Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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Él se había marchado a estudiar a la universidad y luego volvió a marcharse al ingresar en la escuela de policía. Más tarde, cuando su padre quemó las fotografías de Simon, simplemente se marchó de casa. Y dejó allí a Susannah. Con Simon.

Daniel tragó saliva. Simon le había hecho daño, sabía que eso era cierto y temía incluso saber cómo. Tenía que comprobarlo. Con los dedos trémulos, marcó el número de teléfono del despacho de Susannah. Se sabía todos sus teléfonos de memoria. Después de cinco tonos, oyó su voz.

«Este es el contestador de Susannah Vartanian. Si la llamada es urgente, por favor…»

Daniel colgó y llamó a su secretaria. También se sabía su teléfono de memoria.

– Hola, soy el agente Vartanian. Necesito hablar con Susannah. Es urgente.

La secretaria vaciló.

– No está disponible, señor.

– Espere -dijo Daniel antes de que la mujer colgara-. Dígale que tengo que hablar con ella, que es cuestión de vida o muerte.

– Se lo diré.

Al cabo de un minuto Daniel volvió a oír la voz de Susannah, esta vez en directo.

– Hola, Daniel. -En su saludo no había cordialidad alguna, solo distancia y hastío.

Se le partió el corazón.

– Suze. ¿Cómo estás?

– Ocupada. Estuve tantos días sin venir a trabajar que al volver me encontré con pilas enteras de papeles sobre la mesa. Ya sabes cómo son estas cosas.

Habían asistido juntos al entierro de sus padres, pero inmediatamente después del funeral Susannah había tomado un vuelo a Nueva York y desde entonces no habían vuelto a hablar.

– Ya lo sé. ¿Te has enterado de lo que está pasando aquí?

– Sí. Tres mujeres, tiradas en una zanja. Lo siento, Daniel.

– De hecho son cuatro. Acabamos de encontrar a la cuarta. Era la hermana pequeña de Jim Woolf.

– Oh, no. -En su voz Daniel percibió sorpresa y dolor-. Lo siento, Daniel.

– Hay otra cosa que no ha salido en las noticias todavía, pero pronto se sabrá. Es lo de las fotos, Suze.

La oyó exhalar un suspiro.

– Las fotos.

– Sí. Hemos identificado a todas las chicas.

– ¿De verdad? -Parecía de veras impresionada-. ¿Cómo?

Daniel respiró hondo.

– Una de ellas era Alicia Tremaine. Es la chica a quien asesinaron hace trece años, a la que imitan todos los últimos crímenes.; Sheila Cunningham era otra. La mataron durante lo que se suponía que teníamos que considerar un robo en Presto's Pizza hace dos noches. La hermana de Alicia ha identificado a unas cuantas más. -Le contaría lo de Alex en otro momento. Seguro que ni Susannah ni él tendrían muchas ganas de volver a recordar esa llamada-. Hemos empezado a interrogarlas. Todas tienen alrededor de treinta años. -«Igual que tú», le entraron ganas de decir, pero no lo hizo-. Todas cuentan lo mismo, que se quedaron dormidas en el coche y que cuando se despertaron estaban vestidas y…

– Y tenían una botella de whisky en las manos -terminó ella en tono inexpresivo.

A él se le formó un nudo en la garganta.

– Oh, Suze, ¿por qué no me lo contaste?

– Porque te habías ido -dijo, y de pronto su voz se tornó airada y severa-. Tú te fuiste, Daniel, y Simon no.

– ¿Sabías que era Simon?

Cuando volvió a hablar, ya había recuperado el control de sí misma.

– Ya lo creo. Se aseguró bien de que lo supiera. -Luego suspiró-. No tienes todas las fotos, Daniel.

– No te entiendo. -Pero temía estar entendiéndola a la perfección-. ¿Quieres decir que en una salías tú? -Ella no respondió y él obtuvo la respuesta que esperaba-. ¿Qué pasó con la foto? -preguntó.

– Simon me la enseñó. Me dijo que lo dejara en paz con sus asuntos, que en algún momento tenía que irme a la cama.

Daniel cerró los ojos. Trató de superar la opresión que sentía en el pecho y hablar.

– Suze.

