– No creo que…
Ella abrió los ojos y lanzó una mirada feroz a Spinnelli.
– Hostia puta, Marc -masculló-. Haz el favor de decírmelo.
Spinnelli dirigió una mirada a Rachel, que seguía sentada en la silla, atónita.
– No lo haré ni aquí ni ahora. Rachel, voy a llamar a tu padre para que venga a buscarte.
Aidan se levantó, su semblante volvía a ser indescifrable.
– La acompañaré yo, Marc -dijo en tono grave-. Tengo que salir de todas formas. Vamos, Rachel.
La chica se levantó con gestos vacilantes y Aidan la tomó por el brazo para ayudarla. Se dispuso a devolverle el abrigo a Tess pero ella sacudió la cabeza.
– Quédatelo -dijo, y miró los ojos inexpresivos de Aidan-. Le debo una a tu hermano.
Él no respondió, se limitó a hacer un gesto de asentimiento y se alejó.
Tess no se movió, estaba paralizada. Aidan se había ido sin pronunciar una sola palabra. Pero ¿qué podía decir? ¿«Adiós, Tess, gracias por la noche desenfrenada pero han estado a punto de matar a mi hermana por tu culpa»? Habría tenido razón. Ni siquiera podía culparlo por haberse marchado. Solo por dejarse ver en su compañía, había puesto en riesgo a su familia, a su hermana. Todos los demás habían muerto, y a Rachel podría haberle ocurrido lo mismo. Ahora no importaba nada, salvo la seguridad de la chica.
«¿Ni siquiera tu corazón, Tess?» No; ni siquiera eso.
– Qué hijo de puta -masculló Vito-. Me entran ganas de…
– Déjalo, Vito. ¿Qué puede hacer si no? ¿Dejar que el asesino se marque otro tanto? -masculló-. Ya ha conseguido que todos mis pacientes me teman. Ahora las personas más cercanas también me tienen miedo.
Vito se acuclilló junto a ella y tomó su fría mano entre las suyas, más calientes.
– Vuelve a casa conmigo, Tess. Tu sitio es ese.
– No puedo, por lo menos hasta que termine todo esto. No pienso salir corriendo y esconderme. -Miró a Spinnelli-. Cuéntame lo de Marge.
– Le han cortado el cuello esta noche, entre las doce y las cuatro.
Tess cerró los ojos pero volvió a abrirlos enseguida, incapaz de soportar la imagen que acudía a su mente.
– Tenía dos hijos, Marc. Los dos viven fuera; están estudiando en la universidad.
Spinnelli la miró con ternura.
– Los buscaremos y les contaremos lo ocurrido. En cuanto a Aidan, Tess, no ha querido ser brusco contigo. Estaba conmocionado, igual que tú.
Ella se puso en pie; le temblaban las piernas.
– Podemos irnos, Vito. Llévame a casa de Aidan.
La tensa mandíbula de Vito se abrió del todo.
– ¿Después de tratarte como te ha tratado?
Ella asintió.
– Tengo que ir a recoger mis cosas -explicó, y él se tranquilizó un poco-. Tengo allí la ropa, y a Bella. Si en el hotel no la aceptan, le pediré a Amy que la cuide hasta que pueda volver a mi casa.
– Tess, no te precipites -le aconsejó Spinnelli-. Por favor.
Ella no hizo caso de su petición, irguió la espalda y lo miró con la cabeza muy alta.
– Marc, quien me está vigilando sabe que Rachel está relacionada con la denuncia de la violación a la policía. Eso va más allá de arruinar mi reputación como profesional y de cualquier otro motivo que creyerais que podía tener ese hijo de puta. Está claro que quiere hacerme daño, y le da igual quién tenga que pagar por ello. -Exhaló un suspiro-. No tengo ni idea de quién me odia tanto.
Jueves, 16 de marzo, 14.00 horas.
Aidan se incorporó al tráfico con el teléfono móvil pegado a la oreja.
– ¿Kristen?
– Aidan. -Kristen parecía molesta-. Estoy hasta arriba de trabajo. ¿Es urgente?
– Han agredido a Rachel. -A su lado, la chica miraba por la ventanilla y sacudía la cabeza.
– Dios mío. -El ruido de fondo cesó de repente-. ¿Cómo está?
