Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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– Derek ha sido soldado durante mucho tiempo -dijo Tucker.

– No importa. Yo he conocido a veteranos que un día perdieron la fuerza de matar y… -Savage se pasó un dedo por el cuello y emitió un sonido cortante-. Le puede pasar a cualquiera, en cualquier lugar. Lo he visto muchas veces en Vietnam. Un buen compañero fue al pueblo y acuchilló a una vieja zorra. Lo tuvo despierto durante noches, pensaba que se parecía a su abuela. Una mañana empezó con los temblores, primero en las manos y luego en los brazos. Un día, el equipo se va al pueblo y se encuentra con seis imbéciles en una choza, mi colega se queda sin poder moverse, sin poder apretar el gatillo. Perdimos a todo el equipo, excepto a un hombre.

– Parece un cuento de guerra -comentó Tucker en tono burlón.

– ¿Verdad que sí? -dijo Savage, en voz baja, y apretando los labios añadió-: Pero sucedió.

– ¿Cómo lo sabes?

Savage apartó la mirada.

– Yo era ese hombre.

Empezó a caminar entre los árboles y, al cabo de un momento, Tucker le siguió. El silencio lo invadía todo. Cualquier sonido se oía magnificado: el crujido de las hojas bajo sus pies, el suspiro del viento entre las ramas, los extraños parloteos de los petreles.

Llegaron a una zona del bosque donde una falla había abierto el suelo; a partir de allí se expandía una constelación de grietas menores. Los árboles emergían del suelo dibujando extraños ángulos en un intento por agarrarse a las irregulares rocas del suelo. Las matas de claveles del aire de tonos marrones colgaban de las ramas como ratas muertas.

Savage se escurría entre los árboles caídos, los bloques levantados de piedra y las grietas del suelo que parecían abrirse a una profundidad de abismo. Los pasos de Tucker eran inseguros a causa de la oscuridad. En una ocasión estuvo a punto de perder pie en el extremo de una grieta, pero Savage llegó al instante y le agarró en el brazo con mano firme para apartarle. La zona accidentada terminó con la misma brusquedad con que había empezado y dejó paso a una zona de parras y frondosas colinas.

La noche era de un negro azabache, como si la luna hubiera desaparecido. Llovía de nuevo, no con fuerza, como la noche anterior, sino una lluvia fina que saturaba el aire. Szabla y Justin habían estado caminando durante horas. Todas las masas rocosas que habían localizado estaban agrietadas o se encontraban peligrosamente cerca de una fisura o de un precipicio. Szabla se había hecho jirones la camisa de camuflaje y llevaba la camiseta sin mangas, que se le pegaba a los pechos y al estómago a causa del sudor.

Una serpiente de color marrón con manchas amarillas se deslizaba por encima de un árbol caído. Szabla la señaló para avisar a Justin y continuaron avanzando. Las libélulas se apareaban peligrosamente en pleno vuelo, separándose justo para esquivar los árboles. Szabla recordaba haber oído algo sobre pájaros que se apareaban en vuelo en picado y que a veces se mataban porque no podían separarse a tiempo. Echó un vistazo hacia atrás para ver a qué distancia se encontraba Justin. Acercó los labios al hombro y susurró al transmisor:

– Murphy. Canal principal.

Tucker activó su transmisor y sonrió al oír a Szabla.

– Nadie nos oye.

La voz de Szabla le llegaba con extraordinaria nitidez, como si se encontrara a su lado.

– Esta mierda me está poniendo nerviosa -dijo ella, en un susurro-. ¿Te has dado cuenta de la mirada de Derek? Es como si estuviera pasado de rosca.

Tucker se limpió con el dedo meñique la tierra que se le había metido debajo del reloj de muñeca. Luego rompió una ramita de un árbol y la utilizó para apartar las matas de una planta. Savage se encontraba a ocho metros detrás de él y no podía oírle.

– No lo sé. Él es el teniente.

– Lo que es seguro es que no se comporta como tal. Se comporta como los jodidos científicos. He hablado con Mako antes. Una conversación privada. Estaba preocupado pero prudente. Creo que nosotros deberíamos reunimos. Tener una charla.

