Elmore Leonard - Bandidos

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En Nueva Orleans, una fundación de ayuda a la `contra` nicaragüense guarda todo el dinero recaudado con la bendición de Reagan entre los magnates y empresarios norteamericanos. El coronel Dagoberto Godoy y su siniestro guardaespaldas, Franklin de Dios, son los encargados de recoger el dinero y de organizar el embarque clandestino, de las armas destinadas a la guerrilla antisandinista. La CIA sigue con atención los acontecimientos, pero nadie puede sospechar que se ha formado entre tanto un singular grupo de bandidos dispuestos a dar un golpe magistral. Aunque parezca una locura, Lucy Nichols, que había sido monja en una leprosería de Nicaragua, Jack Delaney, ex presidiario, y Roy Hicks, que fue expulsado de la policía acusado de soborno, tienen un plan infalible para hacerse con el botín.

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– Aguanta, no queda mucho.

Amelita parecía una chica muy paciente. No tenía ojos de Bambi. Pero eran muy bonitos, de un castaño líquido.

El plan era dejar a Lucy para que pudiera coger su coche. Ella había dicho «mi coche», lo cual parecía extraño, no acorde con el voto de pobreza; ésa era otra de las muchas cosas que algún día tendría que preguntarle. Él llevaría a Amelita a la funeraria y la hermana Lucy llamaría más tarde para instruirle acerca del siguiente paso. Leo llegaría a las siete. En aquel momento eran las…

La hermana Lucy se estaba acercando a él, y su padre les miraba. Jack salió a su encuentro.

– Jack Delaney; mi padre.

Así, sin más.

El padre alargó la mano y dijo:

– Dick Nichols, Jack. -Una mano dura y un rostro que, visto de cerca, también lo era; tenía el cabello largo, rizado y gris, pero el bigote era oscuro. Estrella de rodeo, no productor de cine-. No envidio su trabajo, tratar con muertos, pero supongo que alguien tiene que hacerlo. Un agente y un contable que tuve fueron enterrados por Mullen. Supongo que habrá oído hablar de los de la funeraria de Saint Claire, en Lafayette…

– No me suena -dijo Jack.

El chófer, junto al coche, le estaba mirando. Era un joven negro de anchos hombros embutido en un traje con chaleco.

– Con la cantidad de infartos que está provocando el negocio del petróleo, esa gente debe de estar muy ocupada, aunque no hace falta que se lo diga.

– Papá se dedica al petróleo -dijo la hermana Lucy-. Y construye plataformas de ésas, en el mar.

– Ajá, me libré de eso, sor, antes de tener que comérmelo. -Sonrió, moviendo la cabeza, y miró a Jack-. Hubo una época… veamos, yo empecé vendiendo arrendamientos de petrolíferas, después me metí en la perforación y perdí dos de lo que la gente considera fortunas antes de cumplir los treinta. En ambas ocasiones me quedé sin blanca. Pero volví a empezar: rebusqué por todas partes, pedí dinero, firmé hipotecas por todo lo que teníamos para poder meter doscientos cincuenta mil en el negocio de un arrendamiento. La madre de Lucy dijo: «Pero querido -Dick Nichols cambió el tono para que sonara distinto-, ¿qué comeremos si el asunto falla?» Y yo contesté: «Nos comeremos el susto, cariño. Así son los negocios.»

Entonces, la hermana Lucy dijo:

– ¿Cómo está mamá?

– Clovis la ha llevado a coger el avión para Nueva York esta mañana. Va tirando.

La hermana Lucy pareció animarse. Jack se dio cuenta.

– A comprar ropa, supongo -dijo ella.

– No querrás que vaya hasta allí para comprar pasta de dientes -dijo Dick Nichols-. Si es tarde y ves la luz de mi despacho encendida, es que estoy sacando billetes de cien dólares. Pero resulta divertido ¿eh? Ahora me dedico al negocio de los helicópteros. -Se dirigió a Jack-. Le diré una cosa, le vendo un Super-Transport Bell-214 por noventa y cinco de los grandes al mes. ¿Qué le parece? Mullen podría ser la primera funeraria de Nueva Orleans que ofreciese entierros en el mar. Se lleva al cadáver unas millas golfo adentro, el cura lee una oración y hace unas aspersiones de agua bendita y se deja ir al muerto. Oiga, yo preferiría eso antes que ser llevado a Saint Louis y encerrado en un panteón. Toda la gente amontonada allí dentro con sus estatuas y monumentos… ¡Puaj! A mí me gusta el campo, sor, siempre me ha gustado.

– Mi padre vive en Lafayette y mi madre aquí, en Nueva Orleans -le dijo ella a Jack.

