– No te preocupes, detective. Lo comprendo.
Mia carraspeó y Kristen se volvió hacia ella. Casi se había olvidado de que Mitchell estaba allí.
– Te avisaremos cuando lo tengamos todo a punto para hablar con las víctimas, Kristen -dijo en tono seco.
A Kristen le ardían las mejillas. Por el amor de Dios. La había sorprendido mirando a un hombre como si fuera una adolescente descerebrada. Pero aquel hombre poseía unos ojos fascinantes. Y estaba segura de haberlos visto antes.
– Gracias -respondió en tono enérgico-. Ahora debo irme, si no llegaré tarde.
Estaba a medio camino del aparcamiento del Jardín Botánico cuando notó que una mano se posaba sobre su hombro. No hizo falta que Reagan pronunciara una sola palabra para que Kristen supiera que era él. A pesar de las capas de ropa que separaban aquella mano de su piel, notó en el hombro un estremecimiento anticipatorio.
– ¿Necesitas que te lleve, Kristen?
Ella negó con la cabeza.
– No -dijo, y se sintió morir de vergüenza al advertir que apenas le salía la voz. Se esforzó por mantener la mirada fija al frente-. Cogeré un taxi. Esta mañana me entregarán un coche de alquiler, así que en ese aspecto está todo solucionado. De veras tengo que marcharme, detective.
Él retiró la mano y ella siguió adelante sin volverse. Aun así, supo que su mirada la acompañó durante todo el camino.
Jueves, 19 de febrero, 8.15 horas
– Vaya, vaya, esto sí que es interesante -dijo Zoe, pensativa, y dio un sorbo a su taza de café.
El cámara con el que trabajaba respondió al tiempo que bostezaba.
– ¿El qué?
– Mayhew subiendo las escaleras del juzgado. Sácale algunos planos, ¿de acuerdo?
– ¿Por qué? -replicó el cámara con mala cara-. No te habrá entrado una de tus manías persecutorias…
– Haz lo que te pido. Y obtén un primer plano de los pies.
– Das asco -le espetó Scott, pero hizo lo que le pedía y siguió con la cámara a Kristen mientras subía por la escalera, hasta que entró en el edificio y la perdieron de vista.
Zoe le arrebató la cámara.
– Echemos un vistazo.
Rebobinó la película y observó por el visor.
– ¿Lo ves? Mírale los pies.
Scott extendió el brazo para coger su taza de café.
– Ya. Lleva unas Nike. No le quedan nada bien con el traje.
La cara de Zoe reflejaba exasperación.
– No es eso. Fíjate en las suelas, están llenas de barro.
Scott se encogió de hombros.
– ¿Y qué? Habrá salido a correr de buena mañana.
Zoe negó con la cabeza.
– No. No sale a correr. Practica aeróbic dos veces por semana en el gimnasio municipal. -Levantó la cabeza y vio que Scott iba sin afeitar y encima la miraba con una mueca de disgusto.
– La has estado espiando.
Zoe soltó un bufido.
– No seas idiota. Claro que no la he estado espiando. Me estoy familiarizando con sus costumbres, eso es todo. Así sé si está metida en algo especial, como ahora. Esta mañana ha ido a alguna parte antes de presentar las peticiones. -Zoe entrecerró los ojos y se calló de golpe. El fino vello que le cubría la nuca se le erizó. El periodismo de investigación exigía intuición y perseverancia. Y también una buena preparación. Todo el tiempo que había invertido en prepararse iba a dar por fin su fruto aquella mañana-. Nuestra abnegada funcionaría se trae algo entre manos. -Se volvió hacia Scott con una sonrisa de satisfacción-. Estamos a punto de dar con un filón de oro.
Jueves, 19 de febrero, 10.15 horas
John, con la vista fija más allá de la ventana, parecía muy tenso. Sus manos aferraban con fuerza sus brazos cruzados, y Kristen pudo ver que el blanco de los nudillos aumentaba a medida que lo ponía al corriente de la situación.
