Karen Rose - No te escondas

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Una mujer se suicida una gélida noche en Chicago.
Sin embargo, cuando el detective Aidan Reagan entra en el apartamento de la víctima, todas las evidencias muestran que ha sido un homicidio y apuntan a una sola persona: la psiquiatra Tess Ciccotelli.
Tess no puede evitar que Aidan la juzgue culpable antes siquiera de escucharla. Pero ella no puede facilitarle la información que la exculparía. Alguien ha atrapado a Tess en una red de desconfianza, engaños y traiciones. Y el cerco sobre ella se estrecha cada vez más.

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– ¿Da igual que haya tratado de ofenderte?

– ¿Cuándo? ¿En la comisaría? Ha sido un malentendido.

– Por un malentendido has pasado cinco años sin hablarte con papá, Tess. Ese tipo aparece de la noche a la mañana y te instalas en su casa, y encima te ofende y tú vas y le perdonas como si tal cosa. -Chascó los dedos en el aire.

– Es posible que el malentendido con papá me haya enseñado unas cuantas cosas. He perdido muchos años. Mira, seré sincera contigo. Desde lo de Phillip me he sentido muy sola, he echado de menos tener a alguien a mi lado. No creo que eso sea tan malo.

Vito se apoyó en la pared y dejó caer los hombros.

– No quiero que te haga sufrir.

– Si lo hace, sobreviviré. -Bella entró paseándose en la cocina y Tess la atrapó-. Toma, sujétala. Tengo que volver a ponerle esto.

Agarró el collar y tiró de la hebilla.

Pero se detuvo en seco, atónita.

– Santo Dios.

Vito se inclinó para ver qué había encontrado, luego levantó la cabeza y la miró con los ojos entornados y expresión de enojo.

Tess depositó el collar en la encimera y salió corriendo a la calle mientras pulsaba frenéticamente las teclas de su móvil.

– ¿Aidan? Ya sé cómo han descubierto lo de Rachel.

Jueves, 16 de marzo, 15.15 horas.

Kristen los estaba esperando frente a la casa de Poston con la orden de registro en la mano.

– ¿Qué ocurre? -preguntó al ver sus caras.

– La gata de Tess llevaba un micrófono oculto -masculló Aidan-. Rachel la tuvo en el regazo todo el tiempo mientras me contaba lo de la violación y por eso la descubrieron. ¿Cómo es que has venido tú?

– Andrew Poston padre es juez. Patrick lo considera una medida preventiva.

La señora Poston los estaba esperando en la puerta con expresión horrorizada.

– ¿Qué pasa?

– Tenemos una orden de registro, señora Poston -dijo Kristen mientras subía la escalera detrás de Aidan y Murphy-. Está todo en regla.

Aidan empujó la puerta del dormitorio de Andrew.

– Está cerrada con llave. Déjanos entrar, Andrew. -Como el chico no respondía, Aidan golpeó la puerta con el hombro. Al crujido de la madera siguió el grito escandalizado de la señora Poston cuando Aidan irrumpió en la habitación. El chico estaba de pie, con un CD en la mano.

– Dámelo -le ordenó Aidan.

– No. -Andrew partió el CD por la mitad y el chasquido sonó tan fuerte como un disparo. Su expresión asustada se tornó maliciosa-. Llevo aquí todo el día, desde que mi abogado me ha soltado esta mañana.

Aidan observó el CD roto en las manos del chico y su sonrisa de engreimiento, y controló el acceso de ira, consciente de que partirle la cara solo serviría para poner en peligro el caso y su carrera. Aunque por Rachel merecía la pena.

– ¿Te das cuenta de que quien te ha enviado ese CD es responsable de la muerte de ocho personas? Cuando tú seas prescindible, la cantidad podría ascender a nueve.

La sonrisa de Andrew se desvaneció y la señora Poston dio un grito ahogado.

Andrew echó hacia atrás la cabeza con gesto arrogante.

– Ya me encargaré yo de que no sea así.

– ¿Igual que te encargaste de aquella chica el lunes por la noche? ¿Igual que te has encargado de Rachel Reagan? -preguntó Murphy, apenas capaz de ocultar su ira.

– Ellas se lo han buscado. A mí no me hace falta forzar a nadie. Además, a la puta de Rachel no la he tocado. Si dice que sí es una mentirosa de mierda. He estado aquí todo el día. ¿Verdad, mamá?

Su madre se retorció las manos.

– Sí, ha estado aquí. He avisado a mi marido y está de camino.

