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Craig Russell: Muerte en Hamburgo

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Craig Russell Muerte en Hamburgo

Muerte en Hamburgo: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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Cuando escuchó la voz de Sülberg al otro lado de la radio, ya estaban lejos de la ciudad. Fabel le explicó que MacSwain no sabía que lo tenían localizado y que posiblemente se dirigía a la zona general donde habían abandonado a las otras dos.

– Pero esta vez -añadió Fabel-, hay una agente que puede identificarlo. No tiene intención de dejarla ir, ya sea drogada o de otro modo.

– Ahora mismo enviaré algunas unidades -dijo Sülberg-. Tomaremos posiciones y esperaremos sus instrucciones.

En cuanto Sülberg estuvo fuera de la línea, el copiloto informó a Fabel de que Kassel se había puesto en contacto otra vez. MacSwain se había detenido en algún lugar pasado Freiberg.

Fabel consultó el mapa.

– La zona de Aussendeich -dijo con una voz que los otros no pudieron escuchar por el estruendo de los rotores.

Domingo, 22 de junio. 00:10 h

A orillas de Aussendeich, entre Hamburgo y Cuxhaven

El barco de MacSwain estaba amarrado en un embarcadero de madera abandonado que parecía que se desmoronaría y sería engullido por las aguas negras sólo con la estela de un barco que pasara cerca. Kassel estimó que llevaba allí unos diez minutos antes de que llegara el WS25: el tiempo suficiente para que MacSwain hubiera sacado a Anna del barco y la hubiera llevado a través del campo pantanoso que refulgía bajo la luz de la luna. Kassel y Gebhard desembarcaron, empuñando las armas, y se introdujeron con sigilo entre los arbustos que bordeaban el campo. Mientras se agazapaban entre los matorrales, Kassel notó el entusiasmo electrizante de Gebhard; éste era el tipo de acción que había soñado. Kassel lo miró.

– Vamos a tomarnos esto con calma, ¿de acuerdo, Gebhard? He hablado con la Kriminalpolizei de Hamburgo por radio, y ellos tomarán las riendas a partir de ahora. Nosotros vigilaremos que este tipo no vuelva sobre sus pasos e intente escapar en el barco.

Gebhard asintió con impaciencia, como un adolescente al que no le dan permiso para ir a una fiesta. Kassel escudriñó el campo con sus binoculares. La cruda luz de la luna no era brillante, pero Kassel estaba bastante seguro de que no había nadie allí. MacSwain debía de haber pasado al otro lado. Elevó los prismáticos al grado mínimo y enfocó al horizonte. Había dos edificios abandonados tras unos setos, a lo lejos; parecían unos graneros vacíos. Los tuvo en el punto de mira durante un momento antes de volver a recorrer el horizonte oscuro del campo con los binoculares. Algo le hizo enfocar los graneros de nuevo: una luz, una luz débil y trémula dentro del edificio de la izquierda. Kassel le dio unos golpecitos a Gebhard con el dorso de la mano, le tendió los binoculares y señaló los graneros.

– ¡Allí! -susurró. Levantó la radio y se la llevó a los labios, pulsó el botón de transmisión y repitió la señal del helicóptero dos veces.

Manipular las conversaciones de radio era como hacer malabarismos a cuatro manos. Fabel mantenía informado al Präsidium: una unidad del MEK ya estaba de camino, pero aún tardaría una hora en llegar. Fabel le dijo a Kassel que no se moviera y que le pasara los detalles de la ubicación al piloto del helicóptero, así como a Sülberg y a las unidades de la Schutzpolizei de Cuxhaven. El piloto confirmó que podría aterrizar cerca de los graneros.

– No, no quiero alertar a MacSwain tan pronto de nuestra presencia. Podría costarle la vida a Anna. Aléjate de los graneros y aterriza en la carretera principal. Allí nos reuniremos con Sülberg.

Le pasó el comunicado por radio a Sülberg, y éste le dio una referencia en el mapa. Fabel se volvió hacia Werner, María y Paul. Los tres tenían un aire de determinación en la cara. En la de Paul había algo más: una preocupación que desentonaba con los instintos de Fabel y que le hizo sentirse realmente incómodo.