– Esta mañana, cuando he salido de la reunión para presentar peticiones, tenía en el contestador un mensaje de la detective Mitchell -dijo ella para acabar-. Han desenterrado los cadáveres de los tres miembros de la banda. Todo estaba igual, excepto el tiro en la pelvis. -Observó el reflejo de John en el cristal y lo vio fruncir los labios-. Iban de camino hacia el último escenario, el de Ross King.
– ¿Sabes qué hora es, Kristen? -preguntó John en tono cansino.
Parecía un padre enojado preguntándole a su hija si era consciente de que había regresado más tarde de la hora fijada. Ahora era ella la que se sentía molesta.
– Sí, John. Mi reloj es muy preciso.
– Entonces, ¿por qué has esperado doce horas para ponerme al corriente?
Kristen frunció el entrecejo.
– Traté de localizarte. Te dejé tres mensajes en el contestador para comunicarte que era urgente.
John se volvió, también él tenía el entrecejo fruncido.
– ¿Tres mensajes? No he oído ninguno. -Se sacó el móvil del bolsillo y empezó a teclear botones-. Le pediré a Lois que llame a la compañía. Es inaceptable que den tan mal servicio. -Su gesto de enfado se transformó en uno de preocupación-. ¿Estás bien?
Kristen se encogió de hombros.
– Estoy esperando a que alguien más de este despacho se lleve una sorpresa tan agradable como la mía; así por lo menos no seré la única. -Recordó de forma vívida todos y cada uno de los crujidos que había oído en su casa durante la noche mientras se preguntaba si él estaría allí fuera vigilándola. Se sentía aliviada de que Reagan hubiese registrado el interior de los armarios y mirado debajo de la cama; luego apartó de su mente a aquel hombre y sus ojos enigmáticos-. No creo que esté en peligro, pero esta situación me resulta inquietante.
John llamó a Lois por el interfono.
– Lois, por favor, convoca una reunión urgente del departamento a la una. La asistencia es obligatoria. Diles a los que están en el juzgado que pasen a verme antes de marcharse a casa esta noche. -Miró a Kristen-. Si lo intenta con alguien más, estaremos preparados.
Jueves, 19 de febrero, 12.00 horas
– Gracias por hacernos un hueco, Miles -dijo Mia al entrar la primera en el despacho del doctor Miles Westphalen, el psicólogo de la plantilla-. Nos enfrentamos a una situación excepcional.
– ¿Qué ha ocurrido? -Los ojos de Westphalen se centraron en Mia mientras ella lo ponía al corriente-. Enséñame las cartas -pidió, y Mia le tendió una copia de las tres. Las leyó dos veces antes de levantar la cabeza y quitarse las gafas-. Muy interesante.
– Sabía que pensarías eso -dijo Mia-. ¿Qué más?
– Es sincero -opinó Westphalen-. Y listo. O bien tiene estudios de literatura o bien es un ávido lector. Su escritura presenta… Un ritmo poético. Tiene refinamiento y… cultura. Escribe como un abuelo cultivado que trata de transmitir conocimientos a sus nietos. Es religioso, a pesar de que no menciona a Dios ni ninguna religión en particular.
Abe frunció los labios.
– Es un hipócrita, se jacta de vengar a las víctimas pero persigue a la fiscal Mayhew.
Westphalen arqueó una de sus cejas canas y se volvió hacia Mia.
– ¿Tú qué opinas, Mia?
Mia exhaló un suspiro.
– Siente un odio particular hacia los agresores sexuales. Hoy hemos encontrado cinco cadáveres. A los violadores y a los pederastas les voló la zona pélvica de un tiro, mientras que a los asesinos se limitó a dispararles en la cabeza. Y, ¿sabes? El último, King…
– El pederasta -observó Westphalen.
Mia hizo una mueca.
– Sí. O bien se pegó un leñazo contra una pared o bien nuestro humilde servidor lo hizo papilla. No lo habría reconocido ni su propia madre.
– Kristen sí lo reconoció -puntualizó Abe.
Mia frunció el entrecejo y se dio media vuelta para mirarlo.
– ¿Qué quieres decir?
Abe se encogió de hombros, intranquilo.
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