– ¿Te quedas a pasar la noche?
Susanne soltó un gruñido mimoso.
– Estoy demasiado cómoda para levantarme y vestirme. -Se volvió hacia él y le sonrió con picardía-. Pero no tengo sueño…
Fabel estaba a punto de contestar cuando sonó el teléfono. Le ofreció a Susanne una sonrisa de resignación y dijo:
– Recuérdamelo cuando vuelva.
Fabel se levantó y se dirigió desnudo hacia el teléfono. Era Karl Zimmer, el Kommissar que estaba de guardia en la Mordkommission.
– Siento molestarle, señor -dijo Zimmer-, pero ha surgido algo que debería saber.
– ¿El qué?
– Hemos recibido otro mensaje de correo electrónico del Hijo de Sven.
Mordkommission de la policía de Hamburgo
DE: HIJO DE SVEN
PARA: ERSTER KRIMINALHAUPTKOMMISSAR JAN FABEL
ENVIADO: 14 de junio de 2003, 23:00 h
ASUNTO: PALABRAS
COMO YA HABRÁ AVERIGUADO, SOY HOMBRE DE POCAS PALABRAS. MI VÍCTIMA, SIN EMBARGO, ERA MUJER DE MUCHAS.
NO ME INTERESAN LAS MUJERES QUE NO LLEVAN A CABO SU FUNCIÓN PRINCIPAL, SINO QUE ELIGEN EL EGOÍSMO DE UNA CARRERA ANTES QUE EL IMPERATIVO NATURAL DE PROCREAR. ÉSTA ERA PEOR QUE LA MAYORÍA. CONSIDERABA QUE SU VOCACIÓN ERA DIFAMAR A AQUELLOS A CUYA NOBLEZA NUNCA PUDO ASPIRAR: SOLDADOS QUE LUCHABAN CONTRA LA ANARQUÍA Y EL CAOS.
ESTA VEZ HE AÑADIDO UN GIRO. ELLA CREYÓ QUE YO ERA USTED, HERR FABEL. FUE A USTED A QUIEN SUPLICÓ POR SU VIDA. FUE SU NOMBRE EL QUE ARDÍA EN SU CEREBRO MIENTRAS MORÍA.
ELLA HA DESPLEGADO SUS ALAS.
HIJO DE SVEN
Domingo, 15 de junio. 1:30 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
– Siento haberos convocado a una hora tan intempestiva -dijo Fabel, pero su expresión seria sugería que la disculpa era una pura formalidad.
Las figuras sentadas a la mesa tenían los ojos hinchados debido a un despertar inoportuno, pero nadie se quejó; todo el mundo se daba cuenta de la importancia que tenía que hubiera llegado un nuevo mensaje de correo electrónico-. Pero este mensaje tiene unos giros desagradables, para empezar.
Werner, Maria, Anna y Paul asintieron sombríamente. Susanne también estaba sentada a la mesa, y los demás habían intercambiado miradas de complicidad al verla llegar con Fabel.
– A ver, ¿qué nos dice este mensaje? -El gesto de Fabel invitaba a responder a todo el mundo.
Fue Maria quien habló primero.
– Bueno, confirma de forma bastante desagradable que está disfrazándose de policía. En este caso, en concreto, de ti.
– Yo no voy de uniforme. Así que no puede llevar un uniforme de la Schutzpolizei.
– Parece que se ha hecho con una placa de la Kriminalpolizei o algún tipo de identificación… o las dos cosas -sugirió Werner.
– ¿Qué me decís de la víctima? -dijo Fabel. Al mencionarla, recordó lo que el asesino había dicho en el mensaje: que había muerto pensando que él, Fabel, la había matado. Sintió una punzada de repugnancia en el pecho-. La describe como «una mujer de muchas palabras»…
– ¿Una política? -se aventuró a decir Maria-. ¿Una actriz…, una escritora o una periodista?
– Es posible -dijo Susanne-, pero recordad que se trata de un psicópata que tiene una visión distorsionada del mundo. Puede que simplemente sea alguien que él cree que habla demasiado.
– Pero ¿qué hay de eso de que difama a los soldados, como dice él? Es como si fuera alguien que tiene un público -dijo Paul Lindemann.
– ¿Qué hay del mensaje en sí? -preguntó Fabel-. Tenemos una dirección IP falsa, ¿no?
– La sección técnica lo está investigando -dijo Maria-. He sacado al jefe del departamento de la cama para que lo comprobara. No le ha hecho mucha gracia.
Werner se puso en pie de repente; la ira y la frustración ensombrecían su rostro. Fue hacia la ventana de cristales tintados que reflejaban la propia sala.
– Lo único que podemos hacer es esperar a que alguien encuentre el cadáver. No nos deja nada con lo que continuar.
