– ¿Y usted no tiene miedo? -preguntó Daniel con suavidad.
– Estoy aterrorizada. Temo terminar como Gemma, Claudia o Janet. O Lisa. -La tristeza demudó su semblante-. Y también temo por mi familia. Tanto Garth como Rob tienen un alijo lo bastante importante para asegurarse de que el otro guarde silencio. Eso es lo que más me aterra.
– Se ha arriesgado mucho viniendo aquí -observó Daniel-. ¿Por qué?
Los labios le temblaron y ella los apretó con determinación.
– Porque Lisa era mi amiga. Porque a la hora de la comida solía pedirle prestado a Gemma el esmalte de uñas. Porque Claudia me ayudó a elegir el vestido para mi fiesta de graduación. Las tres fueron muy importantes en mi adolescencia, y ahora que han desaparecido parte de mi vida ha desaparecido con ellas. Quiero que quien ha hecho eso lo pague. -Se levantó-. Es todo cuanto tengo que decir.
Alex estaba de pie al final del vestíbulo que quedaba ante el despacho que Leigh ocupaba en la parte anterior del edificio. Se situó junto a una ventana para obtener buena cobertura… y un poco de intimidad. No paraba de dar golpecitos en el suelo con la punta del pie y se dio cuenta de que estaba nerviosa mientras el teléfono sonaba al otro extremo de la línea.
– ¿Diga? -respondió una voz femenina, y Alex sintió ganas de suspirar. Esperaba que Richard respondiera a la llamada, pero estaba hablando con Amber, su nueva esposa.
– Hola, soy Alex. ¿Está Richard?
– No -respondió con demasiada rapidez-. No está. Está trabajando.
– He llamado al hospital y me han dicho que estaba en casa. Por favor, es importante.
Amber vaciló.
– Muy bien, lo avisaré.
Al cabo de un minuto oyó la voz de Richard, serena y teñida de una formalidad muy poco natural.
– Alex, qué sorpresa. ¿En qué puedo ayudarte?
– Estoy en Dutton.
– Lo he oído. He… He visto las noticias. ¿Estás bien?
– Sí. Bailey me envió una carta y creó que llegó a tu casa. ¿Puedes comprobarlo?
– Espera. -Lo oyó remover cosas-. Aquí está. Tiene una llave, la noto dentro del sobre.
Alex exhaló un suspiro.
– Mira, sé que esto te parecerá de locos, pero quiero que solo toques una esquina y que la abras con un abrecartas. Es posible que sirva como prueba.
– Muy bien. -Lo oyó revolver en un cajón-. Entonces, ¿quieres que mire dentro?
– Sí; con cuidado. Y si hay una carta, léemela.
– Sí que la hay. ¿Estás preparada?
«No.»
– Sí. Lee, por favor.
– «Querida Alex. Sé que te sorprenderá recibir esta carta después de tantos años. No tengo mucho tiempo. Por favor, toma esta llave y guárdala en algún lugar seguro. Si me ocurre algo, quiero que te ocupes de Hope. Ella es mi preciosa hija y mi nueva oportunidad en la vida. Llevo cinco años sin tomar drogas gracias a ella. Y también gracias a ti. Tú fuiste la única persona que creyó en mí cuando toqué fondo. Tú fuiste la única que se preocupó de mí lo bastante para tratar de ofrecerme ayuda. Quiero que sepas que obtuve esa ayuda y que Hope es una niña normal y sana. He pensado en llamarte un millón de veces durante estos cinco años, pero sé que la última vez me pasé de la raya y no me siento capaz de volver a mirarte a la cara. Espero que hayas podido perdonarme, y, si no, cuida de Hope de todos modos, por favor. Eres la única familia que me queda y la única persona en quien confío para dejar a mi hija a su cargo.
»Esconde la llave y no permitas que nadie sepa que la tienes. Si la necesito, te llamaré.» -Richard se aclaró la garganta-. Está firmada: «Te quiero. Tu hermana, Bailey». Y tiene un dibujito de una oveja.
Alex tragó saliva.
– Es un cordero -susurró.
– ¿Qué?
– Nada. Tengo que preguntarle a la policía qué quieren que hagas con la llave. Si me piden que me la envíes, ¿podrías hacerlo esta noche por correo urgente?
– Claro. Alex, ¿estás en peligro?