– Han tenido que darle unos cuantos puntos. Voy a llevarla a casa. -Le horrorizaba la idea; detestaba tener que ver la cara que pondrían sus padres… de miedo y preocupación.
Lo culparían a él. No lo harían expresamente, pero Abe y él les habían prometido que a la chica no le ocurriría nada malo. Qué promesa tan estúpida.
– ¿Puedes decirme si alguno de los chicos a los que denunció está libre?
Aidan la oyó teclear.
– Solamente uno. Esta mañana han pagado la fianza de Andrew Poston. Es hijo de un juez. La situación es muy complicada. Aidan.
– Me importa una mierda de quién sea hijo. Quiero una orden de registro.
– Aidan… -Kristen vaciló-. No tendrías que meterte en medio, no es cosa de tu departamento.
– Escucha, Kristen, justo después de que Tess trajera a Rachel he recibido una llamada. Me han dicho que si no dejo de andar con quien ando, la próxima vez le harán más daño a mi hermana.
El pequeño grito ahogado de Kristen interrumpió momentáneamente la conversación.
– Abe me ha contado lo del portero y la nota. ¿Quién te ha llamado era un hombre o una mujer?
– No lo sé. La voz estaba distorsionada.
Kristen suspiró.
– De acuerdo. Trataré de conseguirte una orden de registro. Pero prométeme que irás con Murphy.
– Claro, gracias. Tengo otra llamada. -Pulsó una tecla-. Reagan.
– Soy Murphy. Los hemos encontrado.
Aidan tardó un segundo en reaccionar.
– ¿Los vídeos de Bacon? ¿Los habéis encontrado? ¿Todos?
– Es probable que se trate de una copia de seguridad. Están ordenados por años. Hay mujeres y… niños. Dios. -Murphy parecía muy afectado-. Nunca había visto una cosa así.
– Murphy, los de…
– ¿Los de Tess? -preguntó, y comprendió lo que quería decir-. Le pediré a una compañera que los visione.
– Gracias. Ven a mi casa y te pondré al corriente. Tenemos mucho que hacer, y le he prometido a Tess que esta noche la acompañaría al tanatorio por lo de Harrison Ernst. -Se guardó el teléfono en el bolsillo y miró a Rachel, que lo observaba atónita.
– ¿Qué pasa?
– ¿Vas a salir con Tess esta noche?
– No es ninguna cita romántica, pero sí, voy a salir con ella. ¿Por qué?
– Porque acabas de comportarte como si no pensaras volver a verla en tu vida.
– Eso es ridículo, seguro que a ella no se lo ha parecido.
– Pues yo creo que sí, Aidan. Le he visto la cara cuando te marchabas. Ella no tiene la culpa de nada y tú vas y te ofendes y te cabreas. Yo no sabía qué decirle. Se ha portado muy bien conmigo y a ti no se te ocurre otra cosa que cabrearte con ella.
– No me he cabreado con ella, y ella lo sabe porque no es tonta.
– Yo lo único que sé es lo que he visto. Yo que tú la llamaría, si no te dejará, y vale mucho más la pena que Shelley, Aidan. Shelley nos miraba por encima del hombro. Tess… es la mujer perfecta para ti.
– ¿Cómo lo sabes? No has pasado más de cuatro horas con ella en total.
Rachel le dirigió una serena mirada de adulta.
– Anoche y hoy me ha hablado de su familia. En parte creo que lo ha hecho para distraerme mientras me daba los puntos, pero en parte creo que necesitaba hablar con alguien. Es curioso, nunca se me había ocurrido pensar que los psiquiatras también necesitan hablar de sus cosas. Su familia es parecida a la nuestra, pero su padre está enfermo, ya lo sabes. Acaba de enterarse de que necesita un trasplante; si no, morirá.
A Aidan se le encogió el corazón.
– Pobre Tess. Solo le faltaba eso.
– Llámala, Aidan. No la dejes escapar o te daré una patada en el culo. O mejor le pediré a ella que se encargue. Qué pasada lo que le hizo a ese tipo anoche.
Sí, había sido una pasada. Y después de todo el miedo que había pasado, él la había encontrado de lo más excitante; el mejor sexo que había practicado jamás. Decididamente, Tess no era como él creía al principio.
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