Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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Cuando estaban marchándose, Fabel y Werner volvieron a expresar sus condolencias. Lena les dijo a sus padres que acompañaría a los policías hasta la salida. En vez de despedirse de ellos en la puerta, Lena los guió en silencio por la escalera comunitaria del edificio de apartamentos. Se detuvo en el vestíbulo y habló con una voz baja, casi de complicidad.

Mutti y papi no lo saben, pero Hanna había estado con alguien. No el jefe… otra persona antes.

– ¿Esa persona tenía una motocicleta? -preguntó Fabel. Lena pareció ligeramente desconcertada.

– Sí… sí, la verdad. ¿Saben algo de él?

– ¿Cómo se llama, Lena?

– Olsen. Peter Olsen. Vive en Wilhelmsburg. Es mecánico de motos. Creo que tiene su propio taller. -Los ojos azules de Lena se oscurecieron-. A Hanna le gustaba que sus hombres tuvieran dinero para gastarlo en ella. Pero tengo la impresión de que lo de Peter era temporal. A Hanna le interesaba el dinero. No las manos llenas de grasa.

– ¿Llegaste a conocerlo?

Lena negó con la cabeza.

– Pero ella me hablaba de él por teléfono. Los viernes por la noche mutti y papi salen. Ella me llamaba en ese momento y me contaba toda clase de cosas.

– ¿Mencionó a Markus Schiller alguna vez? -preguntó Werner-. ¿O a su esposa, Vera Schiller?

Hubo un sonido en lo alto de la escalera, como el de una puerta al abrirse, y Lena lanzó una mirada nerviosa hacia arriba.

– No, no podría decirlo. No directamente. Hanna me contó que había encontrado a alguien nuevo… pero no quiso decirme nada más. Nunca se me ocurrió que pudiera ser su jefe. Pero sí sé que le preocupaba que Peter se enterase. Lo siento, les he dicho todo lo que sé. Me pareció que ustedes deberían saber lo de Peter.

– Gracias Lena. -Fabel le sonrió. Era una chica bonita y brillante de dieciocho años que cargaría con las cicatrices de esta experiencia durante toda su vida. Profundas, ocultas, pero siempre presentes-. Realmente nos has sido de gran ayuda.

Lena estaba a punto de volver hacia la escalera cuando se detuvo.

– Otra cosa, Herr Hauptkommissar. Me parece que Peter era violento. Creo que por eso a ella le preocupaba que él pudiera enterarse.

24

Jueves, 25 de marzo. 10:10 h

WlLHELMSBURG, HAMBURGO

Rastrear a Olsen no había sido difícil. No tenía muchos antecedentes, pero los que sí tenía lo caracterizaban como alguien siempre dispuesto a solucionar sus problemas con los puños. Tenía tres condenas registradas por lesiones, además de una advertencia por una contravención de comercio: había vendido repuestos que habían salido de una motocicleta robada.

Wilhelmsburg es la Stadtteil más grande de Hamburgo, es decir, el distrito más extenso de la ciudad. En realidad es una isla del Elba, la isla fluvial más grande de Europa, y está repleta de puentes, incluyendo el Köhlbrandbrücke, que la comunican con la parte principal de la ciudad al norte y con Harburg al sur. El aspecto de Wilhelmsburg es extraño, impreciso, una combinación de atmósfera rural con un fuerte paisaje industrial, y se ven ovejas pastando junto a imponentes polígonos industriales. También tiene una reputación peligrosa, por lo que se la conoce como el Bronx de Hamburgo, y más de un tercio de su población es de origen inmigrante.

Peter Olsen vendía y reparaba motocicletas en una destartalada planta industrial de la ribera, oculta tras la refinería de petróleo. Fabel decidió llevar a Werner y a Anna para ir a interrogarlo y pidió que lo acompañara un equipo uniformado de la Schutzpolizei. No tenían pruebas suficientes para arrestarlo, pero Fabel había conseguido una orden de la oficina del fiscal, la Staatsanwaltschaft, para requisar la motocicleta y practicarle un examen forense.

Fabel detuvo el coche junto al bordillo de la acera llena de maleza junto a la alambrada de dos metros de altura que rodeaba el taller de Olsen. Mientras esperaban la llegada de los uniformados, examinó el taller y el patio donde se veían los esqueletos retorcidos y oxidados de cuatro o cinco motocicletas y un inmenso rottweiler tumbado de lado, que cada tanto levantaba su pesada cabeza para vigilar con expresión indolente su territorio. Desde donde estaba, Fabel no alcanzaba ver si el perro estaba sujeto con correa o no.