– Tenía miedo -dijo ella, ahora en un tono frío y lleno de lógica, y Daniel se acordó de Alex-. Decidí no interferir en sus asuntos.

– ¿Qué otros asuntos había que tuvieran que ver contigo?

Ella vaciló.

– Tengo que dejarte, en serio. Llego tarde a un juicio. Adiós, Daniel.

Daniel colgó el teléfono con cuidado y se enjugó los ojos. Luego se levantó y se preparó mentalmente para hablar con Jim y con Marianne Woolf. Por mucho que Jim estuviera llorando la muerte de su hermana, Daniel pensaba obtener respuestas.

Atlanta, jueves, 1 de febrero, 13.30 horas.

Alex se puso de pie junto al cristal, con Meredith a su lado. Al otro lado, Mary McCrady había conseguido relajar a Hope lo bastante para que la niña formara frases enteras.

– Puede que por fin esté en condiciones de hablar -dijo Alex.

Meredith asintió a su lado.

– Tú has contribuido a ello.

– Podría haber hecho que empeoraran las cosas.

– Pero no ha sido así. Cada niño es un mundo. Estoy segura de que, de todos modos, Hope habría estado en condiciones de hablar pronto. Lo que necesitaba era sentirse segura y querida, y tú la has hecho sentirse así.

– Tendría que haber hecho que se sintiera segura y querida antes.

– Puede que tú tampoco estuvieras en condiciones.

Alex se volvió a mirar a Meredith de perfil.

– Y ahora, ¿lo estoy?

– Solo tú puedes responder a esa pregunta, pero a juzgar por tu mirada… Yo diría que sí. -Soltó una risita-. Caray; si no fuera porque él te mira igual, ahora mismo te lo estaría disputando.

– ¿Tanto se nota?

Meredith la miró a los ojos.

– Os lo notaría aunque estuviera todo oscuro y llevara los ojos vendados. Te lo has llevado de calle, muchacha. -Se volvió hacia el cristal-. Por lo menos ahora Hope puede hablar con el retratista. Entre su descripción y las fotos que le ha entregado a Mary el compañero de Daniel, es posible que al menos obtengamos alguna pista sobre quién puede haber hecho esto.

Alex exhaló un suspiro.

– Aunque no consigamos encontrar a Bailey.

– Eso podría pasar, Alex. Tienes que empezar a hacerte a la idea.

– Ya lo he hecho. Tengo que hacerlo, por el bien de Hope. -El móvil sonó dentro de su bolso, Alex lo cogió y miró la pantalla con el entrecejo fruncido. Era un número de Atlanta, pero no lo conocía-. ¿Diga?

– Alex, soy Sissy, la amiga de Bailey. No he podido hablar antes contigo, desde mi teléfono no podía hacerlo. He tenido que esperar a utilizar un teléfono público. Bailey me dijo que hablara contigo si le pasaba algo.

– ¿Y por qué no lo hiciste? -preguntó Alex, con más aspereza de la que pretendía.

– Porque tengo una hija -susurró Sissy-, y estoy asustada.

– ¿Te han amenazado?

Ella rió con amargura.

– ¿Cuenta haber recibido una carta por debajo de la puerta que dice: «No digas ni una palabra u os mataremos a ti y a tu hija»?

– ¿Has avisado a la policía?

– No, por Dios. Mira, le advertí a Bailey que hiciera las maletas y se viniera a vivir conmigo. Iba a hacerlo al día siguiente. Me llamó el jueves por la noche y me dijo que ya tenía el equipaje cargado en el coche. Dijo que nos veríamos al día siguiente, pero no vino a trabajar.

– Y cuando fuiste a buscarla a su casa encontraste a Hope escondida en el armario.

– Sí. La casa se veía toda revuelta y Bailey no estaba. También hay una cosa más. Bailey me dijo que te había enviado una carta, quería que yo te lo dijera.

– Una carta. De acuerdo. -A Alex le daba vueltas la cabeza-. ¿Por qué no fue a tu casa esa misma noche?

– Dijo que tenía que encontrarse con alguien, que cuando terminara vendría.

– ¿No sabes con quién iba a encontrarse?

Sissy vaciló.

– Con un hombre. Creo que está casado. Dijo que tenía que despedirse de él. Ahora tengo que marcharme.

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