Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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– Yo no digo que se lo mereciera, Michael -puntualizó Daniel con amabilidad-. Lo que está claro es que alguien quería matarla, a ella y a sus amigas. -«Pero no son más que cabezas de turco»-. Si te viene a la cabeza alguien, cualquier persona a quien hubiera molestado…

Michael emitió un sonido de frustración.

– ¿Quieres que te haga una lista? Las chicas eran unas consentidas y es probable que todos los días de su vida jodieran a alguien. Pero una cosa así… No hicieron nada para merecérselo.

Michael estaba plañéndose de la muerte de su hermana, y Daniel lo sabía. Que las chicas no se merecían lo que les había ocurrido era de una lógica tan aplastante que todavía no era capaz de asimilarlo. Con el tiempo acabaría haciéndolo. Las familias de las víctimas solían hacerlo.

– No puedo decirte lo que quieres oír, Michael. Todavía no. Pero lo detendremos.

Michael asintió con tirantez.

– ¿Me llamarás?

– En cuanto tenga alguna noticia que darte. Te lo prometo.

Capítulo 20

Atlanta, jueves, 1 de febrero, 10.15 horas.

– Ya la cojo yo, Alex -dijo Meredith, levantando la vista del ordenador portátil-. Llevas una hora en la misma postura, debes de tener los brazos destrozados.

Alex, todavía sentada junto a la mesa de la sala con la luna de efecto espejo, abrazó a Hope más fuerte.

– No pesa tanto. -Incluso dormida, Hope aferraba la blusa de Alex como si tuviera miedo de que fuera a dejarla-. Tendría que haber estado con ella todo este tiempo -musitó Alex.

– Habría sido lo mejor, sí -respondió Meredith guiándose por la lógica-. Pero nada de todo esto es lo mejor que podía pasar. Has estado buscando a Bailey. Y todavía tienes que ver a Fulmore y a todos los demás, así que deja de sentirte culpable.

Pero Alex, allí abrazada a Hope, se había dado cuenta de que lo que sentía era más que mera culpabilidad. No había dudado ni un instante en aceptar la responsabilidad que suponían el cuidado físico y la seguridad de Hope, pero hasta que la oyó sollozar contra su pecho no había abierto su corazón a aquella pequeña que tanto la necesitaba. No había abierto su corazón a mucha gente a lo largo de su vida. No lo había hecho con Richard, y, si era sincera, ni siquiera con Bailey. Tampoco con ella había dudado un instante a la hora de prestarle ayuda para que entrara en un programa de rehabilitación, pero no le había ofrecido cariño.

Era posible que no supiera cómo hacerlo, y en el fondo tenía miedo de seguir sin saberlo. Pero la puerta se abrió y Daniel entró, y toda la oscuridad y el pesar de su corazón desaparecieron al verlo. Era posible que después de todo aún hubiera esperanzas. Era una luz en medio de tanta oscuridad.

– ¿Es hora de que Hope se vaya con Mary? -preguntó, pero él negó con la cabeza.

– Todavía no. No hace falta que esperes aquí tanto tiempo. Hay un sofá en la sala de descanso. Hope puede dormir allí hasta que vuelva Mary.

Alex se dispuso a levantarse con Hope en los brazos, pero Daniel la hizo detenerse.

– Ya la llevo yo. -Y lo hizo. Cogió a Hope de modo muy parecido a como había cogido a Riley el día anterior. La niña no se despertó; se acurrucó contra él, y a Alex la azotó un deseo tan intenso que estuvo a punto de desmayarse.

«Eso es lo que quiero. Quiero a esa niña. Y a ese hombre.» Se puso en pie tambaleándose, y una oleada de pánico desplazó el deseo. «¿Y si él no quiere lo mismo? ¿Y si no puedo darle lo que necesita?»

Meredith la miró con el entrecejo fruncido.

– Vamos. -La rodeó por los hombros y siguieron a Daniel.

Daniel se detuvo junto al sofá de la sala, con Hope recostada en su hombro. La acunó con suavidad, de un lado a otro, con las cejas fruncidas y la cabeza en alguna otra parte. Alex estaba segura de que él no se daba cuenta del espectáculo que ofrecía: todo un hombre, fuerte y rubio, acunando a una niña, también rubia.

