Karen Rose - No te escondas

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Una mujer se suicida una gélida noche en Chicago.
Sin embargo, cuando el detective Aidan Reagan entra en el apartamento de la víctima, todas las evidencias muestran que ha sido un homicidio y apuntan a una sola persona: la psiquiatra Tess Ciccotelli.
Tess no puede evitar que Aidan la juzgue culpable antes siquiera de escucharla. Pero ella no puede facilitarle la información que la exculparía. Alguien ha atrapado a Tess en una red de desconfianza, engaños y traiciones. Y el cerco sobre ella se estrecha cada vez más.

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– Tráela -ordenó Spinnelli-. Y no le digas de qué se la acusa.

– Ella tiene acceso a los historiales de los pacientes, Marc. -Aidan empezó a pensar en los cabos sueltos-. Nuestro hombre debía de saber que Bacon había grabado los vídeos… por eso lo mató.

Murphy frunció el entrecejo.

– Denise estaba presente cuando Tess recibió el CD con el que Bacon quería chantajearla, así que sabe lo de las cámaras. Podría estar ayudando al asesino, y tal vez ni siquiera sea consciente de ello. -Tráela -volvió a ordenar Spinnelli-. Y pídele a Tess que venga a observar. Ella conoce bien a esa mujer, podría ayudarnos a descubrir qué es lo que la mueve.

Jueves, 16 de marzo, 17.05 horas.

A través del cristal Tess observó a Denise Masterson, sentada delante de la mesa de la sala de interrogatorios, juguetear nerviosa con sus anillos. Tess se volvió a mirar a Aidan con incredulidad.

– No estaréis hablando en serio, ¿no, chicos? Denise no es ninguna asesina.

Aidan, a su lado, no estaba para bromas.

– Tal vez no haya matado a nadie pero parece ser que vendió información al Eye . Y si está dispuesta a vender información a un periódico sensacionalista, es posible que también la haya vendido a alguien más. De algún modo han accedido a la consulta, Tess. Han tenido que hacerlo para instalar las cámaras y los micrófonos. Si no fue ella, puede que dejara que lo hiciera otra persona. A lo mejor a cambio de dinero.

– ¿Estáis seguros de que vendió información al Eye ?

– Esta mañana ha ingresado diez mil dólares en su cuenta corriente, Tess -dijo Murphy en tono suave-. ¿Ha recibido alguna paga extra últimamente?

Tess suspiró.

– No de diez mil dólares. Mierda. Empezad.

Spinnelli se reunió con Tess mientras Aidan y Murphy entraban en la pequeña sala donde ella misma había aguardado a que la interrogaran unos días antes. Aidan se sentó en la esquina de la mesa más cercana a Denise y se cruzó de brazos. Murphy se acomodó en la silla contigua a la que ocupaba la chica.

– ¿Cuánto dinero gana, señorita Masterson? -empezó Aidan.

Denise pestañeó.

– No… No creo que sea asunto suyo.

– Aidan, ya sabes cuánto gana -lo reprendió Murphy con amabilidad. Trató de dirigir a Denise una sonrisa benévola-. Lo hemos comprobado antes de detenerla.

La chica lanzó una mirada a Aidan antes de volverse de nuevo hacia Murphy.

– Entonces, ¿por qué lo preguntan?

Murphy conservó la sonrisa.

– Queremos que nos cuente de dónde ha sacado los diez mil dólares… Ya sabe, los que han aparecido en su cuenta corriente esta mañana.

Ella palideció.

– Me los han dado. Estaba preocupada porque con la muerte del doctor Ernst y la inhabilitación de la doctora Ciccotelli es posible que me quede sin trabajo y mi tía me ha dado dinero.

– Qué generosa. -Aidan se inclinó para acercársele un poco más-. ¿Cómo se llama su tía?

Denise se pasó la lengua por los labios.

– Lila Timmons.

Tess miró a Spinnelli antes de volver a centrar su atención en la mujer a quien creía conocer.

– Lila Timmons era una de nuestras pacientes. Murió el año pasado. ¿No se le ha ocurrido un nombre mejor?

– A diferencia de ti, hay personas que no resisten la presión, Tess -dijo Spinnelli.

Aidan anotó el nombre en su cuaderno.

– Lo comprobaremos. -Se sentó y se la quedó mirando sin decir nada más. Tess revivió el momento en que había utilizado la misma táctica con ella y, a pesar de que despreciaba a Denise por lo que había hecho, no pudo evitar sentir cierta compasión.

