catorce días después del primer asesinato
0.02 h, Grindelviertel, Hamburgo
Leonard supo, en el instante en que vio al hombre con el arma sentado en un rincón junto al televisor, que iba a morir. De una forma u otra.
Lo primero que le impresionó fue lo oscuro que era el pelo de aquel joven; demasiado oscuro para su cutis tan pálido. Tenía una pistola automática negra y Leonard notó que sus manos estaban cubiertas con guantes blancos de cirujano. El hombre del arma se puso de pie. Era alto y delgado. Leonard supuso que podría vencerlo, fácilmente, si no hubiera sido por el arma que tenía en la mano. «Abalánzate sobre él -pensó-. Incluso si consigue disparar, al menos morirás rápido. Y hasta podría errar el tiro.» Leonard pensó en las dos fotografías que el policía le había enseñado; en lo que este joven con ese rostro pálido e impasible había hecho. Leonard pensó con fuerza, con tanta fuerza que le dolió la cabeza. «¿Por qué no te le echas encima? ¿Qué tienes que perder? Una bala es mejor que lo que te hará si se lo permites.»
– Relájate, Leonard. -Era como si el hombre de pelo oscuro le hubiese leído el pensamiento-. Cálmate, no hay ningún motivo para que salgas lastimado. Sólo quiero hablar contigo. Eso es todo.
Leonard supo que estaba mintiendo. «Échate encima de él.» Pero quiso creer la mentira.
– Por favor, Leonard… por favor, siéntate, así podemos hablar. -Señaló la silla que acababa de dejar libre.
«Hazlo ahora… agarra el arma.» Leonard se sentó. El otro lo observó impasible, con la misma falta de emoción, de expresión.
– No se lo dije. No les he contado nada -declaró Leonard con entusiasmo.
– Vamos, Leonard -dijo el hombre de pelo oscuro, como si estuviera regañando a un niño-, los dos sabemos que eso no es cierto. No les has contado todo, pero les has contado bastante. Y sería muy inconveniente que les contaras más.
– Escuche, yo no quiero saber nada de esto. Debe saberlo. Tiene que darse cuenta de que no voy a contarles nada más. Me iré… se lo prometo… jamás volveré a Hamburgo.
– Tranquilo, Leonard. No voy a lastimarte, a menos que trates de hacer algo estúpido. Sólo quiero discutir sobre nuestra… situación. -El hombre de pelo oscuro se apoyó contra la pared y puso el arma sobre la mesa, junto a las llaves. «¡Hazlo! ¡Hazlo ahora!», gritaban los instintos de Leonard. Sin embargo, siguió sentado, como si su cuerpo se hubiese fusionado con la silla. El otro buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un par de esposas. Se las arrojó a Leonard antes de volver a coger el arma-. No te asustes, Leonard. Esto es sólo para mi protección, ¿entiendes? Por favor… póntelas.
«Ahora. Hazlo ahora. Si te pones las esposas, él tendrá un control absoluto sobre ti. Podrá hacer todo lo que quiera. ¡Hazlo!» Leonard se puso las esposas, primero en una muñeca, luego en la otra.
– Bien -dijo el hombre de pelo oscuro-. Ahora podemos relajarnos. -Pero, mientras hablaba, entró en el dormitorio de Leonard y regresó con un bolso grande de cuero negro-. No te alarmes, Leonard. Sólo tengo que sujetarte mejor. -Sacó un rollo de cinta aislante, gruesa y negra, del bolso, y empezó a rodear con él el pecho y los antebrazos de Leonard y el respaldo de la silla. Con fuerza. Luego cortó un pedazo y lo estiró sobre la boca de Leonard. Sus protestas quedaron reducidas a fuertes balbuceos. La combinación de la mordaza y la cinta demasiado ajustada le dificultaba la respiración, y el martilleo de su corazón retumbaba en su pecho apretado. El otro, satisfecho después de comprobar que Leonard ya no representaba amenaza alguna, volvió a dejar el arma sobre la mesa. Acercó la única otra silla que había en el apartamento y la ubicó enfrentada a la de Leonard. Se inclinó hacia delante, poniendo los codos sobre las rodillas, y apoyó la mandíbula sobre los dedos entrelazados. Durante un largo rato, pareció estudiar al chico. Después habló.
