Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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Alex miró a Meredith, que aguardaba con impaciencia.

– Bailey me envió una carta el día antes de desaparecer.

– ¿Quién te recoge el correo?

– Una de mis amigas del hospital. -Marcó la tecla que en su móvil correspondía al teléfono de Letta-. Letta, soy Alex. Tengo que pedirte un favor.

Dutton, jueves, 1 de febrero, 14.30 horas.

La conversación de Daniel con los Woolf no había ido precisamente bien. Jim Woolf había dejado el asunto en manos de su abogado y Marianne le había dado con la puerta en las narices. Daniel acababa de subirse al coche cuando su móvil vibró.

– Vartanian.

– Leigh me ha avisado de que habías llamado -dijo Chase-. Me he pasado las últimas dos horas en una reunión con el comisario. ¿Qué hay de nuevo?

– He ido a casa de Sean Romney y he interrogado a su madre. Al parecer, Sean estaba por debajo de la curva normal en capacidades cognitivas a causa de un defecto de nacimiento. Según la señora Romney, siempre confiaba en todo el mundo y se mostraba dispuesto a colaborar, y por eso lo vigilaba más de cerca que a sus otros hijos. Adivina qué encontró en su dormitorio hace dos días.

– No tengo ni idea, pero vas a decírmelo ahora mismo, ¿a que sí?

Chase parecía malhumorado y Daniel supuso que la reunión con el comisario habría ido peor que su visita a Marianne Woolf.

– Un móvil desechable. Cuando hemos registrado su habitación, no estaba, y tampoco lo llevaba encima cuando han recogido el cadáver, pero la señora Romney anotó todos los números que había guardados. El número desde el que recibió las llamadas es el mismo que el de la llamada que Jim Woolf recibió el domingo por la mañana.

– Bien -susurró Chase-. ¿Concuerda con alguna de las llamadas recibidas en el móvil que llevaba el tío de la pizzería, Lester Jackson?

– Por desgracia, no. Pero por fin tenemos alguna conexión sólida.

– Ojalá me lo hubieras dicho antes de empezar la reunión -gruñó Chase.

– Lo siento -se disculpó Daniel-. ¿Ha ido muy mal?

– Quería que te apartara del caso, pero lo he convencido para no hacerlo -dijo Chase con sequedad.

Daniel exhaló un suspiro.

– Gracias, te debo una. -Su móvil sonó y miró la pantalla-. Es Ed, tengo que dejarte. -Colgó y respondió a la otra llamada-. Hola, Ed. ¿Qué has averiguado?

– Muchas cosas -dijo Ed, a todas luces satisfecho-. Ven a casa de Bailey y tú también averiguarás muchas cosas.

– Acabo de salir de casa de los Woolf, así que no estoy lejos. Llegaré en veinte minutos.

Atlanta, jueves, 1 de febrero, 16.50 horas.

– Alex, despiértate.

Alex se desperezó y se encontró con una cálida boca que cubría la suya.

– Mmm. -Le devolvió el beso y se recostó en el sofá de la sala de descanso, donde se había quedado dormida-. Ya estás de vuelta. -Pestañeó con fuerza-. ¿Qué hora es?

– Casi las cinco. Tengo una reunión con el equipo, pero antes quería verte. -Apoyó una rodilla en el suelo, junto al pequeño sofá, y le dirigió una mirada de aprobación-. ¿Has vuelto a casa a por tu ropa?

– No. Shannon, el agente que estaba allí anoche me ha dicho que está destrozada. -Se encogió de hombros-. He ido de compras.

Él frunció el entrecejo.

– Creía que…

Ella le dio unas palmaditas en la mejilla.

– Relájate. Chase ha pedido a uno de sus agentes que me acompañara.

– ¿Cuál?

– Pete Haywood.

Daniel sonrió, aliviado.

– Nadie se mete con Pete.

– Eso he pensado.

El hombre era más alto que Daniel y parecía un tanque.

– ¿Nadie ha intentado hacerte nada?

– Nadie me ha mirado siquiera. -Se esforzó por incorporarse y él la elevó sin esfuerzo-. Me ha llamado mi amiga Letta. -Alex lo había telefoneado después de que Sissy le revelara lo de la carta-. Me ha dicho que no había recibido ninguna carta de Bailey.

