Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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Fabel se detuvo.

– ¿Y dijiste que mi trabajo para la Europol sobre los asesinaros de Helmut Schmied circulaba por Ucrania?

– Exacto. Aún no me han respondido, pero me juego lo que quieras a que formaba parte del programa del curso o estaba disponible.

Fabel sintió el ansia del cazador cuando está cerca de su presa.

– Por eso estamos tratando con un caso clásico de asesino en serie psicótico; porque se basa en casos de manual. Y me ha elegido a mí porque resulta que leyó el trabajo que publiqué sobre asesinos en serie.

Werner soltó una risa amarga.

– Y pensó que podría mover todos los hilos para despistarte.

– Sólo que no lo ha conseguido -añadió Maria.

Fabel le devolvió el expediente a Maria.

– Vamos -dijo, y Maria y Werner lo siguieron.

La secretaria hizo lo que pudo para detener el tren formado por Fabel, Maria y Werner que pasó a toda velocidad delante de ella y entró en el despacho de Volker. Éste estaba sentado a su mesa y hablaba en inglés con dos hombres en mangas de camisa sentados frente a él. Fabel supuso que los dos norteamericanos eran miembros del equipo de seis agentes del FBI que habían trasladado a la policía de Hamburgo tras los atentados del 11 de septiembre al World Trade Centre. Volker ocultó tras una sonrisa la irritación que le produjo que le molestaran.

– ¿Supongo que se tratará de un asunto importante, Herr Hauptkommissar?

Fabel no respondió, sino que se quedó mirando con toda la intención a los dos norteamericanos.

– Lo siento, caballeros -dijo Volker en un inglés que a Fabel le pareció excelente-. ¿Les importa que concluyamos la reunión más tarde?

Al salir, los norteamericanos lanzaron una mirada a Fabel que estaba a medio camino entre la curiosidad y el enfado. Volker se recostó en el sillón de piel y extendió la mano, como invitándole a que desembuchara. Era un gesto de tranquilidad arrogante cuya intención, según advirtió Fabel, era hacerle explotar y, por lo tanto, inclinar la balanza de cualquier intercambio de palabras a favor de Volker. Como reconoció la estrategia de Volker, Fabel se quedó callado un momento antes de hablar, se acercó y ocupó una de las sillas que había dejado vacante uno de los estadounidenses.

– Sí, Oberst Volker, se trata de un asunto importante. Y urgente. Tengo intención de convocar una rueda de prensa acerca de los asesinatos que estoy investigando -mintió Fabel-. Debo aclarar unas cosas a la opinión pública. De hecho, tengo intención de hacerle una especie de favor. -Fabel sonrió con frialdad.

– ¿Ah, sí? ¿Y eso?

– Bueno, he preparado una declaración que desmiente rotundamente que el BND esté protegiendo al asesino, un ex agente antiterrorista ucraniano llamado Vasyl Vitrenko, sólo porque pueda ser una fuente útil de información sobre Al-Qaeda y otras organizaciones terroristas islámicas.

Fabel se dio cuenta de que Volker estaba empleando toda su fuerza de voluntad para que su rostro no traicionara sus emociones. Prosiguió:

– Voy a hacer hincapié en que usted, personalmente, nunca tendría nada que ver con una maniobra de encubrimiento como ésa y en que todos los rumores que afirman lo contrario son falsos.

Los labios de Volker mostraron sus dientes y esbozaron una sonrisa indescriptible.

– No será capaz.

– ¿No seré capaz de qué? ¿De proteger su reputación ante estos rumores difamatorios?

– No existen tales rumores…

Fabel miró la hora.

– ¿No? Entonces no es cierto que el Stern y el Hamburger Morgenpost hayan recibido unas informaciones incriminatorias y anónimas… -Fabel se inclinó hacia delante y casi le escupió las últimas dos palabras a Volker-: por ahora.

– Como ya le he dicho, no será capaz… -dijo Volker, pero su voz revelaba una sombra de duda.

