– No es relevante.
– ¿Qué?
– No es relevante. Mira, hemos sufrido una pequeña reorganización aquí. Como te he dicho, hubo tensión entre Rodriguez y yo en relación con el derrotero que estaba tomando la investigación. Así que yo estoy fuera y Blatt dentro. Es un capullo ambicioso, inepto, igual que el capitán Rod. Lo llamo Capullo Júnior. Esta es su oportunidad de reivindicarse, de mostrar que puede controlar un caso grande. Pero en lo más profundo sabe que es un zurullo inútil. Ahora entras tú, la gran estrella de la gran ciudad, el genio que resolvió el caso de asesinato de Mellery, etcétera. Por supuesto que te odia. ¿Qué coño esperabas? Pero eso no tiene relevancia. ¿Qué coño va a hacer? Sigue con lo que estás haciendo, Sherlock, y no pierdas el sueño por Blatt.
– ¿Para eso me llamaste? ¿Para hacer quedar mal a Capullo Júnior?
– Para ver que se hace justicia. Para que peles las capas de esta cebolla tan interesante.
– ¿Eso es lo que crees que es?
– ¿Tú no?
– Podría ser. Te sorprendería si descubriéramos que Flores fue a Tambury con un plan para matar a alguien.
– Me sorprendería que no fuera así.
– Vuélveme a contar por qué te echaron del caso.
– Te lo he dicho…-empezó Hardwick con exagerada impaciencia, pero Gurney lo cortó.
– Sí, sí, fuiste grosero con el capitán Rod. ¿Por qué me da la sensación de que hubo algo más que eso?
– Porque es lo que piensas de todo. No confías en nadie. No eres una persona confiada, Davey. Mira, he de echar un meo. Hablamos después.
Gurney pensó que a Hardwick nada le gustaba más que una salida de listillo. Colgó el teléfono y volvió a arrancar el coche. Todavía flotaban nubes finas sobre el valle, pero detrás brillaba el disco blanco del sol y los postes de teléfono estaban empezando a proyectar tenues sombras en la carretera desierta. La fila de tractores azules en venta, todavía húmedos a causa de la lluvia matinal, empezó a brillar en la verde colina.
Durante la segunda mitad del viaje a casa, su mente se ocupó de elementos y fragmentos extraños del caso: el comentario de Madeleine sobre que el lugar en el que había aparecido el machete no tenía sentido, la decisión por parte de un hombre sumamente racional de casarse con una mujer más que trastornada, el tren de Carl dando vueltas en torno al árbol, la interpretación de la La lista de Schindler de la bala que atravesó la taza de té, la ciénaga de desorden sexual en la cual todo parecía enfangado.
A la hora en que salió de la autopista del condado y estaba siguiendo el camino de tierra que zigzagueaba desde el valle del río hacia las colinas, sus pensamientos lo habían dejado exhausto. Había un CD que sobresalía del reproductor del salpicadero. Lo metió, buscando distracción. La voz que emergió de los altavoces, acompañada por unos acordes lúgubres en una guitarra acústica, tenía el ritmo del sonsonete lastimero de Leonard Cohen en su estado más lúgubre. El intérprete era un folkie de mediana edad con el improbable nombre de Leighton Lake, a quien él y Madeleine habían ido a ver a una sala de conciertos local para la cual ella había comprado una suscripción anual. Durante el descanso, ella había adquirido uno de los CD de Lake. De todas las canciones que contenía, Gurney descubrió que la que estaba escuchando en ese momento, Al final de mi tiempo , era, de lejos, la más deprimente.
Hubo una vez
que tenía todo el tiempo
del mundo. Qué tiempo
pasé entonces, cuando tenía
todo el tiempo del mundo.
Mentía a mis amantes,
perseguía a todas las demás.
Dejé atrás a todas mis amantes,
cuando tenía
todo el tiempo del mundo.
Cogía lo que quería.
Nunca lo pensaba dos veces.
Tenía una vida de tiempo
cuando tenía
todo el tiempo del mundo.
