Jeff Lindsay - Dexter en la oscuridad

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Dexter en la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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Dexter Morgan no soporta la sangre. Curiosa mania para un forense del Departamento de Policia de Miami. Mas teniendo en cuenta que Dexter aprovecha las noches de luna llena para cortar en pedacitos a otros como el, asesinos en serie que han escapado a la accion de la justicia. Pero es posible que a partir de ahora su vida de un giro decisivo. Es que Dexter le ha dado el si a Rita y esta a punto de convertirse en un marido respetable, la figura paterna a la que imitaran Ashtor y Cody, los hijos de su pareja. Y, en caso de que la vida matrimonial no resultara amenaza suficiente para sus correrias nocturnas, una sucesion de asesinatos rituales podria llevarlo a reconsiderar su propia adiccion al homicidio.

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—Bien, Jerry —dijo en tono risueño cuando nos sentamos ante Halpern—. ¿Quiere hablar de esas dos chicas?

—No hay nada de qué hablar —contestó el hombre. Estaba muy pálido, casi verdoso, pero parecía más decidido que cuando lo habíamos conducido al centro de detención—. Han cometido un error —porfió—. Yo no he hecho nada.

Deborah me miró con una sonrisa y sacudió la cabeza.

—No ha hecho nada —repitió muy contenta.

—Es posible —dije—. Puede que otra persona introdujera la ropa ensangrentada en su apartamento mientras estaba viendo algún programa en la tele.

—¿Fue eso lo que pasó, Jerry? —preguntó Deborah—. ¿Otra persona puso la ropa ensangrentada en su apartamento?

Si ello era posible, su tez adquirió un tono más verdoso todavía.

—¿De qué… ? ¿De qué están hablando?

Ella le sonrió.

—Jerry, encontramos unos pantalones suyos manchados de sangre. Coincide con la sangre de las víctimas. Encontramos un zapato y un calcetín, idéntica historia. Encontramos una huella dactilar con sangre en su coche. Su huella, la sangre de ellas. —Deborah se reclinó en la silla y se cruzó de brazos—. ¿Despierta eso su memoria, Jerry?

Halpern había empezado a negar con la cabeza mientras Deborah hablaba, y continuó así, como si fuera una especie de reflejo extraño y no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

—No —dijo—. No. Eso ni siquiera es… No.

—¿No, Jerry? —preguntó Deborah—. ¿Qué significa eso?

Siguió negando con la cabeza. Una gota de sudor cayó sobre la mesa y oí que intentaba respirar con muchas dificultades.

—Por favor —suplicó—. Esto es una locura. Yo no he hecho nada. ¿Por qué…? Esto es Kafka puro. Yo no he hecho nada.

Deborah se volvió hacia mí y enarcó las cejas.

—¿Kafka? —preguntó.

—Se cree que es un escarabajo —le aclaré.

—Soy una policía inculta, Jerry —dijo ella—. No sé quién es Kafka, pero reconozco pruebas sólidas cuando las veo. Además, ¿sabe una cosa, Jerry? Las he visto por todo su apartamento.

—Pero yo no he hecho nada —argüyó Halpern.

—De acuerdo —contemporizó Deborah con un encogimiento de hombros—. Écheme una mano, pues. ¿Cómo llegaron esas cosas a su casa?

—Lo hizo Wilkins —contestó el hombre, y pareció sorprenderse, como si lo hubiera dicho otra persona.

—¿Wilkins? Deborah me miró.

—¿El profesor del despacho de al lado? —pregunté.

—Exacto —confirmó Halpern. Se armó de valor y se inclinó hacia delante—. Fue Wilkins. Por fuerza.

—Wilkins lo hizo —repitió Deborah—. Se puso su ropa, mató a las chicas, y después devolvió la ropa a su apartamento.

—Sí, exacto.

—¿Por qué?

—Ambos aspiramos a un contrato de profesor numerario —respondió—. Sólo uno de los dos lo conseguirá.

Deborah lo miró como si hubiera sugerido que bailara desnuda.

—Profesor numerario —dijo, con incredulidad en la voz.

—Exacto —dijo él a la defensiva—. Es el momento más importante de cualquier carrera académica.

—¿Lo bastante importante como para matar a alguien? —pregunté.

Halpern clavó la vista en un punto de la mesa.

—Fue Wilkins —insistió.

Deborah le miró durante un largo minuto, con la expresión de una tía cariñosa que está contemplando a su sobrino favorito. Él le devolvió la mirada unos segundos, parpadeó, bajó la vista, me miró y volvió a clavar la vista en la mesa. Cuando el silencio se prolongó, miró de nuevo a Deborah.

