Pero había una explicación más cicatera. ¿Cómo, con los hechos de que disponían, podrían diagnosticarla aquellos estudiantes? ¿Crisis trivial de la mediana edad? ¿Puro y clásico autoengaño biológico, o algo más llamativo? Algún déficit que pudiera aparecer en un escáner, algún tumor que presionara implacablemente los lóbulos frontales, reestructurándole de una manera imperceptible…
Se aclaró la garganta y el sonido emergió de los altavoces.
– David no podía ver hasta qué punto estaba alterado, y no solo porque el cambio había sido tan gradual. Recordad la lección sobre la anosagnosia de hace dos semanas. La tarea de la conciencia es la de asegurar que la totalidad de los módulos distribuidos del cerebro parezcan integrados. Que siempre seamos familiares para nosotros mismos. David no quería restablecerse. Creía haber encontrado el camino de regreso a algo verdadero, algo que todos los demás habían abandonado.
La joven Sylvie alzó la cabeza y le miró detenidamente. Él se detestó a sí mismo. No podía perdonar al hombre con la lista de patéticas y frustradas infidelidades. Pero el hombre cuya intachable imagen de sí mismo borraba de un modo tan completo la lista: ¿qué podía merecer un hombre así, aparte de un lento y angustioso desenmascaramiento público? Encorvó los hombros y asió el atril. Se sentía anémico, y lo contrarrestaba con más análisis estructural, más anatomía funcional. Se perdía en lóbulos y lesiones. Un tenue pitido de su reloj le indicó que era hora de finalizar la clase.
– Así pues, tenemos los relatos de dos déficits muy diferentes, dos hombres muy diferentes, uno que no podía convertirse en su siguiente yo consecutivo y otro que se sumía en ese yo sin control. Uno que no podía tener nuevos recuerdos y otro que los creaba con excesiva facilidad. Creemos tener acceso a nuestros estados, pero en neurología todo nos indica que no es así. Nos consideramos una nación unificada y soberana. La neurología sugiere que somos un jefe de Estado ciego, atrincherado en los aposentos presidenciales, que solo escuchamos a unos asesores elegidos a dedo mientras en el país se van produciendo movilizaciones…
Miró a su embotada audiencia. No parecían convencidos. Bhloitov estaba furioso. Los ojos de la mujer con el ceñido jersey de cuello de cisne vagaban. La señorita Nurfraddle parecía dispuesta a llamar por su Black Berry para que detuvieran a Weber por haber violado la Ley Patriótica. Él no podía mirar a la joven Sylvie. Se veía reflejado en los rostros de los jóvenes, una rareza neurológica de caseta de feria, un caso.
¿Cómo podría contárselo? Sobre una antigua célula incidió la energía; esta lo detectó. Ciertos estímulos causaron una cascada química que practicaron una incisión en la célula y cambiaron su estructura, formando un molde de las señales que incidían en ella. Millones de años después, dos células se unieron, se hicieron señales mutuamente, elevaron al cuadrado el número de estados que podían inscribir. El vínculo entre ellas se alteró. Las células se activaban con más facilidad cada vez, sus cambiantes conexiones recordaban un vestigio del exterior. Unas pocas docenas de estas células se unieron para formar una humilde babosa, ya una máquina que se reestructuraba infinitamente, a medio camino del conocimiento. Materia que trazaba el mapa de otra materia, un registro plástico de luz y sonido, espacio y movimiento, cambio y resistencia. Varios miles de millones y centenares de miles de millones de neuronas después, aquellas células conectadas compusieron una gramática: una noción de sustantivos, verbos e incluso preposiciones. Esas sinapsis registradoras, dobladas sobre sí mismas, a lomos del cerebro e interpretándose mientras interpretaban el mundo, estallaron en esperanzas y sueños, recuerdos más minuciosos que la experiencia que los había cincelado, teorías de otras mentes; inventaron lugares tan reales y detallados como cualquier cosa material, siendo ellas mismas materia, mundos microscópicos dentro del mundo grabados eléctricamente, una forma para cada forma ahí fuera, con infinitas formas sobrantes: todas las dimensiones surgiendo de esa cosa en la que flota el universo. Pero nunca caliente o frío, sólido o blando, izquierda o derecha, alto o bajo, sino solo la imagen, el depósito. Solo el juego de parecidos cortados por cascadas químicas, siempre deshaciendo el estado que permitió la depositación. Semáforos nocturnos, adoquinando incluso el precipicio desde el que emitían señales. Como Weber escribió cierta vez: «Sin respaldo, imposibles, casi omnipotentes e infinitamente frágiles…».
