kula echa por tierra mis propósitos.

– Ha llegado una visita y el jefe quiere verle.

– ¿Quién es?

– Cuerpo extraño -contesta Kula riéndose.

A mí, eso del cuerpo extraño no me hace especial gracia, y lo primero que se me ocurre es que los ingleses han vuelto a hacer su aparición. Tengo que posponer mis planes de ver a Zisis para subir a la quinta planta.

– Ya me he enterado, señor Jaritos. No sabe cuánto me alegro -dice Kula cuando paso por su lado.

– ¿Y por eso tienes tantas ganas de bromitas? -le digo burlón.

– Es normal. Trabajar aquí era un aburrimiento.

En el despacho de Guikas no me espera ningún británico, sino un hombre alto, trajeado y rubio que Guikas me presenta como Ruud Schiffel, encargado de negocios de la Embajada de Holanda en Grecia.

– El señor Schiffel desea que le informemos acerca de las investigaciones relacionadas con el asesinato de Henrik de Moor -me sitúa Guikas una vez concluidas las presentaciones.

Me extraña que me lo diga en griego, pero enseguida se disipa mi extrañeza, pues Schiffel habla griego. Con mucho acento y con cierta dificultad para encontrar algunas palabras, pero, por lo demás, se hace entender francamente bien.

– También quisiera saber cuándo podremos disponer del cadáver -añade.

– Pueden llevárselo cuando quieran -le contesto-. Ya ha concluido la autopsia.

– ¿Y cómo van los… interrogatorios? -pregunta. Es evidente que quería decir «investigaciones» y que no ha dado con la palabra.

Guikas le ofrece la versión oficial:

– Seguimos contemplando la posibilidad de que se trate de un atentado terrorista, pero entretanto ha aparecido alguien que se sirve de carteles para incitar a los ciudadanos a no pagar sus deudas con los bancos. Por lo tanto, nuestras pesquisas se centran en ambos casos. Puede que sólo uno de ellos sea relevante, aunque también cabe la posibilidad de que estén relacionados. Todavía no lo sabemos.

– Quizá necesiten que les enviemos una troika de Europol para ayudarles -dice Schiffel dándose aires-. Es una broma -agrega de inmediato, si bien su expresión desmiente sus palabras.

Guikas se ruboriza, pero consigue mantener la calma.

– La policía griega tiene experiencia con las organizaciones terroristas. Ya hemos desarticulado dos, como sin duda sabrá.

– Mire, desde que vino la troika, Grecia ha hecho reforms que de otro modo jamás habría emprendido -dice Schiffel muy serio-. Quizá una troika de la policía europea ayudaría a acelerar el ritmo.

– La policía griega ya colabora con todas las policías de Europa -contesta Guikas.

– También colaboraba con la Comisión Europea, pero presentaba datos falseados.

Me descubro ante Guikas: está que trina pero no levanta en absoluto el tono de voz.

– La cuestión de la troika, sea económica o policial, es asunto del gobierno, señor Schiffel -responde con frialdad-. Si desea proponer una troika policial para Grecia, tendrá que hablar con el ministro. Por lo demás, trate de respetar el esfuerzo que en estos momentos realiza el pueblo griego.

– Un esfuerzo ciertamente ingente. Aunque me pregunto qué pasará cuando se marche la troika. ¿Volverán ustedes a las andadas?

La troika no se marchará, pregúntaselo a Vlasópulos, le contesto mentalmente. Schiffel se levanta.

– Gracias por su ayuda. ¿Dónde debo dirigirme para recoger los restos del señor De Moor?

– Al departamento forense -responde Guikas secamente y sin hacer el menor gesto de asistencia.

Nos damos la mano en silencio y Schiffel sale del despacho.

– ¿Tú has oído lo que ha dicho? -me suelta Guikas en cuanto nos quedamos solos-. No le basta con la troika. ¡También quiere ponernos una comisión que supervise a la policía griega! -Exhala un suspiro y continúa-: En fin, tenemos que darnos prisa. El rebelde antibancos por un lado y los extranjeros por el otro, que no pierden oportunidad de demostrar el poco aprecio que nos tienen… Tenemos que poner fin a esto.

– Hemos perdido mucho tiempo.

– Lo sé, pero eso no podemos decírselo ni al ministro ni al director general. A partir de mañana los tendremos siempre encima, sobre todo al segundo, porque le costará digerir su error con el sudafricano.

Son las seis pasadas cuando subo al coche para dirigirme a la casa de Zisis, en Nea Filadelfia. En el trayecto de Alexandras a Patisíon pienso que, ahora que la pista de Varulkos nos ha conducido a un callejón sin salida, tendré que centrarme en los empleados y ejecutivos despedidos por los bancos, a ver si hay más suerte.

A las seis y media de la tarde, el tráfico hacia el barrio de Patisíon va bastante fluido. Llego a la avenida Dekelías sin problemas y encuentro a Zisis sentado en la terraza de su casa, tomándose un café. El suelo del patio está mojado, y las macetas, recién regadas. Me observa mientras cruzo el patio y subo la escalera, pero no hace el menor gesto de bienvenida. Espera que llegue junto a él y le presente mis respetos.

– Dichosos los ojos -me dice a modo de saludo.

– Estoy liado. Ya sabes cómo es esto.

– ¿Te apetece un café? -No espera mi respuesta, sabe que siempre digo que sí a un café hecho en casa, y se levanta para preparármelo.

Pronto vuelve con el café en una pequeña bandeja, acompañado de un dulce de membrillo. Siempre sirve el café con un dulce, así lo aprendió de su madre, refugiada de Asia Menor.

– ¿Cómo lo llevas? -Me refiero al recorte de su pensión.

Él lo sabe y se encoge de hombros con indiferencia.

– Ya te lo dije por teléfono. Puedo pasar con doscientos euros al mes.

– Aun así, querías darle un beso al que asesina banqueros.

– Sobre todo, si se cargaba al último. Ése me sacaba de quicio.

– ¿Por qué ése en concreto?

– Porque el muy sinvergüenza dijo que la sociedad ya no existía. ¿Sabes lo que es pasarte la vida en la cárcel, en el destierro y en salas de tortura para luchar por una sociedad mejor, y que venga alguien a decirte que lo que has conseguido no existe? Se te cae el mundo encima. Cuando lo dijo, me entraron ganas de matarlo de verdad.

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