Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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Muerte en Hamburgo: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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Si no hubiera sido por su sentido del orden casi obsesivo, no lo habría visto. Se levantó del sofá para devolver las dos obras de referencia a su sitio en la estantería. Justo antes de guardar el de la tienda de Otto, lo hojeó distraídamente, dejando pasar las páginas por entre los dedos. Allí estaba. Una lámina a color de una representación de Odín tallada en madera. Ruda pero bien tallada en la madera oscura, se veía la cara barbuda de alguien que había perdido los estribos y gritaba mostrando los dientes. Era el rostro del sabio Odín. Y el precio que Odín había tenido que pagar para beber del pozo de la sabiduría había sido perder un ojo.

«Por eso todos tenían la misma cara cuando te violaron, Michaela -pensó Fabel-. Llevaban una máscara. La misma máscara. La máscara de Odín con un solo ojo.»

S á bado, 14 de junio. 20:00 h

Pöseldorf (Hamburgo)

Fabel no tuvo que darse la vuelta para saber que Susanne había entrado en el bar. El camarero que tenía delante se quedó mirando anonadado detrás de él, y sus manos, que estaban secando un vaso, dejaron de moverse. Fabel también advirtió que los dos hombres que tenía a su derecha interrumpían su conversación mientras se hacían a un lado para dejarle pasar. Notó su presencia cuando se apoyó en la barra junto a él, y le llegó la sutil sensualidad de su perfume. Fabel sonrió y dijo sin volver la cabeza:

– Buenas noches, Frau Doktor Eckhardt.

– Buenas noches, Herr Kriminalhauptkommissar.

Fabel se volvió. Susanne llevaba un sencillo vestido negro sin mangas y el pelo negro con un recogido informal. Por alguna razón, Fabel se acordó de respirar.

– Me alegro de que hayas podido venir -le dijo.

– Y yo.

Fabel pidió unas copas y fueron a sentarse a una mesa junto a la ventana. La Milchstrasse estaba llena de gente que paseaba o tomaba algo en las terrazas de los cafés y disfrutaba de las últimas horas del día.

– Estoy decidido a no hablar de trabajo esta noche -dijo Fabel-, pero ¿estarías libre el lunes a las diez de la mañana para asistir a una reunión sobre el caso?

– Allí estaré -dijo Susanne-. Este caso te está afectando mucho, ¿verdad?

Fabel sonrió débilmente.

– Todos me afectan. Pero sí, éste me afecta especialmente. Hay tantísimas cosas en este caso que no encajan, y tantísimas cosas que encajan demasiado bien. -Fabel le resumió su teoría sobre las máscaras de Odín.

– No lo sé, Jan -dijo Susanne, haciendo rodar la copa de vino con las manos-. Sigo creyendo que se trata de un solo asesino. Y sigo creyendo que te estás alejando con esa teoría de los motivos ocultos. Creo que se trata de un asesino que actúa en solitario y que destripa a mujeres jóvenes a las que elige al azar.

– Ha sido un resumen muy poco profesional, Frau Doktor.

Susanne se rió.

– A veces me siento muy poco profesional. Soy un ser humano, una persona normal y corriente, y de vez en cuando no puedo evitar reaccionar a todo este horror a un nivel emocional. Tú sentirás lo mismo alguna vez, ¿no?

Fabel se rió.

– La mayoría de las veces, de hecho. Pero si te sientes así, ¿por qué te dedicas a esto?

– ¿Y tú?

– ¿Por qué soy policía? Porque alguien tiene que serlo. Alguien tiene que interponerse, supongo…, entre el hombre, la mujer o el niño normales y corrientes y aquellos que les harían daño. -Fabel se quedó callado de repente, al darse cuenta de que había repetido más o menos el análisis que Yilmaz había hecho de él-. En cualquier caso -prosiguió-, tú eres médico; tienes cientos de formas de ayudar a la gente. ¿Por qué te dedicas a esto?

– Supongo que me dejé llevar por las circunstancias. Después de licenciarme en medicina general, estudié psiquiatría. Luego psicología. Luego psicología criminal y forense. Antes de darme cuenta, tenía una preparación excepcional para este tipo de trabajo.