No había ninguna posibilidad de demostrárselo. Lo mejor que podía hacer era revelarles las innumerables maneras en que las señales se perdían. Destrozadas en cualquier enlace: espacio sin dimensión, efecto antes de la causa, palabras separadas de su referencia. Mostrar cómo cualquiera podría desvanecerse en el abandono espacial, podría cambiar arriba por abajo y antes por después. Visión sin conocimiento, recuerdo sin razón, eventos sociales de personalidades que compiten por controlar al perplejo cuerpo, pero siempre continuas, sintiéndose intactas. Tan constantes y completas como ahora se sentían aquellos alumnos brillantes y escépticos.
– En el poco tiempo que nos queda, vamos a ver un último caso. Aquí tenéis una sección transversal lateral, en la que la circunvolución cingulada anterior presenta una lesión. Recordad que esta zona recibe información de muchas regiones sensoriales superiores y conecta con áreas que controlan funciones motoras de nivel superior. Crick escribe acerca de una mujer con semejante lesión, que perdió la capacidad de actuar en consecuencia e incluso de formar intenciones. Mutismo acinético: todo deseo de hablar, pensar, actuar o elegir había desaparecido. Con perdonable entusiasmo humano, Crick afirmó que habíamos localizado el asiento de la voluntad.
Sonó el timbre, salvándole y condenándole a la vez. Los alumnos empezaron a desfilar, incluso mientras él se apresuraba a concluir.
– Así pues, hemos tenido una visión preliminar del tema enormemente complejo de la integración mental. Sabemos algo de las partes. Sabemos mucho menos de la manera en que constituyen un todo. En nuestra última sesión, echaremos un vistazo a los principales candidatos a un modelo de conciencia integrado. Si no tenéis el artículo sobre el problema de la vinculación, pedídselo a vuestro moderador de debates antes de marcharos.
Se oyeron los sonidos de pupitres abatidos y libros cerrados mientras los estudiantes se disponían a salir. ¿Qué diría Weber a la semana siguiente para resumir una disciplina que se le escapaba? Mucho después de que su ciencia presentara una teoría integral del yo, nadie estaría un solo paso más cerca de saber lo que significa ser otro. La neurología jamás comprendería desde fuera algo que solo existía en lo más profundo del interior impenetrable.
Los alumnos abandonaron la sala, enfilando por los pasillos en grupitos que abrigaban una semilla de rebeldía. Una sensación embargó a Weber, el deseo de complementar la auténtica neurociencia con seudoliteratura, una ficción que por lo menos reconociese su ceguera. Les haría leer a Freud, el príncipe de los narradores: «Los histéricos padecen sobre todo de recuerdos». Les pediría que leyeran a Proust y Carroll. Les asignaría «Funes el memorioso», de Borges, el hombre paralizado por la memoria perfecta, destruido por el hecho de que un perro visto de perfil a las tres y cuarto tenía el mismo nombre que un perro visto de frente un minuto después. «El presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido.» Les contaría la historia de Mark Schluter. Les diría lo que había provocado en él aquel encuentro con el joven. Haría algún movimiento que sus neuronas motoras se verían obligadas a imitar. Les haría perderse en el laberinto de la empatía.
Читать дальше