– Tienes razón, Werner -dijo Fabel. Miró la hora-. Creo que deberíamos intentar recuperar horas de sueño. Os convoco de nuevo aquí, digamos, a las diez de la mañana.
Estaban todos levantándose cansinamente de la mesa cuando sonó el teléfono de la sala de reuniones. Anna Wolff era quien más cerca estaba, así que descolgó el auricular. El cansancio desapareció de repente de su cara. Levantó la mano que tenía libre para indicar a los demás que no salieran de la habitación.
– Era la sección técnica -dijo-. El proveedor nos ha dado una dirección IP auténtica. Pertenece a una tal Angelika Blüm. Y tenemos una dirección en Uhlenhorst.
– Dios mío -dijo Fabel-. Es la periodista que ha estado intentando localizarme.
– ¿Una periodista? -preguntó Maria.
– Sí -dijo Fabel-, una mujer de muchas palabras.
Domingo, 15 de junio. 2:15 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
El edificio reunía todos los criterios de la zona chic de Hamburgo. Lo habían construido en los años veinte y daba la impresión de que lo habían reformado a conciencia hacía razonablemente poco.
Fabel, que sabía un par de cosas sobre arquitectura modernista, creía que lo había diseñado Schneider, o al menos alguien de su escuela. Los contornos no eran rectos: las paredes encaladas se unían en curvas elegantes, más que en esquinas, y las ventanas de los apartamentos eran altas y anchas. Uhlenhorst nunca había llegado a alcanzar el mismo prestigio que Rotherbaum, pero aun así era un barrio próspero y moderno.
Justo delante de las puertas de bronce y cristal que daban entrada a un vestíbulo de mármol muy iluminado, estaban aparcados dos coches patrulla de la Schutzpolizei, que Fabel supuso que serían del Polizeikommissariat de Uhlenhorst. Un agente de uniforme de la Schutzpolizei hacía guardia en la puerta mientras otro escuchaba a un hombre alto de unos sesenta años que hablaba animadamente. Fabel aparcó detrás de los coches de policía y él, Maria y Werner se bajaron justo cuando Paul y Anna llegaban. Fabel se acercó dando grandes zancadas al policía de uniforme que escuchaba pacientemente al señor mayor. Las charreteras del policía anunciaron a Fabel que era el Polizeikommissar. Fabel mostró su placa de la Kriminalpolizei, y el policía asintió con la cabeza brevemente. El civil mayor, más alto, que tenía el aspecto despeinado y los ojos rojos de alguien a quien han despertado de un sueño profundo, abrió la boca para hablar. Fabel le interrumpió dirigiéndose directamente al Polizeikommissar.
– ¿Nadie ha intentado entrar aún?
– No, señor. He pensado que era mejor esperar a que llegara usted. He apostado a dos hombres en la puerta de Frau Blüm, y dentro del piso no se oye ningún sonido.
Fabel miró al civil.
– Es el conserje. -El agente de la Schutzpolizei respondió la pregunta tácita de Fabel. Éste se volvió hacia el conserje y extendió la mano.
– Deme la llave maestra del piso de Frau Blüm.
El conserje tenía el aspecto altanero y semiaristocrático de un mayordomo inglés.
– Ni hablar. Ésta es una residencia exclusiva y los inquilinos tienen derecho a…
De nuevo, Fabel le interrumpió:
– Muy bien. -Se volvió hacia Werner-. Coge la palanca que está en el maletero del coche, ¿quieres, Werner?
– No pueden hacer esto… -protestó el conserje-. Necesitan una orden…
Fabel ni siquiera miró al conserje.
– No necesitamos una orden. Estamos investigando un asesinato y tenemos razones para creer que la inquilina está en peligro. -Movió la cabeza en dirección al coche-. Werner…, ¿la palanca?
El conserje saltó como si fuera a darle un ataque.
– No… Espere… Iré a por las llaves.
Las puertas del ascensor se abrieron al pasillo del tercer piso, una extensión ancha e inmaculada, muy iluminada por las lámparas que arrojaban focos de luz sobre el mármol prístino. Fabel le indicó con la mano al conserje que pasara primero. Examinaron lentamente el pasillo y se encontraron con dos agentes, uno a cada lado de la puerta del piso. Fabel detuvo al conserje colocándole una mano en el hombro y siguió adelante, indicando a Werner y Maria que lo acompañaran. Con un movimiento silencioso de la mano ordenó a Anna y a Paul que se colocaran al otro lado de la puerta, junto al segundo agente de la Schutzpolizei. Todo el mundo tenía los ojos puestos en Fabel. Éste se dirigió al conserje llevándose un dedo a los labios y susurró:
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