– Tengo privilegios de visita. Si llamo antes y soy simpático.

– Mi padre le puede meter en el Galatoire sin tener que hacer cola -dijo la hermana Lucy dirigiéndose a Jack.

Le miraba con tranquilidad, con algo que se había establecido entre ellos y que él podía percibir, al tiempo que su padre consultaba el reloj y decía que habían quedado a las siete, que él y la sor se iban al Paul a comer unos cangrejos y unos camarones y a hablar un poco; si no hablaban de política, a lo mejor encontraban algo en que pudiesen estar de acuerdo -su padre sonreía-, ahora que había vuelto a sentar la cabeza. ¿Qué quería decir? Jack quería mirarla, hacer algún gesto, alguna seña, pero el padre se interpuso para darle la mano y decir que estaba encantado de haber hablado con él y que esperaba que volviesen a hacerlo pronto. Y punto. Cuando hubo acabado, Jack pudo finalmente volverse hacia ella, que seguía mirándole de igual modo.

– Mi padre también puede ir al Paul sin tener que hacer cola. -Tocó la mano de Jack y añadió-. ¿Qué le parece?

El rosario por Buddy Jeannette, un arrullo mecánico de cincuenta avemarías recitadas por la familia y por quienes no habían conseguido escabullirse a tiempo, se rezaba en la sala pequeña. Jack, que esperaba en el vestíbulo, contó treinta y siete movimientos de levantarse y arrodillarse mientras el cura dirigía el rosario desde el reclinatorio junto al ataúd -un Batesville de nogal trabajado a mano, con el interior de Carneo Crepe-. Parecía que Buddy había dejado a su viuda en buena situación. Era mayor de lo que Jack había imaginado; una cosa pequeña, sentada en el borde de una silla, rezando, un poco descoordinada con los demás. ¿Qué estaría pensando, con aquella mirada perdida, casi sin mover los labios? Quería cogerla de la mano y decirle algo. Había visto a más de mil personas en aquellas salas mortuorias y nunca estaba seguro de quién lo sentía realmente y quién no. Quería decirle lo buen tipo que era Buddy, y que caía bien a todo el mundo, mucho…

– ¿Me quieres explicar qué está pasando? -preguntó Leo.

Jack se apartó de la puerta.

– ¿Pasa algo malo?

– Voy al lavabo y me encuentro a una chica, que se supone que está muerta, cepillándose el pelo. Nunca me había ocurrido algo parecido.

– Si no recuerdo mal -le dijo Jack-, fuiste tú quien me envió a recogerla. Me dijiste que habías hablado con la hermana Teresa Victor.

– Sí, ayer. Mientras preparaba a tu amigo.

– Bueno -dijo Leo-, pues es mejor que vuelvas a hablar con ella.

Jack empezó a irse.

– Jack, estoy ocupado. Tengo gente ahí dentro.

– Pues llámala más tarde. Si te explico por qué recogí a una persona que no estaba muerta, dirás que fue idea mía. Habla con la hermana. Te veré luego.

Jack se fue caminando por el recibidor y subió las escaleras. Encontró a Amelita en la sala de selección de ataúdes, pasando la mano sobre el acabado de madera de un Batesville de sólido roble.

– Ése es el modelo Homestead, con el interior en beige leonado. Podemos ofrecerlos de fibra, plástico, metal o contrachapado, de sesenta a dieciséis mil dólares, según las posibilidades de cada uno y la pena que le dé ver que desaparece el ser querido. Estoy contentísimo de no tener que meterte en uno de éstos, porque pareces muy saludable.

Y realmente lo parecía. El resplandor de la lámpara del techo hacía brillar su cabellera oscura, larga, que le llegaba hasta la mitad de la camisa floreada, y se reflejaba en sus ojos al mirarle.

– Son tan bonitos por dentro. -Ella tocaba la tela leonada-. Y tan suaves…

– Como si se pudiera dormir en ellos para siempre, ¿eh? ¿Ya sabes dónde te vas a instalar?

– Algún día iré a Los Ángeles, pero no sé cuándo. Espero que sea pronto, siempre he querido ir allí.

– ¿A Los Ángeles?

– Sí, tengo dos tías allí, y mi abuela. Tengo entendido que es muy bonito. Cuando metéis a la gente en esto, ¿lleva la ropa puesta?

– Sí, completamente vestida. ¿Te ha dicho la hermana Lucy dónde ibas a vivir en Nueva Orleans?

– Dijo que encontraría algún sitio. Me gusta el color rosa del interior, es muy bonito.

– Bueno, parece que la hermana Lucy sabe lo que se hace. Hace unos cuantos años que la conoces, ¿no es así?

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