Dejó a Hope en el sofá y se quitó la chaqueta para taparla con ella. Luego miró a Alex y la obsequió con su media sonrisa.

– Lo siento, estaba distraído.

– ¿En qué pensabas? -preguntó ella en voz baja.

– En el día en que murió tu madre. -Le pasó el brazo por la cintura y la acompañó hasta una mesa situada junto a la máquina de café-. Tengo que hablar con alguien que estuviera con tu madre después de que encontrara a Alicia. -Sacó una silla para ella y otra para Meredith.

– Pues fuimos el sheriff Loomis, Craig, el juez de instrucción y yo -dijo Alex, tomando asiento.

– Y yo -añadió Meredith.

A Daniel se le paralizaron las manos en la cafetera.

– ¿Hablaste con Kathy Tremaine ese día?

– Varias veces -dijo Meredith-. La tía Kathy llamó por la mañana para decirnos que Alicia había desaparecido y mi madre se dispuso a hacer la maleta. Como su coche no iba muy bien, decidió coger un avión. -Meredith frunció el entrecejo-. Mi madre se arrepintió de haber tomado esa decisión hasta el día de su muerte.

– ¿Por qué? -preguntó Alex, y Meredith se encogió de hombros.

– Cada vez retrasaban más el vuelo por culpa de la tormenta. Si hubiera ido en coche, habría llegado unas horas antes y tu madre habría seguido con vida. Y si la tía Kathy hubiera seguido con vida, tú no te habrías tomado las pastillas.

– Ojalá la tía Kim estuviera aquí para contarnos la verdad -dijo Alex con tristeza.

Meredith le dio una palmada en la mano.

– Ya lo sé. En fin. Luego la tía Kathy volvió a llamar. Estaba histérica y entonces fue cuando yo hablé con ella. Mi madre ya había salido hacia el aeropuerto y entonces nadie llevaba móvil. Yo hacía de intermediaria. Mi madre llamaba desde una cabina del aeropuerto cada media hora y yo le contaba lo que la tía Kathy me había dicho. La primera vez que hablé con ella, la tía Kathy acababa de recibir una llamada de un vecino diciéndole que unos chicos habían encontrado un cadáver.

– Los Porter -adivinó Daniel.

Meredith asintió.

– La tía Kathy iba a salir a verlo.

– Y entonces descubrió que era Alicia -musitó Alex.

– ¿Cuándo volviste a hablar con ella, Meredith? -preguntó Daniel.

– Cuando regresó a casa después de haber encontrado a Alicia, antes de que fuera al depósito a identificar su cadáver. Estaba… más que histérica. Sollozaba; gritaba.

– ¿Recuerdas qué te dijo?

Meredith frunció el entrecejo.

– Que habían dejado a su niña tirada bajo la lluvia.

Daniel también frunció el entrecejo.

– Esa noche no llovió. Hubo relámpagos y truenos, pero no llovió. Comprobé la información meteorológica después de hablar con Gary Fulmore.

Meredith se encogió de hombros.

– Eso es lo que dijo. Que la habían dejado tirada bajo la lluvia, dormida. Lo repitió una y otra vez.

Alex se puso tensa al recordar la frase.

– No. No decía eso.

Daniel se sentó a su lado y la miró directamente a los ojos.

– ¿Qué decía, Alex?

– Cuando mi madre volvió a casa después de identificar a Alicia, Craig le dio un sedante y se fue a trabajar. Yo la ayudé a acostarse. Lloraba mucho, y yo también, así que me metí con ella en la cama y me quedé allí. -Alex recordó la imagen de su madre, tendida en la cama con las lágrimas rodando por sus mejillas-. No paraba de repetir: «Un cordero y un anillo». Es lo único por lo que pudo identificar a Alicia, porque tenía la cara destrozada. «Solo un cordero y un anillo.»

Daniel entrecerró los ojos, y ella observó el brillo triunfal en su mirada.

– Muy bien.

Alex se miró las manos.

– Alicia tenía un anillo y yo otro. Eran nuestros anillos de nacimiento. Mi madre nos los regaló por nuestro cumpleaños. -Sus labios se curvaron con amargura-. Felices dieciséis años.

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