– ¿Puede confirmar que ese agente era el Erster Hauptkommissar Fabel, de la Mordkommission? -Un periodista de baja estatura y pelo negro, con una chaqueta de cuero que le iba demasiado pequeña, se había abierto paso hasta la primera fila de reporteros. Jens Tiedemann era muy conocido entre sus colegas.
– En esta etapa de la investigación aún no estamos listos para proporcionarles detalles sobre la identidad del agente implicado -respondió Van Heiden-. Pero sí puedo confirmar que pertenecía a la Mordkommission y que estaba en funciones cuando ello ocurrió.
– Anoche se acordonó la zona de Hammerbrook y evacuaron a sus residentes. -Tiedemann era insistente y levantó la voz por encima de los demás-. Se informó de que se había encontrado un dispositivo explosivo y se suponía que era un resto de artillería británica de la segunda guerra mundial y que había un grupo de artificieros desactivándola. ¿Puede confirmar que en realidad se trataba de una bomba terrorista colocada en el vehículo de este agente?
La pregunta de Tiedemann cayó como una chispa que desencadenó una andanada de más preguntas por parte del resto de los periodistas. Cuando el Polizeipräsident Steinbach contestó, dirigió su respuesta al pequeño reportero.
– Podemos confirmar que se envió a unos miembros de la brigada de artificieros para desactivar un dispositivo explosivo que estaba en ese lugar -dijo-. No hay ningún indicio de que hubiera terroristas implicados.
– Pero la bomba no era de la segunda guerra mundial, ¿verdad? -Tiedemann insistía con la tenacidad de un terrier-. Alguien intentaba hacer volar por los aires a uno de sus agentes, ¿no?
– Como ya hemos declarado -intervino Van Heiden-, un miembro de la Mordkommission ha sufrido un atentado contra su vida. No podemos decir más de momento, puesto que la investigación todavía está en marcha.
Varios de los otros periodistas siguieron con la línea de cuestionamiento que había iniciado Tiedemann. Pero al carecer de la información de la que él, evidentemente, disponía, sus preguntas eran disparos en la sombra. El pequeño periodista se mantuvo en silencio, permitiendo que los otros acosaran a los funcionarios durante un rato; luego lanzó su golpe de gracia.
– Herr Kriminaldirektor Van Heiden… -El murmullo de los otros impidió que se le oyera-. Herr Kriminaldirektor Van Heiden… -repitió a un volumen más alto, y sus colegas enmudecieron, para escuchar adonde los dirigiría-. ¿Es cierto que quien colocó la bomba que estaba debajo del coche del Erster Hauptkommissar Fabel fue el Peluquero de Hamburgo? ¿El asesino en serie que está asesinando a ex miembros de los movimientos izquierdistas radicales de los años setenta y ochenta? ¿Y es cierto también que, como resultado de este atentado contra Herr Fabel, se le ha retirado del caso?
La expresión de Van Heiden se oscureció. Miró a Tiedemann con furia.
– El agente de la Mordkommission en cuestión va a retirarse de todos sus casos actuales y se los pasará a otros agentes. La única razón de todo esto es que ha pedido una licencia para recuperarse de su experiencia. No hay ningún otro motivo. Puedo asegurarle que no es tan fácil asustar a los agentes de la Polizei de Hamburgo y mucho menos obligarlos a retirarse de un caso…
El pequeño periodista no dijo nada más, sino que sonrió, y permitió que los gritos de sus colegas lo cubrieran. Van Heiden y el presidente de la Policía Steinbach les dieron la espalda, subieron los escalones e ingresaron en el edificio del Präsidium, mientras el portavoz oficial de la Polizei de Hamburgo mantenía a raya a los periodistas.
Cuando el nudo de periodistas que estaban en la escalinata empezó a disolverse, uno de ellos se volvió hacia Tiedemann.
– ¿Cómo te has enterado de todo lo que ocurrió?
El periodista señaló el Polizeiprásidium con un movimiento de la cabeza.
– Tengo una fuente interna. Se trata de una fuente realmente buena…
10.15 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO
Tal vez no tendría que haber activado el sistema de alarma para una ausencia tan corta de su despacho. Ingrid Fischmann acababa de regresar de la oficina de correos, que estaba a una calle de allí, donde había enviado un sobre con las fotografías y la información que le había preparado a aquel policía, Fabel.
