El apartamento estaba vacío.
Se acercó hacia ella, dejando el arma sobre la mesa lateral mientras atravesaba la sala. La rodeó con un brazo y la guió hacia el dormitorio, poniendo su cuerpo entre ella y el ventanal de su apartamento.
– Quédate aquí dentro, Susanne. Pediré ayuda.
– Por Dios, Jan… en tu propia casa… -Su cara había perdido todo el color y su maquillaje manchado de lágrimas se destacaba crudamente contra su palidez.
El cerró la puerta del dormitorio con ella dentro y volvió a cruzar la sala, cuidándose de mirar aquel ventanal que le había dado tanto placer, con esa vista siempre cambiante del Alster. Abrió el teléfono y presionó el botón de marcación, rápida donde tenía grabado el teléfono del Präsidium. Habló con el Kommissar que estaba de turno en la brigada de Homicidios, le dijo que Anna Wolff, Henk Hermann, Maria Klee y Werner Meyer estarían de regreso a sus respectivas casas y le indicó que los llamara a sus teléfonos móviles y les transmitiera la orden de que se dirigieran a su apartamento.
– Pero, antes que nada -dijo, oyendo su propia voz monótona y apagada en el silencio de su apartamento-, mande un equipo forense completo. Tengo una escena secundaria de homicidio aquí.
Colgó, apoyó la mano sobre el teléfono un momento y siguió dándole la espalda al ventanal deliberadamente. Luego se volvió.
En el centro de la ventana, apretado y adherido al vidrio por su propia viscosidad y por tiras de cinta aisladora, había un cuero cabelludo humano. Unos gruesos riachuelos de sangre y tintura roja surcaban el cristal. Fabel sintió náuseas y apartó la mirada, pero se dio cuenta de que no podía quitarse la imagen de la cabeza. Logró avanzar hacia el dormitorio y hacia el sonido de los sollozos de Susanne. En la distancia, oyó el creciente clamor de sirenas policiales que se acercaban a él por la Mittelweg.
1.45 H, PÜSELDORF, HAMBURGO
Fabel dispuso que una agente llevara a Susanne a su propio apartamento y se quedara allí con ella. Susanne se había recuperado significativamente de la impresión y había tratado de poner distancia profesional con lo ocurrido, como psicóloga forense en activo. Pero la verdad era que aquel asesino había entrado en la vida personal de Fabel y Susanne. Era la primera vez que ocurría algo así. Fabel trató de contener la furia que bullía en su interior. Su casa. Aquel cabrón había estado allí, en su espacio privado. Y eso significaba que sabía más sobre Fabel que lo que éste sabía sobre él. También significaba que a Susanne habría que vigilarla. Protegerla.
Acudieron todos los miembros del equipo. La impresión y la ira eran evidentes en su cara, incluso en la de Maria Klee. Su novio, Frank Grueber, estaba a cargo del grupo de forenses que trabajarían en el lugar, pero como se había dado cuenta de que su propio jefe tenía una íntima relación profesional y personal con Fabel, había llamado a Holger Brauner a su casa. Brauner se presentó minutos después de los otros y, si bien permitió que Grueber procesara la escena, examinó cada muestra, cada rincón, personalmente.
Fabel sentía náuseas. La impresión y el horror a los que él y Susanne habían tenido que enfrentarse, la bebida que había consumido antes, el cansancio acumulado producto de no haber dormido durante dos días y la violación de su espacio personal, todo aquello se combinaba en un repugnante remolino en su estómago. Su apartamento era demasiado pequeño para que entraran todos y los miembros de la brigada se quedaron fuera, en el rellano. Fabel ya había tenido que lidiar con los vecinos, que exhibían esa curiosidad excitada y alarmada que él ya había visto en innumerables escenas de crímenes. Pero eran sus vecinos. Esa escena del crimen era su propia casa.
Cobró conciencia de que su gente había iniciado alguna clase de debate en el rellano y luego Maria se separó de los otros y se le acercó, recogiendo a Grueber en el camino.
