Craig Russell - Muerte en Hamburgo

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Muerte en Hamburgo: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective Jan Fabel se encuentra ante el caso más sanguinario y macabro de su historia profesional. Los cadáveres de dos mujeres a las que han arrancado los pulmones y las notas desafiantes de alguien que firma como «Hijo de Sven» son las únicas pistas de un asesino cuya motivación va más allá de la ira, acercándose a una suerte de ritual donde lo sagrado y lo monstruoso se dan la mano para teñir de escarlata toda la ciudad. Mientras Fabel avanza en la investigación, va quedando claro que se trata de algo mucho más complejo que el trabajo de un simple psicópata.

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– Lo siento, Michaela, no lo entiendo -dijo Fabel-. ¿Qué quieres decir con que tenían la misma cara pero cuerpos distintos?

– Pues eso. Lo siento, ya sé que no tiene ningún sentido, pero sé que uno de ellos era gordo y mayor y que el otro era joven y delgado. Pero todos tenían la misma cara horrible.

«Mierda», pensó Fabel. Lo sentía mucho por la chica, pero aquel viaje había sido en balde: no le sacarían nada útil.

– ¿Puedes describirnos la cara que viste? ¿La cara que dices que tenían todos?

Michaela se estremeció.

– Era horrible. Carecía de expresión. No pude verla muy bien, pero estoy segura de que tenía barba y de que sólo tenía un ojo.

– ¿Cómo?

Michaela meneó la cabeza como si intentara quitarse algo de encima.

– Sí. Sólo tenía un ojo. Era como si el otro ojo fuera sólo una cuenca… toda negra y… -La chica se vino abajo.

– No pasa nada, Michaela -dijo Fabel-. Tómate tu tiempo. -Susanne pasó el brazo por los hombros temblorosos de la chica. Se quedaron en silencio un rato hasta que Michaela se recompuso.

– ¿Cuántos crees que eran? -le preguntó Fabel al final.

– No lo sé. Sólo recuerdo trozos. Creo que tres. Como mínimo tres…

Fabel colocó la mano sobre la de Michaela. Ella apartó la suya como si le escociera. Entonces, con el ceño fruncido, se centró en la mano que Fabel había retirado.

– Había algo. Uno de ellos tenía una cicatriz en el dorso de la mano. De la izquierda. De hecho, eran más bien dos cicatrices que se cruzaban. Tenían la forma de una espoleta.

– ¿Estás segura? -preguntó Fabel.

Michaela soltó una risa amarga.

– Es una de las pocas cosas que recuerdo con claridad. -Volvió a levantar la vista, suplicante-. No tiene sentido. ¿Por qué recuerdo eso?

– No lo sé, Michaela -dijo Fabel sonriendo del modo más tranquilizador que pudo-. Pero podría ser útil. Muy útil. -Sacó su libreta, la dejó en la cama y colocó su bolígrafo encima-. ¿Podrías dibujar cómo era?

La muchacha cogió el bolígrafo y la libreta, frunció el ceño un momento y luego dibujó dos líneas veloces, decididas. Era, en efecto, la forma de una espoleta, pero con una ligera deformación en ambos extremos.

– Ya está -dijo con determinación.

– Gracias -dijo Fabel, y se puso en pie-. Siento muchísimo lo que te ha pasado, Michaela. Te prometo que haremos lo que esté en nuestras manos para descubrir quién lo hizo.

Michaela asintió sin levantar la vista. Entonces le pasó algo. Sus ojos empezaron a moverse rápidamente de nuevo y frunció el ceño porque se esforzaba por concentrarse intensamente-. Espere… Hay algo más… Estaba en una discoteca… Yo… No recuerdo cómo se llamaba. Había un hombre. Me dio agua…, estaba salada…

– Lo sabemos, Michaela, ya se lo has contado a Herr Sülberg. ¿Recuerdas algo de él? Lo que sea.

– Los ojos… Tenía los ojos verdes. Fríos, brillantes. Y eran verdes…

Al salir, Fabel y Susanne se detuvieron en el despacho del doctor Stern. El cuerpo alto de Stern estaba inclinado sobre la mesa cubierta de carpetas, gráficos y tarjetas amarillas desparramadas en capas como hojas caídas de los árboles. Fabel pensó en su propia naturaleza excesivamente ordenada; en que en su despacho, en su casa, en su vida, todo tenía su sitio. Cuando las cosas se amontonaban, tenía que poner orden o se bloqueaba. A Fabel le parecía un punto débil de su personalidad: algo que levantaba una valla alrededor de su naturaleza por lo demás intuitiva. Y era más que una pequeña característica retentiva.

