Karen Rose - No te escondas

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Una mujer se suicida una gélida noche en Chicago.
Sin embargo, cuando el detective Aidan Reagan entra en el apartamento de la víctima, todas las evidencias muestran que ha sido un homicidio y apuntan a una sola persona: la psiquiatra Tess Ciccotelli.
Tess no puede evitar que Aidan la juzgue culpable antes siquiera de escucharla. Pero ella no puede facilitarle la información que la exculparía. Alguien ha atrapado a Tess en una red de desconfianza, engaños y traiciones. Y el cerco sobre ella se estrecha cada vez más.

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– ¿Denise es la recepcionista?

– Sí. -Frunciendo más el entrecejo, Aidan miró las llamadas hechas desde el móvil de Tess-. A mí me llamó a las tres y veintidós, siete minutos más tarde.

Abe se irguió.

– Pero Denise llamó al 911 diez minutos después de que Tess colgara.

Aidan se volvió a mirarlo.

– Tess me dijo que no sabía por qué la policía había tardado tanto en llegar a casa de Seward. No tenía previsto intervenir, pero Seward estaba apuntando a su esposa en la cabeza con una pistola. Esperaba que la policía hubiera llegado antes que ella.

– Y lo habrían hecho si Denise los hubiera avisado cuando se suponía que iba a hacerlo. ¿Por qué no llamó enseguida?

Aidan pensó en la recepcionista. Tenía acceso a todos los archivos de Tess, a sus pacientes; no solo a los historiales, sino también a sus direcciones y sus números de teléfono. Estaba allí cuando el mensajero entregó el CD, así que sabía lo de las grabaciones clandestinas de Bacon. Y no había sido capaz de mirarlo a los ojos esa mañana, cuando Murphy y él habían ido a la consulta para contarle a Tess lo del asesinato de Bacon.

Aidan esparció la pila de papeles de su escritorio y les echó un vistazo.

– Denise Masterson. Ya he investigado sobre ella, no tiene antecedentes. -Ojeó rápidamente la única información que tenía sobre Masterson-. Lleva cinco años trabajando en la consulta. Antes de eso, estudiaba en la universidad. No tiene deudas importantes. Su coche tiene diez años y comparte piso con otra chica. Es todo cuanto sé. -Infló las mejillas-. Tengo que salir dentro de una hora para encontrarme con la antigua compañera de piso de Nicole Rivera. Después pasaré a ver a la de Denise.

– Podrías preguntarle a Tess.

– ¿El qué?

Tess observó a los dos hombres volverse con cara de sorpresa. Por detrás eran casi idénticos; anchas espaldas, camisa blanca y pantalones negros. Idénticas cabezas de pelo castaño, idénticas fundas de pistola. Pero Tess creía ser capaz de distinguir a Aidan en una habitación llena de hombres iguales. La noche anterior había acariciado su espalda. Ahora tenía que darle una muy mala noticia.

Aidan entrecerró los ojos.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Sentaos. Los dos.

– Tess…

Ella levantó la mano.

– Por favor.

Aidan se sentó en la silla y Abe en la mesa. Ambos mostraban la misma expresión preocupada.

– Se trata de Rachel.

Ambos se levantaron de un salto y sus rostros perdieron todo el color. Con un quedo suspiro, Tess los miró a los dos.

– No le han hecho mucho daño.

– ¿Dónde está? -La voz de Aidan era siniestra-. Tess, no juegues con nosotros.

– ¿Te parece que estoy jugando con vosotros? -preguntó ella con aspereza-. Sentaos, coño. Para empezar os diré que por eso es por lo que no os ha llamado directamente. -Ellos volvieron a sentarse despacio-. Está en el vestíbulo, con Vito. Llamó a Kristen y a su otra cuñada pero saltaba el contestador. No quería que vosotros ni vuestros padres la vierais tal como está, y como ayer le di mi teléfono mientras la ayudaba con los deberes, me ha llamado y me ha pedido que me reuniera con ella en tu casa y la ayudara a asearse.

Aidan tragó saliva; seguía estando muy pálido.

– No lo habrás hecho, ¿verdad? Necesitamos… pruebas.

– La he llevado al hospital -respondió, y al ver que ambos se ponían muy tensos añadió-: No es que estuviera muy mal, solo le hacían falta unos cuantos puntos. Luego he llamado a un policía que le ha tomado declaración y ha hecho unas fotos, y después la he traído directamente aquí. -Se acuclilló junto a la silla de Aidan y le tomó la mano-. Le han pegado y le han rasgado la ropa. Tiene muy mal aspecto pero en realidad no es nada. No le han hecho nada más, ¿me entiendes?

