– A mí me encantan los músculos -añadió.
Baldoni flexionó unos bíceps del tamaño de un melón.
– Increíble -dijo Kate, sabiendo que por la mañana se iba a odiar.
– Bueno, es que desayuno con cereales. El desayuno de los campeones. -Sonrió, respiró hondo y sacó los pectorales.
– ¡Caramba! Oye, ¿era bueno? -preguntó, rozando con los dedos el pecho de Baldoni como sin querer mientras volvía a apartarse el pelo de la cara.
– ¿El qué? ¿Quién?
– Leo. Como pintor, quiero decir.
– A mí no me parecía gran cosa. Pero, claro, yo de arte moderno no sé nada. Me parece una auténtica chorrada.
– Eso es verdad. -Kate se arrellanó en la silla y sonrió.
– Menuda patada -protestó Perlmutter, frotándose el tobillo mientras se metían en su Crown Victoria-. Has arruinado mi carrera de bailarín.
– Lo siento, pero quería quedarme un momento a solas con Baldoni.
– ¿Y? -Perlmutter dirigió el coche hacia University Place.
– Dijo que no sabía que Martini era pintor, ¿verdad?
– Verdad.
– Pues mientras estabas en el baño me dijo que los cuadros de Martini no le parecían gran cosa.
– ¿Y cómo le sacaste la información?
– Tengo mis métodos.
– Seguro -replicó él con una sonrisa-. Por cierto, me ha gustado mucho tu interpretación de «la mujer del gángster».
– Pues así era yo hace quince años. Tuve que esforzarme mucho para cambiar, pero si me despiertas en mitad de la noche todavía parezco Carmela Soprano.
Perlmutter rió.
– Aquellos matones que había en la trastienda… A lo mejor Baldoni está llevando algo más que una copistería. A mí me parecieron recaderos, y no precisamente de los que te traen pizzas y refrescos. Si ese tío está limpio, me como los zapatos.
– ¿Con mayonesa o con tomate? -bromeó Kate.
– Con tomate. Además, su nombre me suena de algo pero no sé de qué. Baldoni…
– Supongamos que Baldoni encargara a Martini un cuadro para encubrir un asesinato. Luego, por supuesto, ya no le interesaría que el pintor anduviera por ahí, de manera que organizó un suicidio.
– Es posible.
Kate se quedó callada un momento, pensando. «Martini pinta un cuadro para que se utilice en el asesinato de Richard. Pero ¿por qué?» Miró sin ver los edificios y las tiendas que se sucedían a través de la ventanilla del coche. «Para que pareciera que Richard no era más que otra pobre víctima de un asesino en serie.» Era la teoría del asesino imitador en la que ahora todos confiaban. Pero ¿por qué Richard? ¿Quién podría querer matarlo? ¿En qué se habría metido su marido para que lo asesinaran, probablemente un profesional?
«Dios mío, Richard. ¿Qué has hecho?» Perlmutter apartó un momento la mirada de la calle y vio que le pasaba algo. Quería decirle que sentía muchísimo lo de su marido, que sabía muy bien lo que era perder a un ser querido, pero era evidente que Kate estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la compostura y él prefirió respetar su actitud.
– Oye, a ver si te sabes ésta. ¿Quién interpretaba al marido de Michelle Pfeiffer en Casada con todos?
– ¿Qué? Ah, facilísimo -contestó ella aliviada y agradecida-. Alec Baldwin.
Floyd Brown tardó menos de cinco minutos en informarles de que Angelo Baldoni era el sobrino del fallecido Giulio Lombardi, un pez gordo de una de las cinco familias de la mafia. Y tardó menos todavía en sacar los antecedentes de Baldoni, que incluían allanamiento de morada, agresiones y más de un presunto asesinato. Los federales todavía no habían conseguido demostrar nada.
– Pues no vamos a sacar mucho de él si está relacionado con el crimen organizado -comentó Perlmutter.
– No -convino Brown-, pero voy a enviar a un par de agentes para interrogarlo. No nos vendrá mal incordiarle un poco. Y puede que a Marty Grange le apetezca tener unas palabras con él.
