El apetito del animal parecía casi insaciable: Diego y Rex habían estado haciendo experimentos durante una hora, le habían estado dando desde cactus hasta ramas de palosanto. No habían determinado con certeza si era carnívoro, pero se había alejado de una iguana terrestre adulta que Rex intentó ofrecerle a pesar de las protestas de Diego. En aquel momento, hinchada por la madera, la larva se arrastraba por la base de la caja de viaje llena de agua que estaba cerca de la tienda de Tank.
Derek salió de su tienda a la oscura noche tropical rascándose la barba. Tenía los ojos enrojecidos.
– Creí que intentabas dormir un poco, teniente -le dijo Cameron.
Derek tomó un trago de una de las cantimploras. Se frotó los ojos y se masajeó la frente.
– ¿Cómo sabes que no lo conseguí? -preguntó.
– No lo sé -respondió Szabla-. Por tu actitud amable, imagino.
De repente, un sonido de chapoteo hizo que Cameron se volviera hacia la caja de viaje. La larva había trepado por el lateral de la caja y había caído dentro. Diego se levantó en un instante y miró al interior de la caja abierta. Los demás se reunieron alrededor mientras él metía la mano para agarrarla.
– ¿Va todo bien? -Cameron se sorprendió al oír su propio tono de preocupación.
Rex se situó al lado de Diego, empujando a los demás, y miró al interior de la caja. La larva forcejeaba en el fondo alrededor del brazo de Diego que intentaba agarrarla.
– Espera -exclamó Tank, señalando-. Mira.
Rex sujetó el brazo a Diego y se lo sacó del agua. Derek indicó a Tank con una señal que se apartara para dejar paso a la luz. El movimiento de la larva se hizo más lento.
– Sácala -dijo Derek. Parecía preocupado, casi contrariado-. Sácala.
– No, espera -dijo Diego-. Está respirando. Mira. -Señaló las agallas, que se abrían y se cerraban debajo del agua-. Dios santo. Esas agallas deben introducir aire en una bolsa de aire o en unos pulmones versátiles de alguna clase.
– Sí, Dios santo -dijo Tucker-. ¿Es que esta cosa va a volar también?
– Quizás eso era lo que hacía cuando la encontramos -dijo Diego-, quizá se dirigía al océano.
Diego agarró a la larva firmemente por la base de la cabeza y la sacó del agua. La dejó colgando delante de él, retorciéndose en el aire con el abdomen curvado. Los ojos como de obsidiana brillaban con el reflejo del fuego y de sus espiráculos salía aquel sonido peculiar.
Diego dejó la larva en el suelo. Ésta expulsó el agua por las agallas, retorciéndose y estirando el cuerpo.
– Creo que deberíamos matarla -dijo Szabla-. Cortarla y ver qué es.
Derek, Diego y Cameron la miraron, ofendidos.
– El exterminio de especies terminó con los magnates del ferrocarril del Tercer Reich -dijo bruscamente Rex.
– Estoy de acuerdo con Szabla -dijo Savage y bajó el pulgar teatralmente, como un emperador romano.
Justin se puso en pie, golpeándose los puños, enfadado.
– Bueno, esto es una jodida sorpresa.
– Nadie va a matar al bicho -dijo Derek.
Szabla se pasó la mano por los morados que tenía en el cuello y preguntó:
– ¿O qué, teniente?
Se separaron y cada uno se dirigió a su tienda. A pesar de que la larva no había mostrado ningún signo de querer alejarse, Diego vació la caja de viaje y la puso dentro.
– Voy a echarle un vistazo durante la noche -anunció. Cerró la tapa de la caja y empezó a arrastrarla hacia su tienda.
Diego oyó el sonido característico de la larva, como de aire expulsado con suavidad, mientras introducía la caja en la tienda y encendía la lámpara. Colocó la caja en una esquina de la tienda y se sentó en la cama, mirando la caja cerrada. Era una sencilla caja rectangular que contenía quizá la más sorprendente de las anomalías de la naturaleza descubiertas en su época. Y él era su descubridor. Quizá su apellido encontrara un lugar en la taxonomía animal.
