– Estoy seguro de que me está prestando atención, Herr Fabel. -La voz electrónicamente distorsionada carecía de cualquier sutileza de entonación-. Y creo que en las próximas horas también me prestarán atención una buena cantidad de agentes de la Polizei de Hamburgo, incluyendo la brigada de artificieros. Verá, me conviene dejarlo vivo, porque su gente tardará siglos en sacarlo de esta situación. A ello debemos añadir el tiempo que los forenses deberán dedicarle al sitio. Pero no le quepa duda de que si intenta algo desaconsejable, detonaré el dispositivo. El efecto seguirá siendo el mismo.
La mente de Fabel corría a toda velocidad. Por lo que sabía, la persona al otro lado de la línea podía estar vigilándolo desde una distancia segura. Recorrió con la mirada ambos lados de la calle y miró por el espejito retrovisor, haciendo todo lo posible por mantener el trasero firmemente plantado en el asiento.
– ¿De modo que de pronto usted es todo un experto en explosivos? -Fabel cargó su voz de desprecio-. ¿Espera que crea que tiene la capacidad de meter una bomba en mi coche, en una calle pública, en los cuarenta y cinco minutos que estuve fuera? Pensé que lo suyo era arrancar cueros cabelludos, Winnetou.
– Muy gracioso -la voz grave y distorsionada lanzó una carcajada que sonó como algo salido de una pesadilla-. Winnetou… Pero no finja que no entiende mis referencias culturales, Herr Fabel. Yo no soy ningún indio americano, ningún personaje salido de un relato de Karl May. Usted sabe que la tradición que estoy reviviendo es muy antigua y muy europea en sus orígenes. Y, en cualquier caso, si quiere poner a prueba mis habilidades como diseñador de bombas… o como bro-mista, adelante. Lo único que tiene que hacer es salir del coche. Si miento, no ocurrirá nada. Pero si no… En cuanto al dispositivo… lleva bastante tiempo en su coche. Lo único que he hecho ha sido activarlo desde lejos. Ah, por cierto, ¿le gustó el re-galito que le dejé en su apartamento?
– Condenado cabrón… -siseó Fabel por teléfono-. Voy a cogerte. Te juro que te encontraré, no importa cuánto tiempo me lleve.
– ¿Sabe, Herr Fabel? Usted es notablemente agresivo para alguien que se encuentra sentado sobre una gran cantidad de fuertes explosivos. Si yo presionara el botón adecuado, usted no podría encontrar a nadie. Nunca. De modo que ¿por qué no se calla y escucha lo que tengo que decirle?
Fabel no dijo nada. Sintió una película de sudor entre su oreja y el teléfono móvil. El corazón seguía latiéndole con fuerza y tenía náuseas. Creía a la voz inhumana de su oreja. Creía en la bomba debajo de él.
– Bien -dijo la voz-. Ahora podemos hablar. En primer lugar, usted se preguntará por qué he hecho tantos esfuerzos para ponerlo en peligro. Y, para el caso, por qué no he detonado la bomba antes. Bueno, es simple. Como ya he dicho, liberarlo a usted de esta particular situación llevará tiempo. Y, mientras tanto, yo cogeré otro cuero cabelludo. Lo he puesto en un aprieto interesante, Herr Fabel. Tendrá que decidir cuántos recursos se dedicarán a rescatarlo a usted y cuántos a impedir que yo ponga fin a otra vida.
– Tenemos más recursos de los que tú puedes ocupar -dijo Fabel con una voz muerta e inexpresiva.
– Es posible, pero tengo que decirle que usted está sentado sobre una de dos bombas. La otra se encuentra en un sitio que no revelaré por ahora. Pero he dejado una nota con la dirección y todos los detalles.
– ¿Dónde?
– Ahí está la cuestión. He adjuntado la dirección al explosivo de la bomba de su coche. De modo que, incluso si los artificieros consiguieran desactivar el interruptor de presión debajo de su asiento o de la puerta, no podrían intentar una detonación controlada. Si lo hiciesen, destruirían la única pista de la ubicación de la segunda bomba. Y la segunda bomba será detonada, créame, Herr Fabel.
– ¿Cuándo? ¿A qué hora está preparada para detonar esa segunda bomba?
– No dije nada de que estuviera con un temporizador, Herr Fabel.
– ¿De modo que ahora eres un terrorista? ¿De qué se trata todo esto?
