Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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– ¿Nueva York? -pregunto.

– De hecho tenemos algunos amigos en la oficina de Nueva York -interviene Charlie-, ¿Cómo se llama ese experto?

Gillian frunce el ceño, pero el truco da resultado.

– Bueno, es uno de nuestros mejores hombres -dice Katkin mientras las garras del buitre se hunden profundamente en mi espalda. Miro con expresión vacía a través del tablero de cristal del enorme escritorio mientras los pies de Katkin reposan sobre la mullida alfombra-. Un tío realmente agradable -explica Katkin-. Se llama Jim Gallo.

53

– ¿Hay algún problema? -pregunta Katkin, desconcertado por nuestro silencio.

– No, por supuesto que no -insiste Charlie, mientras tratamos de recobrarnos-. Es sólo que… Jim Gallo no es el tío que conocemos en Nueva York…

– Es una oficina muy grande -admite Katkin.

– ¿Quiere decir que mi padre se llevó la idea con él cuando se marchó? -pregunta Gillian, ansiosa por volver a hablar del invento.

– Sucede siempre -contesta Katkin-. Los empresarios entran, hablan maravillas de sus inventos y cuando les hacen una oferta mejor, no volvemos a verles el pelo. Así es este negocio. Y con un experto en ganar dinero como Duckworth, quiero decir, algunas de esas cosas en las que estaba trabajando, ignoro cómo lo consiguió, pero imagino que encontró un nuevo socio y se largó.

– Verá, nosotros esperábamos que usted pudiese ayudarnos precisamente en ese aspecto -le interrumpo-. Con la falta de documentación sobre el testamento del señor Duckworth, tenemos bastantes problemas para evaluar sus inventos…

– Sólo queremos saber qué inventó -dice Gillian.

Charlie se remueve en el sofá. «Adiós paciencia; hola desesperación», expresa con la mirada.

– Lo siento -comienza a decir Katkin-. Pero no estoy autorizado a dar esa información.

– Pero ella es la única heredera del señor Duckworth -insisto.

– Y éste es un acuerdo de no divulgación de hechos -replica Katkin.

– No le estamos pidiendo gráficos…

– No, me están pidiendo que viole un contrato legal obligatorio y, en el proceso, dejar expuesta a nuestra compañía a un conflicto de responsabilidad.

– ¿Puede decirnos, al menos, qué relación guarda el invento de mi padre con las fotografías? -le ruega Gillian.

– ¿Las qué?

– Estas… -Saco del bolsillo de la chaqueta la tira de instantáneas de cuatro por cuatro.

El rostro de Katkin parece confuso. No tiene ni la más remota idea de qué está mirando.

– Las encontramos junto con el acuerdo -explica Charlie.

– ¿Sabe quiénes son estas personas? -pregunta Gillian.

– En absoluto -dice con su tono de Minnesota-. No las he visto en mi vida.

– ¿De modo que no tienen nada que ver con el invento? -pregunto.

– Ya les he dicho…

– Lo sé, pero esto es mucho más importante que respetar un acuerdo hecho con un hombre muerto -presiono. Tal vez demasiado.

Katkin se levanta de su sillón y nos mira fijamente a los tres.

– Creo que ya hemos terminado.

– Por favor… usted no lo entiende… -le imploro.

– Ha sido un placer conocerles -dice Katkin fríamente.

Charlie se pone de pie de un salto y se dirige hacia la puerta. Gillian le sigue.

– Vamos -dice mi hermano.

– Pero es extremadamente urgente que nosotros…

– ¡Oliver, vámonos!

Katkin me mira y el oxígeno desaparece de la habitación. Mierda. Nombres falsos.

Me quedo paralizado. Gillian y Charlie están junto a la puerta. Katkin nos taladra con una mirada tan intensa que realmente quema.

– Hijo, no sé quién crees que eres, pero permíteme que te dé un pequeño consejo: este juego no te conviene.

Charlie me pone una mano en el hombro y me lleva hacia la puerta. Cuatro segundos más tarde hemos desaparecido.

