Gregg Hurwitz - Cuenta Atrás

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Latinoamérica es víctima de constantes desastes ecológicos: los rayos solares que atraviesan los agujeros de la capa ozono pueden quemar la piel humana en cuestión de minutos, muentras que los terremotos y los huracanes están a la orden del día. Un grupo de investigadores es enviado a una isla de las Galápagos con el objetivo de instalar unos detectores de actividad sísmica que permitan prevenir futuros seísmos y paliar de algún modo sus devastadores efectos. Como refuerzo y protección, les acompaña un equipo de soldados de la marina estadounidense.

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Después de hacer las presentaciones, la escuadra se reunió alrededor de la mesa. Derek se sentó a un extremo al lado de Rex y Donald, de cara a los soldados. Cameron se sintió aliviada al observar que tenía un aspecto más sereno que antes, más profesional.

Rex estudió a Derek con un esbozo de sonrisa en los labios.

– ¿Seguro que no necesitaremos más hombres?

– Dos de nosotros somos mujeres -dijo Szabla-. Siguiendo con la mejor tradición naval, preferimos que se refieran a nosotras como «tías» o «damas».

Rex se rió, pero Derek le miró con dureza. Donald se levantó y cruzó las manos sobre el generoso vientre.

– Bueno, ya he repasado el itinerario con el teniente Mako.

– Estoy a punto -dijo Derek-. Tendré tiempo para informar a los demás antes de salir esta noche.

– Vale -dijo Rex-. Porque ya es bastante malo que seáis siete. Pero lo que es seguro es que yo no puedo llevar a cabo una misión de tal importancia…

– De tal importancia -repitió Szabla.

Rex la miró.

– ¿Qué demonios significa eso?

– Significa que, tal como están las cosas, no creo que una expedición científica sea de la mayor…

– Déjame manejar esto, Szabla -dijo Derek.

– … Importancia y que para ello debamos utilizar soldados de primera categoría…

– Szabla -interrumpió Derek, en tono de advertencia-. ¿Qué parte de «déjame manejar esto» fue la que no entendiste?

– Creo que la de «déjame», teniente. Tiene un problema con el imperativo -respondió Justin con una sonrisa dirigida a Szabla.

Ésta levantó la mano con la intención de darle un revés, pero Justin la agarró por la muñeca a pocos centímetros de su nariz.

Cameron estuvo a punto de decirles a Justin y Szabla que se callaran, pero se contuvo para no pasar por encima de Derek. Se puso las manos entre las piernas y apretó las rodillas con fuerza.

– ¿De primera categoría? -preguntó Rex.

Savage se llevó la mano a la nuca y se arrancó una pequeña costra que, acto seguido, examinó y lanzó al suelo. Volvió a pasar los dedos por encima de la herida y se limpió los restos de sangre en los pantalones.

– Rex -dijo Donald con suavidad-, no creo…

Derek se levantó y se apoyó encima de la mesa mirando a sus soldados.

– Vamos a dejar algo claro. Escoltaremos al doctor Williams porque ésa es nuestra misión. -Dirigió la mirada hacia Rex, quien se la devolvió, evidentemente impresionado por su considerable envergadura-. Pero usted no tiene por qué poner las cosas más difíciles de lo necesario.

– Simplemente discrepo de la elección del término «de primera categoría» como calificativo. -Rex señaló a Savage-. Ese tipo tiene aspecto de haber salido de una cloaca.

Savage le saludó con la mano y siguió atándose la bota, que se encontraba encima de la mesa.

– Lo único que importa -dijo Cameron- es el objetivo de la misión.

– ¿Quién trajo a la scout ?

– ¡Szabla! -dijo Derek-. No estoy bromeando.

Donald se quitó las pequeñas gafas y las limpió con evidente nerviosismo.

– Me gustaría… Si es posible, me gustaría discutir…

Rex se inclinó hacia delante:

– Volaremos a Guayaquil, tenemos que parar ahí para pasar la noche. ¿Cómo? No lo sé. Eso es cosa suya. Obviamente, no queremos nada con la ONU. Pasaremos la noche de Navidad en Guayaquil, una encantadora ciudad polucionada por la industria y centro cultural del universo. Recogeremos al doctor Juan Ramírez, profesor de Ecología de la Universidad de Guayaquil, quien me ayudará en mi trabajo. Luego volaremos a Baltra, donde se encuentra el único aeropuerto operativo de las Galápagos. Fue una base militar de Estados Unidos, así que eso debería poner a flote vuestro barco.

