Le gustaría sentarse y esperar a que suene el teléfono y empiecen a proporcionarle datos amparados por el anonimato, pero hay demasiado que hacer. Llega la doble de Karin, irritada porque ha oído hablar del programa pero se lo ha perdido. ¿Cuándo hiciste eso? ¿Por qué no me lo dijiste? Es una buena representación, y él casi llega a creerse que la mujer no tiene ni idea.
Se le ha ocurrido un plan para ponerla a prueba, algo en lo que lleva mucho tiempo pensando. Le pregunta si le gustaría dar un paseo en coche, hasta Brome Road, la vieja granja abandonada que su padre trató de explotar y donde él vivió desde los ocho hasta casi los catorce años. El lugar del que su hermana siempre hablaba como si fuera una especie de paraíso perdido. Ella se pone a dar saltos como una niña cuando Mark la invita a ir allí. Uno habría pensado que le pedía que fuese su pareja en el baile de fin de curso o algo por el estilo.
Van juntos, en el pequeño coche japonés de ella. Hace un calor extraño, cuando faltan solo dos semanas para Navidad. Él viste su chaqueta azul claro, una prenda adecuada para octubre. Lo más probable es que el calor se deba a la catástrofe ecológica del efecto invernadero. En fin, será mejor disfrutar del breve período de buen tiempo. Ella está en ascuas, como si hiciera una eternidad que no veía el lugar. Lo más curioso es que seguramente no lo ha visto nunca. Avanzan por el largo camino de acceso a la granja, y es como si hubieran lanzado una bomba de neutrones sobre el porche de la entrada. Todas las ventanas, negras y sin cortinas. El jardín, un mar de hierba alta y hierbajos, como una especie de proyecto de restauración de la pradera. Hay un letrero de «PROHIBIDO EL PASO» clavado en el porche, lo cual es una broma. Nadie vive aquí desde hace muchos años. A decir verdad, la granja sufrió en manos de la familia Schluter un serio deterioro que ninguno de sus inquilinos posteriores pudo reparar. Está abandonada desde 1999, pero él no ha venido a curiosear hasta ahora.
El establo está muy escorado a la derecha, como si fuera a derrumbarse si le alcanzara una pequeña radiación de microondas. Pero antes de que lleguen al edificio, la doble de Karin frena en seco. ¿Dónde está el árbol?, pregunta. El sicomoro ha desaparecido. El que tú y papá plantasteis cuando cumplí los doce años. Al principio, el asombro de Mark es mayúsculo. Ella sabe lo que plantaron y cuándo. Pero, claro, ahí está el tocón. Y cualquiera podría habérselo contado en la ciudad. Aquellos necios Schluter, plantando un árbol que consume una gran cantidad de agua, cuando ni siquiera tienen suficiente para evitar que se les chamusquen las judías.
Él le dice: He oído que lo talaron hace algún tiempo.
Ella se vuelve hacia él, el dolor reflejado en sus ojos: ¿Por qué no me lo dijiste?
¿Decírtelo? Entonces ni siquiera te conocía.
El coche se aproxima al lugar por la grava. Karin baja del vehículo y Mark la sigue. Ella camina hasta el tocón y se queda ahí, con sus tejanos holgados, las manos en los bolsillos de la chaquetilla de cuero, igual que la que usaba la Karin real. No es mala persona. Tan solo se ha metido en un mal asunto.
¿Cuándo lo talaron?, quiere saber ella. ¿Antes o después de la muerte de mamá?
La pregunta desconcierta un poco a Mark. Y no solo por el hecho de que sea ella quien la formule. No está seguro.
Karin le mira y sigue: Ya lo sé. Es como si ella aún estuviera viva, ¿verdad? Como si fuera a salir por esa puerta lateral con una fuente de chuletas de cerdo y nos amenazara con azotarnos si no rezamos la oración de agradecimiento y nos ponemos a comer.
Desde luego, estas palabras estremecen a Mark. Pero ese es exactamente el motivo de que la haya traído aquí. Para sondear los límites. ¿Qué más recuerdas de ella?, le pregunta él. Y la mujer empieza a contarlo todo. Cosas que solo su hermana conoce. Cosas de cuando eran adolescentes, cuando Joan Schluter aún parecía la Betty Crocker original. *Le dice: ¿Recuerdas lo orgullosa que estaba por el premio que su familia ganó cuando era pequeña?
