Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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– No tenemos conocimiento de que estas larvas sean peligrosas.

– Yo preferiría no averiguarlo.

Rex se dio la vuelta hacia Derek, con la mirada dura.

– Son tus soldados, bajo tu mando. Tu trabajo es mantenerlos a raya.

Derek miró el pequeño cuerpo quemado con la mirada ligeramente perdida.

– No es que nos carguemos todo lo que nos da la gana. Esto no es natural.

– ¡Una mierda! -gritó Savage, con las venas del cuello hinchadas. Tenía agarrado el cuchillo con tanta fuerza que los nudillos de los dedos se le habían puesto blancos-. Natural -gruño-, ¿qué coño es natural? Cualquier cosa que queramos. Cualquier cosa que seamos. Cualquier cosa que hagamos viene de la tierra y de nuestro cerebro primitivo. Los misiles nucleares, el Agente Naranja… -lanzó el cuchillo al aire y lo recogió hábilmente por el filo entre el pulgar y el índice-… cuchillos. Todo es natural. No seas tan arrogante de pensar otra cosa. Así que no me vengas con la mierda de lo natural cuando tú sólo matas las cosas desagradables. Porque yo lo he matado todo. Mujeres, niños, bebés. Te podría contar historias que harían que el corazón te saliera por la boca. ¿Y sabes qué? Todo es lo mismo. No existe lo natural. No hay reglas.

Derek fue a hablar, pero Savage levantó el cuchillo y lo apuntó hacia él, a centímetros de su ojo.

– Esta lección entra con sangre, teniente. Apréndetela.

Se reunieron en el claro que había al exterior del túnel de lava, todos menos Savage, que se quedó observando el bosque con un pie apoyado en una retorcida raíz que sobresalía del suelo como un brazo de una tumba. Se llevó a la boca un trozo de plátano, que cortaba con su Viento de la Muerte.

Se encontraba a bastante distancia de los demás, que habían formado un círculo y hablaban en voz baja para que él no los oyera. Cameron miraba a Derek con preocupación y tenía la cabeza a mil con todo lo que había sucedido. No comprendía por qué Derek no había detenido a Savage.

La visión de Cameron se enturbió y luego volvió a aclararse. Consiguió concentrar la mente.

– Me molesta parecer un disco rayado -dijo-, pero tenemos un objetivo aquí, y es terminar la misión. Ni más ni menos. Cualquier cosa que no contribuya a realizar nuestro objetivo es irrelevante.

– Y yo soy el segundo oficial al mando, aquí -dijo Szabla.

Cameron la miró un largo rato antes de hablar.

– Sí, Szabla -dijo-. Lo sabemos.

Diego había envuelto los restos de la larva con su camisa para transportarla a la base. Se puso de pie con los pies ligeramente separados y, dirigiendo una inexpresiva mirada hacia los árboles, dijo:

– Garrapatero de pico liso.

Los demás miraron pero no vieron nada, pero de repente, un pájaro negro salió disparado de una rama y atravesó como una flecha el sotobosque.

– ¿Cómo diablos te has dado cuenta? -preguntó Tucker.

Diego se acarició el mostacho con los dedos pulgar e índice.

– No puedo ver las hojas -respondió.

Lo había dicho con voz suave y apenada, y sonó como la lenta corriente de un río. Diego miró hacia la entrada del túnel de lava y negó tristemente con la cabeza.

Rex se acercó a un charco de agua que se había formado en una cavidad en el basalto, al pie del túnel de lava, con la mano metida en la mochila buscando un tarro de cristal. Lo llenó y luego lo levantó a contraluz. A través del cristal el agua se veía de un tono rojo. Cameron y los demás le observaron mientras él colocaba el tarro en la mochila y volvía a reunirse con ellos con expresión pensativa. Cuando se dio cuenta de que Cameron le observaba, hizo un gesto de desconcierto con la cabeza.

– Dinoflagelados en el agua -dijo.

Diego frunció el entrecejo.

– ¿Cómo es posible que el fitoplancton haya llegado hasta aquí arriba?

Cameron dirigió la atención a Derek, que se había puesto pálido.

