Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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Él asintió.

– Tienes razón. Pero mantén la cabeza gacha y la boca cerrada, y puede que sigamos con vida para poder despertarnos cuando termine.

Atlanta, jueves, 1 de febrero, 9.15 horas.

En la pequeña sala con la luna de efecto espejo reinaba el silencio mientras permanecían sentadas esperando a la doctora McCrady. Alex apoyó el codo en la mesa y la mejilla en el dorso de la mano y observó a Hope colorear.

– Al menos ahora utiliza más colores -musitó.

Meredith levantó la cabeza y la miró con una sonrisa triste.

– El negro y el azul. Vamos progresando.

Algo dentro de Alex la hizo saltar.

– Pero no lo suficiente. Tenemos que presionarla, Mer.

– Alex… -la advirtió Meredith.

– Tú no has visto cómo sacaban a esa mujer de la zanja esta mañana -le espetó Alex, con la voz temblando de ira-. Yo sí. Dios mío. Contando a Sheila, ya han muerto cinco mujeres. Esto tiene que terminar. Hope, tengo que hablar contigo y necesito que me escuches. -Le tiró de la barbilla hasta que la niña dejó de mover la mano y la miró con sus enormes ojos grises-. Hope, ¿viste quién le hizo daño a tu mamá? Por favor, corazón; necesito saberlo.

Hope apartó la vista y Alex volvió a atraer su rostro hacia sí mientras la desesperación le atoraba la garganta.

– Hope, la hermana Anne me ha contado que eres muy lista, que sabes muchas palabras y que hablas muy bien. Necesito que hables conmigo. Eres lo bastante lista para saber que tu mamá no está. No la encuentro. -La voz de Alex se quebró-. Tienes que hablar conmigo para que podamos encontrarla. ¿Viste al hombre que se llevó a tu mamá?

Hope asintió despacio.

– Estaba oscuro -susurró con su vocecilla.

– ¿Estabas en la cama?

Hope dijo que no con la cabeza y el sufrimiento invadió su mirada.

– Me levanté.

– ¿Por qué?

– Porque oí al hombre.

– ¿Al hombre que le hizo daño?

– Se fue y ella lloraba.

– ¿Le pegó?

– Se fue y ella lloraba -volvió a decir-. Y tocaba.

– ¿Qué tocaba? -preguntó Alex.

– La flauta. -Las palabras fueron apenas un susurro.

Alex frunció el entrecejo.

– Tu madre tocaba la trompa. Es grande y brillante, muy diferente de una flauta.

Hope apretó la boca con tozudez.

– La flauta.

Meredith colocó una hoja de papel en blanco delante de la niña.

– Dibújame una flauta, cariño.

Hope tomó el lápiz negro y dibujó una cara con trazos infantiles. Le añadió los ojos, la nariz y un rectángulo estrecho que sobresalía al bies de donde debería haber estado la boca. Luego tomó el lápiz plateado de la caja y pintó el rectángulo.

Miró a Alex.

– Flauta -dijo.

– No puede negarse que es una flauta -opinó Meredith-. Es un dibujo muy bien hecho, Hope.

Alex abrazó a Hope.

– Es un dibujo precioso. ¿Qué pasó con la flauta?

Hope volvió a bajar la vista.

– Tocó la canción.

– La canción del yayo. ¿Qué pasó luego?

– Nos fuimos corriendo. -Sus palabras apenas se oían.

A Alex el corazón empezó a latirle con fuerza.

– ¿Adónde fuisteis?

– Al bosque -susurró Hope, y se encogió todo cuanto pudo.

Alex la sentó sobre su regazo y la meció.

– En el bosque, ¿estabas con tu mamá?

Hope empezó a llorar; era un débil lloriqueo que partió el corazón a Alex.

– Yo estoy contigo, Hope. No dejaré que te hagan nada malo. ¿Por qué fuisteis corriendo al bosque?

– Por el hombre.

– ¿Dónde os escondisteis?

– En el árbol.

– ¿Os subisteis a un árbol?

– Debajo de las hojas.

Alex respiró hondo.

– ¿Tu mamá te tapó con hojas?

– Mamá. -Era una pequeña súplica llena de miedo.

– ¿Le hizo daño a tu mamá? -susurró Alex-. ¿El hombre le hizo daño a tu mamá?

