Estaban en el jacuzzi, en la parte menos profunda de la piscina, tres rostros con gafas de sol que asomaban por encima del agua espumosa: Nicky daba su informe; Jimmy Cap permanecía con los ojos cerrados, quizá dormido; y Gloria, la amiga de Jimmy, acariciaba con los dedos del pie la parte interior del muslo de Nicky, debajo de la espuma.
– ¿Tengo que aguantar? -insistió Nicky y esperó.
Gloria le dio un codazo a Jimmy Cap.
– ¿Qué? -preguntó Jimmy.
– ¿Tengo que aguantar toda esa mierda, que me llame stronzo ?
– ¿De qué hablas?
– De Tommy Bucks, siempre me está llamando cosas.
– Stronzo -dijo Gloria, con acento italiano y la voz más aguda-. Eh, stronzo.
– ¿Y yo qué tengo que ver con cómo te llame? -preguntó Jimmy.
Gloria deslizó el pie dentro del bañador de Nicky, que dio un respingo mientras decía:
– Traaabajo para ti.
– ¿Y qué?
– Vale, ¿y qué me dices de lo que te llama a ti?
– ¿De qué hablas?
– Con todos aquellos tipos de allá. Le escuché mencionando tu nombre.
– ¿Sí? ¿Qué dijo?
– Hablaban en italiano. Pero me di cuenta por la manera en que lo decía, ya sabes, el tono de voz, de que te faltaba el respeto.
– ¿Qué clase de tono?
– Ya sabes, decía tu nombre y después se reía. Una vez dijo algo sobre ti e inmediatamente hizo esto. -Nicky sacó los brazos fuera del agua y con el puño derecho se golpeó el interior del codo izquierdo-. Y qué me dices de esa idea tuya de enviarnos allá para buscar a Harry y matarle. Cogimos al tipo que trabajaba para él, el negro. Lo único que Tommy debía haber hecho era preguntarle dónde estaba Harry, dónde vivía. Pues no, Tommy estaba demasiado ocupado con aquella lumi. Se pasaba todo el tiempo con ella.
– ¿Su qué? -preguntó Gloria.
– Su lumi.
– ¿Ah, sí? -dijo Jimmy Cap-. ¿Qué tal, estaba buena?
– ¿Estás de coña? Era un zorrón. Capaz de follarse hasta a un gato. Él estaba con la tía cuando llamó el vaquero y yo tuve que ir de aquí para allá llevando mensajes porque Tommy no quería hablar con él.
– ¿Qué vaquero? -preguntó Jimmy.
Joder, no se enteraba de nada.
– El agente federal que te dije que estaba allí, con su estrella.
– El problema de Tommy -comentó Jimmy Cap-, y no le digas que yo lo dije, es que es un Zip, puro siciliano. Por eso siempre está tan serio. Yo le digo: «Venga, alegra la jeta», y él no sabe de qué hablo.
– La cuestión es -dijo Nicky-, que si yo me hubiese encargado del tema, hubiera hecho que el negro me dijera dónde vivía Harry y después hubiera ido a su casa y me lo hubiera cargado. Como aquella vez que me preguntaste qué le haría a aquel tipo de la gasolinera que te debía dinero. No es asunto mío pero da la casualidad que te oí hablar hace un rato con el Zip sobre Harry, diciéndole que se olvidara de él, que no valía la pena buscarse más follones. Y el Zip dijo: «Hicimos un trato.» Él se carga a Harry y tú le das el negocio de las apuestas, y ahora quiere que lo cumplas. Si no te importa que te lo diga, te has metido en un lío. Si le das el negocio de las apuestas, ¿qué pedirá después? Un tipo como él no hace lo que le dices. ¿Para qué le necesitas?
– Ya te veo encargándote de Tommy -dijo Gloria.
– ¿Y a ti, quién coño te ha preguntado? -exclamó Jimmy Cap.