Fabel esbozó una gran sonrisa.

– Bueno, me alegro de que lo hicieras. Si no, nuestros caminos no se habrían cruzado. Bueno, ya basta de hablar de trabajo… -Fabel le hizo una seña al camarero.

S á bado, 14 de junio. 20:50 h

Uhlenhorst (Hamburgo)

Angelika Blüm recogió el desorden que había sobre la mesa de café ancha y extendió un gran mapa detallado del centro y el este de Europa. Encima, puso las fotografías, recortes de periódico, los detalles de las empresas y los trozos de papel que había recortado, cada uno con un nombre escrito a mano: Klimenko, Kastner, Schreiber, Von Berg, Eitel (hijo), Eitel (padre). En el centro del mapa colocó el último nombre. Mientras que todos los demás estaban escritos en negro, este nombre estaba escrito en rojo y mayúsculas: Vitrenko.

Todo estaba ahí. Sin embargo, las conexiones que sostenían su teoría eran demasiado frágiles como para resistir la presión del examen de la jurisprudencia. Lo único que podía hacer era redactarlo todo, desenmascarar a los implicados y dejarlos en manos de investigadores con más recursos que ella. ¿Por qué no se había puesto en contacto con ella ese maldito policía? Sabía que Fabel estaba investigando el asesinato de Ursula y que lo que tenía que decirle arrojaría luz al caso. Angelika había leído lo del segundo asesinato: la chica cuya fotografía publicaron para intentar establecer su identidad. No reconoció a la mujer ni supo ver qué relación podía tener con Ursula o los otros elementos de su investigación. O este segundo asesinato era obra de un imitador, o había alguna conexión que escapaba al horizonte investigador de Angelika.

Apoyó los codos en las rodillas y meció la taza de café en las manos mientras examinaba los papeles esparcidos. Eran como los componentes de una máquina que esperan ser ensamblados, pero no sabía cómo funcionaba la máquina, cuál era su función primordial. Sin duda, si todos aquellos componentes pudieran juntarse, la historia sería brutal: un Stadsenator de Hamburgo, el Erste Bürgermeister, neonazis, una empresa líder en el sector de los medios de comunicación y, en el centro de todo, un comandante de las fuerzas especiales ucranianas sin rostro cuya sed de atrocidades le había labrado un nombre que los demás apenas osaban pronunciar: Vasyl Vitrenko.

Bebió un sorbo de café e intentó desconectar un momento de aquel rompecabezas. A veces había que mirar a otro lado para poder centrarse de nuevo y ver algo que había estado ahí delante todo el tiempo. El timbre de la puerta la sobresaltó. Suspiró, dejó el café encima del mapa extendido y fue hasta el telefonillo.

– ¿Quién es?

– ¿Frau Blüm? Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la policía de Hamburgo. Ha estado intentando ponerse en contacto conmigo. ¿Puedo subir?

Angelika se miró el albornoz y las zapatillas de andar por casa que llevaba puestos, y juró entre dientes. Suspiró y presionó el botón para hablar por el telefonillo.

– Por supuesto, Herr Fabel. Suba. -Pulsó el botón para abrir y momentos después oyó los pasos resonando en el vestíbulo. Abrió la puerta, pero dejó puesta la cadenita. El hombre del vestíbulo levantó su placa de la Kriminalpolizei, y Angelika sonrió y quitó la cadenita.

– Discúlpeme, Herr Fabel, por favor. No esperaba a nadie. -Se hizo a un lado para dejarle pasar.

S á bado, 14 de junio. 23:30 h

Pöseldorf (Hamburgo)

La luz de la luna que entraba por los ventanales creaba formas geométricas en el suelo y las paredes del dormitorio de Fabel y acentuó las curvas del cuerpo de Susanne cuando se colocó sobre él. Proyectó su sombra en movimiento sobre la pared mientras el ritmo inicial suave y tranquilo de su apareamiento crecía en intensidad.

Después, se quedaron tumbados: Susanne boca arriba; Fabel de lado, descansando la cabeza en un codo y examinando el perfil de su amante bañado por la luz de la luna. Se incorporó apoyándose en un codo y la miró. Con ternura, le apartó un mechón de pelo de la frente.

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