– Las tres mujeres a las que Ramey violó -respondió Kristen sin apartar la vista del haz de luz, de la losa de mármol con los nombres inscritos. Y las fechas.
Se trataba de una lápida.
Kristen levantó la vista y topó con la mirada de Reagan.
– Son las fechas de su nacimiento y el día en que fueron agredidas. Él… -Tragó bilis.
Reagan sacudió la cabeza.
– No tiene sentido.
Mia se acercó corriendo; su vaho se condensaba al contacto con el aire.
– ¿Qué es lo que no tiene sentido? -Y al momento exclamó con voz queda-: Dios santo.
Kristen se estremeció.
– Tienes razón, no tiene sentido. Además, si les hubiese ocurrido algo a esas tres mujeres, o solo a una, yo me habría enterado. -Le habría informado alguno de los novios o maridos furiosos que tan implacablemente la habían culpado por arrastrar a las mujeres al infierno de declarar para acabar sufriendo de nuevo cuando Ramey resultó absuelto. Aún sentía la acritud de su rabia, de las acusaciones que ella no había intentado negar. Apartó de sí el sentimiento de culpa y se concentró en la losa que tenía a sus pies-. Es un homenaje -dijo-. A las víctimas.
Abe miró a Jack y asintió.
– Que empiecen a cavar. Cuidado con la losa; tal vez la tierra que hay pegada debajo contenga alguna pista. ¿Hay también losas en los otros lugares?
– Lo averiguaré. -Jack les hizo un gesto para que dejaran el camino libre a su equipo-. Nos llevará un rato. Hay bastante hielo.
Ellos se apartaron pero permanecieron bajo la lona que los cobijaba de la fina lluvia. El equipo empezó a cavar con cuidado.
– He confeccionado una lista con los nombres de las víctimas, de sus familias y de todas aquellas personas relacionadas con alguno de los tres casos -anunció Kristen al tiempo que una palada de tierra helada caía en el montón que iba creciendo junto a ella.
– ¿Otra noche en vela? -preguntó Mia con los ojos fijos en el lugar donde estaban cavando.
– Digamos que sí. -Había intentado dormir, pero imaginar a aquel hombre espiándola por la ventana aumentaba su tensión, y cualquier crujido o chirrido de su vieja casa empeoraba las cosas. Al final se había rendido-. También he anotado los nombres de los criminales a quienes he acusado sin éxito y he separado las absoluciones por tecnicismos jurídicos de las defensas legítimas.
– ¿Cuántos hay en total? -quiso saber Reagan.
– Tuve que cambiar el cartucho de tinta de la impresora cuando iba por la mitad -respondió Kristen con sequedad-. Estoy asombrada de mi profesionalidad.
– ¿Cuántos de esos casos crees que podrías haber ganado, más o menos? -preguntó Reagan con la intención de ser práctico.
Kristen se había hecho la misma pregunta tantas veces que al final se había entretenido en hacer el cálculo.
– Un veinticinco por ciento, aproximadamente -confesó con sinceridad.
– Solo un veinticinco por ciento, y eso contando con la ventaja de la perspectiva -dijo Reagan, y emitió un sonido gutural-. Eso quiere decir que el setenta y cinco por ciento de las veces no habrías cambiado ni una coma, lo cual me parece muy significativo.
El primer impulso de Kristen fue no conceder mayor importancia a las palabras de Reagan que la que él probablemente les había dado. Pero levantó la cabeza, vio los ojos azules clavados en su rostro y se convenció de que hablaba en serio. Se sentía incómodamente halagada y a la vez experimentaba una sensación creciente de haber vivido aquello mismo antes. Y como enfrentarse a eso último le resultaba mucho más fácil que aceptar sus palabras de admiración, lo miró con los ojos entornados.
– Sé que nos hemos visto en alguna parte. Anoche me dijiste que llevaba el pelo recogido. ¿A qué te referías?
Reagan abrió la boca para responder, pero sus primeras palabras fueron ahogadas por la exclamación de Jack.
– Venid a ver lo que hemos encontrado.