– Eso está muy bien, señora Poston -dijo Aidan con amabilidad-. Muy bien. Dígale a su marido que vaya a la comisaría. Como es juez, seguro que estará acostumbrado. Por cierto, Murphy, no hemos tenido la amabilidad de decirle al joven Poston quiénes somos. Este es el detective Murphy. Ella es Kristen Reagan, fiscal del estado. Y yo soy el detective Reagan. -La cara de aquel gamberro palideció, lo cual resultaba muy agradable a la vista-. Vamos, chico.

– ¿Adónde? -Su actitud bravucona se había suavizado bastante.

– A la comisaría -explicó Aidan-. Por ahora estás acusado de obstrucción a la justicia. Cuando todo esto se aclare, ya veremos qué más podemos añadir.

Jueves, 16 de marzo, 16.00 horas.

– ¿Puedes arreglarlo? -preguntó Aidan cuando Rick ya llevaba un buen rato examinando en silencio el CD roto. Murphy, Spinnelli y él habían guardado silencio todo el rato que habían podido.

– ¿Para que se pueda escuchar como un CD normal? No. Pero eso no quiere decir que no pueda recuperar parte del sonido. Dadme un poco más de tiempo.

– ¿Cuánto? -preguntó Spinnelli impaciente.

– No sé, unos días. Es como querer volver a unir un huevo cascado, tal vez no lo consiga.

– Pues empieza -le ordenó Spinnelli-. ¿Qué hay del micrófono del collar de la gata?

Rick se encogió de hombros.

– Es parecido a los que encontramos en la ropa de Tess. La transmisión se efectúa gracias a tu conexión inalámbrica a internet, Aidan. Tienes que protegerla mejor. He enviado al equipo de Jack a registrar tu casa pero no hemos encontrado más aparatos.

– Gracias. -Aidan no quería pensar en lo que el micrófono habría captado la noche anterior, pues ni Tess ni él habían estado precisamente calladitos durante su… arrebato de pasión.

Rick tomó con cuidado los fragmentos del CD.

– Os llamaré cuando haya descubierto algo.

Murphy dejó caer los hombros con desaliento cuando la puerta se cerró detrás de Rick.

– Igual hemos llegado a un punto muerto.

– Suerte que siempre dices que el pesimista soy yo -soltó Aidan-. Tal vez encuentre algo interesante. Y, de todos modos, aún nos queda interrogar a Poston. ¿Qué quieres hacer con ese gilipollas?

Spinnelli arrugó el ceño.

– De momento dejar que se vaya a casa con sus padres. No quiero acusarlo de nada hasta que sepamos qué hay en el CD. Por cierto, tenemos a los dos chicos que agredieron a Rachel. Parece ser que las cosas no les salieron muy bien. Prácticamente no hay un alumno de la escuela que no sepa que luego les entró miedo y la siguieron. -Frunció los labios cuando notó que se le escapaba la risa-. Al parecer tu perra se llevó una buena parte, Aidan. Ese rottweiler les dio un bocado en el culo de los que hacen historia cuando huían despavoridos.

– Bien. Espero que Dolly también les arrancara un trozo de… -Alguien llamó a la puerta de la sala de reuniones y volvió la cabeza. Una administrativa se asomó; llevaba unos papeles en la mano.

– Aidan, tengo la lista de llamadas que me pediste.

– Gracias, Lori. He pedido que rastrearan el teléfono de Denise Masterson -dijo a Spinnelli y a Murphy.

– Denise Masterson es la recepcionista de la consulta de Tess -explicó Murphy a Spinnelli.

– ¿La que tardó en llamar al 911?

– La misma. -Aidan repasó la página de arriba abajo mientras Lori aguardaba-. Aquí está. Una llamada hecha justo un minuto después de que Tess saliera hacia casa de Seward el martes. Duró ocho minutos y medio. -Levantó la cabeza-. ¿Puedes consultar las llamadas hechas desde ese número?

– Ya lo he hecho. -Lori arqueó las cejas-. Es el jefe de redacción del National Eye.

Aidan se quedó perplejo.

– ¿Un periódico sensacionalista? ¿La recepcionista de Tess avisó a un periódico sensacionalista en lugar de llamar al 911?

– ¿Quieres que investigue sus cuentas bancarias? -preguntó Lori.

– Sí, lo más rápido posible. Gracias. -Se volvió a mirar a Spinnelli y Murphy-. Por eso tardaron tanto los agentes. Si hubieran llegado antes, tal vez la esposa de Malcolm Seward estaría viva.

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