Después de aguantar la mirada de Aidan durante un minuto, Denise bajó la vista.

– ¿Puedo irme?

– No está arrestada, señorita Masterson, pero tengo que hacerle otra pregunta antes de dejarla marchar.

Aidan depositó una fotografía en la mesa y Tess quiso que se la tragara la tierra. Era la fotografía de la autopsia de Gwen Seward. Denise se cubrió la boca con la mano para ahogar el grito de horror.

– Señorita Masterson, solo quiero que vea lo que le ocurrió a Gwen Seward mientras usted telefoneaba al National Eye . No podrá exponerse el cadáver en el tanatorio, la cabeza ha quedado destrozada.

A Denise le entraron arcadas y acabó vomitando en la papelera que Murphy había situado junto a sus pies.

Aidan la presionó un poco más.

– Gwen Seward podría estar viva si usted hubiera llamado al 911 tal como la doctora Ciccotelli le pidió.

Denise se cubrió la cara con las manos.

– Yo no la maté. Lo hizo su marido.

Aidan le quitó las manos del rostro y le puso la foto frente a sus ojos.

– Porque usted no llamó a tiempo al 911. ¿Por qué tardó diez minutos en hacerlo, Denise?

Denise cerró los ojos con fuerza.

– Llévese eso, por favor, no me haga volver a mirarlo.

– Dígame por qué tardó diez minutos en llamar a la policía.

– Los demás ya estaban muertos, no creía que hubiera prisa.

Aidan sacudió la cabeza como si necesitara pensar con claridad.

– ¿Nos está diciendo que llamó antes al periódico porque creía que Malcolm Seward ya estaba muerto?

Denise asintió, temblorosa.

– Me llamaron por la mañana y me dijeron que me pagarían diez mil dólares por una exclusiva.

Tess frunció el entrecejo.

– El Eye no publicó ninguna exclusiva, Marc. El martes había una veintena de periodistas en la puerta de casa de Seward; no le habrían pagado nada de todas formas. -Se le encogió el estómago-. Dios mío. Ella estaba en la consulta cuando apareció el mensajero con el CD. -Aferró el brazo de Spinnelli-. Averigua si esa es la exclusiva que les vendió.

Spinnelli le dio unas palmaditas en el brazo.

– Dales unos minutos más a Aidan y a Murphy.

– Así que traicionó a la doctora Ciccotelli -decía Aidan.

Denise alzó la barbilla.

– No he hecho nada ilegal. Mi abogado me lo ha dicho.

– ¿Quién es su abogado, señorita Masterson? -preguntó Murphy en tono moderado a pesar del desprecio que Tess observaba en sus ojos-. Quizá la haya informado mal.

– ¿Puedo irme?

– Enseguida. -Aidan extrajo otra fotografía de la carpeta.

– ¿Quién es ese? -quiso saber Tess.

– Es el hombre a quien vimos entrar en el piso de Seward -musitó Spinnelli.

– Pues yo lo conozco -dijo Tess, y vio parpadear a Denise-. Y ella también.

Spinnelli se volvió a mirarla de golpe.

– ¿Quién es?

– No lo recuerdo -dijo Tess-. Pero ya me acordaré.

Denise sacudía la cabeza.

– No lo conozco, no lo he visto en mi vida.

– Vamos, Denise -insistió Aidan en tono burlón-. ¿Él también le ha pagado?

Denise entrecerró los ojos.

– No.

– Preguntadle por el CD -dijo Tess. «Y si se lo ha contado a alguien, la mataré con mis propias manos.»

Spinnelli asomó la cabeza por la puerta y le hizo señales a Murphy para que se acercara. Luego le susurró algo al oído. Murphy asintió y volvió a situarse junto a Denise.

– Somos muy curiosos, señorita Masterson. Antes de nada, queremos aclarar de dónde ha salido ese dinero ganado de manera ilegal. ¿Se lo dio Lila Timmons, que lleva muerta un año, o se lo pagó el National Eye ?

Denise apretó los dientes.

– Ya les he dicho que fue el Eye . Y lo que he hecho no es ilegal.

– Muy bien, pero yo cruzaría los dedos. -Murphy sonrió-. Ahora dígame por qué le pagaron diez mil dólares por una noticia que una hora más tarde era del dominio público. Lo de Seward no era ninguna exclusiva.

Denise tragó saliva.

– Me voy a casa.

Murphy y Aidan intercambiaron una mirada y Tess vio que Aidan tomaba rápidamente el relevo.

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