– Ya lo sé. Es una buena persona, Aidan.
– Y tú también, Tess. -Le tomó la mano y la apretó ligeramente contra sus labios-. Supongo que tenía miedo de que tú hicieras algo más que limitarte a estar ahí. De que me analizaras y me juzgaras, y tal vez que me dijeras que estaba loco porque así es como me siento a veces.
– Yo nunca haría eso. -Sus labios dibujaron una sonrisa-. Además, parece que soy una inepta.
– Pero solo para eso, para el resto de cosas eres bastante hábil. Vamos a hablar con Carmichael.
Sábado, 18 de marzo, 9.45 horas.
Carmichael estaba plantada en la acera, frente a su casa, con una maleta en la mano. Se la veía pálida y unas ojeras enormes ensombrecían su mirada. No pareció muy contenta de verlos.
– ¿Señorita Carmichael? -la llamó Tess-. Siento mucho lo de su amigo.
Joanna le clavó una mirada de arriba abajo, escrutadora aunque indiferente.
– Yo debería decir lo mismo.
Pero Tess notaba que no lo sentía.
– Me gustaría hablar con usted.
Ella miró la calle.
– Voy al aeropuerto, solo dispongo de unos minutos.
Tess asintió.
– Será suficiente. Quiero saber cómo descubrió que Amy Miller estuvo trabajando para familias del crimen organizado.
Los labios de Joanna se curvaron en una triste sonrisa.
– En realidad no me costó mucho. Estaba buscando trapos sucios y los encontré. La historia de su amigo Jon era una menudencia, pero la de su amiga Amy… Menudo notición. Sabía que siempre acudía a las reuniones en el Blue Lemon todos los segundos domingos de mes y me preguntaba qué hacía una abogada entre tantos médicos. Entonces descubrí que había estudiado en la facultad de medicina de Kentucky mientras usted estudiaba en la de Chicago.
– No pudimos ir a la misma facultad -explicó Tess a Aidan-. Dejó la carrera porque no soportaba las disecciones de cadáveres. Qué ironía, ¿verdad?
– Ella no dejó la carrera, doctora Ciccotelli. La echaron, o por lo menos lo habrían hecho de no ser por las fotos incriminatorias que tenía con uno de los profesores.
Tess la miró perpleja.
– Era totalmente predecible.
– Averigüé el paradero de una de sus viejas compañeras de piso gracias a la secretaria del decano de la facultad de medicina. Al parecer Miller no le caía bien y no tuvo el mínimo problema en orientarme en la dirección adecuada. Me puse en contacto con Kelsey Chin, que ahora ejerce en Lexington. Ella me contó lo de la expulsión y lo de las fotos. Me dijo que Miller había tratado de que la ayudara a hacer las fotos y cuando ella se negó se lo pidió a otra compañera de piso.
– ¿Y cómo descubrió lo del crimen organizado? -preguntó Aidan con impaciencia.
– Me preguntaba qué clase de ética profesional podía tener una persona capaz de hacer una cosa así. Además, había perdido muchos casos y aun así tenía dinero para comprarse ropa y hacer cruceros.
– El crucero lo pagué yo -aclaró Tess.
La sonrisa de Joanna denotaba amargura.
– Entonces puede decirse que tuve suerte, porque eso fue lo que me hizo echar un vistazo a su lista de clientes. A partir de ahí, descubrirlo fue un juego de niños. -Un taxi se detuvo junto al bordillo-. Ahora tengo que irme. Me marcho a casa. Enterraremos allí a Keith.
– ¿Y luego? -preguntó Tess.
– Volveré. -Su amarga sonrisa se tornó una mueca-. He conseguido que me promocionen. Me han ofrecido un buen aumento. He aprendido a tener cuidado con mis ambiciones. -Entró en el taxi y no volvió la vista atrás.
El taxi desapareció al doblar la esquina.
– Aún no sé si me inspira lástima, Aidan.
Él la ayudó a subir de nuevo al coche.
– Tendrá que aprender a vivir con lo que ha hecho. Le ha tocado pagar el pato a su novio. -Se sentó a su lado en el coche y le estrechó la mano-. Tú no habrías podido evitarlo, Tess.
