– No nos lo ha dicho. Mia nos ha explicado que Carmichael no dejaba de murmurar «en portada».
– Así que el novio ha pagado con su vida la obsesión que Carmichael tenía con Tess y con la exclusiva. -Aidan suspiró-. ¿Habéis encontrado algo en el piso de Swanson?
– Lo alquiló hace dos meses una pareja joven -explicó Spinnelli-. Así que Miller no está allí. Pero antes de eso, estaba alquilado a nombre de Deering, Inc.
«Más cerca.» Pero aun así, no servía de gran ayuda.
– ¿Hemos hecho alguna búsqueda de los bienes inmuebles de Deering?
– Lori la está haciendo ahora mismo. Dentro de una hora más o menos sabremos algo. He vuelto a hacer venir a Denise Masterson. Nos ha dicho que quería llamar a su abogado. Adivinad quién es.
– Destin Lawe -dijo Murphy, y Spinnelli asintió.
– No le ha hecho ninguna gracia saber que está muerto. Él le había dicho que era abogado.
– Por eso lo llamó ayer en cuanto la dejamos marcharse -dijo Murphy.
– Hemos recibido tres llamadas más diciendo que han visto al padre de Danny Morris. Todas falsas.
– Ella sabe que seguiremos cualquier pista. Menuda bruja -musitó Murphy.
Aidan estuvo a punto de ponerse a chillar.
– Nada de todo esto nos sirve para encontrar a Tess.
– Tenemos una orden de busca y captura de Miller -anunció Spinnelli pacientemente-. Escucha, Aidan, hasta que Lori termine con la búsqueda no podemos hacer nada. Aprovecha el tiempo para recargar las pilas. -Entrecerró los ojos-. Es una orden. En cuanto tengamos el listado de los inmuebles, saldrás disparado. Te quiero bien despejado para entonces.
Aidan tuvo que hacer un esfuerzo para abandonar la sala. De camino al ascensor, se topó con Rick.
– Te he estado buscando -dijo Rick-. Tengo algo. -Al ver que Aidan lo miraba perplejo, Rick frunció el entrecejo-. Te hablo del CD que Poston rompió. Tengo algo.
Una oleada de energía renovada le dio el empujón que necesitaba.
– Vamos a verlo.
Viernes, 17 de marzo, 20.15 horas.
Tess estuvo a punto de echarse a reír. Era una petición de lo más ridícula.
– ¿Que quieres que haga qué?
Amy no sonrió.
– Aquí tienes una aguja esterilizada y un poco de hilo. -Se descubrió el brazo y le mostró la piel desgarrada-. Sutúrame.
– Sostenía la pistola con la mano izquierda, con el cañón apretado contra la sien de Michael-. No me hagas daño; en la mano izquierda no tengo el pulso muy firme.
Tess se puso seria al instante.
– Muy bien, pero no le hagas daño.
– Me matará de todas maneras; no la ayudes. -El hombre gruñó cuando Amy le dio una patada en el estómago.
– Cállate, viejo.
– No te preocupes, papá -susurró Tess, y miró a Amy a los ojos-. No puedo ayudarte con las manos atadas. -Después de una hora de contorsiones, había conseguido extraer la navaja del bolsillo de su padre. Como tenía las manos atadas a la espalda, el único sitio donde había podido ocultar la navaja era en la parte trasera de la cinturilla de sus tejanos. Por el momento seguía teniendo la funda puesta, y no servía para nada, pero cuando Amy la desatara…
Amy tomó su cuchillo, uno grande de carnicero, y cortó las cuerdas que le sujetaban las manos.
– Un movimiento en falso y tu padre no tendrá que volver a preocuparse por su corazón.
– Te dolerá -le advirtió Tess-. Aquí no tengo nada para mitigar el dolor.
Amy esbozó una sonrisa de satisfacción mientras sus ojos examinaban los estantes de la pequeña habitación donde se encontraban presos.
– Yo sí, pero por nada del mundo dejaré que me lo apliques.
Tess se esforzó por controlar las náuseas que hacían que el estómago le diera tantas vueltas como le daba aquel cuchitril; acababa de reparar en la cantidad de plantas y botes que se alineaban en los estantes. La mayoría eran setas. Otra pieza del puzle encajó en su sitio.