– Escucha, chef -dijo Maria-. He hablado con los otros. Tú no puedes quedarte aquí, y me parece que la doctora Eckhardt necesita un tiempo para recuperarse de todo esto. Tendrás que alojarte en casa de alguno de nosotros al menos un par de noches. Para procesar esta escena hacen falta muchas horas y después… bueno, no te conviene permanecer aquí. Werner ha dicho que puedes quedarte en su casa con su esposa, pero estarían un poco estrechos. Así que hablé con Frank al respecto.
– Tengo una casa grande en Osdorf-dijo Grueber-. Con muchísimas habitaciones. ¿Por qué no empaca unas cuantas cosas? Puede quedarse todo el tiempo que haga falta.
– Gracias. Muchas gracias. Pero prefiero ir a un hotel.
– Creo que debería aceptar la oferta de Herr Grueber. -La voz salió de detrás de Fabel. El Kriminaldirektor Horst van Heiden estaba en la escalera. Fabel pareció sorprendido durante un momento. Le agradaba el hecho de que su jefe se hubiera tomado la molestia de acudir en persona en medio de la noche. Pero luego se dio cuenta del significado.
– ¿Le preocupa mi cuenta de gastos? -Fabel sonrió débilmente ante su propio chiste.
– Sólo creo que el apartamento de Herr Grueber sería más seguro que un hotel. Hasta que cojamos a este maníaco, usted estará bajo protección personal, Fabel. Pondremos un par de agentes fuera de la casa de Herr Grueber. -Van Heiden echó una mirada a Grueber buscando la formalidad de su aprobación. Grueber asintió con un movimiento de la cabeza.
– De acuerdo -dijo Fabel-. Gracias. Juntaré algunas cosas más tarde.
– Está decidido, entonces -dijo Van Heiden. Grueber cogió las llaves del coche de Fabel y dijo que Maria lo llevaría a su casa y él volvería con el coche de Fabel una vez que terminara de procesar la escena.
– Gracias, Frank -dijo Fabel-. Pero antes tengo que ir al Präsidium. Tenemos que tratar de entender qué significa todo esto.
Van Heiden cogió a Fabel del codo y lo guió hacia una esquina. A pesar de la niebla del cansancio que parecía borronear cada pensamiento, Fabel no pudo evitar preguntarse cómo se las arreglaba Van Heiden para parecer tan atildado a las dos de la mañana.
– Esto es un mal asunto, Fabel. No me gusta nada que este hombre lo eligiera a usted como blanco. ¿Sabemos cómo ha entrado?
– Hasta ahora los forenses no han logrado encontrar ningún indicio de entrada forzada. Y, como suele ocurrir con este criminal, no ha dejado prácticamente ningún rastro de su presencia en la escena. -Fabel sintió otro vuelco en el estómago cuando se refirió a su propia casa como «la escena».
– Entonces no sabemos cómo entró -dijo Van Heiden-. Y sólo Dios sabe cómo averiguó dónde vive usted.
– Tenemos una pregunta mucho más urgente… -Fabel señaló con un movimiento de la cabeza el cristal de la ventana, donde estaban el pelo y la piel teñidos de un fuerte color rojo-. Y esa pregunta es: ¿a quién pertenece ese cuero cabelludo?
2.00 H, POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO
Todos los miembros de la Mordkommission estaban presentes. A Fabel lo incomodaba el hecho de que Van Heiden sintiera que su presencia constante era, por alguna razón, necesaria. Todos tenían las expresiones antinaturales de quienes deberían estar exhaustos, pero sin embargo están tensos, con un nerviosismo eléctrico. Al mismo Fabel le resultaba difícil concentrarse, pero era consciente de que de él dependía que el equipo, y él mismo, recuperaran la compostura.
– Los forenses siguen procesando la escena -dijo-. Pero todos sabemos que sólo obtendremos lo que este tipo decida que obtengamos. Esta escena difiere de las otras en dos aspectos. Primero, tenemos el cuero cabelludo pero falta el cuerpo. Y debe de haber un cuerpo en alguna parte. Segundo, ahora sabemos con seguridad que el asesino usa los cueros cabelludos para mandar un mensaje. En este caso, dirigido a mí. Alguna clase de advertencia o amenaza. De modo que, si seguimos la lógica, los cueros cabelludos de las otras escenas también intentaban mandar un mensaje. Pero ¿a quién?
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