Él asintió.
– Tienes razón. Pero mantén la cabeza gacha y la boca cerrada, y puede que sigamos con vida para poder despertarnos cuando termine.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 9.15 horas.
En la pequeña sala con la luna de efecto espejo reinaba el silencio mientras permanecían sentadas esperando a la doctora McCrady. Alex apoyó el codo en la mesa y la mejilla en el dorso de la mano y observó a Hope colorear.
– Al menos ahora utiliza más colores -musitó.
Meredith levantó la cabeza y la miró con una sonrisa triste.
– El negro y el azul. Vamos progresando.
Algo dentro de Alex la hizo saltar.
– Pero no lo suficiente. Tenemos que presionarla, Mer.
– Alex… -la advirtió Meredith.
– Tú no has visto cómo sacaban a esa mujer de la zanja esta mañana -le espetó Alex, con la voz temblando de ira-. Yo sí. Dios mío. Contando a Sheila, ya han muerto cinco mujeres. Esto tiene que terminar. Hope, tengo que hablar contigo y necesito que me escuches. -Le tiró de la barbilla hasta que la niña dejó de mover la mano y la miró con sus enormes ojos grises-. Hope, ¿viste quién le hizo daño a tu mamá? Por favor, corazón; necesito saberlo.
Hope apartó la vista y Alex volvió a atraer su rostro hacia sí mientras la desesperación le atoraba la garganta.
– Hope, la hermana Anne me ha contado que eres muy lista, que sabes muchas palabras y que hablas muy bien. Necesito que hables conmigo. Eres lo bastante lista para saber que tu mamá no está. No la encuentro. -La voz de Alex se quebró-. Tienes que hablar conmigo para que podamos encontrarla. ¿Viste al hombre que se llevó a tu mamá?
Hope asintió despacio.
– Estaba oscuro -susurró con su vocecilla.
– ¿Estabas en la cama?
Hope dijo que no con la cabeza y el sufrimiento invadió su mirada.
– Me levanté.
– ¿Por qué?
– Porque oí al hombre.
– ¿Al hombre que le hizo daño?
– Se fue y ella lloraba.
– ¿Le pegó?
– Se fue y ella lloraba -volvió a decir-. Y tocaba.
– ¿Qué tocaba? -preguntó Alex.
– La flauta. -Las palabras fueron apenas un susurro.
Alex frunció el entrecejo.
– Tu madre tocaba la trompa. Es grande y brillante, muy diferente de una flauta.
Hope apretó la boca con tozudez.
– La flauta.
Meredith colocó una hoja de papel en blanco delante de la niña.
– Dibújame una flauta, cariño.
Hope tomó el lápiz negro y dibujó una cara con trazos infantiles. Le añadió los ojos, la nariz y un rectángulo estrecho que sobresalía al bies de donde debería haber estado la boca. Luego tomó el lápiz plateado de la caja y pintó el rectángulo.
Miró a Alex.
– Flauta -dijo.
– No puede negarse que es una flauta -opinó Meredith-. Es un dibujo muy bien hecho, Hope.
Alex abrazó a Hope.
– Es un dibujo precioso. ¿Qué pasó con la flauta?
Hope volvió a bajar la vista.
– Tocó la canción.
– La canción del yayo. ¿Qué pasó luego?
– Nos fuimos corriendo. -Sus palabras apenas se oían.
A Alex el corazón empezó a latirle con fuerza.
– ¿Adónde fuisteis?
– Al bosque -susurró Hope, y se encogió todo cuanto pudo.
Alex la sentó sobre su regazo y la meció.
– En el bosque, ¿estabas con tu mamá?
Hope empezó a llorar; era un débil lloriqueo que partió el corazón a Alex.
– Yo estoy contigo, Hope. No dejaré que te hagan nada malo. ¿Por qué fuisteis corriendo al bosque?
– Por el hombre.
– ¿Dónde os escondisteis?
– En el árbol.
– ¿Os subisteis a un árbol?
– Debajo de las hojas.
Alex respiró hondo.
– ¿Tu mamá te tapó con hojas?
– Mamá. -Era una pequeña súplica llena de miedo.
– ¿Le hizo daño a tu mamá? -susurró Alex-. ¿El hombre le hizo daño a tu mamá?