Lanzó una cuando la libreta negra con el número de la alarma se le cayó al suelo. Se agachó para recogerla, lo que hizo que algunas de las cosas que llevaba en el bolso abierto se cayeran también, y oyó el ruido metálico de las llaves contra las baldosas del pasillo. Siempre era un lío entrar y salir de su despacho, en especial porque el código se negaba a instalarse en su memoria. Pero Ingrid sabía que era un mal necesario: tenía que ser cuidadosa.
La Fracción del Ejército Rojo se había disuelto oficialmente en 1988 y la caída del Muro había vuelto redundantes los cimientos ideológicos de esa clase de grupos. La RAF, el IRA, y hasta, al parecer, también la ETA, estaban relegándose a los libros de historia. El terrorismo interno europeo parecía un concepto cada vez más lejano, en comparación con el que venía de fuera. El terrorismo del siglo XXI había adoptado un matiz totalmente diferente, con una ideología religiosa en vez de socio-política. De todas maneras, las personas a las que ella dejaba al descubierto en sus artículos periodísticos pertenecían al aquí y ahora. Y muchos de ellos tenían un historial de violencia.
– Ya, ya… -le dijo al panel de control de la alarma en respuesta a su imperativo reclamo bajo la forma de bips electrónicos veloces y urgentes. Recuperó la libreta y, como no tuvo tiempo de encontrar las gafas, miró los números desde lejos para transferirlos al teclado. Por fin, marcó el último de ellos con una decisiva presión de su dedo. Los bips se detuvieron. Aunque en realidad no.
Era como un eco del sonido de la alarma, pero a un tono diferente. Y no salía del teclado numérico. Se quedó inmóvil, frunciendo el ceño, hasta que dedujo la dirección de aquel sonido. Venía de su oficina.
Siguió al sonido hasta su despacho. Salía de su escritorio. Abrió el cajón superior.
– Oh… -fue lo único que dijo.
Fue lo único que pudo decir. Su cerebro apenas tuvo tiempo suficiente para absorber lo que sus ojos estaban diciéndole: para analizar los cables, las pilas, el display luminoso y parpadeante, el paquete grande, color arena.
Ingrid Fischmann murió el instante después de que su cerebro reuniera todos esos elementos para formar una sola palabra.
Bomba.
10.15 h, Polizeiprásidium, Hamburgo
– Espero que esto funcione -dijo Van Heiden-. Gran parte de nuestro trabajo depende de la cooperación de los medios. Cuando se enteren, no les va a gustar.
– Es un riesgo que debemos asumir -dijo Fabel. Estaba sentado a la mesa de reuniones con Maria, Werner, Anna, Henk y los dos especialistas forenses, Holger Brauner y Frank Grueber. Había otra persona a la mesa: un hombre bajo y gordo con gafas y una chaqueta de cuero negro.
– Lo superarán -dijo Jens Tiedemann-. Pero, por el bien de mi periódico, preferiría que todos creyeran que me hicieron creer en esa historia, en lugar de que se sepa que he, cómo decirlo, conspirado con vosotros.
Fabel asintió.
– Te debo una, Jens. Una grande. Este asesino sabe cómo comunicarse conmigo pero es una vía de un solo sentido. La única forma en que puedo hacerle creer que he abandonado el caso es que se lo anuncie públicamente.
– De nada, Jan. -Tiedemann se puso de pie para marcharse-. Sólo espero que se lo crea.
– Yo también -dijo Fabel-. Pero al menos he conseguido sacar de la ciudad a mi hija Gabi y ponerla bajo protección. También he hecho vigilar a Susanne las veinticuatro horas. En cuanto a mí, tendré que pasar la mayor parte del tiempo oculto aquí, pero estaré dirigiendo el espectáculo a través de mi equipo central. Oficialmente, Herr Van Heiden se hará cargo del caso. -Se puso de pie y le estrechó la mano a Tiedemann-. Has hecho una actuación convincente, que nos ayudará a ganar tiempo. Como he dicho, te debo una.
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