Jeff Lindsay - Dexter en la oscuridad

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Dexter en la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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Dexter Morgan no soporta la sangre. Curiosa mania para un forense del Departamento de Policia de Miami. Mas teniendo en cuenta que Dexter aprovecha las noches de luna llena para cortar en pedacitos a otros como el, asesinos en serie que han escapado a la accion de la justicia. Pero es posible que a partir de ahora su vida de un giro decisivo. Es que Dexter le ha dado el si a Rita y esta a punto de convertirse en un marido respetable, la figura paterna a la que imitaran Ashtor y Cody, los hijos de su pareja. Y, en caso de que la vida matrimonial no resultara amenaza suficiente para sus correrias nocturnas, una sucesion de asesinatos rituales podria llevarlo a reconsiderar su propia adiccion al homicidio.

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De vuelta en mi cubículo me senté en mi silla y me recliné con los ojos cerrados. «¿Hay alguien ahí?», pregunté esperanzado. No había nadie. Tan sólo un lugar vacío que empezaba a doler, mientras el asombro aturdido iba desvaneciéndose. Una vez concluida la distracción que suponía el trabajo, no había nada que me apartara de mi autocompasión. Estaba solo en un mundo oscuro y malvado, plagado de cosas terribles como yo. O como el que era, al menos.

¿Adonde había ido el Pasajero, y por qué? Si algo le había asustado, ¿qué podía ser? ¿Qué podía aterrar a algo que vivía para la oscuridad, que sólo cobraba vida cuando los cuchillos salían a relucir?

Y esto me condujo a una pregunta nueva de lo más indeseable: si este algo hipotético había asustado al Pasajero, ¿lo habría seguido a su exilio? ¿O continuaba olfateando mi pista?

¿Me encontraba en peligro sin manera de protegerme, sin manera de saber si me acechaba una amenaza mortífera, hasta que sintiera su baba en mi cuello?

Siempre me habían dicho que las experiencias nuevas eran positivas, pero ésta era una tortura. Cuanto más pensaba en ello, menos entendía lo que estaba pasando, y más me dolía.

Bien, había un remedio seguro para la desdicha, consistente en trabajar a fondo en algo absurdo. Giré la silla hasta quedar de cara al ordenador y puse manos a la obra.

Al cabo de pocos minutos había desvelado toda la vida e historia del profesor Gerald Halpern, Doctor en Filosofía. Por supuesto, fue algo más complicado que buscar el nombre de Halpern en Google. Estaba, por ejemplo, la cuestión de los archivos judiciales cerrados, que tardé casi cinco minutos en abrir. Pero cuando lo conseguí, el esfuerzo valió la pena, y me descubrí pensando, «Vaya, vaya, vaya…» Y como en aquel momento estaba trágicamente solo en mi interior, sin nadie que escuchara mis comentarios pensativos, también lo dije en voz alta.

—Vaya, vaya, vaya.

La documentación de la asistencia social ya habría sido bastante interesante, pero no porque sintiera el menor vínculo con Halpern debido a mi pasado de huérfano. Harry, Doris y Deborah me habían proporcionado de sobra un hogar y una familia, al contrario que Halpern, que había pasado de casa de acogida en casa de acogida, hasta aterrizar por fin en la universidad de Syracuse.

Mucho más interesante, sin embargo, era el archivo que no podía abrirse sin un mandamiento judicial, una orden judicial y una tabla de piedra entregada directamente por Dios. Y cuando lo leí de cabo a rabo por segunda vez, mi reacción fue aún más profunda.

—Vaya, vaya, vaya, vaya —repetí, algo inquieto por la forma en que las palabras resonaban en las paredes de mi pequeño despacho. Y como las revelaciones profundas siempre son más dramáticas con público, descolgué el teléfono y llamé a mi hermana.

Entró en mi cubículo al cabo de pocos minutos y se sentó en la silla plegable.

—¿Qué has descubierto? —preguntó.

—El doctor Gerald Halpern tiene Un Pasado —le anuncié, y pronuncié con cuidado las mayúsculas para que no saltara por encima del escritorio y me abrazara.

—Lo sabía —dijo—. ¿Qué hizo?

—No es tanto lo que hizo —precisé—. En este momento, la cuestión es qué le hicieron.

—Basta de chorradas —me espetó—. ¿Qué es?

—Para empezar, al parecer es huérfano.

—Venga, Dexter, déjate de cuentos.

Levanté una mano para calmarla, pero no salió bien, porque empezó a repiquetear con los nudillos sobre la mesa.

