– Me lo tragué.
– La gran psiquiatra. Pues no eres mejor que los demás; solamente ves lo que quieres ver. -Amy flexionó los dedos-. Tú sí que lo has hecho bien, y por eso el viejo va a morir ahora mismo.
Tess sabía que era entonces o nunca. Se sacó la navaja de su padre de la cinturilla y, mientras Amy examinaba los puntos, la clavó con fuerza en su brazo sano. Con un chillido penetrante, Amy desvió la pistola hacia arriba y entonces Tess le hizo lo mismo que a Clayborn. Amy gritó y la sangre empezó a brotar a chorro de su nariz. Tess se abalanzó sobre ella y la estampó contra una pared. Los botes de los estantes se agitaron y Amy se quedó aturdida unos instantes.
Con una mano Tess le arrebató la pistola y con la otra serró las cuerdas que le sujetaban los tobillos. Se plantó delante de Amy, pistola en mano, y Amy la miró con desdén.
– No te atreverás.
Tess sabía que Amy tenía razón. La chica había sido su mejor amiga, pero durante todo aquel tiempo los sentimientos no habían sido recíprocos. Aun así, no se veía apretando el gatillo y quitándole la vida. La chica a quien había querido como a una hermana era una enferma mental. Había absuelto a Harold Green. ¿Acaso no merecía Amy el mismo trato?
– No quiero matarte, Amy, pero si tengo que hacerlo, lo haré. Levántate y no toques a mi padre o te juro que te mataré.
Amy se puso en pie.
– Esto es un cuchitril, Tess. Seguro que te falta aire.
Tess apretó los dientes.
– No me está yendo nada mal a pesar del pánico. -Y, para su sorpresa, era cierto-. Ahora, muévete. Apártate de mi padre. -Amy se desplazó unos centímetros hacia la puerta, con la mirada vigilante. Tess sabía que la chica estaba esperando a que pestañeara-. Ya está bien. Papá, no puedo quitarle ojo de encima para desatarte.
– No te preocupes, Tess. -Estaba muy débil-. Ve a buscar ayuda.
– Muévete, Amy. Vamos a llamar por teléfono, pero esta vez hablaré yo.
Viernes, 17 de marzo, 20.20 horas.
Aidan, Murphy y Spinnelli se quedaron mirando las fotos que Rick había esparcido sobre la mesa.
– Las pistas que faltan en el CD se corresponden con las franjas que faltan en la imagen -explicó Rick.
– ¿Fotos? -preguntó Aidan-. Pensaba que era un CD de audio.
– Ah. -Rick sacudió la cabeza para aclararla-. Me he pasado demasiado rato pendiente de esto. He encontrado un archivo de audio pero está fragmentado, como si durante una conversación por el móvil se perdiera de vez en cuando la cobertura. De todos modos, es suficiente para descubrir a Poston; eso está claro. Mientras trataba de recuperar los fragmentos de la conversación, he encontrado algunos archivos de imagen, muy ocultos. Amy debe de haber intentado borrar el CD con el Government Wipe. Con eso los datos solo desaparecen si se borran siete veces y aun así se sabe que han estado grabados. A ver si le encontráis el sentido a la imagen.
En la foto aparecía una pared, con cuadros. Eran dibujos a pluma de una playa. Aidan los había visto y el corazón le dio un vuelco.
– Es el salón de casa de Tess.
Murphy tomó una de las fotografías.
– Bromeas, ¿no?
Aidan levantó la cabeza para mirarlo.
– Ha hecho lo mismo con Tess que con Swanson. La fotografía ha sido tomada desde fuera. Allí es donde ella actúa.
Murphy asintió, excitado.
– En el edificio de enfrente. Pero hay veinte pisos que dan a la calle. ¿Podrías saber cuál es a partir del ángulo de la foto?
– Es posible -dijo Rick-. La resolución no es nada buena, pero puedo intentarlo.
Spinnelli dio un golpe en la mesa para captar su atención.
– Necesitamos saber seguro qué piso es para conseguir una orden de registro. No me sirven las conjeturas.
Aidan llamó por teléfono.
– Lori, ¿tienes ya la lista de inmuebles que son propiedad de Deering?
Al cabo de dos minutos Lori aparecía con el listado y Aidan lo repasó de arriba abajo.
