– Pero todo esto son gilipolleces -dijo Werner-. No pueden creer en serio que son un grupo de vikingos que ocupan una tierra nueva.
– Sí que pueden. Y a pesar de que todo esto es una gilipollez, puedes decir lo mismo de cualquier religión o sistema de creencias si no los compartes. Lo importante no es aquello en lo que se cree, sino el acto de creer en sí. Da igual lo extraño o extremo que pueda parecerle a los demás. Es lo que hace que jóvenes por lo demás cuerdos estrellen aviones en edificios llenos de gente.
Werner meneó la cabeza, más porque sentía un desconcierto triste y desanimado que porque no estuviera de acuerdo. Fabel continuó:
– Para empezar, no tengo ni idea de si Vitrenko creía en estas historias o si utilizó el mito como estratagema para manipular a quienes estaban bajo su mando -prosiguió Fabel-. Pero estoy plenamente convencido de que ahora cree en todo esto…
Hizo una pausa y recordó el final de la conversación que había tenido con el viejo soldado ucraniano. Había hundido los fuertes hombros al hablar de cómo era Vitrenko de niño. El chico pálido con los ojos de su padre que era capaz de tanto y que había mostrado tener una sed temprana y enorme de crueldad. Historias sobre cómo había manipulado, intimidado y engatusado a otros niños para que llevaran a cabo actos de tortura contra animales pequeños. Luego, contra otros niños. Fabel siguió:
– Y también tengo la seguridad de que Vitrenko es un psicópata desde que tiene memoria. Pero en lugar de tratarlo y tenerlo controlado, lo mandaron a academias militares soviéticas de élite donde sus habilidades naturales, y su psicopatía, se aguzaron. -Fabel cogió los papeles de la mesa y los agarró formando un cono. Los sostuvo delante de él como si estuvieran en llamas; como si fueran una antorcha encendida que ofrecía a sus compañeros-. Vasyl Vitrenko es la persona más peligrosa a la que nos hemos enfrentado. Matará a cualquiera que suponga una amenaza para él. Y eso os incluye a vosotros. Y me incluye a mí.
Fabel no sabía qué más decir. Inundaban su mente las imágenes de las víctimas, de los ojos del padre de Vitrenko mientras lo agarraba por la garganta…, los mismos ojos fríos color esmeralda que su hijo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar a Ursula Kastner, Tina Kramer y Angelika Blüm mirando esos ojos gélidos y brillantes mientras la vida se les escapaba. El resto del equipo debía de estar en un lugar oscuro parecido, porque durante unos segundos el silencio fue absoluto. Fue Maria Klee quien lo rompió.
– ¿Qué hay del padre de Vitrenko? ¿Lo has traído?
Fabel negó con la cabeza.
– Pero atacó a un agente de policía. A ti. No podemos permitir que quede impune.
– Puedo y lo haré. Fue a mí a quien atacó, y he suspendido su búsqueda. Ha accedido a ponerse en contacto conmigo cuando necesitemos volver a compartir información. Creo sinceramente que lo único que quiere es detener a su hijo. -Mientras hablaba, el primer mensaje de correo electrónico resonó en su mente: «Podrá detenerme, pero nunca me atrapará».
– ¿Y qué hace mientras tanto el padre de Vitrenko? -El ceño fruncido de Maria era casi un gesto de enfado.
– Hace exactamente lo que hacemos nosotros: intenta encontrar y detener a Vitrenko.
– ¿Y si lo encuentra él primero? -Werner retomó el hilo de Maria.
Fabel recordó haberle preguntado lo mismo al anciano mientras salían del despacho modular y se adentraban en la penumbra resonante del almacén. El ucraniano se había vuelto hacia él y con voz tranquila y apagada le había dicho: «Pondré fin a todo esto». Fabel miró fijamente a Werner y mintió.
– Me ha dado su palabra de que nos entregará a Vitrenko y cualquier prueba que descubra. Por eso no quiero detenerlo. Quiero que se lo trate como un confidente clave. ¿Entendido? -Se inclinó de nuevo hacia delante, con los nudillos sobre la mesa; su rostro serio y tenso no traslucía el cansancio-. Necesito que empiecen a pasar cosas ya. Primero, quiero tener a los Eitel aquí para interrogarles. Ya. Si protestan, quiero que se los detenga bajo sospecha de ser cómplices de asesinato. Y, Werner, que los chicos de la división de delitos económicos y empresariales recopilen todas las preguntas que quieran hacerles. Estaría bien someterlos a un interrogatorio conjunto. -Werner asintió con la cabeza.