– ¿Qué dirá Cam?

– ¿Qué demonios importa lo que diga Cam?

– Bueno, quizá podríamos…

– No te muevas -gruñó Savage.

Aunque Savage le había dado un susto de muerte, Tucker se quedó inmóvil. Savage estaba de pie a un metro y medio a su izquierda, en una sombra debajo de una rama. Tucker no se había dado cuenta de que se había acercado tanto; sólo oyó la voz que salía de una zona de sombra.

Tucker estaba en una posición de vulnerabilidad por los tres lados: las sombras le rodeaban. Notó una presencia justo a su lado, donde las sombras daban forma a algo rudimentario pero con apariencia de vida. Se dio la vuelta para orientarse y sintió el pánico en los nervios. Apretó con fuerza la rama que llevaba en la mano.

– ¿Tucker? -La voz de Szabla sonó con un crujido en el transmisor-. ¿Estás ahí?

La conexión recibía interferencias a causa de la lluvia y Tucker rezó para que se cortara. Tenía que hablar para desactivar el transmisor, pero sabía que no debía hacer ningún ruido. Con los labios temblorosos, intentó hacer callar a Szabla, pero sentía la garganta atenazada.

No se había movido ni un centímetro desde que Savage le había avisado. Tenía un pie ligeramente levantado a unos diez centímetros del suelo. Un trueno estalló en la noche. El sudor le goteaba por la frente.

– Ni un centímetro -murmuró Savage-. Ni respires.

Bajo el peso de todo el cuerpo, la pierna izquierda empezó a temblarle a la altura de la cadera ligeramente. La flexionó un poco y consiguió detener el temblor. El agua de la lluvia le caía sobre la cara y parpadeó con fuerza para sacarla de los ojos. Los nudillos de la mano con que agarraba la rama estaban blancos. Un poco de barro adherido a la bota que tenía levantada cayó al suelo.

Un rayo iluminó la noche y vio, delante y por encima de él, a la enorme criatura, a una distancia no mayor de un brazo y medio, a su derecha. Se balanceaba arriba y abajo y estaba perfectamente camuflada con el follaje a su alrededor. Tenía las patas anteriores dobladas, en actitud de rezo, y las grandes alas, plegadas a la espalda. Si no estuviera justo a su lado, él no la habría visto entre las ramas, ramitas y hojas.

Los ojos de la criatura, normalmente de un tono verdoso, eran negros en la noche. Entre ellos y colocados en forma de triángulo se encontraban los ocelos, tres ojos más pequeños que utilizaba solamente para distinguir la cantidad de luz. Brillaban como perlas bajo el arco de las antenas. Los ganchos de la punta de las extremidades estaban aferrados alrededor de una ancha rama de Scalesia a unos cuatro metros y medio del suelo. La rama crujía al balancearse.

Tucker volvió la cabeza con dolorosa lentitud y miró el rostro de la criatura. Las antenas frontales vibraban en la brisa, las distintas partes de la boca temblaban y, por un instante, Tucker vio su propio reflejo atemorizado en los ojos negros.

La voz de Szabla sonó, cortante:

– … Próxima orden. Creo que podemos tomar un poco el mando…

Tucker sufrió un ligerísimo temblor al escuchar la voz y las antenas de la criatura se irguieron al notar el movimiento. Tucker tenía los orificios de la nariz dilatados y el pecho tembloroso a cada intento de respirar.

El ataque fue tan rápido que Savage no pudo ni siquiera verlo. Las patas de presa atraparon a Tucker y lo aplastaron en un instante. Tucker chilló al notar las púas de las patas que le atravesaban la carne y que casi le cortaban por la mitad. Tenía un brazo clavado a un costado. El ataque duró tres milésimas de segundo.

La rama de Tucker cayó al suelo.

La criatura se dejó caer de la rama y aterrizó hábilmente sobre sus patas sin aflojar la presa. La terrorífica cabeza se acercó a la nuca de Tucker y la boca se abrió mostrando una colección de herramientas naturales.

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