– Se fue corriendo. -Las manos de Hope aferraron la blusa de Alex con desesperación-. Él venía y ella se fue corriendo. La co… cogió y le pegó y le pegó y… -Hope se mecía al ritmo de las palabras. Ahora que había empezado a hablar parecía no poder parar.

Incapaz de seguir escuchándola, Alex asió a Hope por detrás de la cabeza y le presionó la boca contra su hombro mientras la niña sollozaba. Meredith la rodeó con los brazos y las dos permanecieron allí sentadas escuchando los sollozos ahogados de Hope.

– Bailey escondió a Hope para que no la encontraran -susurró Alex-. Me pregunto cuánto tiempo estuviste debajo de las hojas, cariño.

Hope no dijo nada, solo se mecía y sollozaba hasta que por fin se quedó quieta y respiró hondo. Tenía la frente perlada de sudor y las mejillas completamente mojadas. La pechera de la blusa de Alex estaba empapada y la niña seguía aferrándola con los puños. Alex la apartó un poco, le soltó las manos y la acunó.

Tras ellas se abrió la puerta, y Daniel y Mary McCrady entraron, muy serios.

– ¿Lo habéis oído? -dijo Alex, y Daniel asintió.

– Justo entraba en la sala contigua cuando ha empezado a dibujar la flauta, y he avisado a Mary.

– Yo también estaba de camino. -Mary le pasó la mano por el pelo a Hope-. Sé que te ha costado mucho, Hope, pero estoy muy orgullosa de ti. Y tu tía Alex también.

Hope enterró el rostro en el pecho de Alex y ella la abrazó más fuerte con gesto protector.

– ¿Podemos dejarla de momento?

– Sí -dijo Mary con expresión compasiva-. Quédate con ella un rato. Pero tampoco esperaremos mucho, ¿de acuerdo? Creo que ahora podríamos conseguir algo con el retratista.

– Espera un poco más -insistió Alex. Miró a Daniel, cuyos ojos la acariciaban casi de forma tangible.

Él extendió su amplia mano sobre la pequeña espalda de Hope con tanta ternura que Alex se quedó sin respiración.

– Lo has hecho muy bien, Hope -dijo con voz suave-. Pero, escucha, cariño, tengo que preguntarte una cosita más. Es importante -añadió, casi más para sí que para Hope, pensó Alex.

La niña asintió sin apartar el rostro del pecho de Alex.

– ¿Qué le pasó a la flauta de tu mamá?

Hope se estremeció.

– Está en las hojas -dijo, con la voz amortiguada.

– Muy bien, corazón -la animó Daniel-. Eso es todo lo que necesitaba saber. Tengo que enviar a Ed a registrar esa zona del bosque otra vez. Enseguida vuelvo.

Atlanta, jueves, 1 de febrero, 9.15 horas.

Daniel apenas había colgado el teléfono tras hablar con Ed cuando Leigh apareció en la puerta de su despacho.

– Daniel, tienes visita. Es Michael Bowie, el hermano de Janet. No se le ve muy contento.

– ¿Dónde está Chase? Se supone que él tenía que encargarse de hablar con la gente.

– Está en una reunión con el comisario. ¿Quieres que le diga a Bowie que no estás?

Daniel sacudió la cabeza.

– No, hablaré con él.

Michael Bowie parecía exactamente lo que era: un hombre a cuya hermana habían asesinado con saña hacía tan solo unos días. Dejó de caminar de un lado a otro cuando Daniel apareció junto al mostrador.

– Daniel.

– Michael, ¿en qué puedo ayudarte?

– Podrías decirme que has encontrado al asesino de mi hermana.

Daniel irguió la espalda.

– No, no puedo. De momento, estamos siguiendo pistas.

– Hace muchos días que dices lo mismo -masculló Michael.

– Lo siento. ¿Has pensado en alguien que detestara a Janet lo bastante como para hacerle una cosa así?

La furia de Michael pareció amainar.

– No. Había veces en que Janet era egoísta y arrogante. Otras veces era taimada e incluso mezquina. Pero nadie la odiaba. Ni a ella, ni a Claudia, ni a Gemma. No eran más que unas chicas. No habían hecho nada para merecerse una cosa así.

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