– ¿Crees en la reencarnación, Leonard?
El hombre atado miró al asesino sin comprender.
– ¿Crees en la reencarnación? No es una pregunta complicada.
Leonard negó vigorosamente con la cabeza. Tenía los ojos bien abiertos y enloquecidos. Asustados. Ojos que recorrieron la cara de su atacante en busca de alguna señal de piedad o compasión, en busca de cualquier cosa que se acercara a una emoción humana.
– ¿No? Bueno, estás en minoría, Leonard. La amplia mayoría de la población de este mundo incluye la reencarnación entre sus sistemas de creencias. El hinduismo, el budismo, el taoísmo… para muchas culturas es natural y lógico creer en alguna clase de regreso del alma. En las aldeas de Nigeria, es común encontrarse con un ogbanje… un niño que es la reencarnación de otro que murió en su infancia. Lo siento… no te molesta que hable mientras voy preparando todo, ¿verdad? -El hombre de pelo oscuro se incorporó y sacó una gran lámina cuadrada de poliuretano negro del bolso; a continuación, sacó una bolsa negra de plástico. Detrás de la mordaza, Leonard emitió un sonido incomprensible que el asesino al parecer tomó por un asentimiento, puesto que continuó con su explicación.
– En cualquier caso, hasta Platón creía que nosotros existimos antes como seres superiores y nos reencarnamos en esta vida como castigo por haber caído en desgracia… algo que también formaba parte de las primeras creencias de los cristianos, en realidad, hasta que lo suprimieron y lo calificaron de herejía. Si lo piensas un poco, la reencarnación es fácil de aceptar porque todos hemos tenido experiencias que no pueden explicarse de ninguna otra manera. -El asesino extendió la lámina cuadrada de plástico sobre el suelo y la pisó. Se quitó la chaqueta y la camisa, las dobló cuidadosamente y las puso en la bolsa negra-. Nos ocurre a todos… nos encontramos con alguien a quien jamás habíamos visto antes en toda nuestra vida, y sin embargo experimentamos una extraña sensación de reconocimiento, o sentimos que lo conocemos de hace muchos años. -Se quitó los zapatos-. O vamos a algún lugar nuevo, un lugar en el que jamás habíamos estado, y sin embargo sentimos una inexplicable familiaridad. -Se desabrochó la hebilla del cinturón, luego se quitó los pantalones, que puso en la bolsa junto con los zapatos. En ese momento, estaba sobre el cuadrado negro vestido sólo con calcetines y calzoncillos. Tenía un cuerpo pálido, delgado y anguloso. Casi infantil. Frágil. Sacó del bolso un mono blanco de una sola pieza, como los que usaban los expertos forenses en las escenas de crímenes, salvo que éste parecía cubierto con una lámina de plástico. Leonard sintió unas náuseas repentinas cuando se dio cuenta de que era la misma tela protectora que usaban los trabajadores de los mataderos-. ¿Sabes, Leonard? Todos hemos estado antes aquí. De una manera u otra. Y a veces regresamos, o nos mandan de vuelta, para resolver alguna cuestión pendiente de una vida anterior. A mí me han mandado de vuelta.
Extrajo una redecilla del bolso, se cubrió con ella su tupido pelo negro, luego levantó la capucha del mono encima de la redecilla y tiró del cordón hasta que formó un círculo apretado en torno a su cara. Se cubrió los pies con unas fundas protectoras azules antes de empezar a formar un espacio en el centro de la sala, moviendo los muebles y las escasas pertenencias personales de Leonard hacia las esquinas con mucho cuidado, como si tuviera miedo de romper algo.
– No te preocupes, Leonard, dejaré todo tal y como estaba… -Le dedicó una sonrisa fría y vacía-. Cuando hayamos terminado.
Hizo una pausa y recorrió la habitación con la mirada, como si comprobara que estuviera lista para lo que fuera que tenía planeado hacer a continuación. Volvió a plegar con mucho cuidado el cuadrado de plástico negro y lo guardó en el bolso.
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