– ¿Estás bien, teniente? -preguntó Justin.

– Sí -dijo Derek, cortante-. Estoy bien. Todo está bien. Vamos a terminar el reconocimiento del bosque, encontraremos un lecho de piedra y volveremos a la base a las ocho. Quiero la localización para la cuarta unidad de GPS cuando nos reunamos.

– Quiero garantías de que no va a haber ningún otro comportamiento como éste -dijo Rex.

– Muy bien -dijo Derek-. Te lo garantizo. Cualquiera que actúe sin órdenes directas responderá ante mí. -Levantó los ojos: los tenía cansados y con un tono verdoso.

– ¿Y él? -dijo Diego, señalando a Savage con la cabeza.

– Yo me encargo.

– Esta misión es mía -dijo Rex-. Lo sabes.

Szabla lo miró con desagrado.

– Ya lo has dejado claro -le dijo.

Derek se dirigió al grupo.

– En marcha.

Se pusieron en movimiento, por parejas, y se dirigieron hacia el bosque. Tucker pasó al lado de Savage sin aminorar el paso, y éste lo siguió por el sotobosque.

Szabla se detuvo al lado de Derek y estudió su rostro, como intentando descifrarlo. Le habló en un susurro que difícilmente oyó Cameron y que los científicos no podían escuchar.

– Mira, teniente, creo que estas cosas deberían…

– En marcha, Szabla -gruñó él, sin mirarla.

Szabla dudó unos momentos, deseando decir algo más, pero él no le hizo caso ni siquiera cuando ella hizo un movimiento de cuello e hizo sonar las vértebras de la nuca. Justin la esperó pacientemente donde comenzaban las plantas. Cuando, finalmente ella se reunió con él, Justin la dejó tomar la delantera.

Derek y Cameron se quedaron solos en el claro. El anochecer extendía las sombras a su alrededor. El suelo tembló ligeramente, pero el movimiento no llegó a ser un terremoto. Derek no pareció darse cuenta.

– ¿Estás bien, Derek? -le preguntó.

– Bien -le respondió, cortante, pero evitando su mirada-. Voy a romperle la cabeza a Savage si vuelve a tocar a otro bebé.

Cameron apretó los labios, preocupada. Ella compartió la sensación visceral de Derek al ver morir a aquella cosa, pero parecía que Derek se dejaba llevar por el torrente de sus emociones.

Cameron se aclaró la garganta, incómoda, y dijo:

– No es un bebé, Derek.

Él emitió una risa hueca.

– No me jodas. Yo no he dicho que fuera un bebé.

Se quedaron unos momentos de pie, allí, con el silbido del viento entre los árboles y las llamadas de extraños animales a su alrededor. Cameron observó a una araña abrirse paso por un tronco cubierto de musgo. Volvió a aclararse la garganta con incomodidad:

– Mira, Derek, ya sé que esto es difícil teniendo en cuenta que…

– Tú no sabes nada, ¿vale? -respondió Derek con voz ronca. Se dio la vuelta con las mandíbulas apretadas-. Vámonos.

Cameron observó el pulso en la sien de Derek antes de darse la vuelta y empezar a caminar de vuelta al campamento con la cantimplora golpeándole el muslo como un trofeo de caza.

41

Tucker y Savage se detuvieron un momento en la oscuridad para hidratarse, sintiendo el olor a humedad del aire cargado. Tucker rompió el largo silencio al aclararse la garganta. Savage le miró, a la expectativa.

– En casa todo tiene nombre -dijo Tucker-. Calles, números en las casas. Uno siempre puede decir adónde se dirige, de dónde viene. Aquí no. Sólo árboles y tierra y colinas. Uno se puede perder la pista a sí mismo, aquí.

Savage se rascó la barba y los dedos quedaban parcialmente ocultados dentro de ella.

– O también puede encontrarse a sí mismo. -Se mordió ligeramente la parte interna de la mejilla, moviendo la mandíbula de un lado a otro-. Vuestro teniente, ahora no está en una posición firme.

Tucker no contestó.

– ¿De qué va toda esa mierda de que hablabais en la reunión informativa de Sacramento? ¿Algo por lo que él pasó?

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