Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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Todos le observaban horrorizados mientras se acercaba. Derek se levantó del tronco, pero los demás no fueron capaces de moverse. Cameron dio un paso atrás. Szabla se quedó con la boca abierta y Justin parecía que acabara de tragarse algo vivo. Diego resbaló del tronco y quedó de rodillas.

Ninguno de ellos se atrevió a pestañear mientras Savage arrastraba el cuerpo al centro de los troncos y lo soltaba, sintiendo los brazos agarrotados y calambres en las piernas. Las patas de la criatura se quedaron erectas, tal y como Savage las dejó, como los brazos de una carreta. El cuerpo estaba tumbado sobre la hierba como un búfalo abatido. El fuego se reflejaba en la brillante cutícula.

Savage se volvió lentamente hacia Derek.

– Aquí está tu jodida prueba -le dijo.

Dándole la espalda, se dirigió hacia su tienda.

45

La voz de Mako delataba su enfado, cortante, por el transmisor de Derek.

– Será mejor que se trate de algo importante, Mitchell, ya que me habéis vuelto a sacar de la cama -gritó-. Se supone que sois una escuadra con plenas capacidades de las Fuerzas Especiales de la Armada. Os he mandado a una misión que consiste, básicamente, en colocar un equipo y mover el culo de ahí, y no hacéis más que llamarme cada cinco minutos con los calzoncillos hechos un lío.

El rostro de Derek reflejaba sorpresa:

– ¿Quién más ha estado…?

– Aunque os parezca mentira a ti y a ese pesado científico… -continuó Mako. Rex, agachado al lado de la criatura, afirmó con la cabeza con una sonrisa. Los demás estaban alrededor del fuego y la larva se encontraba arrimada a uno de los troncos. Cameron observaba el cuerpo y no se lo podía creer-… hay cosas más importantes encima de mi escritorio y en el mundo que vosotros y vuestros terribles problemas para colocar un par de placas de satélite en una isla de mierda del jodido Pacífico.

Derek estaba pálido y le temblaba la voz.

– Hemos perdido a Tucker, señor -le dijo.

Se hizo un largo silencio.

– ¿Habéis perdido a Tucker? ¿Cómo demonios habéis perdido a Tucker?

– Hay algo aquí en la isla, señor. Una… especie de criatura. Creemos que puede haber más.

Se hizo un silencio más largo.

– Mitchell, déjame hablar con Kates. Cameron, quiero decir.

Cameron se levantó y se conectó.

– Sí, señor.

– ¿Es eso verdad, Kates?

Cameron se aclaró la garganta.

– Sí, señor. Lo es. Parece que nos hemos tropezado con una especie de… lo que parece ser un insecto enorme, señor, y yo…

– ¿Un insecto enorme?

– De unos dos metros y medio. Señor, sé que parece… -Cameron se sentó en uno de los troncos. Miró a Diego y éste levantó una ceja que desapareció bajo el pelo.

– ¿Y este insecto enorme se comió a Tucker? ¿Es eso lo que ha sucedido?

Derek parpadeó con fuerza.

– Sí, señor. Realmente necesitamos… realmente necesitamos un rescate, señor.

– O el insecto enorme os comerá.

– Bueno… -Derek miró el enorme cuerpo tumbado al lado del fuego-. En realidad, ya no hay… no lo sabemos… es muy complicado, señor.

– Por supuesto -replicó Mako-. Quizá puedas comprender algunas de las complicaciones con las que me encuentro en este extremo de la línea, soldado. El ejército va a desplegar dos batallones más esta semana para controlar los disturbios en la frontera de Perú. Colombia es un lío desde la frontera sur hasta Bogotá, donde sólo nos queda nuestro último equipo, y tengo encima a la OTAN, Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, y a mis queridos superiores para que mande a más hombres a la zona que va desde México hasta Chile. Y esto por no hablar de los problemas en el país. Decir que nuestros recursos están funcionando plenamente no hace honor a la verdad. En vista de esto, ¿quieres que, a las tres y treinta y siete minutos de la jodida madrugada, llame al comandante del Grupo Especial Naval de Guerra Uno para pedirle que reconduzca a un helicóptero hacia las Galápagos para que una escuadra de la reserva no sea devorada por bichos enormes? ¿Va por ahí vuestra petición?