– ¿Qué fue lo que inventó? ¿Qué fue lo que inventó? -dice Charlie con voz quejumbrosa desde el asiento trasero del escarabajo azul clásico de Gillian-. ¿Por qué tenías que empezar a cotorrear de ese modo?

– ¿Que yo cotorreaba? -estalla Gillian mientras le mira a través del espejo retrovisor-. Veamos, ¿quién es éste? Oliver, Oliver… ¿Oh, acabo de conseguir que nos escolten hasta la puerta del edificio? Lo siento, no sé en qué estaría pensando. En realidad no estaba usando una sola neurona.

– ¿Podéis dejarlo ya, por favor? -les digo, sentado como si fuese un guardia armado mientras regresamos por la autopista-. Tenemos suerte de haber conseguido esa información.

– ¿De qué diablos estás hablando? -pregunta Charlie.

– Ya has oído lo que ha dicho Katkin, esa historia acerca de Duckworth… hacer venir a Gallo desde Nueva York, al menos ahora sabemos lo que estamos buscando.

– ¿Crees que Gallo llegó y le hizo a mi padre una oferta mejor? -pregunta Gillian.

– Dímelo tú -comienzo-. Acto primero: tu padre comienza a deambular buscando capital de riesgo para que le ayuden con algo que ha inventado. Acto segundo: lleva la idea a Five Points Capital, brazo del servicio secreto. Acto tercero: Gallo aparece en escena. Acto cuarto: tu padre cambia repentinamente de idea, desaparece de la faz de la tierra y alquila un lugar miserable en la ciudad natal de Gallo. ¿Qué piensa que ocurrió entonces, Miss Marple?

– Five Points Capital consultó a Gallo, pero cuando éste vio el invento de mi padre…

– … supo al instante que podía llevarlo al mercado negro y venderlo por su cuenta. En ese momento le hace una propuesta a Duckworth: «¿Por qué dividirlo con el CR cuando podemos quedarnos con todo el negocio?»Charlie se inclina hacia adelante entre ambos asientos.

– Pero si estaban trabajando juntos, ¿por qué iba Gallo a volverse contra él?

– Porque quedarse con todos los beneficios es mejor que dividirlos en dos: «Sí, Marty, por supuesto, te ayudaremos a construir el prototipo… Sí, Marty, será mucho mejor si trabajas directamente con nosotros… Gracias por tu ayuda, Marty, ahora nos quedaremos con tu idea, meteremos toda nuestra pasta en una cuenta a tu nombre y tú serás el cabeza de turco.» En el momento en que Duckworth comprendió lo que estaba pasando fue cuando se deshicieron de él. Sólo que, para entonces, ya habían puesto sus manos sobre su criatura.

Gillian mira por la ventanilla sin decir nada.

– Sabes lo que quiero decir'-añado.

Ella no contesta.

– ¿Qué pasa con el dinero? -pregunta Charlie-. Aun cuando la teoría sea correcta, no nos dice cómo lo hicieron para esconderlo en el banco.

– Por eso creo que tenían a alguien dentro del banco -digo.

– Tal vez es allí donde entran las fotografías -dice Gillian, reaccionando.

Bajo ligeramente el espejo retrovisor justo a tiempo para ver la mueca en la cara de Charlie.

– Tal vez esa persona está en las fotos, quien ayudó a Gallo a esconder el dinero en el banco -añade Gillian.

– No lo sé -digo, sacando nuevamente la tira de fotografías del bolsillo-. Yo tampoco les he visto en mi vida.

– ¿Podrían ser de otra oficina? ¿El banco no tiene sucursales en todo el país?

– Algunas… pero todos los socios están en Nueva York. Y la forma en que esa cuenta fue ocultada… se necesita la intervención de un pez gordo para hacerlo.

Charlie inclina la cabeza abriéndose paso nuevamente hacia el espejo retrovisor. El piensa que estoy ocultando algo. Tiene razón.

– ¿Estás pensando en alguien en particular? -pregunta, leyendo la expresión de Lapidus en mi rostro. Como siempre, Charlie lo ha descubierto. Gallo no apareció sólo para investigar, vino a buscar su dinero. Y por lo que pudimos ver en el banco, Lapidus y Quincy eran los únicos con quienes estaba trabajando.

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