– Sí -contestó Grueber-. Bueno, no, el original no. Me mandaron un vaciado de la universidad. Hicieron un molde de alginato y el vaciado que crearon es una reproducción absolutamente perfecta del cráneo original. En eso baso mis reconstrucciones.
– ¿Quién es? -Fabel examinó los detalles de la obra de Grueber. Era como mirar uno de los dibujos anatómicos de Da Vinci.
– Esa mujer viene de Schleswig-Holstein. Pero de una época en que no existía el concepto de Schleswig-Holstein ni de Alemania y el idioma que hablaba no tenía ninguna relación con el alemán. Hablaba una especie de protocelta. Y lo más probable es que perteneciera a los ambronios o los cimbrios. Eso significaría que lo más parecido hoy en día a su lengua nativa sería el galés moderno.
– Es… hermosa -dijo Fabel.
– Sí, ¿verdad? Creo que la terminaré en un par de semanas. Lo único que me queda por hacer es añadir el tejido blando sobre la capa muscular. Eso es lo que hace que el modelo parezca vivo.
– ¿Cómo juzga el espesor del tejido? -preguntó Fabel-. Deben de ser sólo conjeturas, ¿no?
– En realidad no. Existen lineamientos para el espesor del tejido facial según los grupos étnicos. Es evidente que ella pudo haber sido gorda o particularmente delgada. Pero viene de una época en que no había excedentes de comida, y la vida cotidiana era mucho más extenuante que la de hoy. Creo que lograré acercarme bastante al aspecto que tenía dos mil doscientos años atrás.
Fabel meneó la cabeza, maravillado. Como le había ocurrido con la imagen del Hombre de Cherchen que le había mostrado Severts, otra vez se le abría una ventana a una vida que ardió y se extinguió dos milenios antes de que él naciera.
– ¿Usted trabaja mayormente con cuerpos de los pantanos? -preguntó.
– No. He reconstruido soldados muertos durante las guerras napoleónicas, víctimas de pestes de finales de la Edad Media, y tengo mucho trabajo con momias egipcias. Esas son las que más me gustan… por su antigüedad, supongo. Y por el exotismo de su cultura. Es extraño, con frecuencia me siento hermanado con aquellos cirujanos sacerdotes que disponían los cuerpos de sus reyes, reinas y faraones para la momificación. Estaban preparando a sus amos para la reencarnación, el renacimiento. Muchas veces siento que estoy cumpliendo esa tarea… devolviéndole la vida a las momias que ellos prepararon.
Fabel recordó que el arqueólogo Severts le había dicho algo prácticamente idéntico.
– Para mí, lo más importante -prosiguió Grueber- es crear algo preciso. Fiel. Hago esto por la misma razón por la que decidí estudiar arqueología y por la que luego me convertí en especialista forense. La misma razón por la que usted y Maria son investigadores de homicidios. Todos creemos lo mismo… que la verdad es lo que le debemos a los muertos.
– Después de anoche, yo ya no sé por qué hago lo que hago, para ser honesto -dijo Fabel. Miró la expresión de entusiasmo e interés de Grueber. Fabel había estado muy preocupado por Maria, pero no imaginaba que pudiera encontrar a alguien mejor que aquel hombre para ella.
– Fíjese en esto. -Grueber señaló un lado de la cabeza reconstruida, por encima de la sien-. Este músculo es el primero que aplicamos, el temporal. Y esto… -Señaló una amplia lámina de músculo en la frente- es el músculo occipitofrontal. Son los más grandes de la cabeza y la cara de un hombre. Cuando el asesino levanta el cuero cabelludo, practica un corte que abarca toda la circunferencia del cráneo. -Cogió un lápiz y, sin tocar la superficie de arcilla, trazó un arco alrededor de los músculos que había descrito-. Es relativamente fácil quitar un cuero cabelludo. Si se corta a través de toda la dermis dando la vuelta completa, luego uno puede tirar hacia arriba con poco esfuerzo. El cuero cabelludo, básicamente, está apoyado sobre la capa muscular y anclado por un tejido conector. Los últimos dos cueros cabelludos fueron quitados de esa manera, pero hizo un corte mucho más profundo en la primera víctima, Hauser. ¿Recuerda que casi se veía como si frunciera el ceño? Eso se debía a que el músculo occipitofrontal estaba seccionado, lo que había encogido la frente a la altura de las cejas. -Grueber dejó caer el lápiz sobre la mesa-. Está haciéndose más eficiente. Nuestro arrancador de cueros cabelludos está perfeccionando su técnica.