– Pues ya tendría que haber llegado. -Arrugó las cejas-. ¿Cuánto tiempo hace que te trasladaste de vivienda?

– Un poco más de un año. ¿Por qué?

– En correos solo redireccionan el correo durante un año. ¿Sabía Bailey que te habías mudado?

– No. -Alzó los ojos-. Es probable que la carta esté en casa de Richard. Lo llamaré.

– ¿Dónde están Hope y Meredith?

– En la casa de incógnito. Hope estaba agotada cuando Mary ha terminado y Meredith se ha marchado con ella. Hope ha sido capaz de escoger dos de los retratos. Luego Mary le ha enseñado unos cuantos sombreros y le ha pedido que eligiera el que casaba con el dibujo que la otra noche hizo del agresor de Bailey. Ha elegido uno que es idéntico al que llevan en la oficina del sheriff de Dutton.

Él asintió con gravedad.

– Ya lo sé. Cuando venía hacia aquí, he pasado por la sala de reuniones. -Se levantó y alzó una mano-. Ven, tenemos que hablar contigo. -La ayudó a ponerse en pie, le pasó el brazo por la cintura y la acompañó hasta una sala en la que había una gran mesa. Alrededor se sentaban Luke, Chase, Mary y una mujer a quien no conocía-. Creo que conoces a todo el mundo excepto a Talia Scott.

Talia era una mujer menuda con una dulce sonrisa.

– Es un placer conocerla, Alex.

– Talia ha estado interrogando a las mujeres de las fotos.

Alex observó que estaba afectada. Por muy dulce que pareciera su sonrisa, en sus ojos se observaba cansancio.

– El placer es mío.

Miró la mesa y vio las dos fotografías que había elegido Hope. Garth Davis, el alcalde, y Randy Mansfield, el ayudante del sheriff.

– ¿Qué les habéis dicho al detenerlos?

Chase negó con la cabeza.

– No los hemos detenido.

Alex se quedó boquiabierta, sin dar crédito a lo que oía. Luego la ira empezó a crecer en su interior.

– ¿Por qué no?

Daniel le acarició la espalda.

– De eso es de lo que queríamos hablar contigo. No sabemos cuál de los dos secuestró a Bailey; puede que hayan sido los dos.

– Pues detenedlos a los dos y ya lo averiguaréis después -dijo ella entre dientes.

– De momento -empezó Chase en tono paciente- es la palabra de una niña de cuatro años contra la de dos hombres que se han ganado el respeto de la ciudadanía. Necesitamos pruebas para detenerlos.

Pronunció las palabras como si él también tuviera cuatro años.

– Esto es de locos. ¿Dos hombres secuestran a una mujer y le rompen la cabeza y no pensáis hacer nada? -Miró a Daniel-. Tú estabas en la pizzería. Garth Davis se acercó a nuestra mesa y al cabo de un minuto Hope se había embadurnado la cara con salsa como si fuera sangre. -El recuerdo le vino a la mente en cuanto vio la foto-. Garth Davis secuestró a Bailey. ¿Qué hace en libertad? ¿Por qué ni siquiera lo habéis traído para interrogarlo?

– Alex -empezó Daniel, pero ella sacudió la cabeza…

– Y Mansfield… es policía. Lleva una placa y una pistola. No podéis dejar que ande por ahí mientras descubrís qué ha pasado. Todos sus actos tienen que ser puestos en entredicho. Disparó al tipo que trató de atropellarme después de que este hubiera matado a Sheila Cunningham. ¿No te parece prueba suficiente? ¿Qué hace falta en este puto estado para detener a alguien?

– Alex. -Daniel habló en tono áspero; luego suspiró-. Enséñasela, Ed.

Ed desplazó una caja llena de libros y dejó a la vista una flauta metálica.

Alex se quedó boquiabierta.

– Habéis encontrado la flauta de Bailey.

Ed asintió.

– Hemos enviado a un equipo con detectores de metales y la han encontrado detrás de un tronco caído. Estaba enterrada debajo de más de un centímetro de tierra y cubierta de hojas.

– Donde Bailey escondió a Hope. -Los miró a todos, incapaz de soltar el aire-. Donde esos hombres le pegaron hasta dejarla inconsciente, hasta que la tierra quedó empapada de su sangre.

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