Llega Daniel, el semblante ensombrecido. Trata de encontrarle un sentido al festín.
– ¿Qué es todo esto? ¿Alguna celebración?
Su reacción irrita a Karin, pero ella necesita que se comporte así.
– Siempre hay algo que celebrar.
– Cierto. Bueno. -Su sonrisa tiene un rictus de tristeza. Se sienta y extiende las manos, pasmado ante la comida. Ni siquiera se ha quitado la chaqueta-. Entonces será mi fiesta de despedida.
Ella deja de lamerse el budín de arroz de los dedos.
– ¿Qué quieres decir?
Él está tranquilo, con la cabeza inclinada.
– Dejo el trabajo.
Ella se aferra a la encimera y sacude la cabeza. Se sienta en el taburete frente a él.
– ¿De qué me estás hablando? ¿Qué significa esto?
Él no puede abandonar su trabajo. Imposible. Como un colibrí en huelga de hambre.
Daniel se muestra expansivo, casi regocijado.
– Me desvinculo del Refugio. Una división ideológica de posturas. Parecen haber decidido que, después de todo, ese parque temático de las grullas no es tan malo. Algo con lo que pueden trabajar. El compromiso es la mejor parte del valor, ¿sabes? ¡Han puesto en circulación un informe según el cual, si se dirige como es debido, el puesto de avanzada podría ser beneficioso para las aves!
Ella misma ha creído en esa posibilidad, durante bastante tiempo, desde la sesión pública.
– Oh, no, Daniel. No puedes permitir que ocurra esto.
Él la mira enarcando una ceja.
– No te preocupes. Me he ocupado de tu situación. Ya he hablado con ellos. Puedes seguir trabajando ahí. No van a tener en cuenta que eres mi… que tú y yo…
– Pero, Daniel…
Le es imposible asimilar lo que le está diciendo. Han perdido. Eso es lo que se desprende de sus palabras. La lucha ha terminado. Van a urbanizar las orillas del río, se perderá más terreno para las aves. Él está diciendo… pero lo que está diciendo no puede ser. Abandonar el Refugio. Saltar a la nada. Desconectar para morir.
– No puedes abandonar. No puedes permitir que cedan.
– Lo que yo pueda o no dejar que suceda no parece ser la cuestión.
Ella puede hacer que lo sea, puede conseguir que él vuelva al combate. Una palabra de ella y el Refugio rescindirá el acuerdo al que hayan llegado.
Por un instante, Karin piensa que ella hace esto por las aves, por el río. Entonces se dice que es para salvar a este hombre recto. Pero ella no salvará a nadie, a ningún ser vivo. Apenas logrará aminorar la velocidad con que actúan los hombres, a los que no es posible detener. Su elección se debe al puro egoísmo, es tan egoísta como cualquier elección humana. Ahora él la odiará para siempre. Pero, finalmente, sabrá qué es lo que ella puede darle.
– Es peor de lo que crees -le dice a Daniel-. Los promotores del puesto de avanzada planean una segunda fase. Sé cómo el consorcio se beneficiará económicamente de las cabañas para la observación de las aves, fuera de temporada. Se… se va a llamar Museo de las Praderas Vivas.
Se lo describe, en toda su trivialidad.
– ¿Un zoo? -replica él. No puede ni imaginárselo-. ¿Quieren construir un zoo?
– Bajo techo y al aire libre. Y la cosa es aún peor. He descubierto para qué necesitan suministros de agua adicionales. También hay una tercera fase. Un parque acuático. Toboganes, fuentes hidráulicas y esculturas, todo con temas de la naturaleza. Un estanque con enormes olas artificiales.
– ¿Un parque acuático? -Daniel se restriega la cabeza, desde la frente a la coronilla. Se tira de la oreja, la boca ladeada. Suelta una risita-. Un parque acuático en el Gran Desierto Americano.
– Tienes que informar al Refugio. Han de impedir que esto siga adelante.
Él no le responde, se limita a sentarse sobre un talón, en la postura virasana, y mira fijamente los platos que ella ha preparado con tanto esmero. Ahora lo dirá. Ahora ella pagará, por haberse guardado todo aquello.