Reagan y Mia se acercaron al instante. Kristen lo hizo con mayor vacilación; incluso con las zapatillas de deporte le resultaba difícil avanzar por culpa de la falda. Rodeó el montón de tierra y se colocó con cautela junto al borde del hoyo, de un metro de profundidad. Tragó saliva.
«Tenía razón -fue lo primero que pensó-, tenemos suerte de estar en invierno.» De haber sido verano, el cadáver estaría tan descompuesto que resultaría irreconocible. Pero el frío invierno de Chicago lo había preservado bastante bien. Lo suficiente para que pudiese identificarlo sin dudar.
– Es él, Anthony Ramey. -Le temblaba la voz, pero sabía que nadie la censuraría por ello. La expresión de los hombres de Jack revelaba que habrían preferido estar tomando huellas dactilares en cualquier parte a encontrarse en aquella zanja con un cuerpo en proceso de descomposición. Mia se colocó un pañuelo en la cara y caminó por la zanja para tener otro ángulo de visión.
– O lo que queda de él -dijo Mia hablando a través del pañuelo-. Joder, Kristen, tu humilde servidor se ha ensañado a base de bien con Ramey. Se ha escudado en la Biblia para tomarse la justicia por su mano.
Era cierto. Allí descansaba el cuerpo de Anthony Ramey, desnudo y putrefacto; pero le faltaba la zona pélvica. En su lugar se abría un hueco del tamaño de una pelota de béisbol.
– «Ojo por ojo» -murmuró Kristen, que habría dado lo que fuera por un pañuelo. Incluso con la congelación natural, el hedor del cadáver le revolvía el estómago; por un momento le entraron ganas de cargar contra Reagan por haberla invitado a desayunar. Tenía los bagels de salmón ahumado en la garganta.
– ¿Le ha pegado un tiro? -preguntó Reagan a Mia, y esta asintió.
– Es lo más probable. -Mia se agachó para verlo más de cerca-. Pero seguro que no lo hizo con la misma arma que lo mató. Es muy posible que se lo hiciera después de muerto. En las instantáneas la zona pélvica no se ve dañada.
– El informe del forense lo confirmará -concluyó Reagan al tiempo que se agachaba junto a Mia-. ¿Qué es esto?
Mia aguzó la vista por encima del dobladillo del pañuelo.
– ¿El qué?
Reagan señaló la garganta de Ramey.
– Las marcas del cuello. -Se arrodilló y se inclinó hacia delante para verlo más de cerca, luego levantó la cabeza y se volvió hacia Mia-. Podrían ser marcas de estrangulamiento -aventuró-. ¿Jack?
¿Marcas de estrangulamiento? «Oh, no -fue todo cuanto Kristen pudo pensar-. No, no, no.»
Jack retiró con un cepillo la tierra que cubría el cuello de Ramey.
– Eso parece.
Mia se dio media vuelta y miró a Kristen con los ojos entrecerrados.
– Kristen, ¿verdad que Ramey…?
El presentimiento de Kristen había cobrado realidad. Lo que implicaba era demasiado inquietante para planteárselo. Pero no tenían más remedio que hacerlo.
– Se acercaba a sus víctimas por detrás y les oprimía la garganta con una cadena fina como un collar que solo cerraba el paso del aire lo imprescindible para que no pudieran gritar. Cuando ellas dejaban de forcejear, él dejaba de oprimirles la garganta. Luego las arrastraba hasta una zona oscura del aparcamiento y las violaba. La policía encontró la cadena al registrar el piso de Ramey, pero la defensa alegó que no había orden de registro. Con esa prueba habríamos conseguido que lo condenaran, pero el jurado no llegó a verla.
– Así que nuestro hombre se dedica a emular a sus víctimas -dedujo Reagan sin dejar de mirar las marcas de estrangulamiento.
Kristen sacudió la cabeza y, por la expresión que observó en Mia, supo que había interpretado el gesto correctamente. Fuera lo que fuese lo que quería decir, tenía que ser muy malo.
– Ese detalle no se lo comunicamos a la prensa.
Reagan se volvió despacio; su semblante parecía tan apagado como el de Mia.
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