Derek dobló el labio inferior hacia fuera. Szabla se encontraba al lado del bicho con un pie encima del cuerpo, como una cazadora, mientras Diego y Rex lo examinaban. Szabla se dio la vuelta y se dirigió hacia las tiendas.

– Sí, señor.

– Mitchell, tengo dos palabras para ti, y no son especialmente agradables. ¿Quieres oírlas?

– No, señor.

– Me lo figuraba. No sé qué clase de peyote habéis estado fumando por ahí, pero no quiero que me tomen el pelo a no ser que lo hagan con un corte limpio y con vaselina. No se sorprenda de encontrarse con un buen escarmiento cuando pasee su culo por aquí. ¿He hablado claro?

Derek abrió la boca, pero no pudo decir nada. Los demás intercambiaron miradas de frustración. Cameron se puso de pie.

– Señor -dijo-. Esto no es un chiste.

– Escucha, Kates…

– No -respondió Cameron-. Usted tiene que escuchar. -Tank giró la cabeza con las cejas levantadas-. Esto es una amenaza real -continuó Cameron-. Hay un enorme organismo aquí que parece ser un depredador. No tenemos armas, y estamos atrapados en la isla. Tiene usted que tomar medidas para proporcionarnos seguridad, y nosotros necesitamos recibir órdenes mientras tanto.

El transmisor quedó en silencio.

– Primero -respondió Mako al fin-: vigila tu tono de voz cuando hables con un superior. ¿Está claro?

– Sí, señor.

– No sé qué coño está sucediendo ahí, pero voy a preparar un rescate. Desharemos este entuerto cuando estéis aquí. Mientras tanto, el doctor Rex Williams dirige el cotarro: no puedo pasar por encima de una orden directa del secretario Benneton. ¿He hablado claro? ¿Mitchell?

– Sí -respondió Derek-, señor.

Mako cortó la comunicación.

Szabla salió de la tienda de Rex con cuatro bengalas en el bolsillo y con dos trípodes. Tiró uno de ellos al suelo y le dio la vuelta al otro, desplegando las patas. De dos centímetros y medio de grosor, cada pata era un cilindro vacío de aluminio que acababa en una punta de aleación de acero. Szabla empezó a desenroscar una de las patas.

– ¿Qué estás haciendo? -dijo Rex-. Son mis trípodes.

Szabla acabó de desenroscar la pata y se la lanzó a Tank. Él la agarró al vuelo, delante de su cabeza.

– Ya no -respondió Szabla.

Desmontadas, las patas eran unas buenas armas: unas pequeñas lanzas de metal que se podían utilizar como instrumento de punta afilada o roma. Szabla desmontó los trípodes hasta que cada soldado estuvo armado con una pequeña lanza. Rex miró hacia el enorme cuerpo al lado del fuego e intentó no protestar.

– ¿Teniente? -dijo Cameron. Con un pie encima de uno de los troncos, Derek miraba hacia el bosque con estupor. Cameron hizo chasquear los dedos con fuerza. Derek se dio la vuelta despacio y la miró-. ¿No ibas a mandar a dos de nosotros a registrar las granjas en busca de armas? -A pesar del esfuerzo, no consiguió que la irritación no se le notara.

– ¿Qué? Ah, sí. -Derek hizo una seña con la cabeza hacia Szabla y Justin-. Id a registrar las granjas en busca de armas.

Szabla tiró las bengalas al suelo y se levantó despacio, estudiando a Derek. Otro tronco del fuego se encendió y unas chispas saltaron en el aire.

– ¿Es tuya esta orden, o de Cameron? Porque la última vez…

– Es mía -respondió Derek-. En marcha. Y manteneos alejados del bosque.

Szabla, balanceando la pequeña lanza, se dirigió hacia el camino. Justin se sacó una célula solar del hombro y la colocó en el foco, pero no lo encendió. Cameron le lanzó una lanza corta y Justin siguió a Szabla en la oscuridad.

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