El Zip, vestido con uno de sus trajes cruzados color beige, permaneció en la galería del patio. Observó a Nicky salir del jacuzzi, volverse y tenderle una mano a Jimmy Cap, hinchando los bíceps para levantar los ciento cuarenta kilos de grasa del agua. Caray, desnudo, el tipo era pura barriga. Después salió Gloria, en topless; cogió una toalla y se envolvió en ella como si fuera un sarong, tapándose las tetas. Ahora Jimmy hablaba con ella; parecía inquieto, hacía grandes aspavientos por alguna razón y ella se quitó la toalla y se la dio. Jimmy la cogió pero no parecía querer esa toalla. La arrojó a la piscina. Ahora el capullo musculoso le decía algo. Jimmy Cap movió la cabeza de un lado a otro, puso una mano sobre el hombro del capullo y le dijo algo a Gloria. Ella recogió el sujetador y se acercó hacia el Zip al tiempo que se lo ponía.
El Zip esperó haciendo ver que contemplaba el panorama, el Fontainebleau y el Eden Roc al otro lado de Indian Creek. Cuando ella pasó a su lado abrochándose el sujetador, el Zip le preguntó:
– ¿Cuál es el problema?
– Quiere su propia toalla.
– Me han dicho que no se ve la polla desde que superó los cien kilos.
– No se ha perdido nada -contestó Gloria sin detenerse.
– Eh, ven aquí. Espera un minuto.
Ella se detuvo y le miró por encima del hombro, ofreciéndole el perfil.
– ¿Qué hacíais en la piscina, teníais una reunión?
– Intentábamos decidir -dijo Gloria-, si Nicky es un stronzo o un testa di cazzo. -Subrayó las palabras italianas para que el Zip se hiciera una idea de su acento. A él pareció gustarle.
– ¿Sabes más palabras?
– No, pero aprendo deprisa -le respondió Gloria.
Joyce se encontraba en la sala a oscuras mirando por la ventana. Eran casi las siete cuando llamó Harry.
– Has estado bebiendo -dijo ella.
– Si quieres saber la verdad, sí.
– ¿Todo el día?
– Como unos cincuenta años. ¿Por qué?
Ella no oyó el resentimiento en su voz; menos mal. Pero al parecer Harry tenía que darse a sí mismo permiso, una razón para beber, porque añadió:
– Me inquieta estar encerrado aquí. Necesitaba algo y el Xanax me duerme. Torres vino a verme. Dijo que le llamaste.
– Para saber si tenía noticias.
– Dijo que estabas preocupada por Raylan. Y yo le dije: «¿Qué pasa conmigo? Es a mí al que buscan.»
– También estoy preocupada por ti -replicó Joyce.
– Gracias. Le pedí protección a Torres, porque no es culpa mía que alguien quiera matarme. Contestó que mandará un coche patrulla para que vigile el hotel. Como si los otros pensaran venir con carteles anunciando quiénes son. Él dijo que estarán preparados para actuar, si es necesario. Se supone que eso debe tranquilizarme. Y tú me preguntas por qué bebo.
– Si continúas bebiendo -dijo Joyce-, acabarás haciendo alguna tontería. Ya lo sabes.
– Te diré que lo peor fue aquella vez que perdí la memoria -comentó Harry-. Me desperté en un avión y no tenía ni puñetera idea de a dónde íbamos. Pensé: «¿Cómo se lo pregunto a la azafata sin parecer un idiota?» Viajo en primera clase, me acabo de tomar un vaso de Perrier porque no quiero correr riesgos, quizá volver a perder la conciencia de mis actos. Empiezo a conversar con la mujer que está a mi lado, le comento algo de la película que pasan. Sé que debo preguntárselo. Así que sin venir a cuento le digo: «Quizá le parezca una pregunta estúpida, pero ¿le importaría decirme a dónde vamos?» Ella me mira y contesta: «Las Vegas», como diciendo «¡vaya pregunta más tonta!».
– Harry, yo estaba contigo.
Él se quedó cortado por un instante.
– Tienes razón -dijo-, tú eras aquella mujer. -Hizo una pausa y añadió-: Llevabas otro peinado.
Joyce vio los faros del coche que se dirigía al sur por Meridian, avanzando despacio como si buscara un número; luego el vehículo dio media vuelta y se paró delante de los apartamentos. Eran casi las siete y media. Joyce seguía mirando desde la sala a oscuras. En cuanto la figura salió del coche, ella se levantó de un salto y corrió a abrir la puerta. Esperó al hombre que se acercaba, vestido con un traje oscuro y un sombrero como el que usaba Harry Truman. Joyce le tendió los brazos. Él se dejó abrazar sin decir ni una palabra.
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