Mentía a mis amantes,
perseguía a todas las demás.
Dejé atrás a todas mis amantes,
cuando tenía
todo el tiempo del mundo.
No queda nadie a quien mentir,
nadie a quien dejar,
en este momento de mi vida,
al final de mi tiempo
en este mundo.
Mentía a mis amantes,
perseguía a todas las demás.
Dejé atrás a todas mis amantes,
cuando tenía
todo el tiempo del mundo.
Cuando tenía
todo el tiempo del mundo.
Todo el tiempo del mundo.
Mientras Lake canturreaba el estribillo sensiblero, Gurney estaba pasando entre su granero y el estanque, con la vieja casa ya visible detrás de las plantas de solidago, en lo alto del prado. Al pulsar el botón para apagar el reproductor, lamentando no haberlo hecho antes, sonó su teléfono móvil.
El identificador de llamada decía «Galería Reynolds».
«Dios mío. ¿Qué demonios querrá?»
– Gurney. -Su voz era profesional, con un ápice de sospecha.
– ¡Dave! Soy Sonya Reynolds. -Su voz, como de costumbre, irradiaba un nivel de magnetismo animal que podría haberle costado la lapidación en algunos países-. Tengo fabulosas noticias para ti-susurró-. Y no me refiero a nada un poco fabuloso. ¡Me refiero a fabuloso para cambiar tu vida para siempre! Hemos de vernos lo antes posible.
– Hola, Sonya.
– ¿Hola? Te llamo para darte el mayor regalo que te van a dar nunca y es lo único que sabes decir.
– Me alegro de oírte. ¿De qué estamos hablando?
Su respuesta fue una sonora risa musical, un sonido tan inquietantemente sensual como todo lo demás en ella.
– Oh, ¡ese es mi Dave! El detective Dave con penetrantes ojos azules. Dudando de todo. Como si yo fuera…, ¿cómo lo llamáis?, ¿un sospechoso, como en la tele? Como si yo fuera un sospechoso, así llamáis al malo, ¿eh? Como si yo fuera un sospechoso que te vende la moto. -Tenía un ligero acento que le recordaba el universo alternativo que había descubierto en películas francesas e italianas en sus años de estudiante.
– ¿Qué moto? De momento no me has vendido nada.
Otra vez la risa, que le recordó sus luminosos ojos verdes.
– Y no voy a hacerlo a menos que te vea. Mañana. Tendrá que ser mañana. Pero no has de venir a Ithaca. Puedo ir yo. A desayunar, a comer, a cenar, mañana, cuando quieras. Tú dime la hora y elegiremos el sitio. Te garantizo que no lo lamentarás.
Entra Salomé, bailando
T odavía no tenía un nombre definitivo para la experiencia. «Sueño» no reflejaba su poder. Es cierto que la primera vez que ocurrió estaba a punto de quedarse dormido, con los sentidos desconectados de todas las feas realidades de un mundo desagradable, con el ojo de su mente libre para ver lo que fuera, pero ahí terminaba el parecido con un sueño común .
«Visión» era una palabra más grande, mejor, pero tampoco lograba transmitir ni una fracción del impacto .
«Guiding Light» [2] capturaba cierta faceta de ello, un aspecto importante, pero la asociación con una serie de televisión contaminaba irremisiblemente el significado .
¿Una meditación guiada, pues? No. Eso sonaba trillado y poco excitante: todo lo contrario de la experiencia real .
¿Una fábula vital ?
Ah, sí. Eso se acercaba. Era, al fin y al cabo, la historia de su salvación, el nuevo patrón del propósito de su vida. La alegoría fundamental de su cruzada .
Su inspiración .
Lo único que tenía que hacer era apagar las luces, cerrar los ojos, dejarse llevar por el potencial infinito de la oscuridad .
Y convocar a la bailarina .
En el abrazo de la experiencia, la fábula vital, él sabía quién era, mucho más claramente que cuando sus ojos y su corazón se distraían por la basura brillante y las zorras viscosas del mundo, por el ruido, por la seducción y la inmundicia .
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