Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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Muerte en Hamburgo: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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– ¿Podremos justificar el personal necesario para vigilarlo las veinticuatro horas? Lo único que tienes es una corazonada… Aunque estoy de acuerdo contigo. Estaba demasiado relajado.

– Tú organízalo, Werner. Yo le pediré la autorización a Van Heiden.

Viernes, 13 de junio. 23:00 h

Hamburgo-Harburg (Hamburgo)

La piscina vacía estaba iluminada por el disco brillante de la luna, que quedaba enmarcada en la gran ventana del tejado; la única ventana que, dada su inaccesibilidad, no habían roto los vándalos. El rayo de luz bañaba los azulejos agrietados de la piscina y las paredes. Hacía años que nadie utilizaba la piscina. Lo que se había pensado como un mural alegre, en el que se vieran delfines muy azules y niños con manguitos chapoteando en el agua, tan sólo era visible en las paredes de debajo de la mugre acumulada y las pintadas. Habían roto todas las ventanas del otro extremo de la piscina, y la propia cubeta, sin agua desde hacía mucho tiempo, estaba llena de basura y porquería. Había jeringuillas usadas por todas partes. Alguien incluso había defecado en un rincón.

– Antes éste era un barrio de gente decente y trabajadora. -Quien hablaba era el hombre que estaba en el otro extremo de la piscina, mirando a través de los cristales rotos. Enfocó una linterna en dirección a una puerta doble que ahora sólo tenía una hoja-. Comprueba que no haya nadie…

El más joven de los dos hombres se dirigió hacia la puerta y enfocó la linterna hacia lo que en su día había sido un vestuario.

– Nadie.

El hombre más viejo siguió con su ensimismamiento.

– Salí con una chica que vivía a una manzana de aquí. Incluso la traje aquí un día a bañarnos. -Al hablar, parecía que estuviera reconstruyendo el pasado, que intentara verlo todo como había sido antes, no como era ahora. Regresó al presente. Miró al hombre más joven, que ahora apuntaba con la pistola a la cabeza, cubierta con un saco, de una figura arrodillada en el borde de la piscina y que tenía las manos atadas a la espalda. El hombre más viejo respiró hondo. Cuando habló, lo hizo sin ira, sin malicia, sin emoción-. Mátalo.

El «¡No!» que gritó la figura arrodillada quedó interrumpido por el ruido sordo de la automática silenciada. Perdió la estabilidad y cayó a la piscina.

– Un barrio decente… -dijo el hombre más viejo mientras caminaba hacia la puerta.

S á bado, 14 de junio. 11:00 h

Cuxhaven

Tardaron casi dos horas en llegar a Cuxhaven, pero el viaje fue agradable: era un día cálido y soleado, y el rato en el coche le dio la oportunidad a Fabel de hablar con Susanne, quien se había apuntado de inmediato a la oportunidad de cambiar de escenario. También tuvo ocasión de concretar su cita para cenar. Se habían ido relajando cada vez más en la compañía del otro y ahora compartían una intimidad tácita.

Fabel sólo hizo una parada, cuando se detuvo en el área de descanso de Aussendeich de la que Sülberg le había dado detalles por teléfono. Había un bosquecillo de árboles espesos que no dejaban ver el área de descanso desde la carretera y que la protegían del viento que azotaba las llanuras que la rodeaban. La chica muerta había salido tambaleándose de esa arboleda y se había cruzado en el camino del camión. Fabel recorrió con la mirada el área de aparcamiento. El único coche que había era su BMW, e imaginó que de noche aún sería un lugar más solitario. A la otra chica la habían dejado en la misma carretera, pero a unos veinte kilómetros más atrás en dirección a Hamburgo.

El edificio de siete pisos del Stadtkrankenhaus de Cuxhaven estaba situado en una plaza verde con césped y árboles detrás del Altenwalder Chaussee. Fabel y Susanne fueron conducidos a una sala de espera luminosa con grandes ventanas que daban a unos parterres perfectamente cuidados y a un pequeño césped cuadrado. Llevaban diez minutos esperando cuando se abrió la puerta y entró un agente de la Schutzpolizei bajito y arrugado. Todo su rostro parecía dispuesto alrededor de una sonrisa ancha y sincera.