Tess exhaló un suspiro entrecortado.
– Ya lo sé. Y tal vez sea eso lo más difícil de asumir.
– Mira… Conozco a un policía que es licenciado en psicología y que por un precio moderado te acogería en su diván.
Tess se echó a reír, lo cual le sentó muy bien.
– ¿Moderado?
– Vale, de acuerdo. Te aconsejo que hagas un trueque.
– ¿En qué tipo de trueque estás pensando?
Aidan puso el coche en marcha.
– Si tienes que preguntarlo es que no eres tan lista como creía.
– Ya te dije que no era adivina, detective.
Él sonrió.
– Es verdad. Será mejor que te lo explique con detalle más tarde. Ahora te llevaré a ver a tu padre; debe de estar esperándote.
Filadelfia, sábado, 28 de octubre, 19.25 horas.
– Lo está pasando bien -dijo Tess con voz entrecortada.
Michael Ciccotelli estaba bailando con su esposa, y por una vez ella no le pedía que no se excediera. La boda de Tess era un buen motivo para pasar por alto los excesos y todo el mundo actuaba como si fuera la última vez que la familia Ciccotelli se reunía. Por muy amargo que resultara, Tess había aprendido a aceptar las condiciones de salud de su padre, aunque todos esperaban que apareciera un donante.
Aidan se apostó tras ella y le rodeó la cintura con los brazos. Sus pies quedaron totalmente cubiertos por la cola de casi dos metros de longitud del vestido de raso de la abuela de Tess.
– Sí. ¿Y tú? ¿Lo estás pasando bien?
Ella se estremeció mientras él le cubría el cuello desnudo con suaves besos.
– Cada vez mejor.
– Pues te garantizo que mañana las cosas aún mejorarán.
Habían desestimado un crucero por ser demasiado «al estilo Phillip» y un viaje por Europa por ser demasiado «al estilo Shelley», y habían decidido pasar la semana de luna de miel en la costa de Jersey. Luego regresarían a Chicago y darían una fiesta en el Lemon para todos sus amigos, aunque la mayoría estaban allí, compartiendo con ellos esos momentos. También estaba la familia de Aidan. Rachel y Kristen eran las damas de honor. Abe era el padrino de boda e incluso Murphy había accedido a vestirse de esmoquin y encargarse de recibir y sentar a los invitados. Vito, también con esmoquin, se veía de lo más natural y en ese preciso momento trataba de dar esquinazo a una jovencita. Como Tess siempre decía, todas las chicas tonteaban con Vito.
Al lado de Vito se sentaba su amigo Leon, que unos meses antes había salido de la cárcel después de que el análisis de ADN probara que no era el violador de Amy Miller. Gracias al testimonio de Tess y a la enfermedad mental de Amy, la condena de Leon había sido anulada. Resultaba agradable saber que por fin imperaba la justicia.
Jack y Julia también estaban presentes, y Robin y Jon, y Patrick, Flo Ernst y Ethel Hughes, e incluso Lynne Pope, que pensaba retransmitir unas imágenes de la boda en Chicago On The Town . Había dicho que lo haría para cerrar el caso. Y, desde luego, el caso estaba cerrado.
El resto del pasillo estaba lleno de miembros de la familia Ciccotelli más de los que Aidan era capaz de contar. En ese preciso momento, Michael Ciccotelli se acercaba con una expresión de orgullo paterno en el rostro.
– Este es el baile que la novia dedica a su padre, Tessa. Tendrás que soltarla, Reagan.
Aidan lo complació, y se percató de que no era el único que se enjugaba los ojos cuando Michael guió a su hija hasta la pista de baile. Hacían muy buena pareja. Cuando sonaron los últimos compases, Tess se acercó a su padre y le susurró algo al oído. Michael la devolvió a Aidan y su sonrisa se tornó irónica.
– Cuídala -le dijo.
Tess alzó los ojos en señal de exasperación:
– Ella sabe cuidarse sola.
Aidan no le hizo caso y se dirigió a su padre.
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