—Intento pintar un lienzo minucioso, hermanita —dije.

—Pues pinta rápido —replicó.

—De acuerdo. Halpern ingresó en el sistema de acogida para niños huérfanos en Nueva York, cuando le encontraron viviendo en una caja debajo de la autopista. Descubrieron quiénes eran sus padres, que por desgracia habían muerto hacía poco en circunstancias de una violencia desagradable. Por lo visto, se trató de una violencia muy merecida.

—¿Qué coño significa eso?

—Sus padres lo alquilaban a pedófilos.

—Jesús —dijo Deborah, y no cabía duda de que estaba algo impresionada. Incluso para los niveles de Miami era un poco excesivo.

—Halpern no recuerda eso. Sometido a presión, pierde la memoria, según el expediente. Es lógico. Las pérdidas de memoria debían de ser una respuesta refleja al trauma de repetición —sugerí—. Puede suceder.

—Bien, joder —dijo Deborah, y aplaudí por dentro su elegancia—. Se olvida de la mierda. Has de reconocer que encaja. La chica intenta acusarle de violación, y él ya está preocupado por el nombramiento de profesor numerario, así que se viste y la mata sin saberlo.

—Un par de cosas más —dije, y admito que disfruté con el dramatismo del momento tal vez un poco más de lo necesario—. Para empezar, la muerte de sus padres.

—¿Qué hay sobre eso? —preguntó Deborah, carente de la menor afición por el teatro.

—Les cortaron las manos —respondí—. Y después, prendieron fuego a la casa.

Deborah se incorporó.

—Mierda.

—Yo pienso lo mismo.

—Maldita sea, eso es estupendo, Dex. Tenemos su culo.

—Bien, la pauta coincide, desde luego.

—Pues claro que sí. Así que mató a sus padres… Me encogí de hombros.

—No pudieron demostrar nada. De haberlo podido, Halpern habría ido a juicio. Fue tan violento que nadie creyó que fuera obra de un crío. Pero sí están seguros de que estaba presente, y de que al menos vio lo que ocurrió. Ella me miró fijamente.

—¿Y qué? ¿Aún crees que no lo hizo? O sea, ¿tienes alguna de tus corazonadas?

Me dolió mucho más de lo debido, así que cerré los ojos un momento. No había nada dentro, salvo oscuridad y vacío. Mis famosas corazonadas se basaban en cosas que me susurraba el Oscuro Pasajero, por supuesto, y en su ausencia no tenía nada en qué apoyarme.

—Últimamente no tengo corazonadas —admití—. Es que hay algo en todo esto que me molesta. Es…

Abrí los ojos y Deborah me estaba mirando. Por primera vez, vi algo en su expresión que no era felicidad, y por un momento pensé que iba a preguntarme qué significaba eso y si me encontraba bien. No tenía ni idea de qué contestarle, puesto que jamás había hablado del Oscuro Pasajero, y la idea de revelar algo tan íntimo era muy inquietante.

—No lo sé —dije sin convicción—. Creo que algo no encaja.

Deborah sonrió con ternura. Me habría sentido más tranquilo si me hubiera chillado y enviado a la mierda, pero sonrió y palmeó mi mano con la de ella.

—Dex —dijo en voz baja—, las pruebas son más que suficientes. Los antecedentes encajan. El móvil es bueno. Has admitido que no tienes ninguna… corazonada. —Ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír, lo cual me inquietó más todavía—. Todo encaja. No achaques al caso tus preocupaciones. Lo hizo, lo cazamos, punto. —Soltó mi mano antes de que alguno de los dos se pusiera a llorar—. Pero estoy un poco preocupada por ti.

—Estoy bien —dije, y hasta a mí me sonó falso.

Conseguí arrastrarme a través de la sopa grisácea del resto del día, y al concluir la jornada laboral fui a casa de Rita, donde la sopa se solidificó hasta convertirse en una gelatina de privación sensorial. No sé qué cenamos, o lo que dijeron los demás. Lo único que deseaba escuchar era el sonido del Pasajero, y ese sonido no llegaba. De modo que surqué la velada en piloto automático y me fui a la cama por fin, convertido todavía en el Aburrido y Vacío Dexter.

Me sorprendió mucho descubrirlo, pero el sueño no es algo automático en los humanos, ni siquiera para el ser semihumano en que me estaba transformando. Mi antiguo yo, Dexter de las Tinieblas, dormía a la perfección, a pierna suelta. Le bastaba acostarse, cerrar los ojos y pensar: «Un, dos, tres, YA». Presto, a dormir.

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