– ¿A nosotros? -Anna Wolff estaba desplomada en una silla. Su cara estaba despojada de su habitual pintalabios y maquillaje, y se la veía pálida y cansada bajo su mata de pelo negro-. Tal vez crea que está hostigando a la policía de esa manera. Después de todo, ya hemos pasado por algo así antes. Y el hecho de que utilizara la residencia de uno de nosotros para su exhibición parecería apoyar esta teoría.
– No lo sé -dijo Fabel-. Si fueran sólo los cueros cabelludos, podría ser. Pero esto de teñir el pelo de rojo… Si nos habla a nosotros, entonces utiliza un vocabulario que no entendemos. Tal vez, en lugar de eso, está hablando a través de nosotros. Tengo la sensación de que su público son otras personas.
– Eso es posible, pero ¿quién es la tercera víctima? -Van Heiden se puso de pie y se acercó al tablero de la investigación. Examinó las imágenes de ambas víctimas-. Si esto tiene que ver con sus historias, entonces debemos suponer que tenemos otra víctima de entre cincuenta y sesenta años en alguna parte.
– A menos… -Anna se puso de pie como si la hubiera picado un insecto.
– ¿A menos qué? -preguntó Fabel.
– El tipo que arrestaron. El testigo potencial. ¿No crees que…?
– ¿Un testigo? -Van Heiden parecía sorprendido.
– ¿Schüler? Lo dudo. -Fabel hizo una pausa. Pensó en cómo había amenazado a aquel delincuente de poca monta con el espectro del asesino que arrancaba cueros cabelludos. No podía ser; no había manera de que el asesino se enterara de su existencia-. Anna… tú y Henk id a ver cómo está, sólo por si acaso.
– ¿Qué es esto de un testigo, Fabel? -dijo Van Heiden-. No me ha dicho nada sobre que tenía un testigo.
– No lo es. Es el tipo que robó la bicicleta de la casa de Hauser. Vio a alguien en el apartamento, pero sólo pudo darnos una descripción parcial y muy vaga.
Después de que Anna y Henk se marcharan, Fabel recapituló el caso con el resto del equipo. No tenían nada. Ninguna pista. El asesino era tan talentoso para eliminar su presencia forense de la escena que dependían exclusivamente de lo que pudieran deducir por la selección de las víctimas, lo que no les dejaba otra cosa que la sospecha de que todo aquello estaba conectado con su pasado político.
– Hagamos un intervalo -dijo Fabel-. Creo que a todos nos vendría bien un poco de café.
La cafetería del Polizeipräsidium estaba prácticamente vacía. Había un par de policías uniformados sentados en una esquina, charlando en voz baja. Fabel, Van Heiden, Werner y Maria recogieron sus tazas de café y se abrieron paso hasta una mesa que estaba en el extremo opuesto de la cafetería, lo más alejada posible de la de los dos agentes. Se produjo un silencio incómodo.
– ¿Por qué lo ha escogido a usted, Fabel? -preguntó Van Heiden por fin.
– Tal vez fuera sólo para probar que puede -dijo Werner-. Para mostrarnos lo astuto y poderoso que es. Y lo peligroso que es.
– ¿Realmente cree que puede espantar a la policía? ¿Qué dejaremos el caso?
– Claro que no -dijo Fabel-. Pero creo que Werner tiene razón. El otro día recibí una extraña llamada telefónica en el coche. En el momento pensé que era una broma pesada, pero ahora estoy bastante seguro de que era el hombre que buscamos. Tal vez sienta que puede disminuir mi eficacia, sacudirme un poco, por así decirlo. Y lo ha logrado, maldita sea. Incluso es posible que espere que me aparten del caso si logra que me afecte demasiado en lo personal.
Otro silencio. De pronto, Fabel sintió deseos de estar solo. Necesitaba tiempo para pensar. Primero tenía que dormir, luego pensar. Sentía una presión cada vez mayor en la cabeza. Se dio cuenta de que la presencia de Van Heiden, más allá de lo buenas que fueran sus intenciones, le impedía razonar con claridad. Le dio un sorbo a su café y le supo amargo y arenoso en la boca. La presión de su cabeza aumentó y se sintió acalorado y sudoroso. Sucio.
– Perdónenme un momento -dijo, y se dirigió a los baños de hombres. Se salpicó agua en la cara, pero eso no le hizo sentir más fresco ni más limpio. La náusea lo atacó de manera tan repentina que apenas llegó al cubículo antes de vomitar. Su estómago se vació y él continuó dando arcadas, con las entrañas apretándose en espasmos. La náusea pasó y él regresó al lavabo y se enjuagó la boca con agua fría. Volvió a salpicarse la cara; estaba vez sí lo refrescó un poco. Sintió la robusta presencia de Werner a sus espaldas.