– Hay veinte pisos, pero solo uno queda enfrente del de Tess. Vamos.
Viernes, 17 de marzo, 20.45 horas.
– Detente -ordenó Tess, y Amy la obedeció con una sonrisa burlona en el rostro.
– ¿Y si no lo hago?
Tess disparó el arma y una bala pasó casi rozando la cabeza de Amy.
– Te pegaré un tiro.
El rostro de Amy enrojeció.
– Eres una bruja, siempre lo has tenido todo.
– Y ahora tendré el placer de verte en la cárcel, adónde tú querías mandarme.
– Y te habría mandado de no ser por los putos policías.
– Pareces uno de los malos de Scooby-Doo -dijo Tess, y el ceño de Amy se acentuó-. Demasiado cine clásico. -Miró alrededor, pero para su desgracia no vio ningún teléfono.
– No hay ningún teléfono -dijo Amy con suficiencia-. Solo hay internet. ¿Y ahora qué?
– Ven conmigo. Llamaremos a unas cuantas puertas, seguro que algún vecino tiene teléfono. -Hizo una señal a Amy para que siguiera avanzando hacia la puerta-. En marcha.
Pero Amy la atacó. Tess retrocedió y se quedó atrapada contra el cristal de la puerta del patio y Amy le arrebató la pistola. Sangrando y magullada, Amy apuntó a Tess en el corazón.
– Ahora muévete tú. Sal a la terraza. Cerraré el círculo con tu padre, y también contigo. Todo esto empezó cuando tu paciente se tiró por el balcón. Ahora en los titulares también saldrás tú. Abre la puerta.
– No. -Tess sabía que en el momento en que saliera a la terraza estaba muerta.
Amy quitó el cierre de seguridad y abrió la puerta, y el frío aire nocturno se coló por ella. Con una mano agarró a Tess por el pelo y con la otra apretó la pistola contra su sien.
– He dicho que te muevas. Muévete ya. -Arrastró a Tess hasta la terraza y le empujó hasta que quedó inclinada sobre la barandilla. Tess gritó al notar la culata de la pistola contra la región lumbar. Instintivamente, se adelantó para evitar el dolor y perdió el equilibrio. Amy aprovechó para empujarle.
Y Tess cayó.
– ¡Policía! -Aidan se hizo a un lado y el cuerpo especial de intervención echó abajo la puerta del piso. A Aidan se le cayó el alma a los pies. En la terraza estaba Amy, sola. Apenas consiguió divisar dos manos que se aferraban desesperadamente al alféizar. «Tess.» Aidan echó a correr, pero Amy Miller se volvió con expresión violenta y perturbada.
– Si no os vais todos, le dispararé a las manos -amenazó con total tranquilidad-. Y si se cae, son doce pisos. O muere o deseará haber muerto, y vosotros también.
Murphy se situó detrás de Aidan.
– A la de tres, Aidan -dijo en voz baja-. Una, dos…
«Tres.» Murphy y Aidan dispararon a la vez y la fuerza combinada de sus armas sobre el torso de Amy arrojó a esta por encima de la barandilla. Aidan no se molestó en comprobar dónde había caído; corrió a la terraza y entre él y Murphy tiraron de Tess hasta que estuvo a salvo. Estaba pálida y jadeante, demasiado afectada para pronunciar palabra.
Aidan la meció entre sus brazos y la llevó al salón.
– Ha caído a la calle -anunció Murphy desde el balcón-. Está muerta.
– Círculo cerrado -susurró Tess-. Como Cynthia.
En ese momento Aidan supo que no abandonaría a Tess jamás. El hecho de ver sus dos pequeñas manos aferradas al borde del balcón había sido como perder veinte años de vida.
Tess se esforzó por tenerse en pie.
– Mi padre. Llama al 911. Necesita oxígeno.
Y ella también, pensó Aidan. La sostuvo mientras ella corría hacia la habitación donde Michael Ciccotelli permanecía tendido, todavía atado y pálido. Levantó la vista y, al verlos, cerró los ojos en señal de alivio.
– Estás viva. He oído los disparos.
Tess se dejó caer de rodillas y buscó la navaja para cortar las cuerdas. Lloraba pero a Aidan le pareció que ella ni siquiera se daba cuenta. Tenía las manos temblorosas y la navaja representaba un peligro.
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