Él no puede dejar de responder: Concurso de la familia más sana, feria estatal de Nebraska, 1951.
Organizado por una sociedad eugenésica nacional, dice ella. Los juzgaban por los dientes y el pelo, como lo hacían con las vacas y los cerdos. ¡Y ganaron una medalla de oro!
De bronce, le corrige él.
Lo que sea. La cuestión es que se pasó el resto de la vida enojada con Cappy por contaminar la dotación genética y engendrarnos.
Ella sigue diciendo estas cosas sorprendentes, mencionando unos hechos que el mismo Mark ha olvidado. Anécdotas del final de la infancia, antes de que Joan se tuteara con el Omnipotente. Cosas de los años difíciles, cuando por cualquier nimiedad su madre caía de rodillas y eructaba espíritus menores. ¿Te acuerdas de aquel libro, Mark? ¿El que ella llevaba a todas partes y que hacía que te rieras como un histérico? Jesús te cubre con su amor. ¿Y el día en que finalmente comprendió de qué te reías?
Los dos permanecen junto al tocón de sicomoro, riéndose como adolescentes colocados. Empieza a soplar el viento y pronto hace frío. Él quiere ir a la casa, pero ahora las palabras de la doble de Karin son como un río de nieve fundida. Cosas del final, cuando su madre se convirtió en una santa prematura. No la habrías reconocido, dice, como si Mark ni siquiera hubiese estado allí. No habrías creído que era ella, tan agradable y dulce. Una tarde, después de que le hubieran conectado el gotero, estábamos hablando y, de repente, empezó a decirme que probablemente la vida eterna fuera una ilusión engañosa. Y, sin embargo, estaba allí sentada, más cristiana que Cristo, sorbiendo las cucharadas de sopa con queso cheddar del hospital que yo le daba, y diciendo: «¡Oh, está buena! ¡Está buena!».
Ha embrollado un poco los hechos, pero Mark no va a discutir. De repente, la temperatura se ha vuelto glacial. La toma del brazo y la lleva hacia la casa. Ella no deja de hablar.
¿Sabes que todavía recibo su correo? Supongo que no lo entregan más allá de la tumba. En general, instituciones benéficas y solicitudes de tarjetas de crédito. Catálogos de la tienda donde encargaba aquellas rebecas anticuadas y sin gracia.
Llegan a la puerta principal. Él intenta abrirla, pero está cerrada con llave, aunque dentro no hay más que excrementos de ratón y escamas de pintura. Mira a la doble de Karin sin hacer ningún comentario.
¿No te acuerdas?, le dice ella. Y se acerca a una tablilla suelta a la izquierda del ventanal, y la mueve un poco hasta que la saca. Ahí está la llave. La llave de repuesto de la que ni siquiera informaron a la familia que se instaló después de ellos. Es muy posible que ella interprete sus ondas cerebrales. Escáneres inalámbricos, alguna novedad digital. Podría habérselo preguntado al Loquero cuando tuvo ocasión de hacerlo. Ella abre la puerta y entran en un espacio que parece salido de una película de terror. La antigua sala de estar aparece vacía, con una capa de polvo gris y telarañas por todas partes. Apena ver el estado en que se encuentra. Hay señales de infestación, de mamíferos mucho más grandes que ratones. La doble de Karin se tira de las mejillas hacia atrás con las palmas.
No hagas eso. Pareces uno de esos atracadores de bancos con una media en la cabeza.
Pero ella no le oye. Deambula por las habitaciones como una sonámbula, señalando cosas invisibles. El sofá, la antena de la tele en forma de V, la jaula del periquito. Lo sabe todo, y lo revive con una precisión hipnótica, pero o bien es la mejor actriz que jamás ha existido o realmente le han trasplantado algo del cerebro de su hermana. Tiene que averiguarlo, antes de que le vuelva loco. Deambula pasmada, como una de esas víctimas de atentados con bomba sobre los que informa la televisión por cable. Aquí comíamos. Aquí estaba el montón de zapatos. Está afectada de veras. Entretanto, Mark se pregunta si es la casa original o una maqueta a escala. Karin se vuelve hacia él. ¿Recuerdas cuando papá nos sorprendió jugando a los médicos y nos encerró en la despensa?
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