– Se fue corriendo. -Las manos de Hope aferraron la blusa de Alex con desesperación-. Él venía y ella se fue corriendo. La co… cogió y le pegó y le pegó y… -Hope se mecía al ritmo de las palabras. Ahora que había empezado a hablar parecía no poder parar.
Incapaz de seguir escuchándola, Alex asió a Hope por detrás de la cabeza y le presionó la boca contra su hombro mientras la niña sollozaba. Meredith la rodeó con los brazos y las dos permanecieron allí sentadas escuchando los sollozos ahogados de Hope.
– Bailey escondió a Hope para que no la encontraran -susurró Alex-. Me pregunto cuánto tiempo estuviste debajo de las hojas, cariño.
Hope no dijo nada, solo se mecía y sollozaba hasta que por fin se quedó quieta y respiró hondo. Tenía la frente perlada de sudor y las mejillas completamente mojadas. La pechera de la blusa de Alex estaba empapada y la niña seguía aferrándola con los puños. Alex la apartó un poco, le soltó las manos y la acunó.
Tras ellas se abrió la puerta, y Daniel y Mary McCrady entraron, muy serios.
– ¿Lo habéis oído? -dijo Alex, y Daniel asintió.
– Justo entraba en la sala contigua cuando ha empezado a dibujar la flauta, y he avisado a Mary.
– Yo también estaba de camino. -Mary le pasó la mano por el pelo a Hope-. Sé que te ha costado mucho, Hope, pero estoy muy orgullosa de ti. Y tu tía Alex también.
Hope enterró el rostro en el pecho de Alex y ella la abrazó más fuerte con gesto protector.
– ¿Podemos dejarla de momento?
– Sí -dijo Mary con expresión compasiva-. Quédate con ella un rato. Pero tampoco esperaremos mucho, ¿de acuerdo? Creo que ahora podríamos conseguir algo con el retratista.
– Espera un poco más -insistió Alex. Miró a Daniel, cuyos ojos la acariciaban casi de forma tangible.
Él extendió su amplia mano sobre la pequeña espalda de Hope con tanta ternura que Alex se quedó sin respiración.
– Lo has hecho muy bien, Hope -dijo con voz suave-. Pero, escucha, cariño, tengo que preguntarte una cosita más. Es importante -añadió, casi más para sí que para Hope, pensó Alex.
La niña asintió sin apartar el rostro del pecho de Alex.
– ¿Qué le pasó a la flauta de tu mamá?
Hope se estremeció.
– Está en las hojas -dijo, con la voz amortiguada.
– Muy bien, corazón -la animó Daniel-. Eso es todo lo que necesitaba saber. Tengo que enviar a Ed a registrar esa zona del bosque otra vez. Enseguida vuelvo.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 9.15 horas.
Daniel apenas había colgado el teléfono tras hablar con Ed cuando Leigh apareció en la puerta de su despacho.
– Daniel, tienes visita. Es Michael Bowie, el hermano de Janet. No se le ve muy contento.
– ¿Dónde está Chase? Se supone que él tenía que encargarse de hablar con la gente.
– Está en una reunión con el comisario. ¿Quieres que le diga a Bowie que no estás?
Daniel sacudió la cabeza.
– No, hablaré con él.
Michael Bowie parecía exactamente lo que era: un hombre a cuya hermana habían asesinado con saña hacía tan solo unos días. Dejó de caminar de un lado a otro cuando Daniel apareció junto al mostrador.
– Daniel.
– Michael, ¿en qué puedo ayudarte?
– Podrías decirme que has encontrado al asesino de mi hermana.
Daniel irguió la espalda.
– No, no puedo. De momento, estamos siguiendo pistas.
– Hace muchos días que dices lo mismo -masculló Michael.
– Lo siento. ¿Has pensado en alguien que detestara a Janet lo bastante como para hacerle una cosa así?
La furia de Michael pareció amainar.
– No. Había veces en que Janet era egoísta y arrogante. Otras veces era taimada e incluso mezquina. Pero nadie la odiaba. Ni a ella, ni a Claudia, ni a Gemma. No eran más que unas chicas. No habían hecho nada para merecerse una cosa así.
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