Savage eructó. Rex eligió hacer caso omiso de él.

– Luego tendremos que colocar el equipo telemétrico en la estación Darwin, en Santa Cruz, y regañar a quienes todavía permanezcan en el Departamento de Sismología por dejar que su trabajo se vaya a la mierda. Entonces podremos irnos a Sangre de Dios, donde asumiré la extraordinaria, ambiciosa e impresionante tarea de equipar la isla con baratijas y juguetes geodésicos: seis unidades de GPS, para ser más exacto.

– ¿Qué tal es el terreno? -preguntó Cameron.

– Bastante variado. Desde suelos de lava a selva densa.

– ¿Llevaremos GVN? -preguntó Szabla.

Rex dirigió a Derek una mirada de desconcierto.

– Gafas de visión nocturna -explicó Derek. Dirigiéndose a Szabla, respondió-: No. No es una operación encubierta y, además, colocaremos los GPS de día. No necesitamos ataviarnos con todo el equipo de combate, no es exactamente una zona caliente.

Szabla se apoyó en el respaldo de la silla y cruzó las manos detrás de la cabeza.

– ¿Cómo funcionan estas unidades?

– Miden el índice de deformación del suelo. Necesitamos seis unidades para tener una red. Remitirán la información a la estación Darwin y los científicos de allí, a su vez, nos remitirán la información a nosotros a través del ordenador.

– ¿Por qué no recibir directamente la información ahí?

– Por desgracia, el equipo telemétrico no es tan avanzado. Sólo puede enviar la información en línea recta. La distancia entre Ecuador y Sacramento es demasiado grande, y la línea de curvatura entre los dos puntos impide que la transmisión llegue a destino.

– ¿«Línea de curvatura»? -preguntó Tucker.

– La tierra es redonda -respondió Rex con una sonrisa irónica.

Tucker apretó los labios.

– Ah, claro.

Derek se inclinó hacia delante y apoyó los codos encima de la mesa.

– Creo entender que el transporte por la isla es un problema.

– Sí, pero lo tengo todo arreglado en cuanto aterricemos en Baltra. Es sólo que los aeropuertos están enredados en burocracia militar. Navegar entre las islas es un coñazo logístico, pero no es nada político. -Rex miró a los demás-. En total, es un viaje de ocho días: dos de ida, cuatro en Sangre y uno de vuelta. Si todo va bien, estaremos de vuelta por Año Nuevo. El trabajo de ustedes consistirá en evitar que me peguen un tiro, me apuñalen o me descuarticen, en facilitarme el tránsito por los aeropuertos evitando registros, en ayudarme a cubrir Sangre de Dios y a colocar el equipo en su lugar.

– ¿No hay ya científicos allí que podrían hacer todo esto… -preguntó Cameron- y ahorrarnos el viaje?

– Ésa es una buena pregunta, señorita… -Rex la miró, expectante.

– Jefe -dijo Cameron-. Kates. Pero Cameron sirve. Además de una respuesta directa sin condescendencias.

Rex silbó.

– Lo siento mucho.

– No hay problema.

Rex reprimió una sonrisa y se inclinó hacia delante.

– Muy bien, Cameron. La razón por la cual los científicos de allí no pueden ocuparse de esto es que la financiación que reciben, como puede usted imaginar, es peor ahora debido al desorden económico, y prácticamente no pueden permitirse un mantenimiento, por no hablar de conseguir la tecnología puntera. El transporte por barco se ha ido al carajo, así que no les podemos enviar el equipo. Casi no podemos comunicarnos por teléfono ni por fax ni por correo electrónico para saber qué está pasando. Además de todo eso, están abandonando la isla en manada.

– ¿Por qué? -preguntó Cameron.

– Porque no son tan valientes como nosotros. -Rex sonrió-. O tan tontos. «Los menos, los más valientes…»

– Eso es de los infantes de marina -dijo Szabla.

– Es lo mismo -respondió Rex.

Tucker escuchaba con atención.

– ¿Por qué es Sangre de Dios tan importante? -preguntó.

– Porque se encuentra encima de una red de fisuras que corren hacia el sur desde la zona de fractura de las Galápagos y, lo que es más significativo, de las fisuras que corren hacia el continente desde la dorsal del Pacífico oriental. Se encuentra cerca del origen de las dos fuerzas mayores que afectan el movimiento de toda la placa de Nazca.

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