«Segundo -prosiguió Fabel-. Quiero que busquéis e investiguéis a todos los confidentes ucranianos. A fondo. Quiero los lugares donde opera la banda de Vitrenko y quiero tenerlos antes de que acabe el día. Y para dejarlo bien claro, no me importa una mierda si nuestros colegas del LKA7 se ofenden. Yo también lo haré, además de exprimir a nuestros colegas del BND. -La expresión de Fabel aún se ensombreció más-. Nadie va a decirnos qué tenemos que saber. Y eso es todo por ahora. La Oberkommissarin Klee y el Oberkommissar Meyer os asignarán vuestras tareas. Werner, quédate un momento, quiero hablar contigo.
– Claro, jefe…
La sala tardó unos minutos en vaciarse. Werner se quedó sentado, y Anna Wolff rodeó la mesa de reuniones para acercarse a Fabel. Tenía la mirada ensombrecida, pero algo parecido a una actitud de desafío ardía en sus ojos.
– Bueno, ¿qué le digo si me llama?
– Si te llama ¿quién?
– MacSwain. Le he dado el teléfono que me asignasteis para la operación.
– Cancela el número. No quiero que vuelvas a tener contacto con él. No puedo justificar ante Van Heiden más operaciones secretas caras. Tenemos que comprobar más cosas sobre él, pero no es prioritario.
– Creo que es nuestro hombre, jefe.
Fabel frunció el ceño.
– ¿Por qué, Anna? Ya has visto lo que tenemos sobre Vitrenko.
– MacSwain es un depredador. Por el modo en que te mira… Por cómo se mueve a tu alrededor. Como si fueras una presa. -Meneó un poco la cabeza, como si la irritara la pobreza de su descripción. Entonces clavó en Fabel una mirada intensa, seria y decidida-. Es el violador, jefe. Y sospecho que es un asesino. Nuestro asesino.
Fabel miró un momento a su subordinada sin decir nada. No podía condenar a un agente joven por reaccionar a la intuición que tenía sobre un caso o un sospechoso: él funcionaba igual; en algún rincón de su cerebro, procesaba los detalles más pequeños sobre cómo alguien se movía o hablaba, o las minucias de una escena. Y a partir de estos procesos internos podía llegar a una conclusión de la que estaría convencido, como Anna, aunque no pudiera racionalizarla con una prueba sólida. Después de todo, sólo era una impresión, una opinión sobre cómo había reaccionado MacSwain al ver a dos agentes de la policía de Hamburgo en su puerta, lo que había hecho que Fabel sospechara de él.
– De acuerdo, Anna. Confío en tu juicio, pero no puedo decir que esté conforme con tu conclusión. -Una vez más, volvió a rascarse la barba incipiente con los dedos-. Pondré a alguien a vigilar a MacSwain, sólo para asegurarnos. Pero no quiero por nada del mundo que vuelvas a verlo, sobre todo si tu intuición respecto a él es cierta. Puede que Werner y yo le hagamos una visita oficial para comprobar dónde estaba en las fechas clave. Claro que eso le alertará sobre el hecho de que lo estamos vigilando. -Fabel soltó un suspiro-. Pero debo decirte que creo que estás equivocada, Anna. Puede que no tengamos una prueba definitiva contra Vitrenko, pero las circunstanciales le apuntan de forma bastante concluyente.
– Ya lo sé -contestó Anna-. Ya lo veo. Pero gracias por no cerrarte a la posibilidad de que sea MacSwain.
– De nada. -Fabel miró a Anna fijamente. Parecía agotada. Él no había trabajado nunca en una operación secreta, pero conocía a muchos agentes que sí. Para un agente de policía, era uno de los retos más agotadores tanto física como emocional y mentalmente. Le vino a la cabeza la imagen de Klugmann, sentado frente a él en la sala de interrogatorios de la Davidwache. Recordó haber pensado que tenía los ojos enrojecidos por las drogas. Pero seguramente era por el estrés. Y seguramente los restos de anfetaminas encontrados en la autopsia eran la forma que tenía Klugmann de sobrellevarlo. Ahora Fabel detectaba la misma tensión nerviosa en los movimientos pesados de Anna, el mismo enrojecimiento y las mismas ojeras-. Escucha, Anna. He dispuesto que tengas libres las próximas veinticuatro horas. Vete a casa y duerme un poco.
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