– Entonces…
Kristen asintió.
– Tiene acceso a información confidencial.
Mia se puso en pie y se sacudió los pantalones.
– O está entre nosotros.
Reagan soltó un reniego.
– Mierda.
Jueves, 19 de febrero, 7.45 horas
Los bagels de salmón seguían en el estómago de Kristen, pero se encontraban allí más a gusto que ella junto a la tumba provisional de tres jóvenes que habían arrebatado la vida a dos niños sin importarles lo más mínimo. También esta vez el plano que había trazado su humilde servidor era exacto, y también esta vez había colocado una lápida en el lugar indicado.
Y había grabado en ella los nombres de los dos niños que no habían llegado a cumplir ocho años.
Jack se había comunicado por radio con los hombres que montaban guardia en el tercer escenario, donde se suponía que iban a encontrar el cadáver de Ross King y una lápida con los nombres de las seis víctimas a quienes había arrebatado la infancia de forma repugnante. Había traicionado su confianza. Aquellos seis chicos habían demostrado un gran valor al declarar en el juicio; a Kristen todavía se le encogía el alma al recordarlo. Habían confesado al tribunal el terror y el trauma vividos, lo habían hecho en una sala donde solo se encontraban sus padres, el juez, el abogado defensor, Ross King y ella. «Y el jurado.» Se había olvidado del jurado.
– Sus nombres no se hicieron públicos -anunció Kristen en voz alta, y tanto Mia como Reagan se volvieron a mirarla. Ella parpadeó para enfocar sus rostros-. Los nombres de las víctimas de King nunca se hicieron públicos. Eran menores. Solo los agentes de policía que efectuaron la detención, los abogados y el jurado sabían quiénes eran. Me había olvidado del jurado. -Sacó de su maletín los listados que había confeccionado durante la noche-. Esta es la lista de todos los implicados en alguno de los tres juicios. Las víctimas, sus familiares, todos aquellos que declararon. He imprimido una copia para cada uno. -Tendió sendos fajos de hojas a ambos detectives-. Pero me he olvidado de incluir a los miembros de los jurados. Claro que a lo mejor da igual. El jurado de Ramey no llegó a saber lo de la cadena, pero el de King sí conocía los nombres de las víctimas.
Mia hojeó sus papeles.
– ¡Uau! ¿Cuánto has tardado?
– En confeccionar la lista, diez minutos. Tengo una base de datos con todos los casos, así que el trabajo casi estaba hecho. Eso sí, imprimirla me ha llevado casi tres horas; mi impresora es muy antigua. -Frunció el entrecejo al ver que el rostro de Reagan se ensombrecía por momentos-. ¿Qué ocurre?
Sus ojos azules reflejaban frialdad.
– En esta lista hay policías -dijo casi sin voz.
Kristen sintió los rugidos de su estómago, señal inequívoca de que estaba nerviosa. Retuvo el aire y se tranquilizó, tal como hacía siempre. Aquella era una de sus mayores habilidades. Impávida, cruzó su mirada con la de Reagan.
– Pues claro. Participaron en la investigación.
En las mejillas bien afeitadas de Reagan aparecieron sendas manchas de rubor.
– Y llevan demasiado tiempo observando cómo los culpables quedan en libertad, ¿no? -dijo citando la carta del asesino.
Kristen apretó la mandíbula, pero no levantó la voz.
– Eso lo dices tú, no yo. Pero es cierto. Además, ahora sabemos que él tiene acceso a información interna. -Con el rabillo del ojo pudo ver que Mia escuchaba la discusión con el entrecejo fruncido.
Reagan volvió a hojear los listados con impaciencia.
– ¿Dónde están los abogados, Kristen?
– Ahí están. Todos los defensores titulares y sus ayudantes.
Él bajó la cabeza para concentrarse en los papeles; era un gesto algo amedrentador, pero Kristen no estaba segura de que fuera intencionado.
– ¿Y los de tu despacho? ¿Dónde están los fiscales? -preguntó en un tono falsamente tranquilo.