– Werner, comunícate con la Wilhhelmsburg Polizeirevier -dijo Fabel sin dejar de atisbar las instalaciones de Olsen-. Averigua si pueden mandar a un adiestrador de perros. No me gusta el aspecto del animalito de Olsen.

Un coche patrulla con sus característicos colores verde y blanco aparcó detrás de ellos. Daba la impresión de que el perro de Olsen estaba entrenado para reaccionar a los vehículos de la policía, porque tan pronto apareció el coche el perro se puso de pie de un salto y comenzó a lanzar ladridos graves y fuertes en su dirección. Un hombre corpulento, vestido con un mono, salió del taller, limpiándose las manos con un trapo. Era inmenso, con grandes hombros de los que sobresalía una cabeza sin cuello; era el equivalente humano del rottweiler que protegía su patio. El hombre miró con furia al perro y murmuró algo. Luego, al ver los coches de la policía, giró sobre sus talones y volvió al taller.

– Olvídate del adiestrador de perros, Werner -dijo Fabel-. Será mejor que entremos a charlar con nuestro amigo ahora.

Cuando se aproximaron al portón se dieron cuenta de que el perro no estaba atado. Saltó hacia el grupo que se acercaba con una velocidad y agilidad que no parecían concordar con su tamaño. Fabel notó con alivio que el portón estaba cerrado con cadena y candado. El rottweiler gruñó y ladró ferozmente, mostrando los dientes.

– Tenemos una orden, Herr Olsen -dijo Fabel, sosteniendo en alto el documento para que Olsen pudiera verlo-. Y nos gustaría hacerle algunas preguntas. -El perro ya estaba saltando contra la puerta, empujándola y golpeándola contra la cadena y el candado-. ¿Podría calmar a su perro, Herr Olsen? Tenemos que hacerle algunas preguntas.

Olsen hizo un gesto de desdén y empezó a girar hacia el umbral. Fabel miró a Werner, quien sacó su pistola, echó la corredera hacia atrás y apuntó a la cabeza del rottweiler.

Olsen gritó con fuerza «¡Adolf!» y el perro regresó obediente al sitio donde había estado tumbado, pero se quedó de pie, alerta.

Anna echó una mirada a Fabel.

¿Adolf?

Fabel le hizo un gesto a Werner, quien respondió guardando su arma. Olsen se acercó hasta la puerta con un manojo de llaves y quitó el candado. Abrió el portón y, con una expresión hosca, se hizo a un lado.

– ¿Podría atar a su perro, por favor, Herr Olsen? -Fabel le entregó una copia de la orden-. ¿Y podríamos ver su motocicleta, por favor? Su propio vehículo. El número de matrícula está en la orden.

Olsen señaló el taller con un movimiento de la cabeza.

– Está allí. No se preocupe por el perro. No va a lastimar a nadie… a menos que yo se lo indique, claro.

Avanzaron hacia el edificio. Adolf los observaba desde su puesto, donde Olsen lo había asegurado con una robusta cadena. El perro mantuvo una postura tensa, yendo con la mirada de los agentes de policía a Olsen y luego de nuevo a aquéllos, como si esperara la orden de atacar.

El interior del taller estaba sorprendentemente ordenado y luminoso. Rammstein o algo similar tronaba desde un reproductor de CD. Olsen bajó el volumen pero no lo apagó, como si quisiera indicar que aquélla era sólo una interrupción temporal de sus actividades. Fabel había supuesto que las paredes estarían cubiertas con los típicos pósteres de porno blando o incluso duro; en cambio, las imágenes eran o bien fotografías estéticas de motocicletas o ilustraciones técnicas. Había una fila de motocicletas en el otro extremo, un par de las cuales eran claramente clásicas. El taller tenía un suelo de cemento que Olsen barría con regularidad y había una estantería contra una pared donde los repuestos estaban ordenados en bandejas y cajas de plástico rojo, cada una cuidadosamente etiquetada. Fabel miró a Olsen con mucha atención. Era un tipo de gran tamaño, de casi treinta años, y habría sido casi apuesto si sus rasgos fueran un poquito menos grandes y toscos. A ello habría que añadir que tenía una mala piel, llena de manchas. Fabel sintió que el orden y el etiquetado metódico de los repuestos no concordaban con el aspecto brutal de Olsen. Se acercó un poco más a las cajas de repuestos y examinó las etiquetas.

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