Richard Powers - El eco de la memoria

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Una novela sobre el recuerdo y el olvido, de la mano de uno de los escritores con más talento de Estados Unidos.
Una llamada anónima avisa de un accidente en una carretera a las afueras de Nebraska. Mark Shluter es trasladado al hospital donde entra en coma, junto a él había una nota anónima con un extraño mensaje: «No soy Nadie, pero esta noche en la carretera del norte, DIOS me guió hasta ti para que pudieras vivir y traer de vuelta a alguien más». Karin Shluter, hermano de Mark, vuelve a su ciudad natal para cuidar de su hermano. Educados por padres inestables, ninguno de los dos ha encontrado el equilibrio en sus vidas. Un día, Mark despierta del coma con un extraño caso de síndrome de Capgras, un tipo de amnesia en la que el afectado recuerda todos los detalles referentes a su vida salvo los sentimientos ligados a ellos. ¿Vio Mark algo que no debía saber aquella noche en la carretera?

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Tal vez él había sufrido una lesión y se hallaba en una fase madura de compensación. Pero por teléfono no había podido hacer más que cumplir con las formalidades: ¿Qué haría Gerald Weber? Dejó que Karin Schluter le insultara, sin decir nada en defensa propia. Respondió a sus preguntas tan sinceramente como le fue posible. Al colgar el aparato, se sintió peor que humillado. Pero la humillación no le preocupaba. Lo que le desmontaba también le alborozaba, le producía una euforia tan intensa que se sentía como si flotara. Al borde de los sesenta años, y el mañana amenazaba con revelar el misterio que durante toda su vida se había esforzado por penetrar. Le inundó una acometida de ilusión, peor que cualquier sustancia farmacéutica. Se había enamorado de una incógnita total, una mujer de la que no sabía absolutamente nada.

Llamó al Buen Samaritano y se puso en contacto con Christopher Hayes, quien le saludó calurosamente.

– Estoy leyendo su nuevo libro. Aún no lo he terminado, pero no puedo comprender las exageraciones de la prensa. No es diferente de lo que ha escrito siempre.

Weber había llegado a la misma y devastadora conclusión. Ahora todo lo que había escrito no hacía más que aumentar una vaga sensación de vergüenza. Le dijo a Hayes que había estado en la ciudad y examinado a Mark. La noticia silenció a Hayes. Weber describió el empeoramiento del paciente, mencionó el artículo de la ANZJP que había leído y le habló de su propuesta de tratamiento con olanzapina.

El doctor Hayes estuvo de acuerdo en todo.

– Por supuesto, recordará que ya en junio pensé que deberíamos explorar en esa dirección.

Weber no lo recordaba. Agudamente consciente de la impresión que debía de estar dándole a su interlocutor, apresuró la conversación y acabó con ella. Aquella noche regresó al aeropuerto de Lincoln, y esperó hasta que consiguió plaza para volar. Desde allí llamó a Mark y se despidió de él.

Mark se mostró estoico.

– Supuse que huiría. Se largó de aquí como alma que lleva el diablo. ¿Cuándo volverá? -Weber respondió que no lo sabía-. Nunca, ¿verdad? No le culpo. Yo mismo volvería al mundo real, si supiera cómo hacerlo.

* * *

Últimamente Mark no sirve para nada, salvo para fallar en las pruebas a que le someten. Primero, decepciona al Loquero. No está seguro de por qué (algo relacionado con su menos que óptimo comportamiento en el último cuestionario de preguntas y respuestas), pero el hombre huye de la ciudad como si le persiguiera un enjambre de abejas. Apenas ha ahuyentado al Loquero, cuando la Guardia le persigue. Algún acuerdo que el joven Mark firmó, y, según parece, ahora el país tiene una necesidad desesperada de sus servicios.

Ya sabéis quién (por lo menos ella siempre está ahí) le lleva a la caja de reclutamiento de Kearney. El mismo lugar en el que Rupp y el antes mencionado Mark se presentaron hace una infinidad de tiempo, para hablar de la posibilidad de que Mark aportara su granito de arena a la seguridad de la patria. Durante el trayecto, intenta resolver el embrollo: el mismo Rupp el especialista, que finalmente ha admitido que se comunicó con él justo después de que Mark supuestamente firmara unos documentos oficiales, y justo antes de que alguien le hiciera salirse de la carretera. Como de costumbre, nada encaja, excepto para involucrar al gobierno. Pero que el gobierno esté involucrado generalmente es algo que no requiere pensar mucho.