Por un momento, Fabel se sintió transportado nuevamente a la noche antes, a su apartamento. Al ejemplo de esa «técnica» que el asesino le había dejado a él.
– Como he dicho -continuó Grueber-, este tipo no es tan inteligente como cree. Sé que no es mucho, pero al menos prueba que no siempre lo hace todo a la perfección. -Suspiró-. En cualquier caso, pensé que le interesaría mi biblioteca. Maria me dijo que usted estudió historia. Yo he estudiado arqueología… Por favor, coja cualquier cosa que quiera leer mientras esté aquí. Yo debo seguir trabajando… tengo que ocuparme de un par de cosas y no he tenido una noche tan extenuante como la suya.
Después de que Grueber se marchara, Fabel se sentó y examinó la cabeza parcialmente reconstruida. Era como si quisiera hablar, flexionar sus músculos sin carne y mover la boca para susurrar el nombre del monstruo al que estaba persiguiendo. Estaba claro que Grueber debía de tener mucho dinero para darse el gusto de poseer un lugar como ése. Los muebles eran antiguos, en su mayoría, y ofrecían un fuerte contraste con el ordenador y los otros equipos de la sala, que eran claramente caros y de última generación.
La curiosa mezcla de elementos profesionales y personales del estudio le hizo recordar a Fabel la habitación en la que habían hallado el cuerpo de Gunter Griebel, aunque en este ámbito se había gastado bastante más dinero. Esa semejanza lo perturbó, y por un segundo su imaginación lo llevó a un lugar en el que no quería estar: ¿y si el chiflado al que estaban persiguiendo empezaba a volcar su atención en Fabel y su equipo? En una imagen espontánea y repentina que se formó en su mente, Fabel vio al joven Frank Grueber atado a su antigua silla de cuero, con la coronilla desfigurada. Pensó en Maria, que ya había sobrevivido al horror de una puñalada, durmiendo arriba, y cómo su experiencia le había hecho desarrollar una fobia al contacto físico. Volvió a recordar la forma en que, durante aquella misma investigación anterior, Anna había sido drogada y secuestrada. Y ahora se había producido aquella atrocidad en su propia casa.
Fabel sintió el impulso de coger las llaves y salir corriendo hacia el Präsidium, pero Grueber tenía razón: estaba demasiado exhausto y confuso para ser de utilidad. Descansaría un par de horas más, incluso trataría de dormir, antes de reincorporarse.
Se acercó a las estanterías de nogal. Fabel siempre se sentía reconfortado si estaba rodeado de libros y la colección de Grueber era extensa pero no muy variada en cuanto a temática. La arqueología era el tema principal de aquella biblioteca; el resto de los libros trataban de historia de diferentes períodos, geología, tecnología, metodología y anatomía forense. Todo lo que no era arqueología estaba relacionado con esa disciplina. Fabel cogió un par de volúmenes de los anaqueles y se desplomó en la antigua silla de cuero Chesterfield. El primer libro que había llamado su atención era sobre momias. Se trataba de un libro de gran formato con grandes láminas satinadas a todo color, y Fabel encontró en él exactamente la misma fotografía del Hombre de Cherchen que le había enseñado Severts. Una vez más, Fabel se sintió admirado al ver el rostro perfectamente conservado de un hombre de cincuenta y cinco años que había muerto tres mil años antes de que Fabel naciera. Leyó durante un minuto y luego volvió a hojear el libro hasta que encontró la imagen igualmente sorprendente del Hombre de Neu Versen: Franz el Rojo. Sintió un vuelco en el estómago cuando contempló esa calavera, que casi era un esqueleto, con su poblada mata de pelo rojo. Le recordaba los cueros cabelludos que el asesino había arrancado y dejado en cada escena. El libro detallaba el descubrimiento de Franz el Rojo en Bourtanger Moor, cerca del pequeño pueblo de Neu Versen, en noviembre de 1900. También proponía una hipótesis sobre la naturaleza de la vida y la muerte de Franz el Rojo. Decía que, en vida, había sido herido en una batalla. Y que esa vida había llegado a su fin porque le habían cortado la garganta, tal vez en una ceremonia ritual, antes de que lo sumergieran en el oscuro tremedal de Bourtanger Moor. Hojeó más páginas. En cada una de esas láminas a todo color había una cara del pasado, conservada en húmedos pantanos o en áridos desiertos, o preparada para la otra vida por los sacerdotes cirujanos que había mencionado Grueber. Fabel trató de leer, de concentrarse en algo que apartara su mente de todo lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro horas, pero sentía los párpados pesados como si fueran de plomo.
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