¿Richard había sido víctima de la mafia? ¿Era posible? Se le pusieron los pelos de punta al pensar que tal vez acababa de hablar con el asesino de Richard.
– ¿Nos escuchas, McKinnon?
Ella hizo un esfuerzo por concentrarse.
– Sí, por supuesto.
– Estupendo, porque ya tenemos las radiografías de los cuadros.
Un remolino de colores chispea en sus ojos y en su mente como un castillo de fuegos artificiales.
Hunde un poco más el cuchillo y el chico moreno abre aterrado los ojos (ahora advierte que son de un azul Pacífico) y se dobla ya con el pene fláccido.
Lo agarra antes de que se caiga, balancea su cuerpo desnudo con el cuchillo que le ha clavado en el vientre y retuerce la hoja sin mirar, contemplando la habitación, los cuadros del chico en las paredes (la mayoría desnudos y bodegones realizados en las clases). Todos cobran vida en pleno tecnicolor.
Él también está desnudo. Ha dejado que el chico le toque un poco, aunque hasta ese momento no se le ha puesto dura. Pero ahora está excitado e intenta no quedar abrumado por los increíbles ríos escarlata y ciruela que brotan del vientre del chico, se vierten sobre su mano y se encharcan en torno a sus pies descalzos. Alza la vista fijándose en las radiantes paredes azul aciano.
¿Dónde mirar primero? Sus ojos van de un lado a otro, reparando en los tejanos azules tirados en el suelo, una camisa color cereza en una silla fucsia. Es todo muy emocionante, pero no puede distraerse. Tiene que emplear bien los minutos de que dispone.
«No te desvíes del plan. Elige un cuadro.»
Considera la idea de meterle la polla al chico en la boca abierta, pero advierte que el escarlata a sus pies comienza a tornarse algo rosáceo y sabe que no puede perder el tiempo.
Retuerce de nuevo el cuchillo. A veces ayuda.
Así es: la intensidad del rojo rosáceo se acerca un grado más al bermellón, mientras los intestinos caen del vientre del muchacho al suelo y sobre sus pies como salchichas azul violáceo.
Aquello se parece tanto a los cuadros de piezas de carne de Soutine o al Francis Bacon que tiene pegado en la pared que resulta casi sobrecogedor. Moja las manos en la sangre del muchacho y se pinta la erección de un rojo brillante.
Y al instante le vuelve un recuerdo… Una habitación sórdida. Pinturas rajadas. Un falo color rojo sangre. La música ya ha comenzado y él ve aquel suelo inclinado, siente náuseas y la oye chillar.
Mira las paredes azul aciano hasta que su magnífico esplendor ahoga el recuerdo en un mar de color y de nuevo sabe dónde está, nota los músculos tensos contra el muerto que sigue suspendido de su brazo y ve el resto de deliciosos colores: carne rosa cosquillas y órganos púrpura real. Lo único que necesita es un ligero toque y se corre al instante. Ahora puede volver al trabajo.
¡ Geniaaaaaal!
Ah, Tony está allí.
– Hola -susurra-. No puedo hablar ahora. Tengo que elegir un cuadro.
En una pared hay dos desnudos, dos cuerpos de color carne con trazas de siena. Pero decide que no es buena idea llevarse figuras humanas, resultaría demasiado diferente. En otra pared hay otro desnudo, éste más rosado que de color piel, y un paisaje a base de verde trébol y verde marino. Tampoco le va bien. Pero junto a la lámpara hay un bodegón pequeño con un jarrón verde menta sobre un paño azul marino con tres manzanas rojo alboroto. Es justo lo que buscaba.
Tarda un minuto en fijar el color en su memoria visual - probando, probando, probando -, y cuando está seguro de haberlo memorizado deja que el cuerpo del chico caiga al suelo con un ruido sordo. Atraviesa la habitación y pasa la mano ensangrentada por uno de los cuadros sin terminar.
¡ Es geniaaaaaaal!
– Gracias, Tony.
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