Stern se puso en pie, y su rostro fuerte y atractivo esbozó una sonrisa ancha y cordial.

– ¿Hauptkommissar Fabel? ¿Frau Doktor Eckhardt?

Fabel extendió la mano.

– Herr Doktor Stern. Gracias por su tiempo.

– No hay de qué. -Stern buscó en el caos de su mesa y cogió una carpeta-. Le he sacado una copia del informe que redacté para la policía local. -Stern señaló con la cabeza en dirección a Sülberg, quien acababa de entrar en el despacho.

– Gracias. -Fabel cogió la carpeta, pero no la abrió en seguida-. ¿Estaría en lo cierto si dijera que a la chica la drogaron con Rohypnol, la droga de las citas con violación?

– La drogaron, sí. Y con Rohypnol. Pero no únicamente. Como digo en el informe, sólo he hallado restos apenas perceptibles de Rohypnol en la sangre. El Rohypnol se metaboliza despacio; suele permanecer en la sangre durante varias horas después de la ingestión.

– ¿Podría ser que la dosis fuera suficiente como para aturdiría, pero lo bastante suave como para que ya hubiera desaparecido?

Fue Susanne quien respondió.

– No. Incluso después de desaparecer de la sangre, permanece como metabolito en la orina durante más de 72 horas. -Se volvió hacia Stern-. Me imagino que le ha hecho análisis de orina, ¿no?

Stern asintió con la cabeza.

– Hemos encontrado aminoflunitrezapam-7 en la orina. Restos residuales apenas apreciables. Como ha señalado la doctora Eckhardt, si a Michaela le hubieran administrado una dosis fuerte de Rohypnol en los últimos tres días, habríamos encontrado restos más significativos.

– ¿Pero la drogaron? -preguntó Fabel.

– Por supuesto. Michaela presentaba quemaduras químicas poco visibles, casi inapreciables, más una inflamación dérmica en la boca y la garganta que otra cosa. Y cuando le pregunté por los momentos de claridad que tuvo durante su estado de alteración, me hablo de que no había sentido miedo.

– Claro -dijo Susanne-. ¿Algún tipo de cóctel con gamahidroxibutirato?

– Seguramente… -Stern se encogió de hombros-. Pero el gamahidroxibutirato se metaboliza tan deprisa que no he hallado restos que lo demuestren…

– ¿De qué gama? -La conversación iba demasiado rápido y se había vuelto demasiado técnica para Fabel.

– Lo siento. -Stern hizo un gesto de disculpa-. El gamahidroxibutirato, del GHB. También conocido como éxtasis líquido, oro bebible, biberón.

De nuevo, Susanne retomó el hilo.

– Es un calmante del sistema nervioso central bastante dañino. Hace lo mismo que el Rohypnol, pero es potencialmente más peligroso. Aunque parezca mentira, hasta hace poco se vendía en tiendas dietéticas como suplemento para culturistas. En medicina se utiliza muy poco, así que la mayoría de la producción se lleva a cabo de manera ilegal.

– Y como se fabrica en laboratorios clandestinos sin que pase ningún tipo de control -continuó Stern-, hay grandes variaciones en cuanto a su pureza. A menudo las sustancias químicas que se utilizan para sintetizarlo y estabilizarlo son muy tóxicas.

– ¿Y cree que fueron esas sustancias químicas tóxicas las que le provocaron las quemaduras en la boca? -preguntó Susanne.

– Sí…, el GHB también puede tener efectos secundarios muy extraños. Incluso en dosis pequeñas puede provocar náuseas, vómitos, delirios, alucinaciones, crisis y, por supuesto, pérdida de conciencia. Uno de los efectos secundarios puede ser la sensación de no tener miedo, y Michaela dice que no estaba asustada. Si le administraron un cóctel tanto de flunitrazepam como de clonazepam con gamahidroxibutirato, el riesgo de que se produjera una anestesia general, sufriera una crisis respiratoria e incluso entrara en coma habría sido realmente muy alto. Michaela ha tenido suerte de no acabar conectada a un respirador. Como dice Frau Doktor Eckhardt, el GHB es un producto especialmente dañino. El atacante utilizó una combinación de otras drogas que tuvieron un efecto sinérgico. Quizá su intención no era matar a sus víctimas, pero no le importaba demasiado si sobrevivían o no a la experiencia.

– ¿Y el GHB se produce ilegalmente sólo para ser utilizado como droga de las citas con violación? -preguntó Fabel.

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