Él asintió con rigidez.

– ¿Quién ha sido?

– Dos chicos de su escuela. Ya lo ha pasado bastante mal esta tarde, no se lo pongas más difícil. Alegra esa cara. -Miró a Abe-. Y tú también. Parece que vayáis a asesinar a alguien. Rachel tiene miedo de que perdáis el control y os metáis en un lío que os cueste el trabajo.

Abe exhaló un suspiro y se esforzó por relajar el semblante.

– Ve a buscarla.

Tess se dio cuenta de que estaba complicando las cosas y fue corriendo a donde Rachel aguardaba junto con Vito. Se había echado el abrigo de Tess por los hombros y con el cuello subido se tapaba las orejas.

– Los he preparado tanto como he podido, cariño -dijo-. Cuanto antes acabes con esto, mejor.

– Se pondrán hechos unas fieras -susurró Rachel con labios temblorosos.

– Pues claro, es normal. Pero son buenas personas y no harán ninguna tontería. -Asió a Rachel por el brazo y la condujo al reservado donde sus hermanos aguardaban de pie. Al verle la cara ambos apretaron los puños.

Rachel trató de sonreír.

– No estoy tan mal como parece. -Gracias a un poco de hielo y unas curas su aspecto había mejorado bastante.

Aidan forzó una sonrisa.

– No sé cómo estás, mocosa, pero tienes muy mal aspecto. -Extrajo la silla de debajo del escritorio-. Siéntate -dijo en tono suave-. Cuéntanos qué ha pasado.

– Me he quedado atrapada entre la gente en una de las escaleras de la escuela. Mirándolo en perspectiva, debían de tenerlo planeado porque cuando ha sonado el timbre todo el mundo ha desaparecido de repente. Entonces me han agarrado por detrás y me han tapado los ojos. Me he resistido, pero ellos tenían mucha más fuerza.

Tanto Aidan como Abe se pusieron aún más pálidos y Rachel se estremeció.

– Pensaba que iban a hacerme lo mismo que a Marie, pero no. Me han metido un trapo en la boca y me han pegado, me han rasgado la blusa y me han estampado la cara contra una pared de obra. Luego me han dicho que contara hasta cincuenta antes de volverme. No he ido a ver al director porque habría llamado a casa y no quería que mamá y papá se preocuparan. Así que me he escapado por la puerta de emergencia y he echado a andar.

Aidan se enjugó las palmas de las manos en los pantalones.

– ¿No ha sonado la alarma?

– No funciona porque siempre la utilizaban para interrumpir las clases.

– ¿Te han dicho algo, Rachel? -preguntó Abe.

Ella se encogió de hombros.

– Que debería tener la boca cerrada. Además de llamarme de todo.

Abe le levantó suavemente la barbilla.

– ¿Crees que podrías identificarlos?

– Sí. -Rachel asintió muy seria-. Después los he visto. Cuando los atrapéis avisadme para la rueda de reconocimiento.

– Ha dado sus nombres al policía que le ha tomado declaración -dijo Tess-. Ahora, unos coches patrulla estarán yendo a buscarlos.

Aidan esbozó una sonrisa trémula.

– Esta es mi niña. -Posó el dedo en una esquina del vendaje que llevaba por encima de la ceja-. ¿Cuántos puntos te han dado, cariño?

– Solo tres.

– Pues fue peor lo que te hiciste el año pasado patinando sobre hielo. ¿Cuántos fueron? ¿Nueve?

– Once. -Exhaló un suspiro de alivio-. Te veo más tranquilo de lo que creía.

La sonrisa de Aidan se desvaneció.

– Porque finjo muy bien, pequeñaja.

– ¿Por qué no nos has llamado, cariño? -preguntó Abe.

Rachel lo miró, y luego miró a Aidan.

– Porque parecía que estuviera mucho peor de lo que estaba. No quería disgustar a mamá y papá, así que he pensado en ir a tu casa. -Volvió la cabeza-. Ya sé que no tendría que haber salido sola, pero era incapaz de pensar con claridad.

– No te preocupes -dijo Aidan-. Podría pasarle a cualquiera. ¿Cuándo los has visto.

– Me he vuelto y he visto que me estaban siguiendo, entonces ha sido cuando me he asustado de verdad. -Sonrió con tristeza-. Seguramente pensaban que iba a contarlo y se han puesto frenéticos. Han echado a correr detrás de mí, pero he llegado a tu casa y he soltado al perro.

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