En la oficina de la Guardia tiene lugar una reunión muy seria, a la que él no está invitado, entre la mujer parecida a Karin y el jefe de los guardias. Ella intenta cancelar el trato, aportando la documentación del hospital, la evidencia de que su hermano está incapacitado, etcétera. Pero el ejército la cala, por supuesto, y le piden a Mark Schluter que responda a unas pocas preguntas por su país. Él lo hace tan bien como puede, lo hace sinceramente. Si Norteamérica sufre un asedio y ha de ir al extranjero para patearle el culo a algún malvado, Mark ha de colaborar, como todo el mundo. Pero no puede evitar reírse ante algunas de las preguntas. Verdadero o falso: Creo que conocer gente de distintas procedencias puede mejorarme como persona. Bueno, eso depende. ¿Se refiere «gente» a un árabe armado que trata de derribar mi avión comercial? A veces me irritan las situaciones repetitivas o monótonas. ¿Cómo responder a estas preguntas, por ejemplo? Pregunta al médico de la caja de reclutamiento si nos estamos preparando para capturar por fin al Saddamizador y terminar el trabajo diez años después. Pero el señor Tieso es increíblemente seco. No podría decírselo, señor. Limítese a responder a las preguntas, señor. Al parecer, estamos tratando con algún imbécil con una misión de alto secreto.

Durante el trayecto de regreso a casa, la doble de Karin expresa sus opiniones, unas opiniones sospechosamente próximas a las de su hermana. La familia es nuestro país, viene a decir. Mark se olvida de todo ello hasta una semana después, cuando recibe una carta de la Guardia Nacional de Nebraska, con el logotipo de una pequeña ojiva de Patriot en el círculo de estrellas. En esencia, dice: No nos llame, nosotros le llamaremos.

Entonces llega el tercer strike. La seudohermana deja caer que los cheques que ha estado recibiendo de la empresa podrían dejar de llegar después del primer aniversario del accidente. Se nota que lo lamenta en cuanto lo ha dicho, como si él no tuviera que saberlo, cosa que, naturalmente, le llama la atención. No hay ningún motivo por el que ella debería estar tan asustada. Y, ni que decir tiene, su cancioncilla y danza secretas le meten el miedo en el cuerpo.

Telefonea a la empresa. Tras esperar largo rato, entretenido por la recitación de hechos sorprendentes sobre la industria cárnica, mientras lo envían de un encargado de personal que no tiene ni idea a otro, le ponen en contacto con alguien que parece saberlo todo acerca de su situación. No es una buena señal, y le hace pensar que Rupp o Cain ha hablado primero con ellos y les ha presentado el otro lado de la historia, el lado que todo el mundo le oculta a Mark. El encargado de personal le dice que necesitará toda una nueva serie de pruebas, una certificación expedida por el Buen Samaritano de que está completamente recuperado, antes de que consideren la posibilidad de volver a contratarlo. ¿Qué diablos significa eso de «volver a contratarlo»? Ya trabaja ahí. El hombre replica con rudeza y Mark contraataca: ¿Queréis que le cuente a la policía federal lo de los treinta hispanos ilegales que tenéis trabajando en las salas de despiece? Una amenaza inocua, en realidad, puesto que en estos momentos la relación entre Mark y los federales no es muy buena. El tipo le cuelga el teléfono, por lo que no hay nada que hacer salvo someterse a las pruebas del hospital. Está seguro de que los resultados pueden ser bastante buenos, dada su considerable práctica. Pero parece ser que en el hospital están enojados con él porque abandonó el Thera-Play, y le presentan unas preguntas extrañas de veras, contra las que él vuelve a estrellarse.

Así pues, strike tres, y, según las reglas del juego, está eliminado. Pero Mark sigue con la mierda hasta el cuello, enfrentado al desempleo real. Todo esto es un videojuego a vida o muerte, con un cronómetro que va contando hacia atrás hasta la detonación. Tiene tiempo hasta el aniversario del accidente para averiguar lo que le hicieron en la mesa de operaciones. Su única esperanza es encontrar a quien le encontró, el autor de la nota, su ángel de la guarda, el único que lo sabe todo.

Se le ocurre un plan, algo en lo que debería haber pensado hace tiempo. Y lo habría hecho, de no ser por tanta locura como hay por estos pagos. Es un plan muy sencillo, y su hermosura consiste en la manera en que fuerza la mano de las autoridades. Expondrá su caso al público. Sacaría la nota a la luz en Crime Solvers. Los habitantes de cuatro condados verán el papel plastificado en sus pantallas de televisión. «No soy nadie, pero esta noche, en la carretera North Line…» Si queda viva alguna persona auténtica, sin el cerebro lavado, que sepa lo que sucedió aquella noche, tendrá que darse a conocer. Y si los poderes fácticos tratan de apoderarse de esa persona y silenciarla, toda Nebraska central lo sabrá.

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