– Usted no es estúpido, Herr Fabel. Esto siempre ha tenido que ver con el terrorismo, como usted ha dicho. También con la traición. Lo que me trae a mi asunto principal: quiero que abandone el caso. Tómese unas vacaciones, un descanso. Le he dado una excusa: la presión de la situación en la que se encuentra. Verá, Herr Fabel, voy a darle más información sobre este caso que la que usted ha logrado obtener por su cuenta. Las personas que estoy matando merecen morir. Ellos mismos son asesinos. Y, cuando termine, no volveré a matar jamás. No quedan muchos, Fabel. Sólo dos más. Después de que estén muertos, desapareceré y nunca volveré a matar. Y, como he dicho, todas mis víctimas son culpables. De hecho, usted mismo los consideraría culpables de crímenes contra el Estado.
– ¿Hauser? ¿Griebel? ¿Scheibe? ¿Dices que eran terroristas?
– Ya me ha oído. -La voz electrónicamente muerta habló sin pasión-. Pero preste atención a mis palabras, Herr Fabel: es su decisión. Puede elegir retirarse del caso y permitirme terminar lo que he empezado, o añadiré otras víctimas a mi lista. Víctimas muy específicas. Nadie tiene que saber de esta parte de nuestra conversación. Usted puede elegir entre alejarse y vivir su vida, y permitir que otros vivan las suyas. Después de todo, las personas que tengo que ejecutar no significan nada para usted. Pero hay otros, Fabel… Otras personas que no merecen morir tal vez mueran, dependiendo de la decisión que usted tome. Ahora voy a colgar. Le sugiero que contacte a sus colegas de la brigada de artificieros sin demora. Pero, antes de cortar, voy a mandarle algunas fotografías por el teléfono móvil. Por cierto… qué pelo tan hermoso. Un castaño rojizo maravilloso. Casi rojo.
La línea enmudeció. El teléfono hizo un pitido y la pantalla le indicó a Fabel que había recibido un mensaje con imágenes. Abrió el mensaje y sus entrañas dieron un vuelco repentino e intenso.
– Cabrón… -Fabel sintió que las lágrimas le ardían en los ojos mientras pasaba las imágenes.
Volvió a mirarlas todas. Fotografías de una muchacha con el pelo largo y castaño rojizo. Fotografías de ella al volver de la escuela; de ella con sus amigas; de ella de compras en las tiendas de Neuer Wall junto a su padre.
21.15 h, Hammerbrook, Hamburgo
La calle entera se había convertido en un decorado de cine. Fabel estaba sentado, entrecerrando los ojos para protegerlos de las deslumbrantes luces de arco voltaico, montadas en soportes altos, que se habían instalado en torno a su coche. El área había sido evacuada por completo y Fabel se dio cuenta de que le preocupaba lo que le habrían dicho a Herr Dorfmann para hacerlo salir de su casa: esperó que fuera cualquier cosa, excepto que había una bomba en su calle.
La primera persona en hablar con Fabel fue el comandante del LKA7, la brigada de artificieros, quien se acercó al coche solo. El comandante le habló en un tono tranquilo, pero a alto volumen, para que Fabel pudiera oírlo a través del cristal de la ventanilla, que seguía cerrada, y le pidió que recordara absolutamente todo lo que el que lo llamó le había dicho sobre el dispositivo, así como cualquier otra cosa que pudiera darles una pista sobre dónde podría estar escondida la segunda bomba. Fabel tenía la boca seca y sentía náuseas, pero trató de mantenerse sereno y de concentrarse mientras recordaba cada uno de los detalles.
El comandante de los artificieros le escuchó, asintió, tomó notas y le habló todo el tiempo en un tono de calma que le había dado la experiencia, pero eso sólo sirvió para poner a Fabel más nervioso sobre la situación. La aparición misma del jefe de la brigada tampoco había hecho mucho para tranquilizarlo: había aparecido detrás del coche de Fabel con un amplio delantal de grueso Kevlar, dividido en segmentos articulados, encima de su mono negro, con la cabeza protegida por un pesado casco y la cara cubierta por un grueso visor de Perspex. El especialista se agachó hacia el suelo y se tumbó de costado junto al coche, extendió un tubo telescópico negro con un espejo en la punta y, lenta y cuidadosamente, lo deslizó bajo el vehículo de Fabel. Después de un momento, volvió a aparecer en la ventanilla, gruñendo por el esfuerzo de incorporarse.
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