– Oberst Volker, le agradecería mucho que pudiera cumplir nuestro acuerdo original y compartiera con nosotros toda la información de que dispone que sea relevante para esta investigación. Empecemos con la relación de los Eitel con un cártel basado en Kiev que se está beneficiando ilegalmente de iniciativas de reurbanización en Hamburgo. En estos momentos el departamento de delitos económicos y empresariales les está interrogando a ambos. Cuando vaya abajo después de esta reunión, Herr Oberst, me gustaría entregarles una prueba lo suficientemente sólida como para que la fiscalía del estado tramitara una orden de búsqueda y captura. Además de esto, quiero saber dónde encontrar al ex camarada Vitrenko y a sus principales oficiales. Ahora bien, si todo esto sucediera, quizá no sería necesario filtrar estos documentos ni convocar la rueda de prensa que he mencionado.

Volker lanzó una mirada larga y oscura a Fabel.

– Podría complicarle muchísimo la vida, Fabel. Lo sabe, ¿verdad?

– Qué amable de su parte recordármelo, Volker. En especial delante de dos testigos.

– ¿A qué cree que nos dedicamos exactamente, Fabel? ¿Cree que sólo somos una especie de departamento que se dedica a hacer putadas?

Fabel se encogió de hombros.

– Soy policía. Me gusta que sean los hechos los que hablen. Y por el momento, los hechos me dicen no sólo que ha estado ocultándome pruebas, sino también que es obvio que tiene sus propios planes respecto a Vitrenko.

Volker soltó una risa amarga.

– Para ser un agente de alto rango que investiga unos crímenes tan graves, parece que tiene la costumbre de hacer que los hechos encajen en su agenda particular de prejuicios.

– ¿Niega que esté intentando cerrar un trato con Vitrenko?

– No. No se lo niego. Pero no hasta el punto de pasar por alto estos asesinatos, si es a eso a lo que se refiere. Y no niego que nuestros amigos norteamericanos quizá tengan menos remilgos a la hora de hacer tratos con el diablo, si con ello consiguen cazar a quien persiguen. Pero no. Si… -Volker enfatizó la palabra y la repitió-. Si Vitrenko es su asesino, no nos plantearíamos hacer ningún trato con él, por supuesto; aunque querríamos hablar con él. Y en cuanto a que no hemos estado muy comunicativos con la información… ¿Nunca se le ha ocurrido preguntarse si existía la posibilidad de que hubiera otra razón para mostrarnos tan reacios?

– ¿Como cuál?

Volker se levantó y se apoyó en la mesa.

– Como que quizá no se pueda confiar en usted. Como que quizá uno de los agentes de su queridísima policía de Hamburgo acepta sobornos. Y quizá por eso asesinaron a Klugmann, alguien a quien recluté personalmente y un buen hombre.

– Eso es una cortina de humo, Volker. -Fabel también se puso en pie.

– ¿Sí? Klugmann descubrió que había filtraciones reales que salían de la policía de Hamburgo. Averiguó que alguien, alguien con un cargo importante, quizá incluso un Kriminalhauptkommissar, ha estado vendiendo información de alto nivel a los ucranianos.

Fabel se tomó unos segundos antes de responder. En aquellos segundos construyó a toda prisa una red de cables y la lanzó sobre la ira que le invadía.

– ¿Me está diciendo que por eso ha estado ocultando información sobre Vitrenko? No me lo creo.

– Pregúnteselo a Van Heiden. Él lo sabe todo. Alguien de este Prásidium o de una Polizeidirektion importante está vendiendo información a Vitrenko que le ayuda a cargarse a sus principales rivales, quedarse con sus operaciones y apropiarse de sus negocios, como pasó con el negocio con los colombianos en el que liquidaron a Ulugbay

– Pero usted dijo que Klugmann dio información a los ucranianos…

– Así es. Y creemos que por eso está muerto. Klugmann tenía la sensación de que su contacto, Vadim, se estaba distanciando de él. Claro que cuando uno trabaja de infiltrado, se vuelve extremadamente paranoico; pero a Klugmann le preocupaba mucho que los ucranianos pudieran sospechar de él.

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