La puerta de lona de la tienda se abrió y Derek entró en la tienda. Diego se asustó y casi se cayó de la cama.
– Me has asustado -le dijo.
Derek no contestó. Los reflejos de la luz de la lámpara jugueteaban sobre su rostro y brillaban en sus ojos enrojecidos. Se pasó una mano por la barbilla, sin afeitar durante varios días.
– Quiero echarle un vistazo -dijo, inclinando la cabeza en dirección a la caja-. A solas.
Diego se puso las manos encima de las rodillas y se dio cuenta de que estaba sudando.
– Creí que habíamos llegado al acuerdo de que no le haríamos ningún daño.
Derek le miró y, por primera vez, no tenía la mirada perdida. Era más bien una mirada dura, ofendida, pero pronto desapareció.
– Si quieres tener a esa cosa en mi campamento base con mis hombres, tengo que echarle un vistazo más de cerca.
Diego cruzó los brazos.
– ¿Por qué tienes que hacerlo a solas?
– Quizá prefieras dejar a la larva fuera y arriesgarte a que esté todavía allí mañana.
Diego se puso de pie y con paso inseguro se dirigió a la puerta. Derek no se apartó de su sitio y Diego tuvo que esquivarle para salir de la tienda. Se detuvo fuera, justo delante de la puerta, con la cabeza inclinada hacia atrás. Dio un profundo suspiro, se volvió y atisbo por una rendija de la lona de la puerta.
Derek esperó un momento a atravesar la tienda en dirección a la caja de viaje. Levantó la tapa despacio. El interior estaba oscuro. Levantó la lámpara y se inclinó un poco para mirar dentro.
La larva levantó un poco la cabeza en la oscuridad. Durante unos instantes, Derek se quedó quieto bajo la mirada de la larva, escuchando la respiración a través de aquellos orificios. Finalmente, se inclinó más hacia delante y sacó a la larva de la caja como se saca a un niño de su cuna, tomándola con ambas manos por el tórax. La larva enroscó y luego desenroscó el abdomen, que quedó colgando. Quizás era sólo la luz, pero la cabeza parecía bastante antropomórfica: unos ojos grandes y redondos, la línea limpia de la boca, las mandíbulas retraídas.
Derek apretó a la larva contra su pecho. Le colocó la mano sobre la espalda y anduvo con la larva en brazos; el abdomen le colgaba y le daba golpecitos en el estómago. Entonces le acarició la cabeza, aplastándole las antenas un poco hacia atrás.
Incapaz de contenerse por más tiempo, Diego cruzó la puerta de lona y se aclaró la garganta con energía. Rápidamente, Derek apartó a la larva de su pecho y la colocó con brusquedad en la caja, con un gesto expeditivo.
La larva se movió y se encaramó por una de las paredes de la caja hasta que la cabeza, y sus oscilantes antenas, se hizo visible a la luz.
Derek la observó un momento, como resistiendo el impulso de ponerle la mano encima de la cabeza. Inclinó levemente la cabeza en dirección a Diego y salió de la tienda.
Algo en el ambiente hizo que Szabla se despertara. El aire se mezclaba con la humedad y el calor. El sexo, el calor y el peligro eran indistinguibles el uno del otro en el trópico, como movimientos separados de un mismo baile. Empezó a caer una lluvia lenta y cálida que le mojó el pelo y se lo pegó en el rostro.
Sola, se sentó en el tronco y miró la noche. La larva y el comportamiento violento de Derek la habían confundido. Le costó conciliar el sueño. No era la única que tenía insomnio: Tucker estaba tumbado sobre su colchón detrás de su tienda, dibujando las constelaciones en un delgado cuaderno de bitácora, y se veía la silueta de Derek dando vueltas en la cama en la tienda que compartía con Cameron.
Después de llevarla todo el día colocada en el hombro bajo la luz del sol, la célula solar estaba cargada del todo. Szabla se la sacó despegando el velero de un tirón y la colocó en un foco metálico de un color verde oliva. Solamente habían llevado luces no tácticas; a pesar de que tenía lentes intercambiables, daba una luz amplia y luminosa.
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