—De acuerdo, Jerry —sentenció ella—. Si eso es lo mejor que se le ocurre, creo que debería llamar a su abogado.

Él se limitó a mirarla, incapaz de pensar en algo que decir, de modo que Deborah se levantó y fue hacia la puerta, y yo la seguí.

—Lo tenemos —anunció en el pasillo—. Ese hijo de puta está acabado. Juego, set, punto.

—Si fue él —aventuré, al verla tan alegre.

Me dedicó una enorme sonrisa.

—Pues claro que fue él, Dex. Jesús, no te esfuerces. Has hecho un gran trabajo, y por una vez descubrimos al culpable a la primera.

—Supongo —dije.

Ella ladeó la cabeza y me miró, todavía encantada de haberse conocido.

—¿Qué pasa, Dex? —preguntó—. ¿Estás acojonado por la boda?

—Nada por el estilo —contesté—. La vida en este mundo jamás fue tan armoniosa y agradable. Es que…

Vacilé, porque no sabía lo que era. Tan sólo esa sensación tozuda e irracional de que algo no encajaba.

—Lo sé, Dex —dijo, con una voz amable que consiguió empeorar la sensación—. Parece demasiado fácil, ¿verdad? Pero piensa en la mierda que nos comemos cada día con todos los demás casos. Cabe pensar que, de vez en cuando, ha de salir uno fácil, ¿no?

—No lo sé —insistí—. Algo no encaja. Ella resopló.

—Con la cantidad de pruebas que tenemos contra este tipo, a nadie le va a importar una mierda que algo no encaje —dijo—. ¿Por qué no te animas y disfrutas de un buen día de trabajo?

Estoy seguro de que era un consejo excelente, pero no podía aceptarlo. Aunque no contaba con el susurro familiar que me facilitaba las réplicas, tenía que decir algo.

—No actúa como si estuviera mintiendo —comenté, sin excesiva convicción.

Deborah se encogió de hombros.

—Está chiflado. No es mi problema. Él lo hizo.

—Pero si es un psicótico, ¿por qué explotó de repente? O sea, tiene treinta y pico años, ¿y ésta es la primera vez que hace algo? No encaja.

Deborah me palmeó el hombro y volvió a sonreír.

—Bien dicho, Dex. ¿Por qué no vas a tu ordenador y consultas sus antecedentes? Apuesto a que encontramos algo. —Consultó su reloj—. Puedes hacerlo nada más terminar la conferencia de prensa, ¿de acuerdo? Vamos, no podemos llegar tarde.

Y yo la seguí obediente, mientras me preguntaba por qué me presentaba siempre voluntario para el trabajo extra.

Habían concedido a Deborah el premio especial de una conferencia de prensa, algo que el capitán Matthews no cedía a la ligera. Era su primera experiencia como detective al mando de un caso importante, el cual había despertado el frenesí de los periodistas, y había estudiado la forma de hablar y mirar en vistas al telediario de la noche. Perdió su sonrisa y cualquier rastro de emoción y lanzó frases categóricas, en el mejor estilo policial. Sólo alguien que la conociera tanto como yo sabría que una felicidad enorme e inusual bullía detrás de su cara inexpresiva.

Me quedé al fondo de la sala y contemplé a mi hermana mientras recitaba una serie de afirmaciones mecánicas, las cuales confirmaban su convicción de que había detenido a un sospechoso de los espantosos asesinatos de la universidad, y en cuanto estuviera segura de su culpabilidad, sus queridos amigos de los periodistas serían los primeros en saberlo. Estaba feliz y orgullosa, y había sido mezquino por mi parte insinuar que algo no encajaba, sobre todo porque yo ignoraba qué era, si es que había algo.

Era muy probable que mi hermana tuviera razón. Halpern era culpable, y yo me comportaba como un estúpido y un cascarrabias, expulsado del tranvía de la razón pura por mi Pasajero desaparecido. Era el eco de su ausencia lo que me inquietaba, y no cualquier tipo de duda sobre el sospechoso de un caso que no me importaba en lo más mínimo. Casi con toda seguridad…

Otra vez ese «casi». Hasta ahora, había vivido mi vida basándome en absolutos. No tenía experiencia con los «casi», y era turbador e inquietante no contar con aquella voz de la certidumbre que me decía lo que había sin el menor asomo de duda. Empecé a darme cuenta de lo impotente que me sentía sin el Oscuro Pasajero. Incluso en mi trabajo cotidiano, ya nada era sencillo.

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