El helicóptero aterrizó en un claro cerca de la carretera principal. Mientras corría medio agachado bajo las palas cortantes del helicóptero, Fabel vio que se encontraban muy cerca del lugar donde habían dejado a las dos chicas. La silueta achaparrada y desgarbada de Sülberg se aproximó corriendo hacia Fabel y los demás.

– Tenemos los coches en la carretera principal. Vamos.

Sülberg ordenó a los coches patrulla que apagaran los faros en cuanto llegaran al camino de tierra que conducía a los graneros. En el primer vehículo iban el conductor, Sülberg, Fabel y Maria. El camino estaba surcado de hoyos y no parecía ser muy transitado, si es que alguna vez lo había sido, y el Mercedes verde y blanco iba dando bandazos mientras reseguía esa errática topografía. Se aproximaron a una curva donde un seto elevado y descuidado los protegió de los graneros. Sülberg le ordenó al conductor que parara, y los otros tres coches patrulla se detuvieron detrás.

Sülberg y Fabel se adelantaron, agachándose para ocultarse detrás del seto. Delante del granero, había dos BMW aparcados, desocupados. MacSwain no estaba solo.

En una pared del edificio había una ventana más bien grande que vertía una luz débil y mortecina en la noche, pero tenía un ángulo difícil para que Fabel y Sülberg pudieran ver el interior. Con cuidado, retrocedieron hasta donde los esperaban Werner, Maria, Paul y los cuatro agentes de Cuxhaven. Hicieron un corrillo, como un equipo de fútbol americano que está eligiendo la jugada.

– Werner, tú y el Hauptkommissar Sülberg iréis a la parte trasera del edificio para ver si hay alguna entrada. Paul, tú y yo nos ocuparemos de la puerta principal. Maria, tú sitúate en el exterior, para ver por esa ventana lateral, por si alguien intentara escapar por ahí. -Miró a Sülberg antes de dirigirse a los agentes de Cuxhaven. Sülberg asintió en señal de aprobación-. Vosotros dos cubriréis ese lado del granero. Si pasara algo, aseguraos de que no es ninguno de nosotros antes de empezar a disparar. Y vosotros dos… -Fabel señaló a los agentes restantes de la Schutzpolizei -. Poneos al lado de la Oberkommissarin Klee. La WSP tiene cubierto el camino de vuelta al barco.

Un grupo desorganizado de nubes plateadas se dispersaba con lentitud delante de la luna, y las sombras que envolvían los graneros y se cernían sobre los campos vecinos parecían alargarse y extenderse hacia la noche, como la tinta negra en un papel secante ya manchado.

– Muy bien -dijo Fabel-, en marcha.

Parecía que la noche quisiera vaciarse de cualquier ruido, y eso hizo que Fabel tuviera plena conciencia de los sonidos de su respiración y de la tierra que crujía bajo sus pies mientras corrían hacia los BMW aparcados. Fabel desenfundó su Walther y echó la cureña hacia atrás para introducir una bala en la recámara. Paul, Werner y Sülberg hicieron lo mismo. Fabel le hizo un gesto con la cabeza a Sülberg, y él y Werner se dirigieron al lado del granero que no tenía ventanas. Fabel les dio treinta segundos que parecieron eternos, y entonces le hizo una seña a Paul.

En cuestión de segundos, ya estaban situados en la otra parte del granero. Paul y Fabel tomaron sus posiciones respectivas, con las armas preparadas, uno a cada lado de la puerta.

Fabel ejerció una leve presión en la puerta maciza, y ésta cedió. Era obvio que no la habían cerrado porque se sentían seguros en su reclusión.

Llegó la hora de demostrar una profesionalidad impasible; pero allí dentro tenían retenida a Anna, y Fabel sentía que la rabia y el odio le hervían en la sangre. Paul tenía apretada la mandíbula, y los músculos sinuosos de su rostro parecían cables bajo su piel. Una vena palpitaba en su cuello de forma visible. Se volvió hacia él, y sus ojos ardían de rabia. Fabel puso una cara que le preguntaba en silencio: «¿Estás bien?». Paul asintió de un modo que no acabó de tranquilizar a su jefe. Fabel levantó la radio hasta los labios y susurró una sola palabra:

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