– ¿Hauptkommissar Fabel? ¿Frau Doktor Eckhardt? Soy el Hauptkommissar Sülberg. -Sülberg les estrechó la mano a los dos y se disculpó porque el doctor Stern no estaría disponible hasta dentro de otros veinte minutos, así que les sugirió que fueran directamente a interrogar a la chica.

Michaela Palmer era alta y de extremidades largas. Fabel sabía por el informe que había recibido de Sülberg que tenía veintitrés años. Tenía el pelo rubio muy claro, y parecía su color natural. Habría sido hermosa si no hubiera tenido la nariz un poco demasiado larga, lo cual desbarataba el equilibrio perfecto de sus facciones. Tenía la piel dorada; Fabel pensó que no se debía al sol del norte de Alemania, y por los datos que había recabado sobre ella, tampoco a que viajara con frecuencia a climas más soleados. Era un bronceado de salón de belleza que le daba un aspecto de salud exagerado y contrastaba con el paño de gasa blanca que tenía en la frente. Sólo debajo de los ojos azules el bronceado artificial no lograba ocultar las sombras oscuras de lo que le había ocurrido durante las últimas cuarenta y ocho horas. Su habitación estaba en el tercer piso del Stadtkrankenhaus de Cuxhaven, y Fabel no pudo evitar pensar en lo afortunada que era por no haber recalado en el sótano. En el depósito de cadáveres.

Fabel señaló la cama y pidió permiso para sentarse con un gesto. Michaela asintió con la cabeza y se movió un poco para hacerle sitio. El albornoz blanco de felpa que llevaba se deslizó y dejó al descubierto un muslo bronceado. La chica lo agarró con un movimiento veloz. Sus acciones, sobre todo su forma de mover los ojos, parecían los de un zorro acorralado; como si estuviera a punto de huir. Fabel esbozó la sonrisa más tranquilizadora que pudo.

– Soy Kriminalhauptkommissar de la policía de Hamburgo. -Fabel omitió que pertenecía a la Mordkommission por miedo a hacer añicos las ya frágiles defensas de Michaela. Tenía que llevar aquel interrogatorio con mucho tacto, o su testigo se desmoronaría-. Y ella es la doctora Eckhardt. Es psicóloga y sabe mucho sobre la clase de droga que te administraron. Me gustaría hacerte unas preguntas. ¿Te parece bien?

Michaela asintió con la cabeza.

– ¿Qué quieren saber? No recuerdo demasiado. Ese es el problema… -Michaela frunció el ceño-. No recuerdo nada en absoluto. Y no es sólo que no recuerde el secuestro; hay trozos de los días anteriores que se me han borrado. -Miró a Fabel inquisitivamente-. ¿Por qué me pasa eso? Son cosas de antes de que me drogaran. ¿Por qué no recuerdo lo que pasó antes?

Fabel se volvió hacia Susanne.

– La clase de droga que te administraron daña la capacidad de memoria del cerebro -le explicó-. Te darás cuenta de que hay algunas cosas de antes de que te drogaran que parecen haberse borrado de tu memoria. Por regla general, estas cosas las irás recordando, al menos en parte. Pero aquello que no puedes recordar sobre lo que pasó mientras estabas drogada…, eso no lo recuperarás. Lo cual seguramente es algo bueno. -Susanne se acercó-. Escucha, Michaela, tengo que advertirte de que, por desgracia, tendrás flashbacks muy reales de las cosas que sí recuerdas del ataque.

Michaela reprimió un sollozo.

– No quiero recordar nada. -Miró a Fabel fijamente a los ojos-. Por favor, no me obligue a recordar.

– Nadie puede obligarte a recordar, Michaela -dijo Susanne, y le echó hacia atrás un mechón rubio rizado, como si consolara a una niña que acaba de despertarse de una pesadilla-. Lo que no está ahí, no está. Pero lo que sí puedas recordar quizá nos ayude a atrapar a este monstruo.

– Había más de uno. -Michaela bajó la vista y tiró del albornoz de felpa-. Fueron más de un hombre los que lo hicieron. Al principio pensé que sólo había uno, porque la cara era la misma. Pero los cuerpos eran distintos.

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