– Alucinógenos. Los utilizaste con mis pacientes.
Amy extendió el brazo.
– Cállate y cose.
Tess negó con la cabeza.
– Me estoy mareando aquí dentro. No me veo capaz de hacerlo bien.
– Estoy dispuesta a correr ese riesgo -dijo Amy en tono seco-. Empieza.
Tess enhebró la aguja.
– ¿Les administraste drogas a mis pacientes?
Amy dio un resoplido de impaciencia.
– Sí.
Tess dio la primera puntada y Amy silbó de dolor.
– ¿Y en mi sopa?
– Pues claro. Era el momento ideal para apartarte de Phil.
Tess dio unas cuantas puntadas más.
– ¿Te acostaste con Phillip?
La sonrisa de Amy denotaba crueldad.
– Pues claro. Y tomé unas cuantas fotos del gran momento. Con eso bastó para convencer a Phillip de que te dejara. No podía dejar que os casarais.
– ¿Por qué no?
– Porque habríais sido felices. Lo de Green y lo del estrangulador no habría salido mejor ni aunque lo hubiera planeado expresamente, y me ocupé de que tuviera repercusiones.
– Creía que me estaba volviendo loca -musitó Tess, acordándose de las semanas durante las que se había sentido demasiado débil para ir a trabajar y se preguntaba si su subconsciente estaría rechazando la profesión.
Amy soltó una risita cordial.
– Ya. Por cierto, cuando el domingo te dije que parecías una putilla hablaba en serio.
Tess tensó la mandíbula.
– Me lo imagino. Eleanor tenía razón; nunca le caíste bien.
Tess notó que el brazo de Amy se tensaba.
– Qué bruja. También ella se llevó su merecido.
Tess levantó la vista.
– ¿Qué?
– Siempre te estaba ayudando, siempre te regalaba cosas.
Tess recordó la conmoción que había causado la repentina muerte de Eleanor.
– Tú mataste a Eleanor y te las arreglaste para que pareciera que le había dado un derrame cerebral.
– Sí. -Apretó los labios-. Tenía la piel del cuello tan arrugada que el forense ni siquiera se dio cuenta de la pequeña marca de la aguja.
– Pero no encontraron drogas en el análisis.
– El aire es milagroso, Tess.
Tess, confusa, bajó la vista a los puntos.
– Le inyectaste aire.
– Supuse que el viejo te daría una patada en el culo.
– Pero no fue eso lo que ocurrió -musitó Tess. Ahora muchas cosas cobraban sentido.
– Las cosas te salieron bien -dijo Amy con amargura-. Siempre te salen bien. -Sacudió la cabeza con fuerza-. Bueno, te salían -rectificó-. Porque tu afortunada vida terminará esta noche.
Tess estaba acabando con los puntos y aún tenía los pies atados.
– ¿Qué piensas hacer con nosotros?
– Os pegaré un tiro. Es como cerrar un gran círculo. Empecé yéndome a vivir con vosotros porque maté a mi padre y ahora terminaré matando al tuyo.
Tess dio un punto en falso que hizo sudar a Amy. Michael levantó la vista, apenas podía abrir los ojos.
– ¿Mataste a tu propio padre? ¿Por qué?
El semblante de Amy se endureció.
– Iba a casarse y yo no quería. Ella tenía cinco hijos, y habrían invadido «mi» casa, se habrían apropiado de «mis» cosas. -Soltó una carcajada inquietante-. Valiente idea: fui a parar a tu casa, con «tus» cinco hijos. No me sirvió de nada.
– Le tendiste una trampa a Leon -masculló Tess, tomándose su tiempo con los últimos puntos.
– Fue muy fácil. -Su rostro se ensombreció-. Y creía que tendértela a ti sería igual de fácil, pero no.
– ¿Por qué no? -quiso saber Tess.
– Tenía miedo de que la policía no descubriera las pistas importantes y he tenido que dejar demasiadas.
– Lo has hecho muy bien -musitó Tess, siguiéndole la corriente.
– Sí -respondió Amy complacida-. Tenderte la trampa del viejo ha sido pan comido.
Tess apretó los dientes. También eso había sido cosa de Amy.
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