– ¿Estás bien, Jan?
Fabel cogió unas toallas de papel y se secó la cara, examinándose en el espejo. Se le veía cansado. Viejo. Un poco asustado.
– Estoy bien. -Se enderezó y tiró las toallas a la papelera-. En serio. Ha sido un día bastante largo. Incluyendo la noche.
– Lo atraparemos, Jan. No te preocupes. No se saldrá con la suya…
El sonido del teléfono móvil de Fabel interrumpió a Werner.
– Hola, chef. … -Fabel se dio cuenta por el tono, por aquel débil temblor en la voz de Anna Wolff, de lo que estaba a punto de decir-. Yo tenía razón, chef, era él. Ese cabrón mató a Schüler.
15.00 H, Osdorf, Hamburgo
Fabel se despertó y sintió el pánico de los que están perdidos.
Una insinuación de luz diurna se filtraba por los bordes de las cortinas pesadas y oscuras que colgaba sobre una ventana que no debería estar allí. Estaba acostado en una cama que era más pequeña de lo que debería y que se encontraba en una posición incorrecta y en el cuarto equivocado. Por un momento que pareció estirarse hasta el infinito, no pudo deducir dónde estaba ni por qué estaba allí. Sentía una desorientación total, y el corazón golpeó en su pecho como un martillo.
Cuando se acordó, fue en etapas. Cada uno de los fragmentos de su historia reciente chocó contra él como un tren expreso. Recordó el horror de su apartamento, la nauseabunda violación de su hogar; el grito de Susanne; la presencia de un preocupado Van Heiden; el vómito en el baño de la cafetería. El recuerdo de un momento de relajación con Susanne y su grupo parecía estar a toda una vida de distancia.
Estaba en la casa de Frank Grueber. Ahora lo recordaba. Habían llegado a un acuerdo. Él había preparado una maleta y un bolso y Maria Klee le había llevado a través de la ciudad hasta Osdorf. Van Heiden había dispuesto que hubiera un coche patrulla, plateado y azul, en la puerta.
Recordó también el momento antes de venir aquí. Más horror. Esta vez había sido un horror triste y patético: Leonard Schüler, a quien Fabel había tratado con tanto empeño de atemorizar, sentado y atado en la silla de su escuálido apartamentito, con el cuero cabelludo arrancado y la garganta abierta de un tajo, su cara muerta manchada de sangre, de tintura roja. De lágrimas.
Cuando estaban allí, reunidos alrededor del cuerpo sentado de Schüler, todos tuvieron el mismo y terrible pensamiento que ardió en la mente de Fabel, pero nadie se atrevió a expresarlo en voz alta: el hecho de que las amenazas de Fabel, aquella terrible ficción que había usado para asustar a aquel delincuente de poca monta, se habían hecho realidad. Fabel cogió del brazo a Frank Grueber, que estaba al frente del equipo forense de la escena, y le rogó:
– Encuéntreme algo para seguir adelante. Cualquier cosa. Por favor…
Fabel giró las piernas y se sentó en el borde de la cama. Apoyó los codos en las rodillas y se cubrió la cabeza, que le seguía martillando de una manera nauseabunda. Se sentía abatido y exhausto. Era como si una niebla densa y húmeda se hubiera formado a su alrededor, penetrando en su cerebro, nublándole el raciocinio y haciendo que le pesaran y le dolieran brazos y piernas. Trató de pensar a qué le recordaba aquella asquerosa sensación en el centro de su pecho; entonces lo vio claro. Le recordaba a la angustia, como una forma atenuada del dolor desgarrador que había sentido cuando perdió a su padre. Y a cuando su matrimonio murió. Fabel se sentó en el borde de una cama extraña y se preguntó qué era aquello que estaba lamentando. Algo precioso, algo especial, que había mantenido separado del mundo de su trabajo, había sido violado. No era un hombre nada supersticioso, pero volvió a pensar en que había roto la regla tácita de no hablar del trabajo con Susanne, y lo había hecho en su propio apartamento. Era casi como si hubiera abierto una puerta y la oscuridad que tanto se había esforzado por mantener fuera de su mundo personal hubiera entrado en oleadas. Después de casi veinte años, sus dos vidas habían chocado entre sí.
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