Kristen exhaló un suspiro imperceptible.
– Tiene a la fiscal delante de usted, detective Reagan.
– Pero tendrás ayudantes, ¿verdad, Kristen? -intervino Mia, neutral-. Seguro que tienes por lo menos una secretaria.
A decir verdad, ese era un punto que no había tenido en cuenta. No obstante, si quería hacer las cosas de forma correcta y justa debía incluir a todo el mundo en la lista, sobre todo ahora que sabían que el asesino tenía acceso a información confidencial.
– Revisaré las listas y os las enviaré a vuestros despachos después de comer. -Se cargó el ordenador portátil al hombro y lo recolocó para que el peso quedara bien repartido-. Hasta luego.
– ¿Adónde vas? -preguntó Reagan.
La irritación que sentía hizo que Kristen se irguiera.
– A las nueve tengo que presentar peticiones. -Lo obsequió con una mirada tan penetrante como las suyas-. Todos andamos muy ocupados, detective.
Él asintió con frialdad y agitó los listados en el aire.
– Gracias. De no haber sido por ti, habríamos tardado horas en conseguirlos. -Aquello era una invitación a firmar la paz y Kristen la aceptó con un asentimiento cortés.
– Días -lo corrigió Mia-. Empezaremos a interrogar a las víctimas de las víctimas hoy mismo.
A Kristen se le encogió el estómago.
– Así que otra vez van a verse envueltas en un proceso… -Se quedó mirando a Mia-. Me gustaría acompañaros, sobre todo cuando vayáis a ver a las víctimas de Ramey y de King.
Mia, con expresión comprensiva, abrió la boca para añadir algo, pero Reagan se le adelantó.
– ¿Por qué, abogada? -preguntó en un tono casi mordaz-. ¿Crees que las intimidaremos para que confiesen?
Mia resopló.
– Eso está fuera de lugar, Reagan. Kristen…
Kristen alzó la mano.
– No, Mia. No te preocupes. Puedo comprender que el detective Reagan se lleve una impresión equivocada, dadas las circunstancias. -Lo miró fijamente y lo desafió a hacer lo propio guardando silencio hasta que lo hubo conseguido-. Dejemos claras unas cuantas cosas, detective. En general mantengo una buena relación profesional con el equipo de Spinnelli. Cualquiera sería capaz de decirte que soy justa y meticulosa. No sé si nos enfrentamos a un policía, a un abogado o a un chiflado con buenos contactos. Lo que está claro es que en el punto de partida no podemos permitirnos descartar a ningún posible sospechoso, ni siquiera a los policías, más bien al revés, vuestra placa me merece gran respeto y no me gustaría que una oveja descarriada la empañara.
Reagan abrió la boca pero esta vez fue ella quien lo atajó.
– No he terminado -prosiguió con voz calmada. Si supieran cuánto había practicado para mantener aquel tono a pesar de que por dentro estaba como un flan-. Basándome en mi limitada experiencia personal, no te creo capaz de intimidar a una víctima de violación que ya ha tenido que pasar por un infierno; pero si me limito a lo que he visto en los últimos minutos, podría pensar que incluso el jurado fue más considerado que tú. -Él apartó la mirada, avergonzado, y ella suspiró-. Esas diez personas dependían de mí para que se hiciera justicia, y nueve de ellas me culpan por no haber sido capaz de conseguirlo. No quiero estar en deuda con ellas, pero así es como me siento. Así que me gustaría ir con vosotros. Llámame masoquista si quieres, o defensora de las causas perdidas, pero no consiento que me trates de injusta, y eso es precisamente lo que acabas de hacer.
– Lo siento -dijo Abe con un hilo de voz. Clavó en ella sus ojos azules-. Lo que he dicho estaba fuera de lugar.
Por un momento, a Kristen aquella mirada le resultó tan tangible como el contacto físico. Tragó saliva y negó con la cabeza sin saber muy bien si lo hacía para que su mirada dejase de cautivarla o para restar importancia a sus palabras.
Читать дальше