– Hace unos días estuvieron a punto de matarme pero… aquí estoy en buenas manos. -Su voz cambió al pronunciar las últimas palabras; se tornó más suave.
– ¿Cómo se llama?
Ella sonrió.
– Daniel.
– Muy bien. Llevabas demasiado tiempo sola -soltó en tono brusco-, aunque estuvieras conmigo.
Sin esperarlo, las lágrimas le anegaron los ojos y le atoraron la garganta.
– Dile a Amber que si vuelvo a llamarte será solo por la llave, ¿de acuerdo?
– Alex, ¿estás llorando?
Ella tragó saliva.
– Últimamente me pasa mucho.
– Antes no llorabas; no llorabas nunca. Siempre deseé que lo hicieras.
– ¿Querías que llorara?
– Quería que sacaras lo que llevabas dentro -respondió él en tono tan quedo que ella apenas lo oyó-. Creía que si llorabas, serías capaz de…
A Alex se le encogió tanto el corazón que incluso le dolía.
– ¿De amarte?
– Sí. -La palabra sonó triste-. Supongo que sí. Buena suerte, Alex. Te deseo lo mejor en la vida.
– Yo también te lo deseo. -Se aclaró la garganta y se enjugó los ojos-. Te llamaré por lo de la carta.
Atlanta, jueves, 1 de febrero, 18.00 horas.
Cuando Leigh hubo acompañado a Kate Davis hasta la salida, Daniel se volvió hacia el grupo.
– ¿Tenemos a seis y nos queda uno?
Luke levantó la cabeza del portátil.
– Jared O'Brien es de la edad apropiada. Se graduó el mismo año que Simon, en la escuela privada.
– De momento tenemos a Garth y a Jared que fueron a la escuela privada -dijo Daniel-. Wade, Rhett y Randy fueron a la pública, y Simon fue a las dos.
– Si O'Brien le daba a la bebida, ahí podría haber un vínculo -observó Chase-. Lo mejor será que obtengamos su perfil con la mayor discreción. Hasta entonces, no nos acercaremos a ningún miembro de su familia; no quiero que nadie sospeche nada. Todavía nos falta encontrar a los otros hombres vivos, o sea que buscad pistas. Investigad si últimamente alguien más ha retirado dinero del fondo de los estudios de sus hijos.
– Ha dicho que había tenido aventuras -observó Ed de repente-. Kate Davies. Ha dicho que su cuñada había pasado por alto las aventuras de Garth, pero que no pensaba poner en peligro a sus hijos. ¿No ha dicho la amiga de Bailey que creía que se veía con un hombre casado?
– Es posible que esa noche Bailey esperara a Garth -convino Luke-. Me resulta mucho más fácil imaginarme a Mansfield pegándole que a Garth Davis.
– Si Garth Davis y Bailey tenían una aventura, tendríamos que encontrar sus huellas en la casa -observó Chase-. Si fue para agredirla, es menos probable que las encontremos. Será emocionante descubrir cuál de los dos es culpable de una agresión y cuál lo es de mera infidelidad.
– Hemos tomado huellas del baño y de la cocina -informó Ed-. Pero no hemos encontrado ninguna correspondencia en el AFIS, el sistema de identificación.
– Ni Garth ni Davis están fichados, así que es lógico que sus huellas no salgan en el AFIS -observó Chase-. Pero los dos son empleados públicos, de modo que sus huellas tienen que estar registradas en alguna parte.
– Lo comprobaré. Claro que también podríamos preguntárselo a Hope, ¿no, Daniel? Eh, Daniel. -Ed chascó los dedos.
Daniel seguía pensando en las últimas palabras de Kate Davis.
– Quienquiera que haya matado a esas cuatro mujeres está perpetrando un delito contra un momento en el tiempo. Kate ha dicho que se había quedado sin adolescencia.
– ¿Y qué? -preguntó Chase.
– No lo sé. Es algo que me inquieta. Ojalá hubiera alguien que pudiera contarme cómo eran realmente las cosas entonces. -Se quedó callado-. Puede que haya alguien. El día que volví a mi ciudad me encontré con un viejo profesor de lengua y literatura. Me dijo algo sobre que solo los tontos creen que pueden guardar un secreto en una ciudad pequeña, y me pidió que no me comportara como un tonto. Yo andaba tan ocupado con los cadáveres y con Woolf y su periódico que no le presté atención. Mañana por la mañana iré a hacerle una visita.
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