– ¿Cómo te has enterado?
– He visto los planos.
Él alza el mentón, lo baja, lo alza de nuevo. Una especie de mordaz asentimiento.
– ¿Y cuándo pensabas decírmelo?
– Te lo acabo de decir -responde ella, las palmas hacia arriba, señalando la comida, su prueba.
Está dispuesta a darle todos los brutales detalles, pero él no los necesita. Daniel lo entiende todo. Ahora sabe lo que ella ha estado haciendo durante todas estas semanas, mejor de lo que ella misma lo ha sabido. Permanece sentada, mirándose a sí misma a través de los ojos de Daniel. La fatiga que este muestra es casi un alivio. Debe de haberlo sabido desde hace mucho tiempo. Se prepara para recibir su recriminación, su indignación… cualquier cosa que la ayude a sentirse limpia de nuevo. Pero cuando por fin le habla, sus palabras son un mazazo inesperado.
– Nos has estado espiando, tú y esa amistad tuya. Intercambiando secretos. Alguna clase de doble…
– Él no… De acuerdo. Soy una puta. Dime lo que quieras. Tienes razón. Soy una zorra embustera y taimada. Pero tienes que creer una cosa, Daniel: Robert Karsh no es el hombre con quien deseo compartir mi vida. Robert Karsh puede irse…
Él la mira como si se hubiera puesto a cuatro patas y empezado a ladrar. Lo que hagan ella y otros hombres carece de sentido. Lo único que importa es el río. La mirada que le dirige es de consternación. No puede discernir, y mucho menos contar, las veces que ella ha traicionado al río.
– Robert Karsh me tiene sin cuidado. Puedes hacer con él lo que quieras.
Ella alza las palmas, haciéndole retroceder.
– Espera. ¿De quién me estás hablando? -Si no se trata de Karsh-. ¿A quién te refieres con lo de «esa amistad tuya»?
– Ya sabes a quién me refiero. -Daniel ha perdido por completo la paciencia-. A su investigadora privada. La que contrataron. Tu amiga Barbara.
Karin echa bruscamente la cabeza hacia atrás. Daniel sufre alguna lesión, alguna dolencia peor que la de Mark. Unas manos pequeñas y frías la acarician.
– Pero ¿qué dices, Daniel?
Saldrá corriendo de la casa y pedirá ayuda.
– Sonsacándome en la sesión pública, para ver cuánto podía haber averiguado.
– ¿Investigadora de qué? Es la auxiliar de enfermería que se ocupó de Mark. Trabaja en rehabili…
– ¿Por cuánto? ¿Tres dólares la hora? ¿Una mujer que habla como ella? ¿Una mujer que actúa de ese modo? Me asqueas -concluye, humano por fin.
Una encrucijada de pánicos. ¿Qué es Barbara para él? Karin imagina una explicación que viene de largo, secreta, algo que a ella la deja fuera. Pero el otro temor que la embarga es más profundo. Con el rostro contorsionado por la ira, retrocede hacia la puerta del apartamento.
Él observa su confusión y titubea.
– No me digas que no sabes… ¿Cuánto crees que puedes ocultar?
– No estoy ocultando…
– Barbara me llamó, Karin. La primera vez que me encontré con ella, su voz me resultó familiar. Hace un año y dos meses hablamos por teléfono. Me llamó precisamente por la época en que los promotores estaban planeando esto. Fingió que trabajaba para un noticiario. Me preguntó por el Refugio, el Platte, el trabajo de restauración. Y yo, como un idiota, se lo conté todo. Cuando la gente quiere hablar de esas aves, confío en ella. Soy un necio total.
Miró más allá de ella, inmóvil, como un animalillo agonizante en una tempestad de nieve.
– Espera, Daniel. Eso es absurdo. Me estás diciendo que es… ¿qué? ¿Una espía industrial? ¿Que trabaja en Dedham Glen como una especie de tapadera?
– ¿Espía? Tú lo sabrías, ¿no? Lo que estoy diciendo es que hablé con ella y respondí a sus preguntas. Recuerdo su voz.
Observación de las aves por el oído.
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